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18 mayo 2019 • Rito Romano Tradicional

Marcial Flavius - presbyter

IV Domingo después de Pascua: 19-mayo-2019

Evangelio

Jn 16, 15-14: En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: “Ahora vuelvo al que me envió, y ninguno de vosotros me pregunta: ¿A dónde vas?, sino que, porque os he dicho estas cosas, la tristeza ha llenado vuestro corazón. Pero os digo la verdad: os conviene que yo me vaya; porque si no me voy, el defensor no vendrá a vosotros; y si me voy, os lo enviaré.

Cuando Él venga demostrará al mundo en qué está el pecado, la justicia y la condena. El pecado consiste en que no creen en mí; la justicia, en que me voy al Padre y no me veréis más, y la condena, en que el príncipe de este mundo está ya condenado.

Muchas cosas tengo que deciros todavía, pero ahora no estáis capacitados para entenderlas. Cuando venga él, el Espíritu de la verdad, os guiará a la verdad completa. Pues no os hablará por su cuenta, sino que os dirá lo que ha oído y os anunciará las cosas venideras”.

Discurso última Cena

Reflexión

A partir del tercer Domingo después de Pascua, la Iglesia dirige nuestra mirada para prepararnos a celebrar los misterios de la Ascensión de Cristo y de Pentecostés. Por eso, en los Evangelios no escuchamos ya los relatos de las apariciones del resucitado, sino el discurso del Salvador la noche de la Última Cena en el que se nos habla de esa vida nueva y sobrenatural de la gracia que hemos recibido por el bautismo.

I. “Os digo la verdad… El Espiritu de la verdad, os guiará a la verdad completa” (Ev. Jn 16, 5-14). El mismo Jesús había dicho de sí mismo: “Yo soy el camino, y la verdad y la vida” (Jn 14, 6). Aquí se nos coloca, por tanto, ante la cuestión de la verdad: ¿Existe la verdad? ¿Es posible conocerla? ¿O sólo cabe preguntarse, como Pilato ante Jesús: “¿qué es la verdad?” (Jn 18, 38).

El relativismo predominante en nuestros días no reconoce nada como definitivo y deja como última medida sólo el propio yo.

Esta situación nace en gran manera de la exaltación desmedida de la libertad individual. Sin embargo, sabemos que Jesús ha dicho: “la verdad os hará libres” (Jn 8, 32) es decir, no hay libertad fuera o contra la verdad.

La libertad no es un fin absoluto en sí mismo, sino más bien un medio para el bien, la verdad y la justicia. La libertad se nos concede propiamente para el bien. Si la libertad individual se convierte en el criterio que configura la verdad, caemos en el subjetivismo y el individualismo y surgen tantas hipotéticas verdades como individuos, lo cual es un absurdo. Uno de los rasgos de la verdad es su unicidad, pues la existencia de varias verdades sobre una misma realidad sería la propia destrucción de la verdad.

Por tanto, no es el sujeto individual el que configura la verdad según su propio parecer, sino que la verdad corresponde a la realidad objetiva del ser de las cosas. De ahí que, si bien hay cuestiones que ciertamente pueden ser opinables y hay normas que pueden depender del acuerdo humano, es necesario reconocer la existencia de un orden moral objetivo, superior tanto a la persona individual como al Estado o a la decisión de una mayoría. Tal es la Ley Natural, impresa por Dios en el corazón de todos los hombres y que éstos pueden descubrir con la luz de la razón y con rectitud de conciencia.

II. Pero, además del acceso al conocimiento de la verdad por las luces de la razón que Dios ha dado al hombre, gracias a la Revelación podemos llegar a adherirnos a la plenitud de la verdad, porque Dios es la suma Verdad y se nos ha manifestado en Jesucristo. “Cuando empero, venga aquel Espíritu de verdad, Él os enseñará toda la verdad. Porque no hablará de por sí, sino que dirá las cosas que haya oído, y os anunciará las venideras” (v. 13).

El Espíritu Santo, que en el AT “habló por los Profetas”, inspiró también los libros del Nuevo, que presentan las enseñanzas de Jesús, desenvuelven su contenido y revelan las cosas futuras, objeto de nuestra esperanza. No significa, pues, que cada uno de nosotros haya de recibir una revelación particular del Espíritu Santo, sino que debemos preocuparnos por conocer las profecías bíblicas y no despreciarlas. Hoy solemos interesarnos poco por las profecías, a las cuales la Sagrada Escritura dedica, sin embargo, gran parte de sus páginas. En el Eclesiástico (39, 1) se nos muestra el estudio de las profecías como ocupación característica del que es sabio según Dios (cfr. Am. 3, 7 ss). “Doctrina y profecía tienen la misma íntima relación que conocimiento y deseo. Lo primero es doctrina, o sea conocimiento y fe; lo segundo es profecía, o sea esperanza y deseo vehementísimo, ambicioso anhelo de unión que quisiera estar soñando en ello a toda hora, y que con sólo pensar en la felicidad esperada, nos anticipa ese gozo tanto más eficazmente cuanto mayor sea el amor. ¿Cómo podría entonces concebirse que hubiera caridad verdadera en un alma despreocupada e indiferente a las profecías?” (cfr. Rm. 15, 4) (Mons.STRAUBINGER in Jn 14, 13 y 1 Ts. 5, 20).

Por eso, seamos fieles al testimonio y al mensaje de Jesús, pues Él nos ha dicho: “Si permanecéis en mi palabra, seréis discípulos míos; conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres” (Jn 8, 31-32). Hagamos nuestra la exhortación de la Epístola a llevar una vida conforme a la verdad conocida y recibida (1, 17-21).

Nótese el vigor de la expresión del apóstol Santiago: la palabra de la verdad nos engendra de nuevo (cfr. 1 Pe. 1, 23). Tal es la virtud propia de esa palabra, al entrar en nuestra alma como semilla de vida, que, como se añade en el v. 21, “esa palabra ingerida” es capaz de salvar nuestras almas (Id. in  St 1, 18).

Con María Santísima, meditemos en nuestro corazón las enseñanzas de su divino Hijo y vivamos en la verdad, de acuerdo con la fe que profesamos.