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«La teología, por lo mismo que es la ciencia de Dios, es el océano que contiene y abarca todas las ciencias, así como Dios es el océano que contiene y abarca todas las cosas»
Evangelio
Mc 8, 1-9.
En aquel tiempo: Habiéndose reunido otra vez una gran muchedumbre en torno de Jesús, y no teniendo que comer, llamando a sus discípulos, les dijo: Tengo compasión de esta gente, porque tres días ha que están conmigo, y no tienen que comer: y si los envío en ayunas a sus casas, desfallecerán en el camino, pues algunos de ellos han venido de lejos. Y sus discípulos le replicaron: Quien será capaz, y cómo, de procurarles pan abundante, en esta soledad? Y les preguntó: Cuántos panes tenéis? Respondieron: Siete. Mandó entonces a la gente que se sentara en el suelo. Y tomando los siete panes, dando gracias, los partió, y dio a sus discípulos para que los distribuyesen, y los distribuyeron entre la gente. Y tenían también algunos pececillos; bendíjolos también, y mandó distribuírselos. Comieron hasta saciarse, y de las sobras recogieron siete cestos. Y eran los que habían comido, como cuatro mil: y los despidió.
Daniel Halle: multiplicacion de los panes y los peces
Reflexión
El Evangelio de la Misa (Mt 14, 13-21) relata cómo el Señor realiza un portentoso milagro con unos pocos panes y peces: dar de comer a unas cuatro mil personas. Si a partir de lo poco sobró para alimentar a miles, fue exclusivamente por obra de Jesucristo. Esta intervención nos recuerda cómo la Providencia divina se inclina con amor hacia las necesidades del hombre.
Si la antigüedad pagana consideró a los dioses como enemigos o como alejados del hombre, Cristo hizo la gran revelación de un Dios Padre: Creador, Conservador y Gobernador. Dios tiene cuidado del mundo y de todas las cosas que ha creado, las conserva y gobierna con su infinita bondad y sabiduría, y nada sucede acá abajo sin que Dios lo quiera o lo permita pues hay cosas que Dios quiere y manda y otras que no las impide como es el pecado porque aun del abuso que el hombre hace de la libertad que Él le dio, sabe sacar bien y hacer que brille siempre más su misericordia o su justicia (cfr. Catecismo Mayor, 23-24)
Si Dios provee a las necesidades materiales de los hombres, más aún lo hace a las espirituales. En los profetas, leemos muchas veces que ésta es la gran promesa reservada a los que, escuchando su invitación, acuden a Él: Dios establecerá con ellos una alianza eterna que tendrá su cumplimiento en Jesús el Mesías. «Oíd, sedientos todos, acudid por agua también los que no tenéis dinero: Venid, comprad trigo; comed sin pagar vino y leche de balde» (Is 55,1).
El milagro del Evangelio de hoy presenta la realización de esos anuncios mesiánicos. La esperanza de los que habían seguido a Cristo sin preocuparse por la comida no quedó defraudada y se realizó en ellos la palabra de Isaías: Jesús, al mismo tiempo que multiplicaba los panes, alimentaba las almas con su palabra.
Esta multiplicación de los panes parece poner de relieve en primer término y garantizar la auténtica misión humano-redentora de Jesús. Es una garantía divina de aquella recomendación del mismo Cristo: «Buscad primero el reino de Dios y su justicia, y todo lo demás se os dará por añadidura» (Mt 6, 33). Por fundamentarse el cristianismo en la caridad, con todas sus exigencias, no permite el aislamiento social de la conciencia egoísta. Hay problemas humanos de tipo social y material —planteados por el egoísmo y la injusticia de los hombres— que entran de lleno en la misión del Evangelio: tal es la cuestión social.
Es propio del cristiano afrontar los problemas existentes en estos terrenos, buscando soluciones con una caridad efectiva, sobrenaturalizando y completando las exigencias de la justicia. Y sin olvidar que con independencia de los bienes de que disfrutemos en la tierra, la muerte nos los arrebatará: «¿qué aprovechará al hombre ganar el mundo entero si pierde su alma?» (Mt 16,26).