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26 mayo 2016 • Triduo de meditaciones eucarísticas (I): "Mysterium fidei"

Angel David Martín Rubio

La Eucaristía y la fe

Murillo: "El triunfo de la Eucaristía"

Murillo: «El triunfo de la Eucaristía»

En el centro de la celebración de la Santa Misa, forma parte de las palabras de la consagración del Cáliz la expresión «Mysterium fidei» («Misterio de la Fe»)[1] que significa «la inmediata confesión de fe que debía proferir el sacerdote ante el Misterio operado por la Iglesia a través de su sacerdocio jerárquico»[2]. Dicha proclamación se hace justo en el momento en que acontece el acto sacrificial evocado por las siguientes palabras: «quod pro vobis et pro multis effundetur in remissionem peccatorum» («que por vosotros y por muchos será derramada para la remisión de los pecados»)[3].

«Misterio de la fe». En estas dos palabras, encontramos de forma sintética el contenido esencial de la fe eucarística.

  • Misterio: el término es utilizado por san Pablo para indicar el designio salvífico de la Trinidad (cfr. 1 Tim 3, 9; Col 1, 26ss). Un designio que encuentra su origen en el amor intratrinitario entre el Padre y el Hijo en el Espíritu Santo que quiere introducir a los hombres en su misma Vida; hacernos «partícipes de la naturaleza divina» (2 Pe 1, 4).

Este designio se cumple en la Pasión y Muerte de Cristo porque, merced a la Redención, podemos ser hechos verdaderamente hijos de Dios por la gracia como Él lo es en su misma naturaleza:

«Oh Dios que en este Sacramento admirable nos dejaste el memorial de tu Pasión… (or. Colecta Misa Corpus)».

En efecto, Jesucristo instituyó la Eucaristía, entre otros fines[4], para que fuese «un perpetuo memorial de su pasión y muerte». Por eso la santa Misa es el sacrificio del Cuerpo y Sangre de Jesucristo que se ofrece sobre nuestros altares bajo las especies de pan y de vino en memoria del sacrificio de la Cruz.

  • Y Misterio de la fe: esta referencia implica el contenido de la fe de la Iglesia que se transmite de generación en generación y el acto en virtud del cual cada cristiano se adhiere con todo su ser (razón y voluntad) al Dios que le sale al encuentro en el sacramento. «La fe de la Iglesia es anterior a la fe del fiel, el cual es invitado a adherirse a ella. Cuando la Iglesia celebra los sacramentos confiesa la fe recibida de los apóstoles»[5], de ahí el antiguo adagio: «La ley de la oración es la ley de la fe»[6].

Podemos decir que, la Eucaristía es el misterio de la fe en cuanto que contiene a Cristo en su misterio de redención y en él convergen todos los otros misterios. Es el misterio que está en el centro de la fe y de la vida de la Iglesia. Es la recapitulación de todos los misterios.

MisaQue en este sacramento se halle presente el cuerpo verdadero y la sangre verdadera de Cristo, «no se puede percibir con los sentidos —como dice Santo Tomás—, sino sólo con la fe, la cual se apoya en la autoridad de Dios». Por eso, afirma San Buenaventura: «Que Cristo está en el sacramento como signo, no ofrece dificultad alguna; pero que esté verdaderamente en el sacramento, como en el cielo, he ahí la grandísima dificultad; creer esto, pues, es muy meritorio».

Por lo demás, esto mismo ya lo insinúa el Evangelio, cuando cuenta cómo muchos de los discípulos de Cristo, luego de oír que habían de comer su carne y beber su sangre, volvieron las espaldas al Señor y le abandonaron diciendo: «¡Duras son estas palabras! ¿Quién puede oírlas?». En cambio Pedro, al preguntarle el Señor si también los Doce querían marcharse, afirmó con pronta firmeza su fe y la de los demás apóstoles, con esta admirable respuesta: «Señor, ¿a quién iríamos? Tú tienes palabras de vida eterna» (Jn 6, 61-69)[7].

Los sacramentos están ordenados a la gloria de Dios y a la santificación de los hombres. No sólo suponen la fe, sino que a la vez la alimentan y la fortalecen; por esto se habla de “sacramentos de la fe”. La fe se alimenta y crece en el encuentro de gracia con el Señor resucitado que se produce en los sacramentos.

En el Sacramento de la Eucaristía, aparece admirablemente cómo los hombres se unen a la divina naturaleza y reciben gran aumento todo género de virtudes sobrenaturales. En primer lugar la fe, pues, ciertamente, cuanto hay de admirable y singular en los milagros y obras sobrenaturales se contiene en este Sacramento porque debe creerse con fe firme lo que está tan encubierto y tan lejos de los sentidos; y porque la razón humana encuentra mucha dificultad y oposición en creer que Jesucristo, Dios hecho hombre, padeció muerte por nosotros[8].

*

Cristo Redentor nos dio a los Sacerdotes el oficio de celebrar y dispensar los misterios de su Cuerpo y de su Sangre, y debemos corresponder promoviendo la gloria del mismo Jesucristo, y, conforme a los deseos de su sacratísimo Corazón, invitando y guiando a todas las almas a las fuentes de este Sacramento.

Así los excelentes frutos de la Eucaristía siempre serán percibidos con mayor abundancia, mediante el progreso de la fe, de la esperanza, de la caridad, y de todas las virtudes cristianas; Y, sobre todo, se proclamará el designio de la caridad del Señor, que este misterio instituyó para la vida del mundo.

«Oh Dios, que en este sacramento admirable nos dejaste el memorial de tu pasión; te pedimos nos concedas venerar de tal modo los sagrados misterios de tu Cuerpo y de tu Sangre, que experimentemos constantemente en nosotros el fruto de tu redención. Tú que vives y reinas… por los siglos de los siglos. Amen»[9].

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[1] Nos referimos a cualquier edición del Misal Romano hasta la de 1962 (inclusive). En el Misal reformado en 1969, la fórmula fue omitida y con posterioridad a la Consagración se añade, como aclamación opcional: “Este es el misterio de la fe” (o el “sacramento de nuestra fe”). Son palabras en apariencia similares pero que no tienen nada que ver con el contexto anterior, en el que el misterio de la fe se refiere a la transubstanciación, mientras que ahora sirve de introducción a una referencia escatológica especialmente inoportuna cuando Cristo acaba de hacerse presente en el altar. Los arbitristas justificaron el cambio aduciendo que estas palabras no figuran en los relatos de la institución eucarística de la sagrada escritura e ignorando la respuesta de Inocencio III a la cuestión: «Nos preguntas quién añadió en el canon de la misa a la forma de las palabras que expresó Cristo mismo cuando transustanció el pan y el vino en su cuerpo y sangre, lo que no se lee haber expresado ninguno de los evangelistas… En el canon de la misa, se halla interpuesta la expresión “mysterium fidei” a las palabras mismas… A la verdad, muchas son las cosas que vemos haber omitido los evangelistas tanto de las palabras como de los hechos del Señor, que se lee haber suplido luego los Apóstoles de palabra o haber expresado de hecho […] Creemos, pues, que la forma de las palabras, tal, como se encuentra en el canon, la recibieron de Cristo los apóstoles, y de éstos, sus sucesores» (Carta Cum Marthae circa a Juan, en otro tiempo arzobispo de Lyon, de 29 de noviembre de 1202; Dz 414-415). Aunque la mayoría de los autores sostienen que los cambios a que fueron sometidas las palabras de la Consagración no afectan a su validez, dichas modificaciones son uno de los argumentos más convincentes frente a los que sostienen la continuidad de ambos misales.

[2] Breve examen crítico del Novus Ordo Missae

[3] Puede notarse que en la Consagración del pan (“Hoc est enim corpus meum”) falta cualquier referencia sacrificial porque, como es sabido, «el sacrificio de la Misa representa de un modo sensible el derramamiento de la sangre de Jesucristo en la Cruz; porque, en virtud de las palabras de la consagración, se hace presente bajo las especies del pan sólo el Cuerpo, y bajo las especies del vino sólo la Sangre de nuestro Redentor; si bien, por natural concomitancia y por la unión hipostática, está presente bajo cada una de las especies Jesucristo vivo y verdadero» (Catecismo Mayor, IV, cap. 5). No hay necesidad de concordar a toda costa la forma del sacramento de la Eucaristía con los relatos de la Última Cena recogidos en la Sagrada Escritura porque aquélla se pronuncia con un tono de intimación, propio de la acción sacramental, que se sustenta en la tradición apostólica de la que procede y no en una reconstrucción histórica de lo hecho o dicho la noche del primer Jueves Santo.

[4] Cfr. Catecismo Mayor, IV, cap. 4

[5] Catecismo de la Iglesia Católica, 1124.

[6] En efecto, la ley de la oración es la ley de la fe, la Iglesia cree como ora. Pero el adagio no funciona a la inversa y no basta con celebrar una liturgia ortodoxa para conservar o recuperar la fe. De ahí que la resistencia a la reforma promovida por la obra de la Tradición no lo fue primariamente contra los abusos litúrgicos que se prodigaron y se siguen prodigando sin encontrar respuesta eficaz. Una prueba de esto último es que los cardenales Ottaviani y Bacci no tuvieron que esperar a ver las arbitrariedades en la celebración del Novus Ordo Missae promulgado en 1969 para avalar el Breve examen crítico sobre el mismo.

[7] Cfr. PABLO VI, Mysterium fidei, 3.

[8] Cfr. Catecismo Romano, II, cap. 4, 23; LEÓN XIII, Mirae Caritatis, 9-10. 21.

[9] Misal Romano, Fiesta del Corpus Christi, oración colecta.