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5 febrero 2017 • "Nacerá tu luz en medio de las tinieblas"

Angel David Martín Rubio

Luz del mundo

El domingo pasado comenzamos a leer en el Evangelio de la Misa las Bienaventuranzas, el comienzo del Sermón de la Montaña. Durante cinco domingos más, incluido el actual, escucharemos otros trozos de esta misma predicación de Jesús que se encuentra en los capítulos del 5 al 7 del evangelio de San Mateo.

Para meditar en la enseñanza de la Liturgia de la Palabra de hoy podemos recordar tres frases que encontramos en otros tantos lugares de la Sagrada Escritura

1. «Nacerá tu luz en medio de las tinieblas» (Is 58, 10: 1ª Lectura)

La luz es la primera obra de Dios en la creación, y es símbolo del mismo Señor, del Cielo y de la Vida. Las tinieblas, por el contrario, significan la muerte, el infierno, el desorden y el mal: «Los hombres han amado más las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas» (Jn 3, 19).

2. «Yo soy la luz del mundo» (Jn 8, 12)

Esa luz que el mundo no tiene pero que necesita y que algunos buscan es un don que Dios da gratuitamente. Jesús pronunció estas palabras en la fiesta judía de los Tabernáculos en la que se llevaba a cabo un rito en el que aparecía brillantemente iluminado el Templo de Jerusalén en recuerdo de la nube Luminosa que habla servido de guía a Israel por el desierto.

Cristo es luz del mundo, nos dejó su doctrina y su vida para que los hombres encuentren la salvación.

3. «Vosotros sois la luz del mundo» (Mt 5, 14: Evangelio)

Jesús dice de sí mismo que es la luz del mundo. Aquí los discípulos son luz del mundo. Eso sólo puede significar que los discípulos son la luz del mundo, porque llevan la luz de la verdad, que Jesús ha traído. Los discípulos pertenecen a Jesús de una forma tan estrecha y están tan llenos de él, que ellos mismos se convierten en luz.

«Así brille vuestra luz ante los hombres, de modo tal que, viendo vuestras obras buenas, glorifiquen a vuestro Padre del cielo» (v. 16). Cuando un bautizado muestra, con su vida, sin palabras, que cree en Cristo y en la Iglesia Católica, se convierte en un modelo para los demás. A esto llamamos testimonio. Y en esto consiste, precisamente, el ser luz del mundo.

Podemos señalar dos formas de dar este testimonio que nos pide el Evangelio.

– Las buenas obras. La primera lectura nos recuerda cómo el amor al prójimo manifestado en obras es signo de la verdadera piedad.

Al prohibirse expresamente el odio en el quinto precepto del decálogo, se impone el amor y caridad hacia el prójimo. Las obras de caridad que debemos practicar en virtud de este precepto son las siguientes: la paciencia, ya que la caridad es sufrida (1 Cor 13, 4); la beneficencia, que se manifestará ante todo por las obras de misericordia, ya que la caridad es bienhechora (ibid.); el amor de los enemigos, tratando de devolver bien por mal y de vencer al mal con bien (Mt 5, 44; Rom 12, 20-21.); la práctica de todas las obras que se refieren a la mansedumbre; y sobre todo el perdón y olvido de las injurias, que es la obra más excelente de todas las que pueden practicarse en este mandamiento. A ello nos exhorta la Sagrada Escritura, que afirma que son bienaventurados quienes obran así (Deut 32, 35; I Rey 24, 5-8; 25 32-33; II Rey 19, 20; Mt 5, 4. 9 y 44.), que Dios les concede en recompensa el perdón de sus pecados (Sal. 7 5; Eclo. 28 5, 7 y 8; Mt. 6 14; Ef. 4 32; Col. 3 15.), y que éste no les será otorgado» si ellos lo niegan a su prójimo (Mt 6, 15; 18, 34.)» (Cfr. Catecismo Romano, III, 5).

– Conservar y transmitir el “depósito de la fe”. Nos referimos a ese conjunto de verdades que es entregado a cada generación, que a su vez los transmite a la siguiente y que no es fruto del ingenio y de la reflexión humanos, sino que procede de Dios. El verdadero evangelizador es aquel que, aun a costa de renuncias y sacrificios, busca siempre la verdad que debe transmitir a los demás.

Conocedores de que la fe es un inmenso tesoro, hemos de poner los medios necesarios para conservarla y transmitirla, aprovechando los medios de formación a nuestro alcance y sin ponerla en peligro con espectáculos, programas de televisión, lecturas…

Adquirir una buena formación doctrinal no es un conocimiento teórico: es lo que nos permite actuar de acuerdo con la fe que profesamos, como hijos de Dios en todas las situaciones en las que podamos encontrarnos.

*

La luz encendida en la humanidad que más se parece a la de Cristo es la Virgen María. A Ella le pedimos que sostenga y alimente nuestra vida cristiana, para que seamos sal de la tierra y luz del mundo y que nuestra conducta refleje con claridad el Corazón amable de Jesucristo.