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9 enero 2017 • Poco se sabe de los extremeños que participaron en la Guerra de Filipinas

Moisés Domínguez Núñez

Un verdadero héroe: el “Último de Filipinas” era extremeño

Hoy, me desvío unos kilómetros de mi habitual investigación histórica sobre la Guerra Civil y para ello retrocedo 38 años, aparcando mi viejo coche en un cartel de carretera que pone “Guerra de Filipinas 1894 -1898”.

Ahora que está tan de moda aquel hito histórico para deshonrar a los 33 héroes de Baler (Filipinas), quería mentar a un familiar que anduvo por esos lares y que nadie había recordado hasta ahora.

En mi investigación, he intentado ser lo más conciso posible dejando en el tintero muchas anécdotas que me contó mi madre Pepi Núñez Mures (q. d. e. p) sobre su tío-abuelo.

Para Juan Rosa González, la Guerra de Filipinas no terminó en el año 1898. Las penas y desgracias sufridas en aquellas lejanas tierras tagalas, las veía cada día reflejada en una gran cicatriz que cruzaba de parte a parte su mano derecha, y que la bala de un fusil Remington dejo tullida de por vida. Él fue uno de esos miles de extremeños que tuvo el honor de servir a la Patria en aquellas distantes islas del Pacífico, que en aquel lejano año del Señor de 1521, tuvo a bien en incorporar al imperio, donde no se ponía el sol, el ilustre nauta portugués Fernando de Magallanes.

Cuando evocamos Filipinas en 1898, se nos viene a la mente la imagen casi idílica de la película que magistralmente interpreto Tony Leblanc ,» Los últimos de Filipinas “ ,cuando nuestro paisano el teniente Martín Cerezo protagonizó una de las mayores gestas del ejército español de todos los tiempos, al recluirse en la iglesia del pequeño pueblo de Baler y enarbolar con gallardía española, la bandera rojigüalda en un territorio que había dejado de ser España.

Pero fueron muchos más los extremeños que murieron en esta Guerra Colonial. Sin embargo, salvo las memorias del Sargento Deogracias González Hurtado y de nuestro insigne Felipe Trigo, nada se sabe de los paisanos que transitaron por esas “pacíficas” tierras.

Podría haber escrito sobre mi bisabuelo (José Domínguez Álvarez) Guardia Civil de Ultramar en Cuba y que vivió en primera persona el año del desastre (1898), sin embargo este pequeño testimonio se centrará en otro familiar, uno de esos “héroes olvidados” por su Gobierno, por su pueblo, por su tierra, nunca por su familia. Yo, su sobrino-nieto rescato, si se puede decir, la memoria de Juan Rosa González, con este pequeño ensayo.

En una pequeña lapida del cementerio de Don Benito (Badajoz), pude un día leer “ Aquí yace Juan Rosa González, héroe de España, 31/10/1872 -05/09/1950”.

Mi tío-abuelo había nacido en el seno de una familia de humildes campesinos extremeños, algunos tuvieron que emigrar a la Argentina para buscarse las habichuelas, sin embargo este mocetón de pelo trigueño y ojos claros (medía 1,77, para la época todo un gigante) sucumbió a las labores de la tierra pacense hasta que fue llamado a quintas, por la caja de reclutas de Villanueva de la Serena.

Corría el año 1894, y la miseria que inundaba la humilde casa de Ramón padre de Juan, le impidió pagar la rendición en metálico (2000 Pesetas, toda una fortuna; por ejemplo un periódico valía 15 céntimos) para librar a su hijo de la “Mili”. De hecho tuvo que sustituir al señorito de Villanueva de la Serena Justo Pérez Fernández que se acogió, previo pago, a la injusta ley de castas para librarse del servició militar.

El 16 de Noviembre de 1894, emprendió un largo viaje que duró más de cinco años, de penurias, hambruna y orgullo de vestir el uniforme del ejército español.

Cogió el tren correo que hacía el trayecto Badajoz-Madrid y que paraba en la estación de Villanueva de la Serena. Después de pasar por Madrid, llegó a Barcelona el 25 de Noviembre de 1894. Hay que imaginar a Juan, en aquella cosmopolita ciudad, donde estaban de rabiosa actualidad “los cigarrillos del Doctor Grimaul, indicados para aliviar la tos nerviosa”. El joven extremeño estaba más perdido que “un pulpo en un garaje” en esa gran urbe. Allí estuvo hasta el 7 de Diciembre de 1894, que embarcaría para lejanas tierras.

Aquella mañana de Diciembre de 1894 amaneció fría .Él estaba en una compañía de depósito. Tras oír Misa y recibir como premio una peseta y un escapulario “toda una fortuna”, subió en el Vapor Correo “León XIII” (Barco de la compañía trasatlántica del marqués de Comillas al mando del Capitán Galiana). Cuando el buque zarpó para Manila aun resonaban en sus oídos los aplausos de los miles de barceloneses y la archifamosa Marcha de Cádiz con la fue despedido. La travesía para este marinero de “agua dulce” se tornó dura y los vómitos y mareos le impidieron subir a la borda, durante la totalidad de la travesía. Salvo en los momentos de calma chicha, su sollao fue su refugio.

Tras cruzar todo el Mediterráneo pasó el canal de Suez, desembocó en el mar rojo y de allí al Océano Índico. Las siguientes estaciones serían Macao y Singapur, hasta llegar al mar de la China y enfilar la isla de Luzón, en total 29 días de viaje.

Desembarcó en el puerto de Manila el 5 de Enero de 1895 .Con su compañía desfiló, con su traje de rayadillo, bajo un “Arco del triunfo” repleto de consignas patrióticas y banderas españolas, siendo destinado inmediatamente a la 6ª Cía. del 1 Batallón de Artillería de Plaza. Reconocido por el médico resultó útil para servir en el ejército por el tiempo de cuatro años, finalizando el compromiso el 6 de Diciembre de 1898.

En los puntos más calientes de la Isla de Luzón participa con su batallón en todas las acciones de armas de su Regimiento. En otra gran Isla del Archipiélago, Mindanao, los “Katipuleros “ estaban llevando a cabo una guerra de guerrillas. A eso unimos otro enemigo aún peor que los insurgentes tagalos: “La jungla” con su mortal ejercito de parásitos portadores del paludismo, beri-beri, disentería, malaria, que diezmaron, si cabe aún más que la propia guerra, a las bisoñas tropas españolas.

Pero Juan Rosa no acabaría la Guerra en la isla principal y sale del arsenal de Cavite en el vapor correo “Saturnus “llegando a Butuán (Mindanao) el 6 de Julio de 1895.

Como hemos dicho, se trata de una guerra fantasmal donde un enemigo invisible y adaptado a su tierra combatió a un ejército español inexperto y que dejo tras de sí a más de sesenta mil soldados en aquel decenio negro.

En Mindanao la vida se torna durísima, marchas y contramarchas, por un terreno fangoso y casi impenetrable, las alpargatas de esparto se le rompían constantemente. Faltos de alimentos, el rancho se componía de café aguado por las mañanas y si tenían suerte alguna mazorca de maíz, y al mediodía y noche un puñado de arroz cocido, completaba la comida las frutas que iban cogiendo por el camino y con mucha suerte, la caza de algún cebú, añadía algo de carne a la exigua dieta.

En Mindano estuvo hasta el 24 de Abril de 1896 en que regresa a la Isla de Luzón, con más experiencia y encuadrado en otro Regimiento, el de Artillería de Montaña Nº 6, forjará su heroico destino. Por su participación en diversas acciones de armas conseguirá cinco medallas militares:

La primera se la conceden el 29 de Agosto de1895 Cruz de Plata del Mérito Militar Roja (Al abrir fuego contra el enemigo en el pueblo de San Juan del Monte).

La segunda, a principios de Noviembre de 1896. En la zona montañosa de Calamba-Laguna la sublevación adquiere especial virulencia y allí se dirige el Artillero Juan Rosa. Participa en los combates por la toma de los pueblos de Pilar, Los Baños, y la Fábrica de Tabacos de Nución. Obtiene por ello La Cruz del Mérito con distintivo Rojo sencilla.

Los héroes de Baler

A principios de Febrero 1897, se traslada con su compañía a la zona de Maragondón. Asistió a los hechos de armas de los poblados de Cavite-Viejo, Pérez Dasmarenzo, Barcor… El 25 de Marzo es herido en San Francisco de Malabón, siendo ingresado en el Hospital Militar de Manila. Una vez dado de alta sigue guerreando por la zona de Vipa hasta final del año 1897.

Por todo lo anteriormente expuesto, por su valor y falta de interés por su vida le es concedida la tercera condecoración, La Cruz de Plata del Mérito Militar, pensionada con 7,90 pesetas mensuales.

Mientras, Juan Rosa va acumulando honores y heridas, el imperio español en aquellas islas iba tocando a su fin. La intervención del ejército norteamericano acelera el desplome de las últimas posesiones de ultramar. El 1 de Mayo de 1898 se produce el desastre de Cavite.

El bueno de Juan, andaba cerca de Manila, más concretamente en el barrio de Vetas. Todos los efectivos se concentran en torno a la Capital de las Islas Filipinas.

El día 27 de Mayo de 1898, Juan debió salir a la línea de defensa de Manila, la armada yanqui había bloqueado la entrada a la bocana del puerto e impendía la llegada de refuerzos. A partir del 7 de Junio de 1898 el bloqueo fue total, al día siguiente empezaron los ataques tagalos a la línea exterior que fueron rechazados con facilidad.

A finales de Junio se produce el desembarco de los primeros efectivos yanquis al mando del brigadier Andersón, empezando entonces la verdadera batalla. El 1 de Julio los tagalos logran dejar aislados a los defensores del blocao de Santolán, donde se encontraba el depósito de agua de Manila y por ende nuestro paisano extremeño. Durante los días 7 al 15 de Julio los filipinos y norteamericanos lanzan varios ataques conjuntos contra el sector sur de la ciudad, entre el polvorín de San Antonio y el blocao Nº12. Los intercambios de artillería son tremendos; en una noche se realizan más de mil disparos.

Nuestro Héroe con su viejo Máuser, se encuentra en la Línea defensiva comprendida entre el convento de Torido, punto situado entre la playa del mismo nombre y el blocao nº11. Es de destacar el valor de las tropas allí concentradas (Soldados del Regimiento de Montaña Nº6 y los voluntarios filipinos leales a España del tercio “Anda y Salazar”) que repelieron el ataque, llegando incluso a batirse cuerpo a cuerpo, machete en mano. Aquello fue una verdadera carnicería, milagrosamente Juan tuvo la fortuna de no sufrir un solo rasguño.

El 18 de Julio de 1898, entran en combate las primeras fuerzas de infantería norteamericanas. Era paradójico observar los flamantes uniformes de los yanquis y sus recién estrenados Remington, junto a los harapos de los tagalos y sus machetes.

El 19 de Julio la lluvia es torrencial, en las trincheras, hombro con hombro, hundidos hasta las rodillas están los soldados españoles. Juan Rosa se encontraba en el sector de Maipajo. En un momento dado acomoda su torso sobre los sacos terreros buscando una posición de disparo, cuando dos malditas balas norteamericanas le hieren de gravedad. La primera le entró por el hombro izquierdo saliendo limpiamente. La segunda le destroza la mano derecha: rotura de tendones, músculos de los dedos. Se desangra, pierde la conciencia y es trasladado al Hospital de San Juan de Leterán en Manila, donde permanece hasta el 2 de Agosto de 1898.

Por estos hechos recibió la cuarta y quinta medalla (La cruz de Plata del Mérito Militar pensionada con 2.50 Pesetas “por su valor y entrega desmedida en la defensa de Manila” y la Medalla de la Campaña de Honor Filipina de 1896-1898).

El 13 de Agosto la situación es insostenible, el terrible bombardeo norteamericano abre las brechas en líneas españolas, que se repliegan a sus últimas defensas. A las 11.30 cesa el bombardeo E l general norteamericano Deweyu solicita la rendición de la plaza. Esa misma mañana sobre el Castillo de la Real Fuerza ondeará la bandera blanca de rendición. Manila ha capitulado, aunque serán soldados norteamericanos y no filipinos los primeros en pisar la plaza.

Juan Rosa con su esposa Ángeles Pozo

Con la caída de Manila Juan pensó que las penalidades habían acabado, ¡qué lejos estaba eso de ser cierto! Con una mano inutilizada de por vida, Juan es encerrado al fuerte de Santiago .Las condiciones de salubridad son pésimas y su vida pendía de un hilo. Nuevamente su estrella le salva la vida. Corría el mes de Octubre de 1898 cuando es liberado del fuerte. Sería por fin repatriado a España. Después de cinco años saldía de aquellas islas, enfermo y mal herido.

Regresa en el vapor “San Ignacio de Loyola”. Otras cinco semanas de hacinamiento, viendo morir a sus compañeros y otro interminable viaje. Por fin el día 6 de Noviembre de 1898, enfilaron la bocana del puerto de Barcelona. No había bandas de música, ni banderas, ni aplausos, solo silencio y desolación. Apenas lo recibieron 50 curiosos, miembros de la Cruz Roja y una pequeña delegación del Gobierno Civil. El señor Gobernador Gracia Navarro subió al vapor para darles la bienvenida.

Al desembarcar le dieron a Juan un billete de tren y un “talón abonaré”. Ese dinero nunca llegó a cobrarlo. Así pagó el gobierno liberal de España la sangre derramada de sus hijos: regateándoles honores y dinero. En su hoja de servicios Juan ve anotada una palabras que no fue correspondida en su patria “Valor acreditado, conducta buena, amor al servicio mucho…va gustado y satisfecho de todo cuanto le ha correspondido hasta la fecha de su baja….”.

El 9 de Noviembre de 1898 llegó por tren a Villanueva de la Serena y de allí, a tiro de piedra, de Don Benito fueron a buscarlo sus familiares, entre los que se encontraba su hermana, mi bisabuela Matilde Rosa González. Llevaba sobre su pecho prendidas cinco medallas que en cuantos actos públicos se organizaban lucía con orgullo.

Con 26 años había alcanzado la condición de mutilado de Guerra. El 28 de Marzo de 1903, se le reconoció una pensión vitalicia al haber sido declarado “Inútil para el servicio de armas”. La resolución expresaba que el artillero Juan Rosa González “había sido herido grave en ambas extremidades superiores, que su inutilidad es de carácter permanente y originada por las heridas que le produjo la bala de un fusil Remington, en combate….”.

Fijó su residencia en Don Benito (C/ Cementerio, nº 16), donde casó con Ángeles Pozo. Tuvieron cinco hijos: José, Petra, Gregoria, Juan y Magdalena. Vivió lo suficiente para conocer dos guerras más, la norteafricana de 1924 a 1927 y la cruenta Guerra Civil.

Con 78 años, a las 12 horas del cinco de Septiembre de 1950, dio su último suspiro y giró levemente la cabeza. Quién sabe si en ese momento le vino a la mente la sombra de algún machete tagalo. Lo cierto es que en su entierro una banda de música interpretó “la Marcha de Cádiz” último deseo del finado y se cubrió su ataúd con una bandera Española.

Han pasado 118 años, ninguna calle de Don Benito lleva su nombre, ningún Gobierno reconoció a estos “héroes olvidados “. Hoy, que se ha puesto de moda mofarse de estos héroes, a través de películas y series que son un verdadero bodrio, reclamo la “memoria histórica” de esos humildes siervos de la patria. ¿Se acordará alguien de ellos? En Estados Unidos ya habrían hecho cien películas ensalzando el honor y el valor de esos ESPAÑOLES que juraron dar hasta la última gota de sangre por su Patria y la dieron sin nada más pedir ni reclamar.

Hemerotecas Archivos y Registros consultados

  • Área de documentación de la Embajada de España en Filipinas
  • Biblioteca Nacional (Madrid) Sección Hispano-América, Filipinas
  • Records Management and Archive Office of Manila
  • Museo Naval de Cartagena
  • Archivo General Militar de Ávila
  • Archivo General de Guadalajara
  • Archivo General de Segovia
  • Instituto de Historia y Cultura Militar (Madrid)
  • Registro Civil de Don Benito.
  • Hemeroteca La Vanguardia