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14 septiembre 2018 • Unas lecturas especialmente recomendadas

Emilio Domínguez Díaz

Verano literario

Aquí os muestro un fehaciente recorrido literario de mi verano; un verano que, en distancia, ha llegado hasta los casi 16.000 km que separan el tórrido agosto de Extremadura de un benigno invierno en la Gold Coast australiana.

Durante el curso, nuestras «necesidades» académicas o laborales nos impiden la elección de lecturas o re-lecturas que tenemos en cartera. Y mira que leemos y nos reciclamos. Pero no nos da la vida y somos incapaces de satisfacer nuestro deseo literario, ese que no se impone.

Por eso, decidí trazar un mapa y marcar 7 obras que, en 2 meses, quería conocer o recordar por motivos varios. Desgraciadamente, me quedé en 6 destinos. Me faltó uno de los inicialmente propuestos al que prometo arribar cuando la rutina y los vientos sean más propicios. Cuestión de tiempo.

Inicialmente, Eric Blair (aka George Orwell) de mi buen amigo Jesús Isaías Gómez. Las ideas y mensajes de su obra me han permitido, de manera general y vía ensayo, descubrir las dotes vaticinadoras a través de «El último hombre de Europa». En todos sus capítulos y a lo largo de la obra «orwelliana» podemos llegar al diagnóstico de los males que asolan la cultura occidental y, por ende, el declive del Viejo, cada vez con más razón, Continente. Orwell se suma a Chesterton o mi querido Roy Campbell en esa faceta anticipativa de malos augurios.

Luego, lejos de España, me acordé de «Patria» de Fernando Aramburu. Normal, ¿no? Entre los rascacielos de Sydney, pude refrendar los males que la sociedad vasca ha padecido por la presión abertzale desde diversos puntos de mira, Iglesia incluida. La realidad supera la ficción y la obra es fiel retrato de lo tristemente acaecido en las Vascongadas en esos años de un continuo e incesante plomo que generaba un miedo intolerable en cualquier estado que se precie democrático.

Después, como he vivido en primera persona las falacias del Comisionado de la Ley de Memoria Histórica y sus marionetas, quería encontrar reminiscencias en «1984». Por ello, fui a su encuentro. Además, desde la visita de Stanley Payne a Madrid hace unos meses, ya se habían oído los cantos de sirena de la futura Comisión de la Verdad. Eso sí, yo no me tapé los oídos ni cerré los ojos en la relectura sobre Winston Smith y su rebelión somatizada. Quería buscar referentes de lo que, semanas después, anunciaría el profanador de tumbas desde las alturas de La Paz. ¡Qué mala es la altitud! ¡Y sus consecuencias! Aunque en un Falcon 900 o un Super Puma, se viaja de maravilla. No es barrera pero, seguro, que también se divisa bien el panorama. Los problemas patrios, no. Para eso, el «hueso» (entiéndase el doble concepto) de Franco sirve como entretenimiento y opio de esos nuevos villanos aupados a héroes.

«Matar a Leonardo Da Vinci» de Christian Gálvez fue una gran opción tras el sentimiento de convulsión que Orwell me había dejado. Un respiro, un refrescante y renacido soplo de arte, historia, poder, religión, intriga, pasión, «vendetta». Todos de la partida. ¿Alguien da más?: «Pasapalabra». Un gran descubrimiento.

La resaca de las casi 27 horas de aeropuerto oceánico a aeropuerto hispano me puso en camino de seguir el rastro de Egeria y su viaje. Un extenso recorrido por tierras africanas narrado a modo de guía de viajes a finales del siglo IV. La precisión de los lugares, teniendo en cuenta los medios y limitaciones de la protagonista hace tantos siglos, me resultó excelsa. No me cabe la menor duda de que Begoña, nuestra primera dama, lo tiene como libro de cabecera tras su «eléctrico» destino en el IE gracias al «Africa Center», ese caprichito del marqués a cambio de alguna que otra futura subvención estatal.

Y llegaba al destino final con la página de septiembre en el calendario. Tocaba reflexión, trascendencia y espiritualidad no exentas de valor, compromiso y rebeldía. Tocaba Roy Campbell y su «Mithraic Emblems», aposento de sonetos toledanos repletos de la furia y rebeldía que nuestra desafortunada Guerra Civil Española requería en sus albores. Roy fue testigo y, contra viento y marea, así nos lo legó.

El tránsito conversional del poeta, su pleno convencimiento, su osado desafío y el descubrimiento de la nueva fe son razones de peso para, detenidamente, leer su musculosa poesía, saber tomar las curvas y salvar los obstáculos que los nuevos tiempos ponen en la tortuosa travesía que hemos de emprender.