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30 junio 2019 • Rito Romano Tradicional

Marcial Flavius - presbyter

3er. Domingo después de Pentecostés: 30-junio-2019

Evangelio

Lc 15, 1-10

En aquel tiempo: Se acercaban a El todos los publicanos y pecadores para oírle, y los fariseos y escribas murmuraban, diciendo: Este acoge a los pecadores y come con ellos. Propúsoles esta parábola, diciendo: ¿Quién habrá entre vosotros que, teniendo cien ovejas y habiendo perdido una de ellas, no deje las noventa y nueve en el desierto y vaya en busca de la perdida hasta que la halle? Y, una vez hallada, la pone alegre sobre sus hombros, y, vuelto a casa, convoca a los amigos y vecinos, diciéndoles: Alegraos conmigo, porque he hallado mi oveja perdida. Yo os digo que en el cielo será mayor la alegría por un pecador que haga penitencia que por noventa y nueve justos que no necesitan de penitencia. ¿O qué mujer que tenga diez dracmas, si pierde una, no enciende la luz, barre la casa y busca cuidadosamente hasta hallarla? Y, una vez hallada, convoca a las amigas y vecinas, diciendo: Alegraos conmigo, porque he hallado la dracma, que había perdido. Tal os digo que será la alegría entre los ángeles de Dios por un pecador que haga penitencia..

Reflexión

I. La Misa de este día es la del tercer Domingo después de Pentecostés que se halla íntimamente relacionada con la fiesta que hemos celebrado: el Sagrado Corazón de Jesús.

A pesar de estar compuestos con mucha anterioridad a la institución de dicha fiesta, es fácil demostrar la adaptación fiel y natural de los textos de esta Misa a la del Corazón sacratísimo de Jesús, de suerte que parecen estar compuestos para ella. Porque la liturgia celebra hoy la misericordia de Dios para con nosotros, en nuestra condición de pecadores.

Jesucristo no vino a llamarnos porque somos justos, sino por ser pecadores, y el Espíritu Santo vino a establecer el Reino de Dios en nosotros y Él mismo Espíritu sostiene la fecundad de la vida cristiana. Por el ES somos instruidos y formados en los mandatos del Maestro divino que ascendió a los cielos. Y lo primero la enseña a orar, porque la oración, decía el Señor, es obra de todos los días y de todos los instantes (Lc 18, 1(, y con todo eso, no sabemos qué es lo que hemos de pedir, ni cómo debemos hacerlo. Pero lo sabe quien nos ayuda en nuestra indigencia, y el mismo Espíritu pide por nosotros con gemidos inenarrables (Rom 8, 26).

En toda la Misa del Domingo infraoctava del Sagrado Corazón, -ya desde el introito- se respira, pues, este aroma de oración, apoyada sobre el humilde arrepentimiento de las faltas pasadas, y de confianza en la misericordia infinita.

Mírame, y ten piedad de mí, Señor: porque estoy solo, y soy pobre: mira mi humillación, y mi trabajo: y perdona todos mis pecados, oh Dios mío. — Salmo: A ti, Señor, elevo mi alma: en ti confío, Dios mío, no quede yo avergonzado. V. Gloria al Padre.

II. Las parábolas de la oveja y de moneda perdidas y vueltas a encontrar, exponen en forma familiar esta doctrina, que es verdaderamente el centro de la enseñanza del Salvador. Por los pecadores se encarnó el Verbo y quiso tomar un corazón de carne para testimoniarles su amor, y quiso también que se supiere que una de sus mayores glorias es encontrar un alma perdida; sus amigos del cielo participan de esta gloria, quiere que todos la experimenten.

Nosotros también, sobre la tierra, tenemos derecho a esta participación. ¿Cómo podrían permanecer indiferentes a este bien, aquellos que aman al Sagrado Corazón y se unen íntimamente a todos sus sentimientos? Pero, reconcentrándonos en nosotros mismos, debemos añadir a la alegría y alabanza que hace renacer, un sentimiento de profunda gratitud, diciendo con San Juan Eudes:

«¡Qué te devolveré, oh mi Salvador, y qué haré por tu amor, a Ti que me has librado de caer en los profundos abismos del infierno, tantas veces como yo me he expuesto con mis pecados, o que hubiera caído, si tu bondadosísimo Corazón no me hubiera preservado!»[Coeur admirable, 1, XIII, p. 246].

III. La Epístola de San Pedro llama felices a aquellos que, viendo en la prueba la mano de Dios, se sometieron a esta mano poderosa con amor y confianza. Nada habrá podido contra estas almas fuertes en la fe el rugiente león. Unieron alegremente sus padecimientos a los de Cristo, y saltarán de gozo en la manifestación eterna de su gloria, que será su herencia eternamente.

Vivifíquennos, Señor, estos tus santos Misterios, que hemos recibido: y haz que, purificándonos, nos preparen la eterna (Misal Romano: Poscomunión)

ELABORADO A PARTIR DE: D. GUERANGUER, Año Cristiano