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19 marzo 2020 • Es la fuente de un nuevo socorro tan extenso como poderoso

Angel David Martín Rubio

El culto litúrgico a san José

Zurbarán: Coronación de San José (1631-40, Museo Fabre: Montpellier)

En su Año Cristiano Dom Gueranguer OSB esboza una breve pero significativa historia del culto hacia San José que presenta como una devoción reservada para estos últimos tiempos ya que, a pesar de estar fundado en el Evangelio, no se extendió con carácter universal, en Oriente y Occidente hasta el siglo XV (cfr. Prospero GUERANGER, El Año Litúrgico, III, Burgos: Ediciones Aldecoa, 1956, 257-262).

A partir del siglo XIII, en que comenzó a hacerse sentir el enfriamiento del mundo, (cfr. la expresión «Frigescente mundo» en la Colecta de la conmemoración de los Estigmas de san Francisco: «Señor Jesucristo, que para encender nuestros corazones con el fuego de tu amor al enfriarse/entibiarse el mundo…) en cada época ha aparecido una nueva fuente de gracias.

Así ocurrió con la fiesta en honor del Santísimo Sacramento, cuyo desarrollo posterior engrandeció de manera notable el culto eucarístico con la Procesión solemne, las Exposiciones, las Bendiciones, las Cuarenta Horas. A ella siguió la devoción al santo Nombre de Jesús, cuyo principal impulsor fue san Bernardino de Sena y la del Vía Crucis.

Los siglos posteriores vieron renacer la comunión frecuente y la aparición del culto al Sagrado Corazón de Jesús produjo tantos frutos en las almas. Y los ejemplos podrían multiplicarse, como el incremento de la piedad mariana a raíz de la declaración de los dogmas de la Inmaculada y la Asunción o de las apariciones de Fátima y Lourdes. Dom Guéranguer pone en relación la particular veneración hacia san José con el desarrollo de la piedad hacia la Virgen Santísima del cual sería consecuencia dada la íntima unión de ambos en el misterio de la Encarnación.

Pero la devoción al Esposo de María no es solamente un justo tributo que rendimos a sus prerrogativas; es también para nosotros la fuente de un nuevo socorro tan extenso como poderoso.

La Iglesia nos invita a recurrir con una confianza absoluta a san José porque ningún hombre ha tenido con el Hijo de Dios sobre la tierra una intimidad mayor. Y Jesús que le fue sumiso quiere glorificar a aquel de quien quiso depender, y a quien confió su niñez y el honor de su Madre. Al igual que el faraón de Egipto decía a sus pueblos hambrientos, Jesús nos dice: «Id a José; haced lo que él os dijere» (Gen 41, 55).

«¡Qué bien se aplican estas palabras también al patriarca homónimo de Nazaret, que tuvo como súbdito a Aquel que lleva todo el universo en su mano, y alimentó con el trabajo de sus manos al mismo Jesucristo! Por eso su poder es tan grande como su gloria en el cielo. Dios jamás le negará un pedido que sea para gloria de su Hijo y para nuestra salud eterna» (Mons. STRABINGER, La Sagrada Biblia, in loc. cit.).

En la revelación de este nuevo refugio preparado para los últimos tiempos han tenido parte almas privilegiadas como santa Teresa de Jesús que consignó por escrito su devoción hacia el santo Patriarca:

«Tomé por abogado y señor al glorioso San José y encomendeme mucho a él. Vi claro que así de esta necesidad, como de otras mayores de honra y pérdida de alma, este padre y señor mío me sacó con más bien que yo le sabía pedir. No me acuerdo, hasta ahora, haberle suplicado cosa que la haya dejado de hacer. Es cosa que espanta las grandes mercedes que me ha hecho Dios por medio de este bienaventurado santo, de los peligros que me ha librado, así de cuerpo como de alma: que a otros santos parece les dio el señor gracias para socorrer una necesidad; a este glorioso santo tengo experiencia que socorre en todas, y que quiere el Señor darnos a entender que así como le fue sujeto en la tierra, que como tenía nombre de padre siendo ayo, le podía mandar, así en el cielo hace cuanto le pide. Esto han visto otras algunas personas, a quien yo decía se encomendase a él, también por experiencia; y aun hay muchas que le son devotas de nuevo experimentando esta verdad» (Vida, VI)

Tiépolo: La Virgen exhorta a Santa Teresa para que nombre a San José patrono de la Orden (1750c: Museo de Bellas Artes, Budapest)

Para responder a numerosos deseos y a la devoción del pueblo cristiano, el 10 de diciembre de 1847, Pío IX extendió a la Iglesia universal la fiesta del Patrocinio de S. José que había sido otorgada a la Orden de los Carmelitas y a algunas Iglesias particulares. En efecto, los carmelitas descalzos de la congregación de España, siguiendo fielmente el espíritu de Santa Teresa de Jesús, pidieron a Roma celebrar esta  fiesta del Patrocinio de San José. El 6 de abril de 1682 Inocencio XI concedió que en la Dominica tercera después de la Pascua de Resurrección pudiesen celebrar esta festividad. En el siglo XVIII la Congregación de Ritos pasó la fiesta del domingo al miércoles (día que la liturgia romana ordinariamente dedica al santo) de la segunda semana de Pascua. Más tarde, Pío X elevó esta fiesta al rango de las mayores solemnidades, dotándola de una Octava con una gran riqueza hagiográfica en los textos propios para el oficio de Maitines.

El 1 de mayo de 1955, Pío XII en presencia de miles de obreros representantes de la Asociación Cristiana de Trabajadores, anunció la institución de la fiesta litúrgica de San José artesano con la idea expresa de que este día recibiera así «su consagración cristiana» para que «lejos de ser fomento de discordias, de odios y de violencias» se convirtiera en «una invitación constante a la sociedad moderna a completar lo que aún falta a la paz social. Fiesta cristiana por tanto, es decir, día de júbilo para el triunfo concreto y progresivo de los ideales cristianos de la gran familia del trabajo» (Pío XII, Discurso, in: http://w2.vatican.va/content/pius-xii/it/speeches/1955/documents/hf_p-xii_spe_19550501_san-giuseppe.html)

Nótese, que, queriendo consagrar la dignidad del trabajo, «Pío XII instituyó la fiesta de San José Obrero pero no la de Cristo obrero. No se podía en realidad comparar el título de la fatiga laboral al título de la realeza teándrica consagrado por Pío XI con la festividad de Cristo Rey» (Romano AMERIO, Iota Unum, 31.5. En nota añade: «Ya en 1960 fue instituida en los suburbios de Roma la parroquia del Divino Jesús obrero. Pero la Iglesia no ha festejado jamás a los Santos más que por títulos religiosos (confesores, doctores, mártires, etc.), y el decreto de Pío XII para San José constituyó una novedad»).

La fiesta del 1 de mayo venía a suprimir la del miércoles de la segunda semana de Pascua, mientras que la fiesta tradicional del 19 de marzo habría de señalar desde 1961, por disposición de Juan XXIII, la fecha definitiva del Patrocinio de San José sobre la Iglesia universal.

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