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«La teología, por lo mismo que es la ciencia de Dios, es el océano que contiene y abarca todas las ciencias, así como Dios es el océano que contiene y abarca todas las cosas»
Predicación de San Juan Bautista (Pier Francesco Mola)
La característica propia de este tercer domingo del tiempo de Adviento es la alegría ante la cercana venida del Señor: «Alegraos siempre en el Señor; os lo repito, alegraos» (Flp 4, 4; antífona de entrada).
En la primera lectura de la Misa (Ciclo A: Is 35, 1-6ª. 10), el profeta Isaías también habla de alegría: «El desierto y el yermo se regocijarán, | se alegrará la estepa y florecerá […] festejará con gozo y cantos de júbilo» (v. 1-2).
«En la Biblia se alegran hasta el desierto y la tierra árida, saltan de gozo los montes (Salmos 88, 13), se ciñen de regocijo los collados y los valles alzan su voz y cantan himnos de alabanza (Salmos 64, 13); el sol parece como esposo que sale del tálamo y exulta cual gigante que recorre su camino (Salmos 18, 6). De esta suerte la naturaleza exhala el calor de la alegría divina y lo derrama en el alma del creyente» (Mons. STRAUBINGER in Is 35, 1).
Alegría porque Dios viene en persona y nos librará de todos nuestros males (vv. 5-6). Esa presencia de Dios llega a su plenitud en Jesucristo «a quien todos los profetas anunciaron, […] Juan lo proclamó ya próximo y señaló después entre los hombres» (Pf. II Adviento).
En su respuesta a los discípulos de san Juan Bautista, Jesús se aplica a sí mismo la profecía de Isaías, confirmando así la llegada del reino mesiánico (Evangelio: Mt 11, 2-11). Y termina sus palabras con un elogio: «En verdad os digo que no ha nacido de mujer uno más grande que Juan el Bautista; aunque el más pequeño en el reino de los cielos es más grande que él» (v. 11)
I. «No ha nacido de mujer uno más grande que Juan el Bautista» ¿Por qué le alabó? No por la nobleza de su origen, por su riqueza o por su sabiduría sino porque vivió santamente, dando ejemplo de las más admirables virtudes. Podemos fijarnos en aquellas que Cristo destaca en san Juan:
II. Pero el elogio termina en una aparente paradoja: «el más pequeño en el reino de los cielos es más grande que él». Porque san Juan Bautista era aún un profeta del Antiguo Testamento que anunciaba al que había de venir, aunque ya estaba en medio del mundo. En cambio, la nueva alianza, el Reino de Jesucristo, será tan superior que cualquiera en él será mayor que Juan. Porque Dios se nos ha dado en la Encarnación haciéndose Dios con nosotros (Mt 1, 23). Se nos da personalmente a cada uno en la gracia, y ha prometido que le veremos por toda la eternidad en el cielo si vivimos aquí en la tierra de acuerdo con nuestra condición de hijos suyos por el Bautismo, cumpliendo su santa Ley y ejercitándonos en la virtud.
En particular, podemos recordar hoy e imitar esas virtudes de las que decíamos nos da ejemplo san Juan Bautista:
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Por habernos traído a Jesús, la Virgen María su Madre es saludada con el título de Causa de nuestra alegría. En la Visitación, cuando llevaba a Jesús en su seno, saludó a Isabel: «en cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre» (Lc 1, 44).
Ella que protagoniza este tiempo de Adviento nos ayude a ser sembradores de gozo. Vivir en alegría y comunicar el verdadero sentido de la alegría cristiana a los demás. Sólo así podemos corresponder de algún modo al beneficio inmenso de haber querido el Señor hacerse Dios con nosotros, al darnos su gracia y la esperanza de la gloria del Cielo. Aquella alegría eterna que anunciaba el profeta:
«Llegarán a Sión con cantos de júbilo:
alegría sin límite en sus rostros.
Los dominan el gozo y la alegría.
Quedan atrás la pena y la aflicción» (Is 35, 10).