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1 julio 2018 • "Y en seguida brotó sangre y agua"

Marcial Flavius - presbyter

Fiesta de la Preciosísima Sangre de Nuestro Señor Jesucristo: 1-julio-2018

Rito Romano Tradicional

Evangelio

Jn 19, 30-35: En aquél tiempo: Después de beber el vinagre, dijo Jesús: «Todo se ha cumplido». E inclinando la cabeza, entregó su espíritu. Era el día de la Preparación de la Pascua. Los judíos pidieron a Pilato que hiciera quebrar las piernas de los crucificados y mandara retirar sus cuerpos, para que no quedaran en la cruz durante el sábado, porque ese sábado era muy solemne. Los soldados fueron y quebraron las piernas a los dos que habían sido crucificados con Jesús. Cuando llegaron a él, al ver que ya estaba muerto, no le quebraron las piernas, sino que uno de los soldados le atravesó el costado con la lanza, y en seguida brotó sangre y agua. El que vio esto lo atestigua: su testimonio es verdadero y él sabe que dice la verdad, para que también vosotros creáis.

Reflexión

Esta Fiesta es una continuación del Viernes Santo y de las del Corpus Christi y Sagrado Corazón. Fue instituida por el papa Pío IX y San Pío X la fijó el 1 de julio como la celebramos hoy.

Ocupa un lugar preeminente porque nos invita a considerar el punto central de la Redención y a meditar sobre la Pasión de Cristo. Por este culto a la preciosa Sangre agradecemos a Nuestro Señor la Redención como una victoria ya obtenida, nos gozamos y alegramos de vernos entre el número de los redimidos. Y damos culto de latría a la Sangre del Redentor, reconociéndole especialmente una virtud salvadora.

La antífona del Introito, tomada del libro del Apocalipsis nos traslada al Cielo, donde oímos el canto de acción de gracias de los bienaventurados: «Nos redimiste, Señor, con tu sangre» (Ap 5, 9-10) A continuación el salmo 84 proclama la misericordia y fidelidad divinas, atributos de los que es testigo la preciosa sangre.

La Epístola (Heb 9, 11-15) nos enseña que si de la sangre de las víctimas que se inmolaban en el AT en el Templo de Jerusalén resultaban tan grandes efectos, cuánto más de la virtud de la sangre del sacrificio de Cristo. Recordar, a través de esta fiesta, que Jesucristo nos redimió, y que el precio de la Redención fue su preciosísima Sangre, es contemplar el misterio de Cristo crucificado y recordarnos:

  • El carácter sacrificial de la muerte de Cristo,
  • de la santa Misa,
  • y de nuestra propia vida cristiana.

Y eso por muchos motivos entre los cuales podemos señalar tres:

1º El primero, para mostrarnos la grandeza de su amor: «En eso se manifiesta el amor de Dios para con nosotros, que siendo nosotros aún sus enemigos, mandó a su Hijo a morir por nosotros, para que en su Sangre pudiésemos ser salvos» (Rom 5 8-9).

2º El segundo, para mostrarnos el valor de nuestra alma: «No habéis sido comprados con oro ni con plata corruptibles, sino con la Sangre de Cristo, Cordero inmaculado» (I Pe 1, 18-19); «habéis sido comprados a gran precio: glorificad y llevad a Dios en vuestros cuerpos» (I Cor 6, 20).

3º El tercero, para mostrarnos la malicia del pecado pues Cristo sufrió esta muerte para nuestra redención. «No contento con purificarnos, el Salvador nos ha enriquecido, pues nos mereció con su muerte la gracia santificante y la felicidad celeste. Por lo tanto, considerando que la Sangre de Cristo ha sido el precio de nuestro rescate, ¿no nos sentimos inducidos a guardarnos más cuidadosamente de toda caída?»(S. Tomás).

Por último, la antifona de Comunión hace resaltar al final de la Misa un pensamiento esjatologico («Una sola vez fue Cristo inmolado, para destruir los pecados de muchos: por segunda vez, destruido el pecado, aparecerá para salvar a los que le esperan»: Heb 9, 28). Se ponen así en relación las dos venidas de Cristo: en la primera apareció cubierto con su propia sangre, en la segunda vendrá revestido de gloria para salvar a los que le esperan: «Aparecerá, no ya para ofrecerse en sacrificio por el pecado, sino para dar la salud eterna a todos aquellos que le esperan con amorosa impaciencia, deseando su eterna libertad» (S. Juan Crisóstomo).

Hacemos nuestra para terminar la petición de la oración colecta: que la eficacia de la sangre redentora de Cristo nos libre de los males de la vida presente para gozar de su fruto en el Cielo donde podamos sumarnos al la acción de gracias de los santos por toda la eternidad: «Nos redimiste, Señor, con tu sangre».