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27 mayo 2015 • Faltaba una serie autóctona sobre cárceles • Fuente: La Tribuna del País Vasco

Fernando José Vaquero Oroquieta

“Vis a vis” y “Reclusas”: de la impostura al adoctrinamiento

Mujeres en la carcel_Vis a VisEn España se habían producido series televisivas para casi todos los gustos: de ambiente hospitalario, especialmente de policías, otras detectivescas, farmacias de 24 horas, esperpénticas comunidades de vecinos, el mundo del periodismo políticamente correcto, familias de renombre con poder, adolescentes e institutos de enseñanza, otras de presunta –mal que bien- temática histórica… pero faltaba una autóctona sobre cárceles.

Finalmente anunciaron, con bombo y platillo, Vis a vis, un producto de Atresmedia que, prometían en su publicidad, revolucionaría la parrilla televisiva. Lo que está consiguiendo, alcanzando unos índices de audiencia casi formidables: casi cuatro millones de seguidores por entrega. Y van, en el momento de redactar este escrito, cinco. Unos datos que no dejan de sorprenderme, no en vano, de la lógica curiosidad suscitada por la novedad temática y la particular trama narrativa del primer episodio se ha derivado, rápidamente, al menos desde mi modesto punto de vista, al aburrimiento y lo previsible; de lo novedoso a lo cansino.

La serie disfruta de un formidable derroche de medios, buenas interpretaciones, impactante, una fotografía absorbente…, pero falla una cosita que no tiene “casi” importancia: la prisión que describen en Vis a vis no existe en España. Pero, antes de profundizar en esta sorprendente circunstancia, una apreciación previa. El mismo título de la serie ya es una impostura: los conocidos vis a vis -modalidad de comunicaciones entre los internos y familiares o amigos en un espacio cerrado e íntimo- sugiere sexo, objetos y relaciones prohibidas, transgresiones… Pero, de entrada, en esta serie no se visualizan comunicaciones vis a vis de ningún tipo conforme las previsiones legales y las prácticas españolas. Y las únicas comunicaciones que mantiene la protagonista con personas ajenas a la institución, además de las telefónicas y por carta, lo son con sus padres: en unas salas colectivas, en las que no pueden abrazarse más que unos segundos, con permanente presencia de los “funcionarios”… nada que corresponda a la realidad española; pero sí, acaso, a la norteamericana. De este modo, el propio título, que siempre es la tarjeta de presentación de cualquier producto televisivo, no deja de ser un reclamo que ofrece, de entrada, carnaza para televidentes obsesos y salidos. Pero, ¿tan poco consideración tiene Atresmedia hacia sus televidentes? ¿Con tan poco entienden, sus guionistas, que sus destinatarios se van a sentir satisfechos? En otros supuestos, caso de la rompedora Orange is the new black, la protagonista, una muchacha que en España miraríamos como una pija, cambiará su look estupendo, de ahí la referencia al black, por el color naranja de la ropa de las reclusas; lo que en Estados Unidos sí corresponde a la realidad. Piper Chapman se adaptará bastante bien a las circunstancias y rutinas de esa institución cerrada y total, que es la prisión para mujeres. Aquí, el título sí es una buena metáfora de la transformación interior de Piper y de su rápido aprendizaje. No en vano, hasta en esos detalles –cuando el título, junto a otros elementos simbólicos, pueden alcanzar la excelencia para llegar, incluso, a la genialidad- nuestros odiados yanquis cuidan sus productos. En España, no tanto: pues aparentemente lo que nos corresponde es lo grosero, lo zafio, banalidades sin cuento… O, al menos, así lo entiende la “casta” de los intelectuales orgánicos del sistema y sus difusores mediáticos.

Vis a vis, sirviéndose y no poco del sexo lésbico para suscitar interés, no deja de ser una falsificación televisiva de la realidad carcelaria española. Veamos algunos ejemplos ilustrativos.

En cada capítulo y cada uno de sus fotogramas observamos que las internas portan unos nada favorecedores monos amarillos… ¡pero si, en España, se eliminaron los uniformes carcelarios ya en vida de Francisco Franco!

Todo indica que Cruz del Sur, la hipotética prisión en la que se desenvuelve la serie, sería una prisión de gestión privada; lo que en España tampoco sucede y, de no cambiar mucho las cosas, tampoco parece posible. Otra cesión a los tópicos visuales procedentes de “yanquilandia”.

Veamos ahora una cuestión de fondo y forma muy relevante por sus implicaciones legales. En el primer capítulo de la serie, la recepción de la novata es memorable: varias internas desnudas son sometidas a un cacheo integral de su cuerpo y ropa, efectuado por una trabajadora penitenciaria ¡con tacto rectal y vaginal!, una tras otra y en la misma sala. Cualquiera que conozca el sistema penitenciario español te explicará que los “cacheos integrales”, de realizarse, se desarrollan de uno en uno, salvaguardando su privacidad mediante estrictos protocolos y notificaciones a diversas autoridades judiciales, y jamás con tacto físico. ¡Por Dios!, al funcionario que así lo hiciera se le acabaría la carrera profesional.

Y múltiples escenas absurdas y fuera de lugar, en España… y en USA: confidencias entre directora y trabajador penitenciario con la novata… ¡en el comedor común! Puertas de celda que se abren a cualquier hora de la noche; celdas con cuatro internas; trabajadores/funcionarios hablando por teléfono móvil en cualquier lugar del interior; etc., etc. Pero lo que llega a ser un verdadero salto a la ciencia-ficción es una práctica pericial sobre el terreno -un bosque- con la pobre Macarena esposada, funcionarios judiciales, policías y trabajadores penitenciarios: todos juntitos. De carcajada para quien conozca algo de los respectivos oficios y cautelas profesionales.

En resumidas cuentas: los guionistas han dibujado a su gusto la vida en una prisión… norteamericana. Únicamente faltarían las armas de fuego y los sombreros tejanos.

La serie Vis a vis -no podía ser de otro modo- presenta algunas analogías con la realidad carcelaria española; pero ello no es un ningún mérito: no en vano, todas las cárceles comparten numerosos elementos comunes, al igual que otras instituciones “totales” como cuarteles y psiquiátricos. A partir de ese común denominador, todo recurso narrativo puede aportar entretenimiento, autenticidad, incluso genialidad; pero también inverosimilitud: es el caso. De este modo, no será esta serie la que acerque al televidente español a la realidad carcelaria nacional; bastante desconocida, por cierto. Una circunstancia, por cierto, que viene de lejos.

Hagamos un breve ejercicio de memoria mediante una anécdota. Hace ya casi tres décadas, en uno de los primeros cursos sobre riesgos laborales que impartieron expertos del Gobierno de Navarra en la ya derruida prisión de Pamplona del barrio de San Juan, al intentar ilustrar la problemática a desarrollar, el ponente expuso:

– Vas andando por la galería de la cárcel, se te dispara la pistola en el pie…

Pero hombre de Dios, ¡los funcionarios no tienen pistolas ni nada parecido! Y es que es muy triste comprobar que, treinta años después, el desconocimiento existente sobre la realidad de las prisiones españoles sigue siendo monumental.

Es triste, también, que una de las escasísimas películas en las que se visualizan, por unos instantes, auténticos uniformes actuales de funcionario penitenciario español -camisa amarilla pálido y pantalón o falda gris- sea la cuarta entrega de la saga Torrente: una Mari Cielo Pajares, junto a otras cinco compañeras, se desnudan seductoramente ante un Torrente alucinado y sudoroso; en uno de sus lúbricos sueños, por supuesto.

Pero, ¿por qué esa falta de interés? ¿Estará, acaso, relacionado con la tendencia actual de construir las cárceles muchos kilómetros alejadas de las ciudades y en parajes solitarios, si bien, históricamente, formaban parte de la trama urbana?

Debemos partir de una premisa: la cárcel es un “termómetro” de las tensiones sociales contemporáneas, del momento en que vive una sociedad. Las mismas pasiones afectivas, similares deseos humanos, lo peor de la especie, y a veces, lo mejor… análogas necesidades y situaciones a las vividas en libertad, aunque exacerbadas al desarrollarse en un medio cerrado total que infantiliza a las personas en su pretensión de control. La vida misma, ni más ni menos; pero en un espacio cerrado en el que casi todos terminan conociéndose y bastante bien. Para lo bueno y lo menos bueno.

Pero este desconocimiento de la realidad de las prisiones –o su paradójica distorsión- no alcanza únicamente a los productos audiovisuales. Un ejemplo. A finales del pasado mes de abril se celebraron las “XI Jornadas de Estudios Penitenciarios” organizadas por la ONG Salhaketa con la colaboración del Departamento de Derecho Penal de la Universidad Pública de Navarra. Entre sus ponentes no figuraba ni un solo profesional de la propia institución; pero sí conocidos abogados y voluntarios de diversas ONGs que llevan años acudiendo a prisión, casi diariamente; caracterizados –y no poco- por sus indisimulados aires de superioridad moral en relación a los funcionarios que allí trabajan. No podía ser de otra manera: no en vano son perfectos entes morales, preclaros conocedores de la verdad y la justicia, determinantes del bien y el mal, acabados productos de la ingeniería progresista políticamente correcta. Y ya se sabe cómo catalogar a los funcionarios: unos perpetuos sospechosos de cualquier tropelía y expresión de brutalidad. No en vano, para el progresismo radical –uno de los frutos de la modernidad ilustrada- cualquier figura relacionada con el ejercicio de la autoridad y la potestad es sospechosa, íntimamente detestada, cuyo destino ideal sería su extirpación. En cualquier caso, y éste es un dato innegable de la realidad, quienes conviven con los internos durante muchos días, incluso años, son esos despreciados funcionarios, y no esos generalmente ocasionales y volubles “salvadores” y “redentores”.

La prisión es un termómetro de lo que acaece en una sociedad, decíamos. Así, hace treinta años, por ejemplo, España tenía un índice de personas en prisión inferior, casi en su mitad, al de Gran Bretaña. Y ello a pesar de la epidemia devastadora de la heroína -en sus múltiples expresiones personales, familiares y colectivas- que tan duramente golpeó a aquella generación diezmada; una cuestión insuficientemente y analizada, se mire por donde se mire.

Pero, ¡sorpresa!, desaparecida tan característica y masiva presencia sociológica en las cárceles, por su simple extinción física (fallecimiento prematuro), en la actualidad el anterior índice español ¡duplica al británico! Y no se puede decir, como explicación plausible, que las cárceles rebosen de políticos corruptos, empresarios sin escrúpulos, especuladores de las grandes finanzas, jueces vagos y corruptos… Entonces, ¿qué está pasando?

Acaso lo que sucede es que no nos queremos enterar. O que no quieran que nos enteremos. Otro ejemplo. El porcentaje de emigrantes encarcelados es muy superior al de la población autóctona. Y la respuesta proporcionada a esta cuestión, desde las diversas instancias sociales, es siempre unánime: los extranjeros sufren mayor discriminación que los nacionales, más carencias materiales y familiares, están más expuestos a la explotación… Bien podría enfocarse esta problemática desde otras perspectivas. Así, acaso, se podría relacionar con los límites extrínsecos de la labor policial (que en última instancia sigue unas indicaciones políticas), o con las facilidades que encuentran en España para asentarse todo tipo de organizaciones mafiosas, o la falta de recursos de las oficinas judiciales; incluso podría cuestionarse la pertinencia de una legislación penal tan tolerante con unos comportamientos y patologías y tan inflexible con otros. Pero, reconozcámoslo, plantearse estas otras perspectivas sitúan al audaz pensador en el umbral de la sospecha: subrepticio populismo fascista, presunta xenofobia, justificación de la supuesta brutalidad carcelaria, reproducción y tolerancia de los mecanismos de explotación y represión sistémicas… y cualquier otro “pecado” que los oráculos de la posmodernidad determinen como tal.

Los productores de Vis a vis, conscientes de su inverosímil resultado, idearon una venda antes que la herida, y le adjuntaron otro programa siempre emitido a continuación –Reclusas- con el que pretenden explicar a tan atónitos como inmaduros televidentes, la realidad de “las mujeres presas”. ¿Pero y “los hombres”? Y es que los televidentes somos medio tontos, no sabemos nada de nada, no tenemos criterio alguno y, por ello, nos tienen que aclarar las cosas y decir lo que tenemos que pensar.

Así, un nuevo ejemplo, en Reclusas ha corrido a cargo de santa Mercedes Gallizo -ejemplar prototipo de la “casta” política, quien fuera Directora General de Instituciones Penitenciarias y hoy parlamentaria recién electa por el PSOE en la Asamblea de la Comunidad de Madrid- el recordarnos, por si no lo teníamos claro, que “muchas de ellas [se refiere a las internas] son víctimas de relaciones tóxicas con hombres”. No se sorprenda, amable lector: hablamos de la misma Mercedes Gallizo quien, días atrás, retornó a primera plana de los periódicos y digitales y no, precisamente, por su participación en la campaña electoral de la mano de su número uno Ángel Gabilondo. Así, según diversas informaciones periodísticas, el Ministerio del Interior habría apreciado ciertos delitos en la «desaparición y borrado de archivos» referidos a las contrataciones públicas realizadas en las obras de la vivienda de Mercedes Gallizo cuando fuera Directora General con Rodríguez Zapatero. El asunto viene de lejos. El diario El Mundo hizo pública, un lejano 6 de marzo de 2008, la decisión Mercedes Gallizo de poner en marcha unas obras en la sede central de Instituciones Penitenciarias con el fin de habilitar un apartamento para su hija, quien en aquellas fechas cursaba estudios en Madrid. En esa información se detallaba que la decisión afectaba a la estructura exterior de un edificio de patrimonio público ubicado en la Gran Vía. Ese espacio habilitado para su hija estaría destinado inicialmente a los Servicios de Prevención y Riesgos Laborales penitenciarios. Y todo ello sin haber solicitado las preceptivas licencias de reforma al Ayuntamiento de Madrid. Preguntada en su día por ese diario, Gallizo aseguró: «Yo no tengo una vivienda oficial lo suficientemente grande, 60 metros cuadrados incluido pasillo, y tengo derecho a vivir con mi hija». Y es que los progres se permiten todas las licencias morales… y, también, las administrativas.

Volvamos a Reclusas, donde se destila buenismo y abundantes tópicos al uso. Y un poco de picardía por parte de la propia señora Gallizo, quien se encargó ella misma en explicar que la mayoría de las mujeres presas viven en “módulos de respeto”, uno de los mayores avances penitenciarios de las últimas décadas… fruto de su gestión personal; cómo no. Modestia, sabiduría y superioridad moral; tres por uno. Ya se sabe: nos referimos a esa superioridad moral que se atribuyen unilateralmente los radical-progresistas. No en vano, desde que Willi Münzenberg desplegara una de las primeras campañas propagandísticas -allá en los años treinta del pasado siglo- por la que se arrogaba que lo mejor de la humanidad se asociaba indefectiblemente al tierno camarada Stalin, y su oposición al mismo sería fruto de la abyección más inhumana sospechosa de fascismo e imperialismo, las cosas no han cambiado apenas. Y, no lo olvidemos, Dª. Mercedes procede de esa moralista secta que ha transitado desde la extrema izquierda maoísta -que en su día quiso para España lo que Mao perpetró en China- siempre muda ante los genocidios comunistas, y que por obra y gracia de la «Laica Cofradía de la Democrática Tolerancia» determina lo que está bien y mal… para todos; menos para ellos, criaturas libérrimas que no deben rendir cuentas por nada ni ante nadie, pues su moralidad revolucionaria les sitúa por encima de tan anticuadas categorías morales burguesas y demás supersticiones veterocatólicas.

Pero, compartan o no las disquisiciones anteriores, les pregunto, ¿se imaginan que en Dinamarca, por ejemplo, después de cada episodio de Borgen se emitiera un programa “explicativo” de la realidad parlamentaria, política y social danesas? ¿Qué pensarían los propios daneses? Como poco, que se les trataba como menores de edad… Un verdadero insulto a su inteligencia y civismo. Los españoles, entonces, ¿somos distintos? Pero, ¿no somos europeos y demócratas? ¿Merecemos ser tratados como indigentes intelectuales? ¿O pretenden que “pensemos” en la dirección que nos marcan desde esos poderes reales?

Lo que es innegable es que los productores de Vis a vis, por medio de Reclusas, nos están indicando qué es lo real y lo ficticio, cómo mirar la realidad y cómo idearla. A tal fin, incuestionablemente, las sucesivas entregas de Reclusas: “el primer día en prisión”, “delitos y penas”, “presas españolas en el extranjero”, “relaciones personales y sexo”…

Llegados a estas alturas, debemos preguntarnos, pero, ¿no habría sido más sencillo desplegar la trama de Vis a vis en una prisión española DE VERDAD? Tal vez, pero se han empeñado en hacer una mixtura entre Prison Break y Orange is the new black; sobre todo, de la segunda. Y la criatura les ha salido falsa y progresivamente aburrida. Si los guionistas carecían de ideas: ¡que hubieran consultado a cualquier funcionario con un par de décadas de experiencia! Habrían alucinado enterándose de sus experiencias, anécdotas, batallitas, sufrimientos y alegrías, paradojas y sorpresas. Ellos se lo pierden y los televidentes también.

Las prisiones son espejo y termómetro de sus sociedades; insistimos. De las tendencias sociales y de los deseos humanos. De sus contradicciones y de sus trampas ideológicas. Las cárceles, de este modo, cumplen una importante función social y simbólica; no en vano todos los poderes instalados también se sirven de las mismas para encaminar a la gente en la dirección de lo que debe entenderse –siempre desde la perspectiva del poder hegemónico- como bueno y como malo. Así han devenido las prisiones en espacios físicos y simbólicos en los que también se desarrolla la lucha por la hegemonía cultural. En este contexto, Vis a vis, y sobre todo Reclusas, constituyen la vulgata mediática, digerible y masticable por las masas, que el pensamiento radical-progresista impone como políticamente correcto.

Por ello, las series que estamos comentando constituyen, como tantos otros productos culturales, una mirada enfermiza sobre la realidad: a la que ignora si ésta contradice las premisas ideológicas de moda.

¡Qué contraste percibimos con algunas series extranjeras! Orange is the new black, Breaking Bad, Shameless, Borgen… son algunas de esas producciones televisivas apasionantes que enganchan a los televidentes, generando seguidores fieles y a atentos, por realistas y nada moralistas. Por el contrario, si algo caracteriza a las series españolas, además de su falta de nivel cultural, es que todo lo que dicen y expresan sus protagonistas representan lo más granado del repertorio políticamente correcto. Un caso concreto. Mientras que en Irlanda han sometido el “matrimonio” homosexual a referéndum, pese a que todos los partidos políticos eran unánimes en el sí, en España las series de televisión ya lo habían sacralizado e idealizado desde hace décadas y sin consulta popular alguna. Esas series foráneas, por el contrario, reflejan la realidad como multiforme y plural, incluso incorporando algunos prejuicios al uso, pero, en cualquier caso, nada monolítica. Exponen la realidad, hablan de ella: no se la inventan. De este modo, presentan ante el espectador auténticos tipos humanos que cualquiera ha podido encontrarse a lo largo de sus propias vicisitudes vitales; no son productos ideales frutos del prejuicio y de un proyecto cultural hegemónico. Y no importa si el espectador es de derechas o de izquierdas, católico o ateo, mediopensionista o friki irredento, soltero o en pareja (no digamos casado, que es muy antiguo). Cuando un producto es bueno, se reconoce. Y si es malo, pues se apagan los canales y se pasa a ver el último capítulo, al que se accede por el medio que sea (líbreme Dios de animar al pirateo), de la serie que realmente alcanza tu interés, afecto e intelecto. Es signo de los tiempos, pues ese avance acelerado de la “televisión a la carta”, mientras que las cadenas generalistas pierden credibilidad y fieles. Aunque perviven excepciones, y en ocasiones realmente lamentables, caso de Vis a vis.

En suma, y concluimos: los oráculos de nuestra atomizada sociedad sufren algún tipo de enfermedad intelectual y moral que pretenden extenderla y convertirla en mentalidad común; y lo están consiguiendo. Se censura lo real y se impone –en imágenes y producto culturales que suavemente van modificando la mentalidad general siempre en un sentido determinado- el proyecto ideológico de la utopía igualitaria y mundialista; por medio de una vulgata fácil de seguir y sencilla de entender. Esta propuesta cultural universalista, en sus caracteres determinantes, es similar independientemente del medio: efebocracia, carpe diem, olvídate del pasado… y del futuro, que piensen por ti los intelectuales orgánicos, sigue tus sentimientos, sigue la corriente… aunque ésta no vaya a ningún sitio.

Es un axioma casi universal el que afirma que la realidad superar cualquier ficción; en el caso de Vis a vis permanece por completo vigente. Personalmente, si me ponen a escoger entre la racial Mari Cielo Pajares de Torrente y la llorica y pija de Maggie Civantos de Vis avis, prefiero a la primera; aunque vista uniforme de funcionaria. Pero, visto lo visto, esperaré impaciente un nuevo episodio de cualquiera de mis series favoritas. Lástima, ninguna española.