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22 enero 2017 • En las cosas prósperas como en las adversas de esta vida hemos de reconocer siempre la voluntad de Dios

Angel David Martín Rubio

Voluntad de Dios y vocación

La vocación de los primeros Apóstoles, por Domenico Ghirlandaio

En la liturgia de la Palabra de este Domingo, el evangelista san Mateo presenta el inicio de la vida pública de Cristo con el anuncio del reino de Dios y la curación de los enfermos. Ambos hechos demuestran que el reino ya está cerca, más aún, ya está entre nosotros.

El Evangelio, la «buena nueva» que Jesús anuncia se resume en estas palabras:  «El reino de los cielos está cerca» (Mt 4, 17). Por tanto, el mensaje de Cristo anuncia que Dios es quien reina, que Dios es el Señor, que se ha hecho cercano, que ya reina en medio de nosotros.

El reino de Dios, su presencia en medio del mundo tiene que afectar al hombre, tiene que provocar su respuesta.

En el Evangelio, hemos escuchado cómo Jesús elige y llama a los primeros de sus discípulos, a los que más adelante hará partícipes de su misión salvífica: «Venid conmigo, y os haré pescadores de hombres» (Mt 4, 18-19). «Ellos al instante, dejando las redes, le siguieron» (v.20). Los Apóstoles fueron dóciles y generosos para escuchar y poner por obra lo que Jesucristo les pedía.

Esta misma eficacia de la gracia de Dios sigue operando hoy en el alma de los cristianos. Y, al igual que en el caso de los Apóstoles, a la voluntad de Dios tiene que unirse nuestra correspondencia: La gracia de Dios es suficiente, pero es necesaria la colaboración del hombre porque el Señor ha querido contar con nuestra libertad. El hombre es libre en sus acciones, y todos nosotros sentimos dentro de nosotros mismos que podemos hacer una cosa o no hacerla, o hacer una en vez de otra (cfr. Catecismo de San Pío X, nº 54-55 y 33).

Por eso, en la tercera petición del Padrenuestro («Hágase tu voluntad, en la tierra como en el cielo»), pedimos la gracia de hacer en todas las cosas la voluntad de Dios, obedeciendo sus santos mandamientos con la misma prontitud y diligencia con que los ángeles y santos le obedecen en el cielo. Pedimos además la gracia de corresponder a las divinas inspiraciones y de vivir conformes con la voluntad de Dios en todas las circunstancias.

Es tan necesario que cumplamos la voluntad de Dios como lo es alcanzar la salvación eterna, pues Jesucristo dijo que sólo entrará en el reino de los cielos el que hiciere la voluntad de su Padre.

1.- Dios nos hace conocer su voluntad por las reglas que nos ha señalado. «Por voluntad de Dios entendemos aquí su voluntad significada, esto es, lo que Dios ha mandado o aconsejado que nosotros hagamos o evitemos, ya por sí mismo, ya por su Iglesia (Ef. 5 17; Rom. 12 2.). Por eso, comprende todo lo que se ordena a la adquisición de la felicidad del cielo, ya se refiera a la fe, ya a las costumbres (I Tes. 4 3.)» (Catecismo Romano, 3ª petición).

2.- También conocemos la voluntad de Dios por los acontecimientos que nos envía. Es lo que llamamos su voluntad de beneplácito. En las cosas prósperas como en las adversas de esta vida hemos de reconocer siempre la voluntad de Dios, el cual todo lo dispone o permite para nuestro bien. (Cfr. Catecismo de San Pío X, 298-301)

Volviendo al inicio de la predicación de Jesús: Si el Reino de los Cielos ha llegado, es decir, si Dios se ha hecho presente en nuestra vida por el Bautismo que nos hace hijos suyos, partícipes de su vida divina y sobrenatural, los cristianos tenemos que vivir como Hijos de Dios.

Eso hicieron los Apóstoles desde aquel día en que Jesús pasó a su lado y los llamó: día a día siguieron al Maestro y fueron fieles. Eso hemos de hacer nosotros: corresponder a las gracias que recibimos.

Con la intercesión de la Virgen María, hagamos el propósito de ser fieles cada día hasta llegar al encuentro definitivo con Cristo que nos espera para premiar nuestro esfuerzo por vivir como verdaderos hijos de Dios.