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7 agosto 2015 • Imagino a muchos idiotas acusándome de querer que Podemos gane las elecciones

Gabriel García

El castañazo de Podemos

Perro flautaLa histeria antipodemita podría pasar a la Historia. Si las últimas encuestas son fiables, su participación a la hora de gobernar no pasaría de segundo socio (o incluso de tercero, si Ciudadanos les come la tostada) y estarían muy lejos de ser la primera fuerza política en intención de voto que fueron a finales del año pasado. Los alarmados por el auge de esta organización pueden estar tranquilos. Ya no será los discípulos de Marx y Lenin quienes dejen en la calle a los terroristas o los que promuevan el aborto libre; si la coleta de Pablo Iglesias desaparece de nuestras televisiones, a partir de ahora se encargarán de desempeñar tan perniciosa tarea los del Partido Popular o los del Partido Socialista, como así ha sido siempre y como algunos se empeñan en que sea por los siglos de los siglos.

Imagino a muchos idiotas acusándome de querer que Podemos gane las elecciones o de pedir apoyo para esa organización. Otros llegarán hasta el extremo de inventarse envidias mías hacia el circulo morado. No puede esperarse más de la derecha (o de la ultraderecha) sociológica. Su capacidad de análisis de la actualidad política no pasa de tres o cuatro consignas sobre los comunistas o la inmigración.

Lo cierto es que, por más que les pese a algunos, la caída de Podemos no es una buena noticia si no va acompañada del auge de otra fuerza capaz de representar una alternativa real y creíble al régimen constitucional de 1978. Por ahora, todo apunta a que el bipartidismo PP-PSOE saldría reforzado y descenderían sus particulares sangrías de votos (no parece que los casos de corrupción de unos y otros vayan a lastrarles en exceso). En esa escena, Podemos y Ciudadanos entrarían como socios de los partidos mayoritarios y, como mucho, aspirarían a influir un poco en las políticas a seguir por el Gobierno. Pero la única posibilidad cuyo resultado desconoceríamos sería la de un gobierno en solitario de Podemos y, a pesar de los discursos triunfalistas de su líder, eso cada vez parece menos probable; es más, a la vista de lo sucedido en Grecia, la única incógnita sería comprobar si Pablo Iglesias aceptaría para una España una humillación equivalente a la promovida por Alexis Tsipras en su país a manos de los euroburócratas.

Hace poco más de un año, tras las elecciones europeas, muchos dieron por agonizante al Partido Socialista. Se planteaba incluso la morbosa posibilidad de que el partido fundado por un Pablo Iglesias viese su fin a manos de otro Pablo Iglesias. Pero la cruda realidad se ha impuesto y el Partido Socialista cuenta con demasiada presencia institucional como para liquidarlo de un día para otro. Su triunfo electoral en Andalucía, a pesar de los numerosos casos de corrupción que salpican a la Junta, es un síntoma perfecto de cómo esa organización beneficia a mucha gente a título particular. Sólo hay que escuchar esa grabación donde una señora con un importante cargo en la Junta de Andalucía amenazaba a unos funcionarios con que serían despedidos si los socialistas no ganaban las elecciones. Si a eso le añadimos el gran número de cargos públicos y afiliados con los que cuenta el Partido Socialista en todo el país, veremos que no es fácil liquidar políticamente a un partido así si no se crea una estructura similar que lo desplace. De estar cerca una liquidación política, sería la de Podemos y Pablo Iglesias.

Hay una lección que deberíamos sacar del último año y medio: el régimen no es perfecto ni infranqueable. Un movimiento social bien organizado y que conecte con la sociedad puede tener opciones reales de conquistar pequeñas parcelas de poder institucional a través de las cuales empezar a cambiar la sociedad en la que vivimos (a los alérgicos a las urnas, más en su discurso que en la práctica, les sugiero que echen un vistazo a las alcaldías de Madrid y Barcelona; que si bien no van a proponer nada nuevo y que no hayamos visto antes por boca del Partido Socialista o de Izquierda Unida, sí han conseguido algo que parecía imposible, como es ganar unas elecciones municipales en Madrid y en Barcelona a los partidos tradicionalmente gobernantes allí).