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26 julio 2015 • Dios no halló quienes más digna y santamente merecieran ser padres de la Virgen María

Angel David Martín Rubio

En la fiesta de San Joaquín y Santa Ana

inmaculada-concepcion-san-joaquin-santa-anaAunque en los santos evangelios no leemos nada al respecto, los escritores eclesiásticos desde la antigüedad atribuyen los nombres de San Joaquín y Santa Ana a los padres de la Santísima Virgen María.

El fundamento de la devoción a estos santos se encuentra en el apretado vínculo que los une con la Virgen María y con Jesucristo, el Verbo Encarnado. De ellos, no cabe la menor duda de que fueron un matrimonio muy santo y ejemplar, puesto que Dios los eligió para ser los padres y educadores de la mujer que había destinado para ser su Madre. «Dios, cuya mirada abarca el presente, el pasado y el porvenir no halló quienes más digna y santamente merecieran ser padres de la Virgen María» (Santa Brígida).

Así pues, no es posible elogio más glorioso que decir que de ellos nació María. Tal como dijo Jesucristo: «Por sus frutos los conoceréis», estos esposos son conocidos por su fruto que fue la Virgen María y ellos se esforzaron en vivir siempre de una manera agradable a Dios y digna de aquella que tuvo en ellos su origen.

De tan santos padres recibió la Virgen María su educación religiosa que le hacía conocer profundamente la historia sagrada y las profecías mesiánicas. Por ser educadores de la que un día había de ser Madre de Dios, San Joaquín y Santa Ana pueden ser considerados como modelo para los padres y las familias cristianas al igual que lo es la Sagrada Familia de Nazaret: Jesús, María y José.

¿Qué enseñanzas podemos obtener de aquella familia formada por San Joaquín y Santa Ana para las nuestras, que han de adecuarse al tipo de familia diseñado en el proyecto de Dios?

Con la obediencia a sus padres, la Virgen María cumple a la perfección el 4º Mandamiento de la Ley de Dios: «Honrarás a tu padre y a tu madre». Como es sabido, con el nombre de padre y madre comprende también este mandamiento a todos lo superiores, así eclesiásticos como seglares, a los cuales por esta razón debemos obedecer y respetar.

Debemos honrar a aquellos de quienes hemos nacido: tratándolos con respeto; pidiendo a Dios por ellos; escuchando sus consejos y obedeciendo a sus mandatos; socorriéndolos en sus necesidades, y sobre todo cuando están gravemente enfermos, preocupándonos de que reciban los sacramentos. Incluso después de la muerte debe permanecer nuestro amor a los padres rezando por su alma y encargando misas por su eterno descanso.

A su vez, Los padres tienen el deber de amar, alimentar y mantener a sus hijos, proveer a su educación religiosa y civil, darles buen ejemplo, alejarlos de las ocasiones de pecado, corregirlos de sus defectos y ayudarlos a abrazar el estado a que Dios los llama (cfr. Catecismo Romano y Catecismo Mayor).

A los padres de la Virgen encomendamos nuestras necesidades, especialmente aquellas que se refieren a la santidad de los hogares. Damos gracias a Dios por tantas familias que viven gozosamente su vida cristiana y pedimos por todas las familias rotas o en dificultades.

Acudamos también a Nuestra Señora:

«Sea ella, Esclava del Señor, ejemplo de acogida humilde y generosa de la voluntad de Dios; sea ella, Madre Dolorosa a los pies de la Cruz, la que alivie los sufrimientos y enjugue las lágrimas de cuantos sufren por las dificultades de sus familias.
Que Cristo Señor, Rey del universo, Rey de las familias, esté presente, como en Caná, en cada hogar cristiano para dar luz, alegría, serenidad y fortaleza» (Familiaris consortio).

NOTA. En el Rito Romano Tradicional, estos santos esposos se celebran en dos fiestas distintas: la de Santa Ana (26 de julio) y la de San Joaquín (16 de agosto)