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«La teología, por lo mismo que es la ciencia de Dios, es el océano que contiene y abarca todas las ciencias, así como Dios es el océano que contiene y abarca todas las cosas»
La Misa del Domingo XIV del Tiempo Ordinario comienza pidiendo cumplir cuanto se significa en el nombre de cristiano (or.colecta).
Los bautizados, tomando nuestro nombre de Cristo, nos llamamos cristianos: «Después de administrado el Bautismo, unge el Sacerdote al bautizado con el Crisma en la coronilla de la cabeza, para que sepa que desde este día está incorporado con Cristo como miembro con su cabeza y unido con su cuerpo, y que por eso se llama cristiano de Cristo, como Cristo de Crisma» (Catecismo Romano).
Cuando fuimos bautizados declaramos que renunciábamos a Satanás y al mundo, y que nos entregábamos enteramente a Jesucristo. Después de haber entrado en la Iglesia conocimos la voluntad y leyes de Dios, hemos recibido la gracia de los sacramentos y por lo tanto tenemos que vivir de acuerdo a esos principios: la voluntad de Dios que conocemos a través de su santa Ley y su gracia que nos llega, especialmente, a través de los sacramentos dignamente recibidos.
I. Llevar el nombre de cristiano implica cumplir los mandamientos de la que nos habla la 1ª lectura [Ciclo C: Dt 30, 10-14]
El cumplimiento de la Ley de Dios de no es tan difícil, puesto que «está muy cerca de ti, está en tu boca y en tu corazón, para que puedas cumplirla» (v. 14). Es decir, pueden ser entendidos y cumplidos por el hombre con la ayuda de la gracia. Si san Pedro llama a la Ley un yugo que no podían soportar los padres, piensa en la Ley sin la gracia [Hch 15, 10] y san Pablo explica la maravilla que obra en nosotros la fe en Cristo, superior a la Ley Antigua [Rom 10, 5-10]. Jesús declara que su yugo es excelente y su carga liviana [Mt 11, 30] (cfr. Mons. STRAUBINGER in Dt 30, 11ss).
II. Por tanto, para cumplir cuanto se significa en el nombre de cristiano necesitamos la gracia de Dios
«La gracia de Dios es un don interno, sobrenatural, que se nos da, sin ningún merecimiento nuestro, por los méritos de Jesucristo, en orden a la vida eterna» (Catecismo Mayor).
Sin el socorro de la gracia de Dios no podemos con solas nuestras fuerzas hacer ninguna cosa que nos ayude para la vida eterna y Dios nos la comunica principalmente por medio de los santos sacramentos. El más excelente de todos los sacramentos es la Eucaristía, porque encierra, no sólo la gracia, sino a Jesucristo, autor de la gracia y de los sacramentos. Pero los sacramentos más necesarios para salvarnos son dos: el Bautismo y la Penitencia; el Bautismo es necesario a todos, y la Penitencia es necesaria a todos los que han pecado mortalmente después del Bautismo.
De todos ellos encontramos un anuncio en la parábola que hemos escuchado en el Evangelio, pues como explica San Ambrosio, Cristo es el Buen Samaritano que «que no despreció a aquel que había sido preterido por el sacerdote y el levita […] habiendo visto a un hombre medio muerto, al que nadie había querido curar, se llegó a él, es decir, compadecido de nuestra miseria, se hizo íntimo y prójimo nuestro para ejercitar su misericordia con nosotros» (in Luc. 7, 73).
El mismo Señor se dignó dejar en la Iglesia los Sacramentos sancionados con su palabra y promesa, por los cuales creyésemos sin duda que se nos comunica verdaderamente como por un conducto el fruto de su Pasión, esto es la gracia que nos mereció en el ara de la Cruz con tal que cada uno de nosotros se aplique a sí mismo piadosa y religiosamente esta medicina (Cfr. Catecismo Romano II, 1, 14).
III. Nuestro Padre Dios ejerce su misericordia sobre nosotros cada vez que nos hace llegar su gracia, y en la Salve rezamos a la Virgen: Dios te salve, Reina y Madre de misericordia. Que nosotros nos dispongamos a acoger la gracia y la misericordia de Dios con corazón agradecido y ejerzamos también la misericordia con nuestros prójimos y hermanos en cualquier necesidad que se encuentren.