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10 mayo 2017 • ¿Entonces cómo explicar que los males sociales y las desigualdades e injusticias persistan en las sociedades democráticas? • Fuente: Anotaciones de Javier Barraycoa

Javier Barraycoa

“Ni Dios, ni Patria, ni Rey”

Los Reyes Católicos en el acto de administrar justicia, de Víctor Manzano y Mejorada (1831-1865). Palacio Real de Madrid

Esta pintada, “Ni Dios, ni Patria, ni Rey”, aparecía hace unos días en una ermita de Santa Margarida de les Lloses, en la comarca del Ripollès (Barcelona). Los pobres diablos, factótums del hecho, posiblemente eran inconscientes de la responsabilidad moral de la profanación de un lugar de culto sagrado. También el hecho demuestra que, o bien la ESO ha hecho más estragos de lo que imaginábamos, o bien en la psiqué colectiva queda latente un resentimiento hacia todo lo que fue la vieja Cristiandad y que en la modernidad se expresó en el carlista lema “Dios, Patria y Rey” que se transmitía de generación en generación como la proclama de una Tradición recibida que no quería morir.

Que, en pleno siglo XXI, unos sátrapas del spray culpabilicen a los pilares de la Tradición de los males que ha generado la sociedad posmoderna, fruto de la dictadura de la voluntad general roussoniana, es indicativo de algo. La frustración contra los efectos de la democracia moderna se debe a que la propia democracia moderna, en cuanto ideología y estado de conciencia, se presenta como causa sólo de parabienes. Ella misma se convierte en una tautología: si es el mejor sistema político, no puede causar males” ¿Entonces cómo explicar que los males sociales y las desigualdades e injusticias persistan en las sociedades democráticas? Más aún, que todos los estudios sociológicos nos indiquen que las diferencias sociales se van incrementando progresivamente en nuestro entorno occidental. Y ello se tiene que compatibilizar con el discurso de que la democracia es progreso e igualdad. El conflicto mental en el inconsciente está servido.

¿Cómo es posible que en la “sociedad del Bienestar” genere las tasas más altas de la historia de depresiones y enfermedades mentales? ¿Cómo es posible que en la égida de la libertad, las adicciones estén más extendidas que nunca? ¿Acaso nadie se ha parado en pensar en ello? Como el autocontrol mental, racional, volutivo y psicológico, en las sociedades actuales, impide responsabilizar de todo ello al propio sistema, entonces se busca un chivo expiatorio: el mal llamado “Antiguo Régimen”. Tarea imposible es intentar explicar y convencer que el trilema “Dios, Patria y rey” nada tiene que ver con el Antiguo Régimen, pues éste no fue ni más ni menos que la expresión propia de la modernidad en su momento: ilustración, iluministas y casi electricistas (recordemos a Franklin). Tanta luz, fundió los plomos a muchos y trajo la oscuridad del absolutismo monárquico como antecedente de los Estados modernos y como ruptura del mundo medieval.

Sí. Hay que decirlo. Luis XIV no tiene ninguna vinculación con las viejas monarquías tradicionales y, por el contrario, fue la condición de posibilidad y fundamento del Estado Moderno (Max Stirner dixit). No entender esto, es adentrarse en el sendero oscuro de la Ilustración y su interpretación de la historia que consagraron los historicistas alemanes. De ellos nos vendría la teoría del nacionalismo como sustituto totalitario de las Patrias y Dios, o el propio Estado como sustituido de los monarcas absolutos e ilustrados. Con esta transmutación, las sociedades se vieron privadas de la aceptación de Dios como principio rector de toda la realidad; de la comunidad como matriz connatural para la perfeccionabilidad virtuosa; y de Rey, como representante del principio de autoridad que sustenta tantas otras formas de autoridad natural imprescindibles para el ordenamiento de la vida social.

La Tradición era la vía para fundamentar nuevos avances materiales y morales en las sociedades sin tener que cortar cabezas y recortar la moral. Pero ese camino se abortó con sangrientas y desiguales guerras civiles decimonónicas que llevaron a configurar la Europa de las naciones; y luego a la de las Guerras Mundiales y los totalitarismos; y luego a la de las democracias tecnocráticas y de masas; y por fin a la posdemocracia, ya no líquida siquiera, sino hueca y evacuada; una posdemocracia que no corta cabezas, pero deseca cerebros.

Damos las gracias a esos poberellos profanadores de ermitas, que queriendo con un spray liberarse de su sentimiento de opresión (causado por el mundo de libertades que pregonan, bendicen y adoran), nos indican un sendero que carece de oscuridad: Dios, Patria y Rey. No hace falta aclarar que no nos referimos a un eslogan publicitario, sino a la expresión sintética mínima posible de una gigantesca cosmovisión expresada en este trilema. Una cosmovisión que es para almas grandes y sencillas, pero privada para soberbios e “intelectuales”.