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24 enero 2017 • Hoy ha podido comenzar una nueva era y sólo el tiempo nos dirá adónde nos dirigimos

Gabriel García

Trump resucita el pacto fordista-keynesiano GH

Mucho se ha escrito y hablado sobre el triunfo de Donald Trump en las últimas elecciones presidenciales de los Estados Unidos. Y mucho se escribirá y hablará de sus opositores, sobre todo de las estrellas de Hollywood que se han erigido en una versión más sofisticada de los Bardem y los titiriteros de la ceja que padecemos en España. Para algunos basta con descalificar al votante de Trump como un palurdo racista, homófobo y misógino que sólo ha pensado en sus privilegios y no en el bienestar mundial. La realidad es más compleja y sobre todo alejada de los discursos panfletarios que unen a casi todo el espectro político (incluyendo a ciertos teóricos antisistema): Trump ha ganado porque los trabajadores estadounidenses se han negado a perder sus empleos como consecuencias de las políticas de libre comercio que abanderaban los mandamases del Partido Republicano y del Partido Demócrata y que tanto ansiaban casi todos los políticos de la Unión Europea. Que no abandere políticas de género y apueste por no incrementar el imperialismo en la política exterior es algo que los verdaderos disidentes del Sistema debemos ver en principio con buenos ojos, pero que seguro ha tenido poco que ver en su victoria.

Al contrario de lo que se ha repetido hasta la saciedad en algunos medios, Trump no es un antisistema. Lo cierto es que su discurso proteccionista en lo económico recuerda mucho al pacto fordista-keynesiano que tan bien explica Laureano Luna Cabañero en su ensayo La lucha obrera en la era del capitalismo global:

Henry Ford, el fabricante de automóviles, se dio cuenta de que, si los empresarios lograban bajar los salarios de sus empleados en medida suficiente se arruinarían, porque los dejarían sin poder adquisitivo y ellos mismos se quedarían sin compradores. El aumento del poder adquisitivo de los salarios es condición necesaria para que a las empresas nunca les falten clientes y puedan expandir sus negocios. Naturalmente, una sola empresa no gana nada subiendo unilateralmente el salario de sus empleados porque eso apenas repercutirá en sus ventas y, en cambio, sí que repercutirá en su competitividad, colocándola en condición de desventaja relativa frente a sus competidores. La idea es, por tanto, que el Estado asegure el constante crecimiento del poder adquisitivo de los salarios, legislando sobre salarios mínimos y otras condiciones laborales. Se trata de un pacto social mediante el que se asegura el crecimiento del poder adquisitivo de todas las clases, cifrando la prosperidad de las empresas no en la miseria del trabajador sino más bien en el aumento de su poder adquisitivo.

Ésta es la contribución de Ford.

Por su parte, el economista británico John M. Keynes había hecho en 1936 una propuesta de política económica según la cual una salida de la recesión y el paro no puede confiarse a la capacidad del mercado para hacer bajar los salarios (ésta es la receta neoliberal para salir del desempleo) sino a la capacidad del Estado para aumentar la actividad económica incrementando el gasto público, disminuyendo los impuestos y garantizando crédito abundante y barato. Así, mientras Ford hacía ver la necesidad de un pacto social entre clases, Keynes enseñaba la receta para mantener el pleno empleo.

(…)

La época del pacto fordista-keynesiano va desde 1945 hasta 1973. Es el periodo de la historia en el que el poder adquisitivo de los salarios experimenta el crecimiento más intenso y sostenido. Los trabajadores empezaron a poder comprar viviendas, a disfrutar de vacaciones en la playa o en la montaña, pudieron adquirir electrodomésticos y pequeños turismos, enviar a sus hijos a las universidades, etc. El creciente poder adquisitivo de los salarios garantizaba las ventas de las empresas y esto las ponía en condiciones de poder pagar salarios aún mayores. Se estableció un círculo virtuoso de crecimiento, del que todos ganaban [1].

Comparemos la realidad de Trump con la explicación anterior. Es un magnate de los hoteles y los casinos consciente de que la deslocalización de las empresas provocada por los tratados de libre comercio afectaría a sus negocios; si el obrero estadounidense con un cierto nivel de vida (o cualquiera situado en eso que suele llamarse clase media) pierde su empleo porque la fábrica o su puesto de trabajo se deslocaliza rumbo a Méjico o a India, ese obrero no destinará su dinero en alojarse en los hoteles y en apostar en los casinos del Imperio Trump. Igual que Ford necesitaba que sus obreros tuvieran el nivel adquisitivo necesario para comprar un coche y utilizarlo en su tiempo de ocio, Trump necesitar garantizar unos empleos con una mínima calidad en Estados Unidos para que la gente siga queriendo utilizar hoteles y casinos en sus vacaciones. Por ahora ya ha conseguido que importantes empresas del sector automovilístico reconsideren sus planes deslocalizadores… y ni siquiera había asumido el cargo. Y por ahora, con que cumpla lo que ha repetido en su discurso de investidura [2], el mundo podría ser un poco más seguro si Estados Unidos deja de desestabilizar Oriente y de imponer el libre mercado al resto del mundo.

Hoy ha podido comenzar una nueva era y sólo el tiempo nos dirá adónde nos dirigimos. No porque Trump vaya a dar fin al orden político y económico que conocemos, sino por lo que su victoria ha significado: el hartazgo de los trabajadores con el stablishment (casta, oligarquía, élite… llamémoslo como queramos) y la respuesta que han dado a las intoxicaciones de los grandes imperios mediáticos. Que esto se haya producido en los Estados Unidos de América tiene más valor incluso, ya que este país es el epicentro del mundo en que vivimos. El orden que pretendían imponernos tiene fallos, no es perfecto y puede sufrir golpes muy graves. Aun sin conllevar tampoco un cambio radical, el alarmismo que en los medios oficiales se ha desatado con el Brexit y la posible victoria electoral de Marine Le Pen en Francia dentro de unos pocos meses nos recuerda que es posible avanzar en la lucha por otro modelo político y económico teniendo todo en contra.

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[1] 1 Luna Cabañero, L.; La lucha obrera en la era del capitalismo global, Editorial Eas, 2015, Alicante; págs. 64-65

[2] “Primer discurso de Donald Trump como presidente de Estados Unidos en español”, El Confidencial, 21/01/2017: http://www.elconfidencial.com/mundo/2017-01-20/primer-discurso-donald-trump-espanol-presidente-estados-unidos_1319816/?utm_source=twitter&utm_medium=social&utm_campaign=ECDiarioManual