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8 junio 2019 • Rito Romano Tradicional

Marcial Flavius - presbyter

Domingo de Pentecostés: 9-junio-2019

Evangelio

Jn 14, 23-31: En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos:

«El que me ama guardará mi doctrina, mi Padre lo amará y mi Padre y yo vendremos a él y viviremos en él. El que no me ama no guarda mi doctrina; y la doctrina que escucháis no es mía, sino del Padre que me ha enviado».

«Os he dicho estas cosas estando con vosotros; pero el defensor, el Espíritu Santo, el que el Padre enviará en mi nombre, Él os lo enseñará todo y os recordará todo lo que os he dicho».

«La paz os dejo, mi paz os doy; no como el mundo la da, os la doy yo. No estéis angustiados ni tengáis miedo. Ya sabéis lo que os he dicho: Me voy, pero volveré a estar con vosotros. Si me amáis, os alegraréis de que me vaya al Padre, porque el Padre es mayor que yo. Os lo he dicho ahora, antes que suceda, para que cuando suceda creáis. No hablaré ya muchas cosas con vosotros, porque el príncipe de este mundo está para llegar. No tiene poder sobre mí; pero debe ser así para que el mundo conozca que yo amo al Padre y que hago lo que el Padre me ha ordenado».

Maino: «Pentecostes» (1620-1625; Museo del Prado)

Reflexión

I. “Pentecostés” era el nombre de una fiesta religiosa que los judíos celebraban cincuenta días después de Pascua en memoria de la ley dada por Dios en el monte Sinaí, después de ser librados del cautiverio del Faraón.

La fiesta de Pentecostés tiene para los cristianos un sentido nuevo. En ella se celebra la venida del Espíritu Santo sobre la Iglesia cincuenta días después de la resurrección de Cristo como nos relata san Lucas en los Hechos de los Apóstoles (1º Lect). Ese día, por tanto cincuenta días después de la Resurrección de Jesucristo, estaban los Apóstoles reunidos en el Cenáculo en compañía de la Virgen María y de otros discípulos. Allí, perseveraban en oración, esperando al Espíritu Santo que el Señor les había prometido y que bajó sobre ellos, manifestándose de forma visible en los signos exteriores del viento y el fuego. El Espíritu Santo les confirmó en la fe, les llenó de luz, de fortaleza, de caridad y de la abundancia de todos sus dones: «Los Apóstoles, después que fueron llenos del Espíritu Santo, de ignorantes se trocaron en conocedores de los más profundos misterios y de las Sagradas Escrituras, de tímidos se hicieron esforzados para predicar la fe de Jesucristo, hablaron diversas lenguas y obraron grandes milagros». (Catecismo Mayor)

II. El Espíritu Santo es la tercera Persona de la Santísima Trinidad, Dios eterno, infinito, omnipotente, Creador y Señor de todas las cosas, como el Padre y el Hijo. Y aunque las tres divinas Personas nos santifican igualmente, La santificación de las almas se atribuye en particular al Espíritu Santo porque es obra de amor.

Por eso los signos exteriores que ocurrieron en Pentecostés son una imagen sensible de la acción que el Espíritu Santo obra en las almas cristianas para santificarlas, al aplicarles en forma de gracia los méritos de Jesucristo (Cfr. Mons. STRAUBINGER in Hch 2, 2-3):

  • El viento que llenó toda la casa es sinónimo de espíritu, es decir, algo que sopla desde afuera y es capaz de animar lo inanimado. Como el viento levanta y anima a una hoja seca e inerte, así el divino Espíritu vivifica a nuestras almas, de suyo incapaces para la virtud.
  • Las llamas nos muestran cómo por el fuego del Espíritu Santo se consuma ese renacimiento espiritual que Jesús había anunciado a Nicodemo: «En verdad, en verdad, te digo, si uno no nace del agua y del espíritu, no puede entrar en el reino de los cielos» (Jn. 3, 5)
  • Ese fuego en forma de lenguas simbolizan el don de la palabra que los presentes recibieron inmediatamente, y su eficacia para predicar las maravillas de Dios. El espíritu es difusivo. Por eso se dice que el cristiano doquiera va, lleva consigo a Cristo y lo difunde. También Jesús dice que la luz ha de ponerse sobre el candelero para que alumbre toda la casa.

III. . Lo ocurrido en Jerusalén el día de Pentecostés, el hecho histórico de la venida del Espíritu Santo que conmemoramos hoy no fue un hecho aislado. Aquellas lenguas de fuego eran símbolo de la acción sobrenatural que el Espíritu Santo realiza en el cristiano que vive en gracia.

Con la intercesión de la Virgen María, procuremos preparar bien nuestros almas para que el Espíritu Santo nos llene con sus gracias, nos fortalezca y santifique como a los primeros discípulos. Y seamos fieles para corresponder a sus dones.

«Oh Dios, que enseñaste en este día a los corazones de los fieles con la ilustración del Espíritu Santo: haz que, guiados por este mismo Espíritu, saboreemos la dulzura del bien, y gocemos siempre de sus divinos consuelos. Por nuestro Señor…. en la unidad del mismo Espíritu Santo…» (Misal romano, oración colecta)