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14 marzo 2016 • La gran pregunta es: con qué fin se organizó un atentado así

Gabriel García

11 de marzo de 2004

11-MApenas conservo algún recuerdo del 11 de marzo de 2004. La política no me interesaba en absoluto, pero sí reparaba en los carteles pidiendo el voto en aquella campaña electoral (de Rajoy y Zapatero sobre todo, con alguno de Llamazares por en medio). Tampoco era ajeno al malestar mediático en torno al Gobierno de José María Aznar y a la intervención militar de España en Irak en apoyo de Estados Unidos. Pero todo eso me resultaba indiferente porque, como casi todos los españoles del momento, vivía en una burbuja que presentaba nuestro país como un paraíso forjado sobre urbanizaciones de adosados y pisos. Se intuía una victoria electoral de Mariano Rajoy que mantuviera a España en la línea de lo vivido durante los ocho años precedentes de aznarismo.

Hay dos momentos que no he olvidado de aquel día. Todos los canales de televisión hablaban sin parar de aquel atentado, como si España se hubiera detenido en las explosiones de Atocha (años después, con más uso de razón, comprobé que sucedió todo lo contrario, que España cambió radicalmente a partir de ese día). Tampoco me olvido de la fila que nos hicieron formar en el patio del colegio y el minuto de silencio por los asesinados.

No sabría decir ninguna frase exacta ni ningún momento concreto de los días posteriores. Los compañeros del colegio, siguiendo el discurso enarbolado por el Gobierno en los telediarios, culpábamos a ETA de la matanza y lo más suave que les llamábamos era hijos de puta. Pero un día (uno de tantos que podría mezclar con otros momentos diferentes) apareció por la tele uno de aquellos encapuchados negando que la matanza fuera responsabilidad suya. Me sorprendió entonces y aún hoy lo sigue haciendo. Que uno de aquellos malnacidos, que no tenían problemas en ponerse el capuchón para reivindicar sus atentados, dijera que la mayor de las matanzas no llevaba su autoría me dejó en estado de shock. No me lo esperaba; y no porque pensara (como tampoco pienso ahora) que esos asesinos tuvieran un código de honor o algo similar, sino porque quien ensalzaba un atentado con una bomba lapa mucho más debería haberse sentido orgulloso de reventar trenes y cobrarse más víctimas que en una decena de atentados etarras juntos.

Tampoco sabría decir cuándo (si antes o después del comunicado de ETA) o si realmente sucedió así, pero Zapatero entró en escena. El candidato del Partido Socialista responsabilizó al Gobierno de Aznar de la matanza. La reacción de la sociedad española (o esa fue la impresión que tuve) no fue culpar a los asesinos (de ETA o de Al Qaeda, las dos únicas posibilidades admitidas por los medios informativos de masas) por asesinar a 192 personas y marcar de por vida a más de un millar, sino lamentar que nuestra presencia militar en Irak hubiera conllevado tal represalia. La solución, según entendí, no estaba en ir a luchar contra los terroristas, sino en no provocarles.

Ahora sé que España no estaba en Irak ayudando a los Estados Unidos a combatir el terrorismo, sino a garantizar el petróleo de las grandes empresas de ese sector. Las armas de destrucción masiva nunca existieron; pero, de haber existido, muy pocos españoles hubieran estado dispuestos a enfrentarse a ellas porque la mayoría prefería no provocar a los terroristas ni a quien pudiera portar un arma (así se vio, años después, cómo el Gobierno de Zapatero negociaba con ETA una “paz” que de buena gana continuó Rajoy). El Partido Popular, derrotado mediáticamente en 2004, dio carpetazo al asunto cuando volvió al Gobierno seis años después. Entre tanto, se han apuntado varios responsables pero ninguno ha sido confirmado. Lo poco que sabemos sobre la actuación de policías y jueces invita a sospechar en una intervención de las cloacas del Estado (propio o ajeno). La gran pregunta es con qué fin se organizó un atentado así y si valió la pena que determinadas personas se mancharan las manos de sangre. Mucho me temo que, en una sociedad tan descastada como la española de hoy, los responsables saldrán impunes y triunfantes a pesar de todo.