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«La teología, por lo mismo que es la ciencia de Dios, es el océano que contiene y abarca todas las ciencias, así como Dios es el océano que contiene y abarca todas las cosas»
Evangelio
Mt 21, 33-46:
Escuchad otra parábola : Érase un padre de familias, que plantó una viña, y la cercó de vallado, y cavando hizo en ella un lagar, edificó una torre , la arrendó después a ciertos labradores, y se ausentó a un país lejano. Venida ya la sazón de los frutos, envió sus criados a los renteros, para que percibiesen el fruto de ella. Mas los renteros, acometiendo a los criados, apalearon al uno, mataron al otro, y al otro le apedrearon. Segunda vez envió nuevos criados en mayor número que los primeros , y los trataron de la misma manera. Por último les envió su hijo, diciendo para consigo: A mi hijo por lo menos le respetarán. Pero los renteros al ver al hijo, dijeron entre sí: Este es el heredero, venid, matémosle, y nos alzaremos con su herencia. Y agarrándole le echaron fuera de la viña , y le mataron. Ahora bien , en volviendo el dueño de la viña, ¿qué hará a aquellos labradores? Hará, dijeron ellos, que esta gente tan mala perezca miserablemente; y arrendará su viña a otros
labradores que le paguen los frutos a sus tiempos. ¿ Pues no habéis jamas leído en las Escrituras, les añadió Jesús: La piedra que desecharon los fabricantes, esa misma vino a ser la clave del ángulo? El Señor es el que ha hecho esto, y es una cosa admirable a nuestros ojos. Por lo cual os digo, que os será quitado a vosotros el reino de Dios, y dado a gentes que rindan frutos de buenas obras. Ello es , que quien se escandalizare o cayere sobre esta piedra, se hará pedazos ; y ella hará añicos a aquel sobre quien cayere. Oídas estas parábolas de Jesús, los príncipes de los sacerdotes y los Fariseos entendieron que hablaba
por ellos. Y queriendo prenderle , tuvieron miedo al pueblo; porque era mirado como un Profeta.
Parábola de los viñadores malvados, óleo sobre lienzo de Diego Quispe Tito (1667 aprox.), Museo de Arte Religioso, Cuzco, Perú
Reflexión
I. Con frecuencia, la Sagrada Escritura nos presenta la relación de Dios y los hombres con la imagen de una viña que es amada y cuidada, pero que no produce los frutos que se esperaban de ella haciendo inútiles los trabajos que por ella llevó a cabo su dueño. Incluso, como leemos en la parábola del Evangelio de este viernes de la segunda semana de Cuaresma, el amo se ve defraudado por los viñadores homicidas que no le entregaron el producto de la tierra y mataron a su hijo para apoderarse del terreno (Mt 21, 33-46).
«La viña del Señor de los Ejércitos es la casa de Israel» (Is 5, 7). El pueblo elegido es la viña predilecta del Señor. La aplicación a la vida del cristiano es fácil de hacer: Dios ofrece al hombre múltiples dones (la vida, la fe, familia, una vocación a una forma concreta de vida…) y espera por parte del hombre una respuesta, espera frutos de santidad, espera que el hombre se transforme interiormente y dé frutos apostólicos para el bien de los demás. Injertado en Cristo por el bautismo, el cristiano tiene que producir frutos de vida eterna.
Los viñadores representan al pueblo judío que rechazó al Mesías y, por eso, fue desechado. Esta parábola nos enseña también a nosotros que el privilegio del don de Dios no se entrega sin grandísima responsabilidad. (Mons. Straubinger).
II. A la luz de esta enseñanza, hoy podemos reflexionar sobre el tiempo y los dones que Dios nos ha concedido en la vida. Y preguntarnos: ¿Hemos aprovechado con inteligencia y voluntad los talentos recibidos? ¿O hemos dejado pasar el tiempo, distraídos y pensando en nosotros mismos?
Los frutos están en relación con la propia generosidad, con la capacidad de entregarse uno mismo a las tareas que tiene encomendadas en la vida, pero lo decisivo es hacer todo en unión con Jesucristo que es el criterio que nos señala el Evangelio: «¿No habéis leído nunca en las Escrituras: “La piedra que desecharon los que edificaban, esa ha venido a ser cabeza de esquina; el Señor es quien hizo esto, y es un prodigio a nuestros ojos?”».
Jesucristo, al aplicarse a sí este pasaje del salmo 118, hace ver que la verdadera «piedra angular» del mesianismo es El, como fundamento y como coronación sustentadora, y eso a pesar de que los «edificadores» de Israel, sus dirigentes religiosos, rechazaban esta «piedra», que era la fundamental de todo el edificio mesiánico. «Y quien cayere sobre esta piedra, se hará pedazos; y a aquel sobre quien ella cayere, lo hará polvo». En este último versículo se expresa lo que será el efecto de esta «piedra» rechazada por los edificadores judíos. Si ellos chocan contra Él—los autores de su muerte—, se estrellarán contra El; y si El, su justicia, tiene que venir contra ellos, entonces los aplastará. Es el pensamiento que acababa de anunciarles: el dueño de la viña «irá (y) matará a los viñadores» homicidas (Mc-Lc).
«Admonición tremenda para los “gentiles” llamados a la salud mesiánica, es decir, para nosotros. Israel es el olivo de cuya raíz creció el cristianismo, y los gentiles son el olivo silvestre injertado en él. Adoremos la bondad de Dios que, entre tantos, nos ha elegido para hacernos herederos de las más preciosas riquezas (Ef 2, 11ss) en el Misterio de Cristo Jesús, y miembros vivos de su Cuerpo místico» (Mons Straubinger, in: Rom 11, 17ss).
Los judíos no fueron fieles a su vocación. Ahora, reconociendo en la fe nuestra nueva dignidad de bautizados, de hijos de Dios, los cristianos somos llamados a llevar en adelante una «vida digna del Evangelio de Cristo» (Flp 1,27). Por los sacramentos y la oración recibimos la gracia de Cristo y los dones de su Espíritu que nos capacitan para ello.
Acudamos a los méritos y a la intercesión de la Virgen María para que podamos vivir cada día de acuerdo con nuestra condición de hijos de Dios y dando muchos frutos para la vida eterna.