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«La teología, por lo mismo que es la ciencia de Dios, es el océano que contiene y abarca todas las ciencias, así como Dios es el océano que contiene y abarca todas las cosas»
Rito Romano Tradicional
Evangelio
Lc 21, 25-33:
Habrá signos en el sol y la luna y las estrellas, y en la tierra angustia de las gentes, perplejas por el estruendo del mar y el oleaje, esfalleciendo los hombres por el miedo y la ansiedad ante lo que se le viene encima al mundo, pues las potencias del cielo serán sacudidas. Entonces verán al Hijo del hombre venir en una nube, con gran poder y gloria. Cuando empiece a suceder esto, levantaos, alzad la cabeza; se acerca vuestra liberación». Y les dijo una parábola: «Fijaos en la higuera y en todos los demás árboles: cuando veis que ya echan brotes, conocéis por vosotros mismos que ya está llegando el verano. Igualmente vosotros, cuando veáis que suceden estas cosas, sabed que está cerca el reino de Dios. En verdad os digo que no pasará esta generación sin que todo suceda. El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán
Reflexión
I. La Iglesia, para cumplir su misión de santificar a los fieles, tiene establecido un método cuyo fin es identificarnos con Jesucristo, hacernos cada vez más semejantes a Él. Cada año celebra los diferentes aniversarios de los principales sucesos de la vida del Salvador a fin de mostrarnos las virtudes que Él practicó y nosotros sigamos participando de sus saludables efectos.
Es a lo que llamamos el Año Litúrgico. A través de él, la Iglesia actualiza el misterio de Cristo, con el fin de permitir a los fieles el vivir, día a día, la acción redentora del Salvador.
El Año Litúrgico se divide en tiempos (Pascua, Navidad, Adviento…). Cada uno de ellos, representa un aspecto del misterio de Cristo y nos trae consigo gracias especiales. Importa, pues, y mucho, conocer cuál sea el espíritu peculiar que caracteriza cada tiempo y procurar tener las disposiciones debidas, para aprovecharse de la eficacia que le es propia.
II. El año litúrgico comienza con el Adviento. Adviento significa venida. Y la venida de Cristo, anunciada ya por los Profetas, es doble:
Los Profetas del Antiguo Testamento no separaron estos dos Advenimientos; y tampoco los separa la Liturgia del Adviento. Además, estos dos Advientos tienen un mismo fin. Porque si el Hijo de Dios se ha abajado hasta nosotros en el Primer Advenimiento, haciéndose hombre, ha sido, precisamente, para hacernos subir hasta su Padre en su Segundo Adviento, introduciéndonos en su Reino. Es más, la sentencia que pronuncie el Hijo del hombre en el juicio, cuando venga por segunda vez a este mundo, dependerá del recibimiento que se le hubiere hecho cuando vino por vez primera.
Ahora se puede comprender bien qué papel que desempeña el Adviento.
Este Tiempo nos prepara, inmediatamente, a recibir con las disposiciones debidas a Jesús en su Primer Advenimiento, en las fiestas de Navidad.
Pero, por esto mismo, nos prepara a ser del número de los benditos de su Padre cuando llegue su Segundo Advenimiento.
Por eso, la Iglesia propone a nuestra consideración en este tiempo las promesas que Dios había hecho de enviar al Mesías para nuestra salvación; y los deseos de los fieles del Antiguo Testamento que esperaban su llegada.
Las lecturas de los profetas nos recuerdan cómo alentaron la esperanza de los que vivieron antes de la primera venida histórica de Cristo.
Pero debemos recordar esas promesas no como algo que se dijo en el pasado y que poca importancia tiene para nuestra vida de hoy sino a la luz de esa espera del momento en que venga el Hijo del hombre, en que Jesucristo venga en gloria a juzgar a vivos y muertos. Por eso, tanto la Epístola como el Evangelio de este Domingo contienen una apremiante llamada a estar vigilantes, a vivir preparados, a tener esperanza –fiados en la palabra de Jesucristo- en que algún día podremos alcanzar la felicidad eterna.
III. Toda la existencia del hombre es una constante preparación para ver al Señor, que cada vez está más cerca; el Señor debe encontrarnos atentos y con el alma dispuesta. Necesitamos enderezar los caminos de nuestra vida, volvernos hacia ese Dios que viene a nosotros.
Santa María, Esperanza nuestra, nos ayudará a vivir en este tiempo de Adviento de acuerdo con las enseñanzas de la Liturgia. Ella espera el nacimiento de su Hijo y todos sus pensamientos se dirigen a Jesús, que nacerá en Belén. Junto a Ella nos será fácil disponer nuestra alma para que la llegada del Señor no nos encuentre dispersos en otras cosas, que puedan distraernos de lo único verdaderamente importante: el encuentro con Jesús.