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20 abril 2015 • Se esforzó en resaltar el contenido ideológico de la División y de los divisionarios • Fuente: Blau Division

Carlos Caballero Jurado

Demetrio Castro Villacañas: Falangista, divisionario y poeta

Hoja Campaña Division AzulDemetrio Castro Villacañas ha muerto. Os lo comunicamos en el Blau División (BD) del pasado abril de 2014. En ése número ya os adelantamos que, dentro de la historia de la División Azul, él destaca por haber sido uno de los pilares de aquella magnifica publicación que fue la “Hoja de Campaña”. Días después de su muerte, sus cenizas fueron a reposar junto a las de otros muchos camaradas en el Monumento a los Caídos de la División Azul, en el madrileño Cementerio de La Almudena. En nuestro BD de mayo, Elena Palao, una gran investigadora en temas de la División Azul, y más concretamente sobre su “Hoja de Campaña”, le dedicó un artículo magnífico. Figuro entre los que, tras saber de su muerte, se sienten un poco más huérfanos en este mundo. Pero me temo que a muchos de los que me puedan leer en estas páginas de BD el nombre del camarada que se ha ido no les sonaba demasiado familiar antes de leer el artículo de Elena Palao.

Reconozco que a mí no me dijo nada excepcional cuando un divisionario al que quería mucho, el siempre animoso Salvador Zanón, también originario de Cuenca como Demetrio, y fallecido hace más tiempo, me dijo que me iba a poner en contacto con él. La verdad es que al oír los apellidos Castro Villacañas, en quien de verdad pensé fue en Antonio Castro Villacañas, su hermano menor como descubrí después, que sí me resultaba conocido por haber leído cosas suyas.

Tuve que hacer un esfuerzo para recordar algo de Demetrio Castro Villacañas y finalmente caí en la cuenta de haber leído cosas suyas en “Hermandad”, aquella maravillosa publicación que editaba la Hermandad de Barcelona bajo la dirección del también inolvidable Tomás Salvador. Y al poco caí en la cuenta de que también lo había leído en “Hoja de Campaña”, gracias a que la Hermandad Nacional de la División Azul había tenido el impagable acierto de realizar una edición facsímil del semanario editado en Rusia para nuestros voluntarios.

Pero solo llegué a conocer a Demetrio a fondo gracias al contacto personal. Digo personal y debería decir personal pero lejano, ya que siempre nos relacionamos a través del correo y el teléfono… Si, aunque parezca extraño ahora, hasta no hace tanto la gente se mandaba cartas. Y a lo largo de años Demetrio y quien suscribe tuvimos un intensísimo tráfico de cartas que, cosa rara en mí, archivé concienzudamente, supongo que porque desde el primer momento fui consciente de que aquellos papeles eran un auténtico tesoro para conocer la historia de nuestra División Azul.

Empezando en marzo de 2005, nos escribimos casi semanalmente durante casi tres años, lo que ha dejado en mi archivo un gran número de cartas, que utilizaré en este escrito de homenaje, entresacando de ellas párrafos completos. Después, por cuestiones de salud propias de su edad, y en especial problemas en la vista –una herencia de la campaña rusa- el contacto se redujo a lo telefónico y se fue espaciando. Pensaba en él muy a menudo, y tenía deseos de llamarle, pero a la vez el respeto que se debe al descanso de las personas mayores y enfermas me inhibía.

El tesoro son sus cartas. En ellas intentó narrarme su vida; decía que le venía bien hacerlo, para poner en orden sus recuerdos. Me comentaba que, como consecuencia de una embolia, había sufrido una amnesia parcial y había periodos de su vida que había olvidado, manteniendo en cambio muy vivo el recuerdo de otros. Otro “problema” es que, sumido en una profunda depresión tras la muerte de su esposa, quemó parte de su archivo personal, por lo que había cosas sobre las que no podía darme referencias exactas. Me comentó lo mucho que echaba en falta unos cuadernos con tapas de hule, con los que había salido de España y en los que había anotando datos e impresiones, en los que escribió crónicas que luego –ya pasadas a máquina- envió a España y también algunos poemas, cuadernos que el fuego había consumido.

Por la devoción que le profesé, por su trascendencia en la historia de la División Azul y de las Hermandades de la División Azul, y porque su biografía es un fiel reflejo de la de tantos divisionarios, querría dejar aquí en estas páginas constancia de ella. Hay quienes dicen que “de la División Azul ya lo sabemos todo”. En realidad, al trazar esta sencilla biografía de Demetrio, un divisionario apenas conocido, espero contribuir a demostrar lo mucho que desconocemos, lo mucho que estamos ignorando y olvidando, pues la biografía de Demetrio es una más de las miles de divisionarios que apenas conocemos.

Demetrio nació en enero de 1919 en Huete, una población de la Alcarria conquense. Como quien suscribe, era por tanto un “castellano-manchego” y esa fue una de las razones que explica que surgiera de manera casi instantánea una corriente de simpatía entre ambos, pues estábamos de acuerdo que nuestra visión del mundo era “muy castellana”. Hoy Huete es eso que se denomina “un poblachón manchego”, pero quien lo visite verá que su pasado fue mucho más glorioso. Creo que eso es algo que nos une a los castellano-manchegos, ser conscientes de que nuestra historia –que no es sino una parte de la de España- tuvo momentos de gran gloria, aunque hoy nuestras tierras aparezcan adormiladas. Pero es el brillo de esa gloria el que debe sacarnos de ese sueño. Por ello, no creo que sea casualidad que una de las poesías de Demetrio en la “Hoja de Campaña” estuviera dedicada a la emblemática figura del Doncel de Sigüenza. Apareció en el número 54 (de 23 de diciembre de 1942; en este caso firmaba como D.C.V.) y decía así:

Luce la primavera sobre el libro ignorado,
y sobre el blanco asombro del mármol que rebrilla.
La juventud se enarca sobre tu talle firme
con la lección postrera y la primera lucha.
La espada, por tu puño, fuero de la ley pregona.
Has bebido en el texto razones de bravura,
y en el contorno en sombra que te ciñe la frente,
hay como nimbo de celestiales gozos:
Gozo para el orgullo de romper el misterio
y lanzarnos ejemplo con tu sabiduría.
Gozo en la acción no muerta de este mejor descanso
que arranca claridades de tu ser cada día,
y es himno de tu gloria la canción no cantada
que al evocarte en mármol, mi admiración decía.

Otra de las razones por las que establecí enseguida una relación personal muy fluida con él fue que nuestras dos familias habían acabado consagradas en buena medida a la enseñanza. El padre de Demetrio era de familia humilde, ya que su madre (la mayor de seis hermanos, a los que ya había contribuido a criar de hecho) enviudó y quedó al cargo de tres hijos. Pero él decidió labrarse un futuro y dárselo a sus hijos. Heliodoro Castro, que así se llamaba, trabajó de albañil para pagarse los estudios y se hizo maestro. Ingresó en el cuerpo de Maestros de Prisiones y llegó a ser el primer Inspector General de Enseñanza Penitenciaria. También opositó a Catedrático de Historia en Escuela Normal de Magisterio, y aprobó, pero sin plaza, pues la plaza que él había ganado le fue otorgada por el consabido enchufe a un familiar de Romanones, un fenómeno típico de la España de la Restauración, ya se sabe, la de la oligarquía y los caciques. De ahí que Heliodoro apoyara aquel ensayo regeneracionista que fue la Dictadura del general Miguel Primo de Rivera, con la que se comprometió hasta el punto de ser designado alcalde de Alcalá de Henares. Aun tiene calle dedicada a él en Alcalá de Henares y la guía que escribió de la monumental ciudad, de 1924, sigue siendo una obra clásica. Que Alcalá de Henares dejó en él una gran huella lo demuestra otra de sus poesías aparecida en “Hoja de Campaña” (en este caso en el número 46, de 21 de octubre de 1942, con la firma de “Demetrio”).

La piedra cisneriana, temblando de reflejos.
Cervantes, hecho bronce, medita sus novelas:
la plaza le circunda con farolas bordadas,
y hay un ensueño triste de pasado perdido.
Rebrillan los soldados su reciente uniforme
Y se buscan Colegios Mayores y Abadías
Sigue sola la ermita del Cristo doctrinero
Y se añoran Quevedos, Vallejos y Nebrijas.

Un tío abuelo, sacerdote, había fundado el Colegio de Santo Tomás, con internado, en Madrid. Cuando Demetrio Castro Villacañas fuera a estudiar a Madrid, se alojaría allí. En 1936, los frentepopulistas se incautaron de él. Su tío materno Baltasar Villacañas, fue catedrático de Matemáticas. Y entre sus hijos, hay destacados universitarios. Demetrio estaba muy orgulloso –así me lo hizo saber en muchas de sus cartas- de esa vinculación suya con la enseñanza, que en realidad él había compartido directamente, ya que por algún tiempo fue profesor en la Escuela Oficial de Periodismo.

Casi me voy a atrever a hacer una digresión sociológica. La familia de Demetrio era una de esas muchísimas familias que, partiendo de un estrato social humilde o muy humilde, con un tremendo esfuerzo y apostando a fondo por la educación, consiguieron ascender socialmente, dando lugar a esa capa que conocemos como “clases medias”. Un grupo social que sobre sus hombros cargó con el peso de la modernización de España, y que lo hizo enfrentándose al desprecio de unas egoístas clases altas, casi castas, y de unas clases bajas entregadas al revanchismo y a las quimeras milenaristas difundidas por revolucionarios de ultraizquierda. Entre mis papeles hay un largo poema de Demetrio, que no me remitió él, sino el antes citado Salvador Zanón. Se llama “Clase Media” y está dedicado a Salvador Pérez Valiente, que –lo confieso- ignoro por completo quien pueda ser. La materia prima de esta obra son sus recuerdos infantiles, donde –en los parques, en las aulas- él y otros niños como él se encontraban ante un doble rechazo, el de los niños de las capas más populares que los odiaban “por ricos” y el desprecio de los de clase alta, que no querían saber nada de “esos pobres”. No sé si esta obra aparece en alguno de sus volúmenes de poesías, pero creo que vale la pena reproducir un pequeño fragmento:

Entre el odio de unos y el desprecio de otros,
pasó, tú bien lo sabes, amigo, nuestra infancia
Nuestra infancia fue eso: un estar en el medio,
sin que a nuestra verdad ninguno se acercara.
A todos los queríamos, y nuestras manos daban
caricias de belleza: lágrimas nuestros ojos
para toda tristeza, para toda amargura. Pero nos rechazaban.
Los quisimos a todos, y sabemos sus nombres.
Meciéndose en el alma los llevamos a todos.
Y hoy que somos ya hombres, miramos, como siempre,
que nunca pasa en balde lo que pasa en la infancia.

Aunque una historiografía bochornosamente anclada en el marxismo más vulgar y zafio sigue empeñada en presentar a Falange y los falangistas como una caterva de señoritos, la verdad es la mayoría de su militancia procedía de ese mismo segmento sociológico que Demetrio: familias en fase de ascenso social, pero que lo estaban logrando con un tremendo esfuerzo, que sabían que había que acabar con las injusticias, pero sin caer en utopismos destructores y que predicasen el rechazo de las esencias nacionales.

Demetrio se unió a Falange a primeros de 1935, con 16 años recién cumplidos. Se integró en el SEU de la Facultad de Derecho, carrera que había empezado a estudiar en Madrid, aunque por su edad no tendría un papel muy destacado en esta organización falangista antes de la Guerra Civil. Si su padre Heliodoro había sido un seguidor del general Miguel Primo de Rivera, Demetrio y sus hermanos unirían su destino al de José Antonio Primo de Rivera.

El jovencísimo estudiante conquense llegaría a pertenecer a la 1ª Centuria de la 1ª Línea de Falange de Madrid, al igual que Luis Nieto. Su escuadra era mandada por Eduardo García Ontiveros y estaba en ella otro de sus hermanos. En cuanto a la familia de Demetrio, en la misma escuadra estaba su hermano mayor, Heliodoro, y uno de sus tíos, Celestino Villacañas, y algunos más, todos ellos internos en el mismo colegio de Santo Tomás. Ambos familiares de Demetrio marcharían a la División Azul.

En el caso de su madre, Elisa Villacañas, el dominio frentepopulista sobre España dejaría una herida imborrable: su hermano Julio Villacañas López figuró entre los asesinados en Paracuellos, así que no es extraño que Celestino decidiera “devolver la visita al comunismo” marchando a combatir a Rusia. Me comentaba Demetrio que ya antes de la Guerra Civil su madre había sufrido mucho cuando, en un arrebato juvenil, su hermano Celestino se escapó de casa para alistarse en La Legión, cosa que no pudo hacer finalmente porque aunque él trató de ocultarlo, se le notaba demasiado joven. ¡Quién le iba a decir a ella que años después, y con destino a un frente mucho más mortífero que el del Marruecos español, el frente ruso, partirían no solo aquel hermano que quiso ser legionario, sino también dos de sus hijos! En su reciente obra “Soldados de Hierro. Los voluntarios de la División Azul”, Paco Torres ha remarcado que no solo hubo unos “soldados de hierro” en los frentes, sino también una retaguardia de hierro, formada por los familiares que desde la lejanía los apoyaban. Elisa Villacañas fue una de las integrantes de esa “retaguardia de hierro”.

No es difícil imaginar que la Guerra Civil, que la familia pasó en la retaguardia frentepopulista, fue muy dura para Demetrio. Su tío Julio, asesinado; su tío Celestino, malviviendo en la clandestinidad, para evitar ser detenido o ser reclutado para servir en el Ejército frentepopulista. Su padre fue represaliado por sus bien conocidas opiniones políticas, pero pese a la persecución que sufrió, logró salvar la vida. No era poco. Entre julio de 1936 y marzo de 1939 el Frente Popular asesinó en Madrid y provincia a 11.705 personas que hayan podido ser perfectamente identificadas, a las que cabe añadir otras de identificación más dudosa…

También los hermanos Castro Villacañas lograron evitar lo peor. A Heliodoro, el mayor, al ser movilizada su quinta por el Frente Popular el Tribunal Médico lo diagnosticó como “inútil total”, nada raro dado que tenía muy mal la vista y padecía frecuentes cólicos de riñón.

“Yo era de algunas quintas después –me contaba Demetrio- y pude lograr ser clasificado “para servicios auxiliares”, gracias a las gestiones que se hacían entre nosotros, los falangistas de la clandestinidad, para ser examinados por un determinado Tribunal Médico donde hubiera camaradas que nos prevenían sobre las preguntas que habrían de formularnos y de las respuestas que deberíamos dar. Fue la de estos Tribunales Médicos una labor expuesta y muy destacable, ya que a las autoridades podía llamarles la atención el que excluyeran a tantos reclutas. En mi caso, el Tribunal diagnosticó “personalidad histérico-epileptoide con sus correspondientes secuelas”. Me tocó pasar buen tiempo en un hospital psiquiátrico durante largo tiempo, sometido a observación”.

Cualquier cosa antes que servir en el odiado Ejército del Frente Popular, donde –por otra parte- era muy frecuente que los comisarios y oficiales izquierdistas dieran muerte a cualquiera sospechoso de “fascista”, habida cuenta de que esas ejecuciones extrajudiciales eran facilísimamente camuflables como “muertes en acción de guerra”.

Heliodoro y Demetrio Castro y su tío Celestino Villacañas habían logrado evitar la muerte a manos de los frentepopulistas, e incluso tener que servir en su Ejército. Pero tenían una frustración en común: no haber podido combatir con las armas en la mano para derrotar al Frente Popular, a la revolución marxista.

Al acabar la guerra, Demetrio vuelve a la Universidad como estudiante y al SEU como militante. Ya antes de la Guerra Civil había trabado buena amistad con uno de los más combativos líderes del SEU en la Facultad de Derecho, Gaspar Gómez de la Serna que, como sugiere el apellido, era familia del famoso escritor Ramón Gómez de la Serna, su primo concretamente, lo que subrayo porque Gaspar tenía también una clara vocación literaria, por mucho que estudiase Derecho. Ahora Gaspar era una importante jerarquía falangista: era Delegado del SEU en la Facultad de Derecho (también Consejero Nacional del Sindicato estudiantil) y Demetrio, como Delegado de Curso del SEU en esa misma Facultad, tenía un estrecho contacto con él.

En más de una carta Demetrio me contó que consideraba que Gaspar Gómez de la Serna fue decisivo en su vida. Hizo que Demetrio fuera uno de los autores elegidos para contribuir en la “Elegía de los vientos y de los campos en el entierro de José Antonio”, un volumen colectivo de poesías publicado por el SEU. Demetrio hizo en ella una aportación, que apareció además en lugar destacadísimo, y esa fue su primera publicación. Algo que le convenció de que tenía posibilidades de dedicarse a escribir.

De alguna manera, Gaspar también fue decisivo para que se alistase como voluntario para la División Azul. Todos hemos visto las famosas imágenes de una manifestación de jóvenes falangistas que recorren el centro de Madrid camino de la Secretaria General de Falange, en la calle de Alcalá. En primera línea de ella, una pancarta, con el lema VOLUNTARIOS FALANGISTAS CONTRA RUSIA. Pues bien, esa pancarta se había hecho precisa e improvisadamente en la sede de la Delegación del SEU de Derecho. Junto a la pancarta, varias banderas falangistas sacadas también de la citada Delegación. Y entre los que marchan enérgicamente en primera línea, Gaspar Gómez de la Serna y Demetrio Castro Villacañas, ambos luciendo la camisa azul. Era el primer minuto de la historia de la División Azul, y Demetrio ya estaba allí.

En su día solicité del Archivo General Militar de Ávila copia del expediente militar de Demetrio. En él se hacía constar que se había alistado procedente “de la Jefatura Nacional del SEU” y con la graduación de soldado de 1ª. Lo primero no me sorprendió, porque el SEU fue sin duda la organización falangista que más voluntarios aportó en el contingente inicial. Pero le pregunté por lo segundo, ya que llamó la atención su graduación militar. Y me lo explicó cumplidamente: como escuadrista de la Vieja Guardia falangista que era, se integró en la llamada Milicia de Falange.

Y precisamente dado su carácter de “camisa vieja” se le otorgó rango de “sargento de la Milicia”, aunque hasta ese momento careciera de experiencia militar alguna. Obviamente los militares no le reconocieron tal graduación al integrarse en la División Azul. Pero también resultaba demasiado chocante “degradarlo” a soldado raso, así que se decidió conferirle esa graduación.

Pero en Rusia Demetrio iba a destacar como periodista, así que conviene explicar de dónde le venía a Demetrio esta vinculación con la prensa. En aquel momento él ya se había hecho un hueco en el diario “Arriba”, órgano central de la prensa falangista. Su entrada en el diario que fundara José Antonio Primo de Rivera tuvo bastante de casual. Como su padre estaba destinado como profesor en la cárcel de Porlier, recibió un día la visita de un familiar de Xavier de Echarri, director del periódico, que iba a interesarse por un detenido, al que deseaba avalar. Casualmente leyó unos textos de Demetrio que estaban en casa de su padre, y como le gustaron mucho se los llevó a Echarri. A este le gustaron también y, tras conocer a Demetrio, empezó encargándole reportajes, siendo los primeros una serie de artículos sobre la situación en que habían quedado los museos de Madrid tras la guerra.

A Demetrio pronto le fascinó el mundo de los periódicos, todos los aspectos de su funcionamiento, así que prolongaba cuanto podía su presencia en la redacción y no dudaba en bajar a los talleres, etc. Así conoció a grandes figuras del momento como Eugenio Montes, Sánchez Mazas, Mourlane Michelena, Rosales, Panero, o Vivanco. Al final, se atrevió a entregar a Echarri un artículo literario, muy alejado de sus habituales reportajes “de calle” que venía haciendo, y le gustó mucho. Otros artículos suyos recibieron elogiosas críticas de Sánchez Mazas, de Alfaro, etc., y al final fue admitido como uno más en las tertulias que celebraban allí los principales escritores y periodistas vinculados al “Arriba”.

Pero a la vez se interesó en todo lo relativo a la “mecánica” de un periódico: trazado de las páginas, composición, elección de tipos, inserción de ilustraciones, montaje… lo que se llama “confección”.

“Comencé a bajar a Talleres y a aprender un quehacer periodístico que después apliqué en Hoja de Campaña e incluso, a la vuelta, me permitió ser profesor en la Escuela Oficial de Periodismo. Dada mi vinculación de hecho al diario, se me otorgó un carnet de “colaborador fijo”, que no suponía realmente profesionalidad ni que cobrara una nómina, pero ese fue el carnet que presenté al incorporarme a la División, con la confianza de que me facilitase la posibilidad de enviar alguna crónica desde Rusia”.

En otra carta me contaba el agasajo que se hizo a los periodistas que se habían alistado como voluntarios:

“La Asociación de la Prensa de Madrid organizó un homenaje a los periodistas que figuraban como voluntarios. El acto se celebró unas fechas algo anteriores a la configuración de la unidad, y el semanario “Dígame”, que por entonces se publicaba, dedicó una muy extensa reseña en la que aparecía una tira a toda página de caricaturas de periodistas que estábamos alistados. Figuraban algunos que no lo eran, como Castiella, pero otros que si ejercíamos como tal, Dionisio Porres, Álvaro de Laiglesia, etc.; y te cito estos nombres porque después tuvieron que ver con la “Hoja de Campaña”. También aparecía yo. No todos éramos periodistas de Madrid. Entre los de fuera conviene destacar a Enrique Sotomayor que dirigía un periódico de Falange en Sevilla por entonces, pero que es mucho más famoso por su idea de crear el Frente de Juventudes. Por lo que se refiere al diario Arriba, que entonces dirigía Xavier de Echarri y del que era redactor jefe Ismael Herraiz, lo cierto es que se alistaron altos cargos de la Redacción y también personal de Administración y Talleres.

Respecto a la futura publicación que iba a sacar la División Azul en Rusia, la “Hoja de Campaña”, una de las aportaciones más notables del “Arriba” a ella fue “Kim”, el caricaturista Joaquín de Alba Santizo”.

Hay que decir que aquí Demetrio pecó de parco. Lo que ocurrió en el diario “Arriba” con motivo de la creación de la División Azul fue un auténtico terremoto. Jesús Martínez Tessier lo narró en un artículo titulado “Anticomunistas sin dólares” (aparecido en el mismo diario “Arriba”, muchos años después, el 1 de abril de 1954).

“Nuestro periódico, el periódico que fundara José Antonio, fue como toda entidad falangista, como toda España. En la Redacción el alistamiento fue general, desde su director de entonces, camarada Echarri. Luego, la suerte y la salud determinaron quienes iban a formar la representación en las filas azules (…) Fueron eliminados los que aún no estaban restablecidos de sus heridas o enfermedades de la Cruzada. Después, aquellos de mayor edad o con mayores compromisos familiares, hasta dejar el número que proporcionalmente y en justicia correspondía a la Redacción”

Finalmente, de entre el personal de redacción, administración y talleres del diario falangista se seleccionó a una representación del diario y hacia Rusia salieron veinte voluntarios: Vicente Gaceo del Pino, Alfonso Gallego Cortés, José Caballero Palacios, Francisco Javier Goñi Sánchez, Joaquín de Alba Santizo (el caricaturista, “Kim”), Demetrio Castro Villacañas, Juan de Rojas Mora, Jesús Martínez Tessier (autor de las líneas antes citadas), Salvador López de la Torre, Manuel Escamilla Crespo, Cecilio Jorquera Masa, Santiago Hernández Medina, Carlos Polonio Sánchez, Bonifacio López Andrés, Raimundo Sanz Fernández, Aurelio Sanz Bartolomé, Arturo Sola, Francisco Alba Gutiérrez, Antonio Carmena Blanco y Manuel Hernández Pacheco. De estos veinte hombres, los cuatro que encabezan la lista murieron (tres cayeron en Rusia, Gaceo, Caballero y Goñi, mientras que Gallego murió ya en España a consecuencia de las graves heridas recibidas; todos menos Goñi procedían de la redacción). La cifra de bajas entre los voluntarios del diario “Arriba” alcanzó un estremecedor 20 por ciento. Varios ganaron importantes condecoraciones y Salvador López de la Torre (que llegaría a ser uno de los mejores periodistas especializados en temas internacionales de la España de la segunda mitad del siglo XX) estuvo propuesto incluso para la Medalla Militar Individual. No nos engañemos: ni Demetrio Castro ni sus compañeros se iban a Rusia para escribir artículos, sino a batirse en el frente como soldados.

“Me alisté en la División como escuadrista de la Vieja Guardia madrileña, con mis camaradas Ontiveros, Beltrán, etc. El mismo día en que me retraté para la orla de mi promoción universitaria. Lo hice con tal premura que en la orla aparezco con la camisa azul. Desde el estudio fotográfico me fui al Cuartel del Infante Don Juan, donde habíamos sido convocados los voluntarios. Allí se formó el batallón al que pertenecí. Mis camaradas Ontiveros y Beltrán fueron a otra unidad; y mi hermano Heliodoro (mayor que yo), cuando me despedí de él se quedó llorando, no porque yo me fuera, sino porque a él no le dejaban ir, tras un primer examen médico. Más tarde, ya en Grafenwöhr, me dio la alegría de verlo aparecer, también como soldado de la División, pero en atención a sus problemas médicos, destinado en el Cuartel General. También él iba a ser decisivo para que yo pudiera enviar crónicas para la prensa española y para que acabara en “Hoja de Campaña”, el periódico de la División”.

Su hermano Heliodoro, ya lo indiqué, había sido excluido del Ejército del Frente Popular por su salud (graves problemas de vista y riñón). Por otra parte, ya había terminado Derecho, una carrera que le apasionaba. De hecho, al crearse la División trabajaba en el Departamento Jurídico de la Organización Sindical. Rechazado en los primeros momentos, tiró de amistades para conseguir plaza: otro ejemplo más de los “enchufados” en la División Azul. Pero no logró alistarse como fusilero, que es lo que a él le hubiera gustado, y al final encontró una plaza apropiada a su formación y estado físico y fue destinado a la Sección de Personal del Estado Mayor divisionario. Esto no hubiera sido posible de no ser porque en la Organización Sindical había una fuerte presencia de falangistas destacados que intercedieron por él.

“En Rusia, asombrosamente, se encontró mucho mejor de su afección renal –me escribía en una de sus cartas Demetrio-. Pero poco después de su vuelta le diagnosticaron una avanzada tuberculosis renal, que obligó a la extirpación quirúrgica de un riñón. Pero el cáncer ya se había extendido al otro y acabó muriendo muy joven a los tres años de casado, dejando dos niños pequeños”.

El encuadramiento original de Demetrio Castro fue en el I Batallón del Regimiento “Rodrigo”. Pero, como todos sabemos, tal Regimiento se disolvió en Grafenwöhr por reorganizarse la División, y se reconvirtió en III Batallón del Regimiento 262º (“Tercero de Pimentel” en la forma de hablar de los divisionarios). El Batallón que salió de Madrid estaba virtualmente todo el compuesto por falangistas, “Camisas Viejas”, muchos miembros del SEU y del Frente de Juventudes, excautivos, familiares de asesinados por los frentepopulistas… En Grafenwöhr la remodelación fue muy amplia. De la Compañía de Demetrio –que tenía casi 200 hombres al salir de España- la mitad pasó a integrarse en el Batallón I/269º. El resto pasó al III/262º. El hueco dejado por los falangistas madrileños fue ocupado por soldados de origen campesino y gallego, tan voluntarios y tan anticomunistas como los madrileños, pero definitivamente menos familiarizados con la ideología falangista. Tras la remodelación, la 1ª sección quedó compuesta por los madrileños falangistas, la segunda era muy heterogénea y en la tercera dominaban los campesinos gallegos.

Pese a haber sido separado de muchos de sus camaradas de Madrid, Demetrio Castro siempre guardó el orgullo de haber pertenecido a una unidad, el III/262º, cuyos mandos eran una auténtica élite:

“Mi batallón estuvo mandando por el comandante Ramírez de Cartagena y los capitanes Orozco, Herrera, Milans del Bosch y Portolés. Todos habían estado en La Legión. Todos tenían ya la Medalla Militar Individual, y Orozco también la Laureada. La impresión que produciría verse encuadrado a las órdenes de tal oficialidad es fácil de imaginar”.

De Grafenwöhr recordaba especialmente el haber retomado contacto con camaradas a los que había perdido de vista al organizarse la División.

“Encontré allí a mis camaradas Eduardo y Rafael García Ontiveros. Como hijos de diplomáticos que eran, hablaban idiomas. De hecho su padre ejercía de cónsul español en Hamburgo por entonces. Hablaban alemán ambos y algo de ruso. Eduardo, que había sido teniente provisional en la Guerra de España, se tuvo que contentar con ir de sargento. Rafael era muy joven y sospechábamos que si lo habían admitido era por lo de saber idiomas como el alemán y el ruso. También me pude ver con otros camaradas de Falange en el Colegio Santo Tomás, como José Luis Beltrán, Luis Nieto, Manuel Carmona.”

Pero en Grafenwöhr la sensación de un divisionario de a pie como era Demetrio, era de confusión. Entrega de equipos y uniformes, instrucción, maniobras, reorganización de unidades, todo a un ritmo frenético.

“La confusión era ciertamente incómoda y abrumadora. Yo le entregué a mi hermano Heliodoro para que lo hiciera constar donde fuera oportuno documentos donde constaba que era “colaborador fijo del diario Arriba”, y sargento de las Milicias de FET. Esperaba así que me fuera posible enviar crónicas a España. La primera que le di en mano a él y con destino al diario “Arriba” estaba fechada el 25 de julio, día de Santiago, fecha simbólica, en la que realicé mi primer “servicio de armas”. Aquella crónica nunca llegó a su destino, no sé muy bien la razón de ello”.

Una de las cosas que llevaron mal los españoles en Grafenwöhr fue la casi total carencia de noticias. El servicio de correos militares aun no se les aplicaba eficientemente y durante semanas no tuvieron noticas de sus familias. Y carecían también de noticias fidedignas y detalladas de qué estaba ocurriendo en el mundo exterior.

“Todo ello daba lugar a rumores. Las ansias de información y la necesidad de noticias se acrecentaron de manera evidente. Ello llevó a que alguien, me imagino que en la Segunda Sección del Estado Mayor, la de Información, llegara al convencimiento de que era necesaria una publicación que diera información veraz, lo que liberaría el ambiente de rumores, de macutazos, que podían llegar a ser peligrosos para la moral. Quizás la idea fuera del mismo general, ya que Enrique Sotomayor era un personaje de su confianza y en efecto fue él, que servía sin embargo como simple soldado, el que nos convocó. Había tenido importantes cargos políticos, y con solo 20 y pocos años ya dirigía “FE”, de Sevilla, de donde había salido para enrolarse en la División y moriría en Rusia. Era un claro ejemplo de los intelectuales que quisieron servir como soldados en Rusia. El caso es que él fue el encargado de –diríamos- la creación de este servicio, el poner en pie una publicación de la División.

“Recuerdo que se nos convocó de parte suya el día 26 de julio, y debíamos concentrarnos en la puerta del Cuartel General. La convocatoria corrió de boca en boca, entre todos aquellos que habíamos tenido algo que ver con prensa en España. Allí me encontré con Jesús Revuelta, con Álvaro de Laiglesia, con Alba Santizo, con Dionisio Porres.
“Sotomayor nos habló de la necesaria aparición de dos publicaciones. Una, de manera inmediata, muy sencilla, de carácter mural, para fijar en uno o más lugares del campamento. Y otra de carácter semanal, de cuatro o seis páginas, que –no lo puedo asegurar- acaso denominó ya como “Hoja de Campaña”. La primera publicación tendría como misión ofrecer un mínimum de noticias referidas a la vida y las actividades del campamento, alguna referencia que pudiera tomarse “de oídas” por la radio sobre lo que ocurriera en España, no más de un artículo literario-periodístico acerca de nuestra misión y nuestra participación en la lucha anticomunista y un rincón dedicado al humor… La otra publicación debía tener un mayor contenido tanto doctrinal como informativo. Sotomayor tomó nota de cuantos pudiéramos aportar colaboración a estos propósitos: Castiella, Ramón Sedó y otros muchos, hasta yo mismo.

“Como la actividad del Campamento era tan intensa y absorbente, y como para hacer el periódico “mural” bastaba la aportación de unos pocos, que estaban a la sazón destinados en lugares de menos intensidad en instrucción, nos retiramos los demás a nuestros respectivos destinos, esperando una nueva llamada, que no llegó. El “mural” llegó a publicarse, aun cuando no tuvo una difusión que lo hiciera suficientemente perceptible. Y fueron muy pocos números. Lo cierto es que la “Hoja de Campaña” no nació en Grafenwöhr y que tardó todavía bastante tiempo en publicarse. Agosto pasó rápido en medio de la intensa instrucción. El mural que se había lanzado, con la mejor intención, no tenía un contenido formal y apenas se acudía a él. Pero me imagino que alguien del Cuartel General, quizás el mismo Muñoz Grandes, al tanto de que faltaba poco para que saliéramos hacia el frente, consciente de que no quedaba tiempo para poner en marcha el proyecto más ambicioso, el del semanario, ordenó congelarlo. ”.

De momento, la vida militar imponía sus ritmos y Demetrio se relacionaba especialmente con los camaradas de la Compañía que procedían de la Vieja Guardia o eran activistas del SEU. En la 1ª Sección eran muchos. Entre ellos estaban, por ejemplo, Eduardo del Rio, un voluntario del SEU de Derecho, que más tarde sería gobernador civil y que intentó escribir una historia de la Compañía, y que aunque al final no lo logró, debido a ello recopiló mucha información sobre la unidad. También Martin Fabiani, cuyo padre había sido asesinado en Paracuellos; el mismo era excautivo y no dudó en alistarse, siendo así que era lo que entonces se llamaba “Jerarquía del SEU”; ya en Rusia, pasó a la famosa Compañía de Esquiadores, donde murió. Y Ruiz Gijón, otro destacado activista del SEU, que igualmente pasó a Esquiadores, que de regreso a España se convirtió en reputado notario y sería muchos años destacado miembro de la Junta Directiva de la Hermandad de la División Azul. También estaba en la 1ª Sección Dionisio Porres Gil, (1913, burgalés), camisa vieja, y amigo de Ridruejo. Había sido oficial en la Guerra de España, y en Rusia servía como soldado. De edad ya avanzada –frisaba los 30 años-. Durante la Guerra Civil había acabado consagrándose al periodismo y había ejercido como tal en ALERTA, el diario falangista editado en Santander tras que la ciudad fuera liberada. En 1941 era redactor de SERVICIO, el órgano del SEM (Sindicato Español de Magisterio; la organización falangista para el Magisterio). Debemos detenernos especialmente en él, porque en enero del 1942, marcó a Riga, para dirigir la Hoja de Campaña de la División Azul. Después fue director de Radio Nacional de España (1957-1962), y más tarde concejal en el ayuntamiento de Madrid. Otro de la sección era José Manuel Reverte Coma. Herido a los 4 días de entrar en línea. Fue Cruz de Hierro. Llego a ser un famoso médico forense. Y también José María Carlier Goyoneche, el primer caído de la Compañía (lo fue el 1 de noviembre). Era Camisa Vieja y Excautivo. Y Mario Triviño, otro miembro de la Vieja Guardia, cuya madre y hermana habían sido asesinadas por los rojos. Estos eran los hombres con los que Demetrio convivía. Todos ellos altamente motivados ideológicamente, muchos además con razones personales para desear el exterminio del marxismo. Aquella elevada temperatura intelectual les iba permitir aguantar las duras jornadas que tenían por delante, y que comenzaron con las marchas a pie

“Las marchas fueron muy duras. Uno de la compañía, con la música de una canción de moda, compuso esta canción, cuya letra aún recuerdo:

“Compañía la tercera
que va con la lengua fuera
si será de tanto andar.
Lleva rotas las rodillas
la marmita en las costillas
y la bolsa de “costao”.
Y entre otras cosas molestas
cuarenta kilos a cuestas
y no soy “exagerao”

Era una muestra del buen humor que reinaba y marchar entonando la canción nos subía el ánimo. La canción acababa así:

Y al terminar la jornada
nos hacemos la puñeta.
Si no encontramos pajar
pues sin que nadie te atienda,
tienes que hacerte la tienda
ir por mantas y cavar.

“Durante las marchas hablé mucho con el alférez Santiago Crespi de Valdaura. Era miembro de la nobleza. Se diferenciaba mucho de los capitanes del Batallón, todos procedentes de La Legión. Gustaba mucho de ponerse a mi lado y nos poníamos hablar de la historia de España, que era un tema que le apasionaba. Murió apenas llegamos al frente, aunque dio tiempo a que lo evacuaran a un hospital de retaguardia. Sé que estuvo propuesto para una Medalla Militar Individual, que no prosperó”.

Finalmente, el Batallón de Demetrio llegó a Novgorod. Cruzaron el Voljov y entraron en la isla, avanzando por ella hasta ocupar las posiciones que dominaban el Pequeño Voljov. Fueron cuatro los batallones españoles que desplegaron en esa Isla. Dos del 263º en la mitad septentrional y dos del 262º en la mitad meridional de la isla.

El III/262º limitaba al norte con un batallón del 263º y al sur con el II Batallón de su Regimiento. En su segmento, al Norte estaba la 11/262º, en el centro la 10ª/262º y al sur la 9ª/262º. El segmento queda mejor definido por las poblaciones enemigas que tenía enfrente, Volotovo al Norte y Cholochovo al Sur. Demetrio y sus compañeros habían sido situados en el que iba a ser uno de los puntos de ruptura para las operaciones al E del Voljov, una ofensiva que jamás se lanzó

El puesto de mando del batallón estaba en un monasterio, el de Antonova, situado en la parte de Novgorod que se extendía por la Isla. Allí hubo instalaciones para despiojarse y allí hubo un cementerio para el batallón. Se estuvo en ese sector hasta que en marzo de 1942 se envió al Batallón a Sapolje.

“Mi capitán, Portolés, era un gran militar. Es una figura muy conocida de la División Azul y poco más puedo añadir a lo que sobre él se ha escrito. Cuando cayó en combate yo le dediqué un texto en la Hoja de Campaña, que no firmé con mi nombre. Lo conocí bien porque fui enlace suyo. En mi Batallón, mandado todo él por capitanes procedentes del Tercio, se tenía a gala hacer los servicios de trinchera sin casco (se decía que en el Tercio se despreciaba el casco, porque restaba acometividad, no sé si es cierto). Sin embargo, Portolés siempre que oía un disparo de fusil, de ametralladora o de mortero procedente del enemigo, pronunciaba la frase “Reverencia a la metralla” y se doblaba, para protegerse de la metralla en la trinchera.

“Cuando por la noche hacíamos un recorrido nocturno por las posiciones, a veces salía de las trincheras y avanzaba algunos metros en dirección al enemigo. “Protégeme desde ahí”, me decía. A la tercera o cuarta vez de repetirse esto, opté por salir de la trinchera y seguirle y eso me valió su reprimenda.

“Decía Portolés que el sector que nos habían encargado podían guarnecerlo las de la Sección Femenina de su pueblo. Era una exageración, claro, pero lo cierto es que no nos metieron en los combates a los que se lanzó al Regimiento de Esparza. Nuestra Compañía solo estuvo implicada en alguna descubierta, en intentos de golpe de mano. Para ellos siempre había voluntarios, una oferta abundantísima. El capitán se reía y con ademanes de espantar moscas decía:

“Ya está bien de ofrecimientos. Irán los que yo diga. Sobran todos los demás”.

El Puesto de Mando del Batallón estaba en Novgorod y el Cuartel General de la División, en Grigorovo, que no estaba muy lejos. Por mi condición de enlace, las posibilidades de ir a Novgorod eran muchas. Yo intentaba aprovecharlas para ir hasta Grigorovo, a ver a mi hermano. Si ciertamente el llegar al Kremlin de Novgorod era ya disfrutar de algunas ventajas higiénicas y ambientales, que desde las trincheras se nos antojaban lujos, lo de Grigorovo era ya el paraíso. Allí había duchas, literas, letrinas, estufas, etc. Portolés me dio muchas veces permiso para que pasara la noche allí, con mi hermano.

En esto Portolés era generosísimo conmigo. Pero provocó los lógicos problemas. Ten en cuenta que en la Escuadra de enlaces estábamos cuatro, más el cabo que la mandaba. Uno de los enlaces, veterano del Tercio, me señalaba como un enchufado. El cabo creía que esa predilección del capitán por mi minaba su autoridad. Para contrarrestar esto, yo me presentaba voluntario para todo: descubiertas, golpes de mano, retirar heridos que hubieran quedado en tierra de nadie. Tras alguna broma o chanza, Portolés, impermeable a mis ofrecimientos, siempre contestaba: “Tu, conmigo”. Desde luego ahora veo que era muy de agradecer, pero la prevención de mis camaradas contra mi aumentaba.

“Solo una vez, junto a otros voluntarios, me permitió adentrarme en un campo de minas para retirar un herido. Y una vez hice una “guardia en el puente”, que era el servicio más largo y penoso que se hacía en la Compañía. Sobre ese episodio escribí un artículo, que se publicó en “Arriba”. Quiso el azar que un ejemplar llegara a manos del capitán –a veces nos llegaba prensa desde España, con el correo- y me interpeló, “¿Pero cuando has hecho tu guardia en el puente?” Tuve que recordárselo.

“El puente, o lo que así llamábamos, eran los restos de un puente de madera, hundido, que un día cruzó unos de los no muy anchos brazos en que allí se dividía el llamado Pequeño Voljov. Los últimos pilares quedaron enhiestos y a escasa distancia uno de otro, surgiendo de las aguas, después del hielo en que estas se convirtieron. Era uno de los puntos en que estábamos más cerca del enemigo, si no el que más. Cuando llegamos al frente vimos que tanto alemanes como rusos tenían montados en los respectivos estribos del puente sendos puestos de escucha y, en las proximidades, chabolas. Allí solo era posible relevar en la oscuridad de la noche. Pero las noches no dejaban de alargarse, los puestos de escucha debían ser cada vez más atendidos, y era preciso llevar a la chabola cada vez más gente, más pertrechos, más municiones, que se retiraban hacia las trincheras al rayar el día.

“La “guardia en el puente” se hacía, pues, por pelotones completos, que hacían el relevo a sus predecesores y tenían que aguantar toda la larga noche hasta la llegada del relevo. Cuando el pelotón designado para el servicio aparecía incompleto –bajas de cualquier tipo- se recurría a los voluntarios. Ahí estaba yo (¡y muchos otros más!) y siempre me rechazaban hasta que por fin pude vivir aquella arriesgada aventura.

“Se salía de las posiciones al comenzar a oscurecer –lo que ocurría antes cada día- y había que llevar el armamento, completado con una pistola de señales, mantas, víveres y leña para todas las horas en que iba a vivir en aislamiento. Se cruzaba un campo de minas, señalizado, y se avanzaba hacia el mojón del puente, procurando no hacer siempre el mismo camino, para no dejar huellas perceptibles sobre la nieve. En el mojón del puente, de espaldas a las posiciones enemigas, había una muy pequeña chabola, sin puerta, protegido el hueco donde debía estar esta con una manta, y con esa salida orientada hacia nuestras posiciones. Allí había que estar todo el tiempo, partiendo con los machetes la leña, en pequeñas astillas, para alimentar un diminuto fuego que se hacía sobre el mismo suelo. No había nada similar a una chimenea y el humo salía por los entresijos de la manta de la puerta. No había ningún tipo de ventilación más. Con ello se lograba una pequeña hoguera, que no te quitaba en absoluto el frio, pero impedía que nos congelásemos.

“Desde allí se salía, para –en intervalos muy cortos- hacer el puesto de escucha, ya pegados a un mojón, el más próximo a nuestra orilla de los dos que habían quedado presos en las heladas aguas del río. El relevo de los escuchas era quehacer frecuente y peligroso. Y el escucha tenía la consigna de alertar con bomba de mano o disparos de ametralladora si detectaba un intento de avance enemigo. En ese caso debía replegarse a la chabola, donde llegaría si tenía suerte. En ella, el pelotón debía constituir un centro de resistencia a la espera de un contraataque de las fuerzas propias. Todo un cúmulo de precisiones y de buenas venturas harían posible que se cumplieran, de ser necesario, las condiciones que propiciarían un buen fin…

“Nuestro capitán decía que aquel era un frente para ser cubierto por la Sección Femenina… Era su forma de ver las cosas. La verdad es que diariamente había allí un puñado de españoles que se jugaban la vida, y llevaban al límite su voluntaria entrega al peligro, y tenían la gallardía de aceptarlo como un cotidiano quehacer del servicio, sin darle mayor importancia.

“Pasa el tiempo y cada día siento más viva mi admiración por aquellos hombres y comprenderás que me esforzara –quizás fuera vanidad, pero en este caso es vanidad perdonable- en hacer aquel servicio al menos una vez, para que me sintieran como uno más, para no serles ajeno, y para que no me vieran como un simple beneficiario de unos privilegios que no puedo negar que tuve y goce y que ellos no tenían”.

El excelente recuerdo que Demetrio tenía de sus mandos no se limitaba a su capitán. Me habló con entusiasmo de la relación del comandante en jefe del Batallón, Ramírez de Cartagena con sus soldados, citándose a sí mismo como ejemplo de cómo atendía a sus hombres. A finales de febrero o principios de marzo de 1942, una combinación de factores (el humo de la chabola, el resplandor de la nieve) le atacaron la vista, provocándole una conjuntivitis purulenta que le impedía ver prácticamente. Una noche que debía presentarse ante el capitán, anduvo prácticamente perdido hasta que el cabo de los enlaces lo vio. Como se acababan de recibir botellas de coñac desde España, supuso que Demetrio estaba “trompa” y así se lo dijo al capitán, que sin fijarse en Demetrio, ordenó que lo llevase a su chabola a que “durmiera la mona”.

“Como correctivo, ordenó que al día siguiente fuera yo el que llevara el parte al comandante, a Novgorod. Al día siguiente, con un dolor vivísimo en los ojos, casi sin ver, me dirigí al Puesto de Mando. Allí me encontré a un compañero mío de Alcalá de Henares, José Ávila, que me dijo que efectivamente tenía toda la pinta de andar borracho. Tuvo que sujetarme por el brazo y me acompañó al Puesto de Mando. Cerca de la entrada me encontré con el comandante Ramírez de Cartagena, que me llamó y me preguntó que me pasaba. Le expliqué que me dolían los ojos, y me los miró. Ordenó inmediatamente que me presentara al teniente médico. Fui al lugar que se me indicó y me examinaron el médico y un ayudante practicante, un chico que era alumno de Medicina y que yo conocía del SEU. Cuando me examinaban apareció el comandante y preguntó si era grave. El teniente contestó que no, pero que tendría que tener los ojos vendados tres o cuatro días, y que un practicante o sanitario debería lavármelos tres o cuatro veces al día. El comandante insistió en si era aconsejable hospitalizarme. El médico le dijo que en la enfermería del Batallón no había donde tenerme, así que si era cuestión de hospitalizar, había que enviarme al Hospital de Campaña, en Grigorovo. Y como ese estaba lleno, seguro que me evacuarían más a retaguardia. Y a saber donde iría a parar y lo que tardaría en volver a la unidad, así que lo él aconsejaba era que regresara a mi Compañía. Pero el comandante quiso saber que pensaba yo y me preguntó. Yo le dije que prefería volver a mi Compañía. Se notó que le agradó mi decisión y ordenó que me acompañaran, con los ojos vendados, hasta allí. Con las condecoraciones que tenía, con su pasado en La Legión, uno podría pensar que el comandante era un militarote bruto, insensible a los problemas de sus soldados. Pero Ramírez de Cartagena no era así y la forma en que me trató a mí, un simple soldado, lo demuestra”.

Por el privilegio de acercarse de vez en cuando al Cuartel General divisionario a ver a su hermano en él destinado, además de ducharse, dormir en una cama, etc., Demetrio también tuvo el privilegio de poder ver los primeros ejemplares de la Hoja de Campaña, la publicación divisionaria, de cuya existencia apenas se tenía conocimiento en las trincheras. Para Demetrio esos viajes tenían otra ventaja fundamental: accedía a máquinas de escribir, con las que “pasar a limpio” las crónicas que enviaba a España. Porque sus primeros artículos sobre la División Azul y Rusia no aparecieron en la “Hoja de Campaña”, sino en “Arriba”: son los titulados “Cartas a las madres”, “El pensamiento en la Cruz”, “Guardia en el Puente”…

El primer número de “Hoja de Campaña” apareció fechado a 4 de noviembre de 1941. Que el general Muñoz Grandes tenía un empeño especial en que apareciera es algo que sabemos muy bien. El 30 de octubre de 1941, desde Berlín, se emitió un largo informe a España donde el embajador, Mayalde, y el agregado militar daban minuciosa cuenta de su visita a la División Azul, recién llegada al frente. En él podemos leer:

“Tiene intención el general Muñoz Grandes de organizar un servicio de propaganda militar análogo al que tienen los distintos Ejércitos para sus unidades. Estas secciones de propaganda piensa el general organizarlas a base de elementos profesionales y expertos que tiene entre el personal de su División (…)”

Conviene recordar aquí que, en la Guerra Civil, mientras que en el Ejército del Frente Popular fueron abundantísimas las publicaciones de unidades militares, en el Ejército Nacional no hay constancia de ellas, estando registrado y documentado un único caso, el periódico “El Garigolo”. Por eso, la Hoja de Campaña iba a ser una gran novedad entre nuestros soldados. Los primeros números de “Hoja de Campaña” se editaron a ciclostil, a cargo de la unidad que se identificaba con el FELDPOST 17007, que corresponde a la PROPAGANDA KOMPANIE 501, esto es, la Compañía de Propaganda alemana adscrita al 16º Ejército, en el que en ese momento estaba encuadrada nuestra División. La tarea física de imprimir corría a cargo de una unidad cartográfica (que disponía de prensas) la ARMEEKARTENSTELLE 536

La periodicidad –según se desprende de las fechas que aparecen en los ejemplares- era irregular. Y la tirada muy pequeña. Muy pocos veteranos recuerdan haberla leído en esas fechas. Es muy posible que en realidad los ejemplares se enviaran a España en su mayoría, al menos eso era lo que Demetrio suponía y así me lo trasmitió.

En estos primeros ejemplares, que como vemos aparecen como editados por los alemanes, Ramón Sedó Gómez aparece como Delegado de la División Española. Sedó era un colaborador muy íntimo de Fernando Mª Castiella, quien a la sazón ejercía algo así como de “ideólogo” de la División. Ya era todo un catedrático de derecho, pero en la División servía como un soldado más. La relación entre Castiella y Sedó iba a tener un largo recorrido, ya que cuando el primero fuera nombrado por Franco Ministro de Asuntos Exteriores, Sedó ocupó el puesto de Subsecretario de Asuntos Políticos en ese Ministerio. Pero ni Castiella ni Sedó eran periodistas…

Es curioso, porque en ese momento servían en la División muchos hombres que después se harían con una gran reputación como periodistas falangistas. Demetrio me cito a varios. Uno de ellos era Jesús Revuelta Imaz, futuro director de “Informaciones”, que iba a recibir un Premio Nacional de Periodismo por su artículo “Camisas azules en Novgorod”, que había sido publicado en España (Hoja de Campaña no lo reprodujo hasta octubre de 1942) pero que no mandó originales al periódico divisionario mientras sirvió en Rusia. Otro era el mismo Dionisio Ridruejo, del que se ha llegado a escribir que fue director de esta publicación de nuestros soldados –andaba en el frente pegando tiros- y al que en realidad la Hoja solo le publicó un artículo. O Álvaro de Laiglesia, el que después se convertiría en famoso escritor humorista y director de “La Codorniz”, que mandaba muchas crónicas de Rusia a la prensa española, del que solo aparecieron tres artículos en la Hoja. Estos eran los nombres que Demetrio me citó, por ser conocidos directos suyos. Sin que Demetro me lo citara, me vino a la mente el caso de Enrique Sotomayor, director que era del diario de Falange en Sevilla cuando se formó la División Azul y que moriría en Rusia, pegando tiros en primera línea. Su gran amigo, Gaspar Gómez de la Serna fue un caso análogo a los que vengo comentando. En el número de marzo de 1942 del “Boletín Informativo de la Delegación Nacional del Servicio Exterior” de FET-JONS apareció su artículo “Carta desde Rusia. La antigua voz del heroísmo en la estepa rusa” (que al parecer había aparecido antes en Arriba, aunque no puedo confirmarlo). Otro, memorable, fue “Recuerdo de los héroes”, aparecido en “Legiones y Falanges”, una publicación que se editaba en italiano y español (nº 19, mayo-junio de 1942). Pero en cambio nunca publicó en Hoja de Campaña.

El caso es que el tema me intrigó, e indagué. Me encontré en la revista HERMANDAD, publicada por la Hermandad de la División Azul de Barcelona, en su Nº 9 – correspondiente a diciembre de 1956, el artículo titulado “A los quince años”. Era la reproducción de un texto que había salido en el diario Arriba el mes de octubre anterior, a los quince años de la entrada en línea de la División Azul. Contaban diversos periodistas que escribían en Arriba y habían servido en Rusia como les había ido aquel día. Aportaron sus escritos Jesús Martinez Tessier (el impulsor de la idea de este artículo), Salvador López de la Torre, Juan de Rojas Mora, José Luis Gómez Tello, Trinidad Nieto Funcia, y Rodrigo Royo. En el artículo se citaba a varios otros periodistas compañeros de la redacción de Arriba que no habían escrito nada, pero que habían estado en la División Azul, como Cecilio Jorquera Masa, Carlos Polonio Sánchez, Aurelio Sanz Bartolomé… En vano los buscaremos en la Hoja de Campaña, donde no publicaron nada o apenas un texto (caso de Gómez Tello o López de la Torre). Diríase que esta pléyade de periodistas falangistas (a los citados podríamos añadir otros nombres, sin gran esfuerzo, Alberto Crespo o Carlos Alonso del Real, por citar dos que ya eran periodistas de prestigio) parecían estar obsesionados con servir en primera línea, no fuera a decirse de ellos que habían ido a Rusia pero no estaban combatiendo.

Y sin embargo, aunque muchos de esos nombres que acabo de citar, ya no le digan nada a nadie, fueron grandes periodistas, grandes escritores. Un ejemplo, el caso de Trinidad Nieto Funcia, que ganaría en el año 1955 el Premio Nacional de Periodismo “José Antonio Primo de Rivera”. Nacido en 1917, había estudiado Derecho y Filosofía y Letras, y desde 1937 escribía en la prensa, en “La Gaceta Regional” de su Zamora natal y –más ocasionalmente- en “Arriba”; mas tarde, lo haría también el “El Español”. Desarrollaría una amplia labor propagandística en el seno de Falange, la Organización Sindical y finalmente el Ministerio de Información y Turismo. Era especialmente reputado por sus trabajos sobre sindicalismo y reforma agraria. Falleció en 1964, en un desafortunado accidente. Pues bien, Trinidad había servido en la División Azul, pero jamás había enviado nada a la Hoja de Campaña: sin duda creyó que en Rusia su tarea era la de servir las piezas de 150 mm de la Sección Pesada de la 13ª Compañía de Cañones del Regimiento 262º.

El primer número de febrero de 1942 de la Hoja de Campaña registra un cambio fundamental. Se pasa a la edición en imprenta propiamente dicha, dejando atrás el ciclostil, y eso es posible porque la Hoja se edita e imprime ahora en Riga, la capital de Letonia. La publicación da un tremendo salto cualitativo y también cuantitativo, ya que ahora se hace de ella una gran tirada, lo que permite que llegue a los divisionarios en primera línea. Para ello ha hecho falta desplazar a Riga a un equipo de voluntarios españoles, ya con formación específica como periodistas. Entre los primeros trasladados a Riga estaba un compañero de la unidad de Demetrio, el camisa vieja falangista Dionisio Porres, hombre de edad ya avanzada, y cuya biografía ya se expuso. Es a él a quien se reclama en enero de 1942 desde Grigorovo, sede del Cuartel General español, para enviarlo a Riga. También se van el genial dibujante Kim, y –así creía recordarlo Demetrio – Eduardo de Laiglesia. En Grigorovo quedaran otros divisionarios implicados en la publicación.

A principios de febrero de 1942 recibió otro de los pequeños permisos que se le concedían para ir a Grigorovo. Quería reunirse con su hermano Heliodoro y enviar juntos una carta a su madre, para felicitarla por su santo. Al regresar al frente, Demetrio le dejó a su hermano Heliodoro un soneto, titulado “Atardecer en el Frente”. Saldría publicado en el nº 15 de la Hoja de Campaña, fechado el 17 de febrero de 1942. Aquella fue la primera contribución de Demetrio a la Hoja de Campaña, la publicación que había pasado a editarse a imprenta precisamente ese mes de febrero. Le gustó a varios de los responsables de la publicación en el Cuartel General, como los ya citados Sedó y Tessier. Pero no le gustó nada al teniente coronel Manuel Ruiz de la Serna, jefe de la 2ª Sección – Información- que en función de su cargo era el responsable último de la Hoja de Campaña, a quien le pareció una poesía “decadente y pesimista”.

ATARDECER EN EL FRENTE.
En torno, fuera y dentro, un aire frío
que envuelve nieve y barro: viajera,
va rodando la muerte; en la trinchera,
una pesada sensación de hastío.
Se levanta la bruma desde el río
envolviendo la tarde y desespera
el sentir a esta hora la primera
vibración del mortal escalofrío.
Hay un breve recuerdo para España,
el hogar y el amor; brota tu nombre
y tu recuerdo la pupila empaña.
Cuando se siente el alma sosegada
lentamente, cual rito de su sobre
vuelve a salir tu carta perfumada.

El caso es que no sería hasta junio de 1942 cuando la firma de Demetrio Castro Villacañas se convirtiera en habitual en Hoja de Campaña. Finalmente, tras meses de servicio en las trincheras, y para aprovechar tanto sus dotes como periodista y escritor como su experiencia adquirida en la composición de periódicos –aprendida en los talleres de Arriba, fue enviado a Riga.

“En Riga pasé el verano de 1942, haciendo la Hoja de Campaña –me contaba Demetrio en una de sus cartas- Después la redacción regresó al frente. Vivíamos en una casa en la Gertrudis-iela (Calle Gertrudis), donde estaba también la redacción. Había sido alquilada por la PK [Compañía de Propaganda] alemana. Teníamos un enlace alemán, Walter Herebach, que nos solucionaba todos los problemas del día a día (comer, etc.) Hablaba muy bien el español y de hecho creo recordar que había vivido en España. En aquella fase, desde el frente nos llegaban los correspondientes enlaces que nos hacían llegar originales recogidos en el frente o indicaciones de nuestro Cuartel General. Se quedaban en Riga hasta que componíamos la Hoja y se imprimía y después se hacían cargo de ella como responsables de su envío y llegada a la División, donde se distribuía. Recuerdo que uno de ellos, Álvarez Ossorio, era del SEU de Alicante”.

Pregunté por él a los viejos guripas alicantinos que recordaban que el tal Álvarez Ossorio, en realidad era un “Vieja Guardia” madrileño, establecido en Valencia al acabar la Guerra Civil, y que tenía negocios en Alicante, por lo que tuvo mucha relación con algún alicantino que después sería divisionario, como nuestro inolvidable Miguel Salvador. Pero poco más.

Cuando Demetrio se incorporó a la “Hoja de Campaña”, junto a él, otros nombres clave en esta época del semanario de la División Azul serán el teniente Antonio de Zubiaurre Martínez y el sargento provisional Enrique Casamayor Martínez. Del primero sabemos que había llegado a teniente provisional en la Guerra Civil y que inicialmente sirvió en el Cuartel General -2ª Sección del Estado Mayor- como intérprete de alemán. No sé el porqué, pero en su día no le pregunté a Demetrio por ninguno de ellos, y ahora me arrepiento. Cuando traté de buscar información sobre él a través de la Fundación División Azul me encontré con que su “ficha” solo incluía su graduación, y la fecha de regreso a España, ya en noviembre de 1943, pero sin que conste cuando llegó a Rusia y con la singularidad de que su primer apellido aparece mal escrito. Dos listados de intérpretes alemán-español lo registran, una vez al servicio de la 2ª Sección, como acabo de señalar, pero ese listado no tiene fecha; y la otra, de agosto de 1943, en los Servicios de Prensa y Propaganda. También en estos listados su nombre aparece mal escrito. La búsqueda en la Internet me condujo a una página que tras informar fugazmente de su paso por la División Azul, añadía:

“Ya en Zaragoza, colabora en la revista del SEU “Proa”, y en su publicación anexa “Popa”, con diversos seudónimos. Junto a José María Nasarre, Eugenio Frutos y Enrique Casamayor, funda la revista “Pilar”, inspirada formalmente, en alguna medida, en la “revista negra de Falange” “Jerarquía”. Los cuatro números de la revista se financiaron con las pagas atrasadas de la División Azul, en un principio, y con una ayuda de la Universidad de Zaragoza (…) En 1945 obtuvo un cargo en la redacción de la Revista de Estudios Políticos, que dirigía Fernando María Castiella. Al año siguiente publica en Madrid “Poemas del mar solo”; y entre 1947 y 1949 colabora en la revista universitaria “Alférez”, junto a Laín, el padre Llanos, Valente, Valverde, los hermanos Fraga Iribarne y Sánchez Ferlosio, etc. A finales de los años cuarenta marchó como lector de español (…) Participó en la «Misión poética» que el gobierno franquista envió a los países hispanoamericanos, junto a Leopoldo Panero, Agustín de Foxá y Luis Rosales. Ya en España, funda con el librero madrileño Bucholz la revista literaria Eco, y se dedicó a la traducción de textos alemanes, de autores como Michel Ende, Christine Nöstlinder o Botho Strauss, para revistas literarias y editoriales, como Alfaguara, Alianza, Noguer, etc.”

A todo esto puedo añadir que también tradujo una biografía de Francisco Franco, escrita por el alemán H. G. Dahms y publicada por Doncel. Como vemos en esta apretada síntesis, Zubiaurre no era un “don nadie” y es una lástima que de este divisionario sepamos tan poco, como es por desgracia muy frecuente. Menos aún sabemos de Enrique Casamayor. Hasta donde yo he podido averiguar, era sargento provisional, sirvió en Sanidad Militar y ocupó un puesto como intérprete de alemán en el hospital español de Königsberg. La colaboración entre Zubiaurre y Casamayor fue muy larga. Por ejemplo, he encontrado el dato de que ambos colaboraron simultáneamente en otras iniciativas culturales, aparte de la antes señalada, por ejemplo en un número dedicado a Quevedo de “Proel. Revista de Poesía”, una publicación editada en Santander entre 1944 y 1950. Pero sospecho que las biografías de Zubiaurre y Casamayor son más ricos de los pocos datos aquí expuestos. Más razones para seguir estudiando a la División Azul y a los divisionarios.

Demetrio iba a publicar una gran cantidad de textos en Hoja de Campaña, y por ello usó diversas firmas, muchas de ellas muy “transparentes” eso sí: Demetrio, D. Castro Villacañas, DCV, D, o incluso la de Uno de Infantería… Con Enrique Casamayor ocurre algo similar, y sus textos aparecían firmados como “E. Casamayor”, “E.C.” o con su nombre y primer apellido. Y el teniente Antonio Zubiaurre, el sargento Enrique Casamayor, y el “guripa” Demetrio Castro compartieron varios otros, que se usaban especialmente en escritos de humor (Don Paquito, Don Vitamino, Ciriaco, Roberto, El Director, El Cabo Pérez). Otros artículos “de fondo”, consignas, escritos por Demetrio iban sin firma, y eran suyos. Hizo de todo, incluso pies para los chistes dibujados primero por Kim, después por Teo.

Pero Riga estaba demasiado lejos como para que la redacción pudiera captar el ambiente de la División Azul, y la redacción volvió al frente, al Cuartel General. Para solventar los problemas que suponía el tener la imprenta tan lejana, lo que se hizo fue trasladar la impresión desde Riga a la más cercana Tallinn (entonces llamada Reval, por su nombre alemán). A nivel personal, para Demetrio lo más significativo fue la llegada del comandante Alemany al frente, para hacerse cargo de la 2ª Sección.

“Al principio de mi llegada a Prokovskaia, cuando aún estaba Muñoz Grandes, apenas tuve contacto con la 2ª Sección. Cuando tras su relevo se hizo cargo de la División Esteban Infantes, y con el comandante Alemany al frente de ella, el contacto fue mucho mayor. Hasta el punto que raramente era Zubiaurre el que despachaba con él los asuntos de la Hoja. Alemany y yo nos estimábamos mucho mutuamente. Tengo para mí que fue él quien me propuso para la Cruz al Mérito Militar con Espadas que me concedieron.

“Un día me dijo que el general Esteban-Infantes estaba interesado en que organizaran actos artísticos, musicales, para distraer a la tropa, que pudieran servirnos para invitar a mandos y personal de las unidades alemanas vecinas, etc. Esto me causó no pocos problemas. Pero me acordé de que había un violinista de cierto prestigio en el Cuartel General, Estela creo recordar que se llamaba; se había llevado su violín a Rusia y le había oído tocar. El sargento Enrique Casamayor, de la Hoja, tan polifacético, era también pianista. Y me dijeron que había un soldado que era payaso. También traté de contactar con gente rusa de la zona, que tocara la balalaika. No tuve éxito en esto último.

“El caso es que organizamos el primer festival. Yo recité poesías. Casamayor interpretó al piano música popular; la actuación del payaso fue una calamidad… Pero en conjunto, no salió del todo mal. Me dieron orden de volver a organizar otros. Para mejorar, al final logré contactar con un grupo de jóvenes locales que interpretaban música y danzas rusas. En su búsqueda tuve ocasión de contactar con una ancianita rusa, viuda y cuyos hijos habían muerto o desaparecido en la guerra, y con la que mantuve una relación de afecto casi filial durante el tiempo que estuve allí.

“Aquellas veladas se intensificaron en contenido y variedad. Tenían éxito también entre los invitados alemanes y ellos, por su parte, hicieron llegar a nuestras líneas a algunos de los conjuntos de artistas alemanes que se movían por la retaguardia para solaz de sus tropas. Todas estas veladas eran reflejadas de vez en cuando en la “Hoja de Campaña”. A los soldados y mandos asistentes les hacíamos pasar un buen rato.

“El comandante Alemany Vich –moriría después, en el bombardeo al Cuartel General de la División, el 18 de julio- quería que me quedara en la redacción de la “Hoja de Campaña”. Me prometió un mes de permiso y un ascenso a sonderführer [especialista asimilado a oficial], con lo que tendría consideración de oficial. Le dije que si me iba de permiso, igual ya no regresaba. Hacía casi dos años que no estaba con la familia. Me dijo que me entendía, y que lamentaba que no aceptase el ofrecimiento que, me dijo, no era solo cosa suya, sino que había sido refrendado por el mismísimo general. De hecho me dijo que el general quería verme. Esto me impresionó, la verdad. Pedí ver al general y me fue concedido. Elogió mi tarea en la “Hoja” y en los actos organizados para recreo de la tropa y de confraternización con los alemanes de las zonas próximas a la División. El general tenía unas postales con su foto, que firmaba dedicadas a quienes le visitaban. La que me entregó lleva fecha de 8 de marzo de 1943 y en ella se lee: “A Castro Villacañas, combatiente de la División Azul, valiosísimo colaborador de la Hoja de Campaña, como recuerdo de la guerra contra el comunismo”. La guardo como oro en paño”.

El largo periodo de servicio en la Hoja de Campaña en concreto y en los servicios de Prensa y Propaganda en general le dieron a Demetrio la ocasión de tener alguna colaboración con las PK (Compañías de Propaganda) alemanas.

«Por razones creo que obvias no podíamos informar de las batallas con mucha precisión. Era necesaria una censura. Pero a veces por necesidades de propaganda se hacían cosas en relación con batallas concretas. Recuerdo que un día me llamó el comandante Alemany para encargarme un artículo sobre el heroísmo y espíritu militar de nuestros combatientes, que había de ser leído y grabado por una unidad de una PK alemana que, a este efecto, vendría a situarse cerca de la redacción de la “Hoja”. No sé cuantos días después, pero no muchos, llegó el camión de radiodifusión alemán, se estacionó casi al lado de nuestra isba y se me avisó de que me esperaban. El camión era realmente un estudio de radio. Llevaba en el techo unos altavoces, pero a mi lo que sorprendió fue el interior que yo diría que estaba insonorizado. Había tres micrófonos, para tres eventuales locutores. En uno de ellos me situaron a mí. En otro a un oficial alemán de la PK que hablaba un castellano aceptable. Y en el de en medio se colocó un sargento, ante el que giraba un disco que me pareció que era donde habría de quedar grabada mi lectura. El mando de la PK me preguntó si estaba preparado y me rogó una ligera prueba de voz. Efectuada esta, comencé a leer y observé como frente a mi el oficial hacía ligeras señales al que estaba ante el disco, el cual manejaba una pequeña palanquita o llave, posiblemente de intensidad de grabación. No hubo interrupciones y al final el oficial tuvo la gentileza de felicitarme y me preguntó si me apetecía oír la grabación. Naturalmente, dije. Y entonces fue mi asombro, porque no era en el disco donde había grabado mi lectura. En el disco lo que había según pude ver era el fondo de un verdadero combate, con silbido de balas, ruido de morteros, ráfagas de ametralladoras, todo lo cual servía de fondo a la grabación con mi voz. Resultaba chocante que yo hablara con tal tranquilidad, “en medio de la batalla”. Milagros de la técnica».

En resumen, Demetrio Castro dejó una huella imborrable en “Hoja de Campaña” [*].

Se trata de un conjunto de 24 textos, que bien merecerían una edición conjunta. Pero primero hay que preguntarse, ¿y este dato, que significa? Hace tiempo Elena Palao tuvo la amabilidad de remitirme un índice onomástico de los colaboradores de la Hoja de Campaña, con los artículos y otros textos firmados por cada uno. Destacaba el gran número de colaboradores que habían firmado en ella, pero en general cada uno había escrito solo uno o unos pocos artículos. Los más prolíficos eran Demetrio Castro Villacañas (24 textos) y Enrique Casamayor, con 21 textos. Les seguían el sevillano José María de Mena Calvo, que se convertiría en un importante escritor y periodista sevillano (con 15 textos) y el periodista y poeta albaceteño Antonio Andújar Balsalobre (con 12 textos). La misma cifra alcanzaba la firma Mario Xesa, aunque sospecho que tal personaje no existía, sino que era un alias. Por debajo encontramos a Francisco Arroita-Jauregui (de quien hay que suponer algún parentesco con el famoso escritor falangista santanderino Marcelo Arroita-Jauregui, impulsor –por cierto- de la revista Proel donde colaboraron Zubiaurre y Casamayor) con 9 textos, y Federico Izquierdo Luque con cinco. Izquierdo sirvió en la 2ª Sección de Ambulancias, que mandaba el médico y muy destacado intelectual falangista valenciano Enrique Errando Vilar y tristemente hoy su recuerdo se ha perdido por completo. Sin embargo, en el momento de su muy prematura muerte (falleció a mediados de abril de 1945) fue definido como el periodista joven más brillante y prometedor de España. En mayo de 1944 se había hecho cargo de “Juventud”, el por entonces muy influyente semanario del SEU falangista. A su funeral acudieron destacadas autoridades falangistas, incluyendo a Raimundo Fernández Cuesta, del Frente de Juventudes, de Prensa y Propaganda, pero también el Ministro de Educación, Ibáñez Martín. Enfin, que en la “Hoja” como veis hubo colaboradores de la mayor altura, pero nadie escribió tanto como Demetrio.

Son tantos los textos de Demetrio en la Hoja, que no podemos reproducirlos en estas páginas. Pero no puedo resistirme a la tentación de transcribir, al menos, alguna de sus poesías aparecidas en “Hoja de Campaña”

ESPAÑOL
Hay en mis venas sangre celtíbera
Y hay árabe fulgor en mi mirada:
Flamea luz el hierro de mi espada
Y hago ascensión de flecha mi quimera.
Vuelve en mi la jornada romancera
a renacer Rodrigos, y no hay nada
que mueva tanto a gozo mi mesnada
como el abrir camino a la bandera.
León me dijo absorto el extranjero
Temblando ante mi arrojo y valentía,
Y habré de ser león, sañudo y fiero,
al recobrar la tierra que fue mía
y el Peñón que en mi España, prisionero,
luce extraño estandarte todavía.

LAUREL
Cubra tu sien laurel reverdecido
y en el silencio de tu muerte extraña
vibre un grito de gloria para España
al filo de su sangre conseguido
Lama el Wolchow tu tumba estremecido
al vuelo de su corte la guadaña
labre ritmo de amor y no de saña
para tu eterno sueño de elegido.
Florezca el bosque en ti, en ti la rosa,
y cada invierno sobre el cuerpo helado
cante la nieve llama venturosa.
Para arrullar tu puesto conquistado,
y grabe sobre ti, la mejor prosa,
el himno al sacrificio del soldado.

AMAPOLAS. A UN CAÍDO DE LA DIVISIÓN AZUL.
Soldado de gran coraje,
soldado de temple recio,
enamorado de España,
de amor por España muerto.
Sublime estampa fugaz,
eterna en mi pensamiento,
se fue a un lucero tu alma,
cayó en la nieve tu cuerpo.
Sonrisa de tu mirada…
Amapolas de tu pecho…
Ya tiene Rusia las flores
del bello jardín ibero.
Ya ha visto Rusia luchar
al mejor de los guerreros,
que sabe luchar cantando,
que sabe morir sonriendo.
Un soplo de eternidad
te dejó en la frente un beso,
parece que estas soñando.
parece que estás muerto…
Supiste dejarlo todo
para llegar pronto a tu puesto,
te esperaba José Antonio
con su guardia de luceros.

El regreso a España de Demetrio Castro Villacañas, casi dos años después de haber salido de la Patria, se produjo en marzo. Demetrio no volvió en un Batallón de repatriación, sino en viaje en solitario, Técnicamente fue una comisión de servicio, que le permitiría pasar por Alemania. Inicio el regreso el 16 de marzo y cruzó la frontera franco-española el 9 de abril 1943. Durante su estancia en Berlín entrego a la redacción de “Enlace” (un periódico falangista que se editaba para los obreros españoles que trabajaban en el III Reich un artículo titulado “Notas de Hermandad. El teniente Rosse”, sobre este oficial alemán que servía en la División Azul y había caído en la batalla de Krasny Bor.
Su familia seguía directamente implicada en la aventura divisionaria, ya que su tío, Celestino Villacañas López, se había incorporado al frente en uno de los Batallones en Marcha. Había dejado la carrera de medicina ya avanzada y se hizo practicante. Por ello, se le destinó a un Hospital Militar español de retaguardia, en Königsberg (a fines del verano de 1943 regresó a España con un permiso y como poco después la División Azul empezó a disolverse, ya no volvió a Rusia).

Pero es que, en el caso del mismo Demetrio, su regreso no supuso, ni mucho menos, que se desvinculara de la División Azul. En una de sus cartas me contaba:

“Recién regresado a España, y en cumplimiento de una orden, fui a visitar a Juan Aparicio, Delegado Nacional de Prensa, para pedirle que me ayudara a buscar profesionales que quisieran incorporarse a la División Azul, con la seguridad de que serían destinados al Cuartel General –donde estaba la Redacción- o a Reval (Tallinn) –donde estaba la imprenta- para hacerse cargo de la “Hoja de Campaña” y para solicitarle, también que articulistas y escritores enviaran colaboraciones para la “Hoja”, naturalmente sin remuneración alguna. Curiosamente uno de los pocos que accedió a esta petición fue Camilo José Cela, que entregó un cuento sobre las aventuras de un piojo instalado sobre el uniforme de un divisionario y que, posiblemente se perdió, pues no llegó a publicarse, ni yo supe dar cuenta de tal trabajo cuando Camilo me lo pidió para insertarlo en sus Obras Completas.

“Como resultado de aquella entrevista el Delegado Nacional me pidió que dictara una conferencia en la Escuela Oficial de Periodismo sobre la “Hoja de Campaña”. La conferencia, bajo su presidencia, acompañando del coronel Armando Gómez y del catedrático Luis de Sosa, se celebró el 12 de junio de 1943 y “Arriba” publicó una amplia reseña el día 13. Se tituló “La Hoja de campaña, periódico falangista y militar”. Expliqué lo difícil de ciertos aspectos técnicos, como la letra “Ñ” inexistente en las linotipias letonas, estonias o alemanas, pero aun más el hecho de que la redacción y dirección propiamente dichas estaban separadas por centenares de km de la imprenta de tirada, y como este problema se agudizaba conforme la “Hoja de Campaña” ganaba en páginas, tirada y difusión”.

Pero cambios muy importantes iban a registrarse a los pocos meses de regresar Demetrio. Cambios políticos, diplomáticos, militares, que trastocaron por completo el escenario en que había nacido la División Azul. Así me los narró:

“Cuando yo llegué a Madrid al regresar de la División Azul, aun cuando ya había sucedido la catástrofe de Stalingrado y la Wehrmacht comenzaba a ser derrotada, el Régimen no había iniciado su despegue y después distanciamiento total. La División todavía era admirada y valorada en los círculos políticos y militares. Me enteré de que un grupo de madres de divisionarios, entre los que se encontraba la mía, que tenía en la División a dos hijos y un hermano, se habían estado reuniendo periódicamente en la Iglesia del Perpetuo Socorro para pedir por sus familiares, en algún caso, por sus muertos. Recuerdo a la madre del caído Gonzalo Ontiveros de Larra. Ellas fueron las que dieron vida a una primitiva Hermandad de Familiares de Caídos de la División Azul, que andando el tiempo acabaría transformándose en las Hermandades de la División Azul que conocimos. Conforme pasaba el tiempo tenían menos apoyo y reconocimiento. Después de que la División Azul fuese repatriada, y aún más tras la victoria de los Aliados, llegó a haber una autentica censura”.

Tras el fin de la Guerra Mundial, en España el tema de la División Azul se convirtió en un tabú. Tabú que alcanzó extremos casi cómicos. Citaré dos. Con la Segunda Guerra Mundial aún en curso, se había empezado a publicar en Madrid una ambiciosa historia del conflicto, con la colaboración de destacados militares españoles. A la altura de 1943 ya habían aparecido los volúmenes correspondientes a los años 1939 y 1940. La guerra germano-soviética acaparó dos volúmenes de esta colección, que aparecieron después de acabar la guerra. Pues bien, en ellos España solo era citada una vez (para decir que su ancho de vía era como el ruso) y no se decía ni tan solo una palabra sobre la División Azul, enteramente ignorada. Más sangrante aún fue que el ex Ministro de Exteriores y presidente de la Junta Política de Falange, Ramón Serrano Súñer, diera a la imprenta un libro donde narraba su papel en el mundo de la diplomacia de la Segunda Guerra Mundial: “Entre Hendaya y Gibraltar”. Pues bien, el autor de la frase “¡Rusia es culpable!” citaba en esa obra tan solo una vez y de pasada a la División Azul, indicando que Muñoz Grandes –que siempre fue enemigo suyo- había sido su comandante. En este contexto de completo y vergonzoso silencio, solo el empeño de alguno de los voluntarios falangistas de la División Azul consiguió dar a la imprenta algún volumen sobre la epopeya española en Rusia. Fue el caso de José Luis Gómez Tello, también periodista, que recopiló las crónicas que había enviado desde Rusia a la publicación del Frente de Juventudes, “Mástil” y otros textos en “Canción de Invierno en el Este” –aparecido en 1945-; y de Antonio Hernández Navarro, que por cierto también había publicado poesías en la “Hoja de Campaña” con su novela “Ida y Vuelta” – aparecida en 1946-) Pero eran excepciones. Demetrio fue otra de esas raras excepciones y nunca dejó de escribir sobre la División Azul. De hecho, tomando como punto de partida la poesía “Laurel”, que había aparecido en la “Hoja de Campaña” nº 34, julio de 1942, escribió una impresionante obra: “Elegía a los muertos lejanos”, una de las cumbres de la poética divisionaria.

“En 1946 siendo redactor de HAZ, la revista del SEU, mi paisano y excelente poeta Federico Muelas, le entregué el original de mi poesía “Elegía a los muertos lejanos”. La lejanía no era exactamente una referencia a la distancia física a la que se encontraban los caídos, sino muy especialmente a lo alejados que estaban de la consideración de la sociedad y especialmente de los elementos oficiales que, sin embargo, tanto debían a su patriotismo y entrega. La “Elegía” comenzaba con un soneto, “Laurel”, donde un verso decía “Lama el Voljov tu tumba estremecida”. La censura devolvió las galeradas con la palabra Voljov tachada. Federico Muelas se irritó al máximo; desquiciado, quiso llamar a la Dirección General de Prensa. Pero yo advertí que acaso esta fuera una de las pocas veces en que la censura puede haber contribuido a mejorar una poesía. Sustituí Voljov por río y el verso ganaba en amplitud y sentido de que era la naturaleza y sus manifestaciones las que honraban y cuidaban lo que los hombres olvidaban”.

Además de en las páginas de HAZ, en marzo de 1946 se hizo una pequeña edición no venal de esta Elegía, un folleto de 26 páginas, que constituye una pieza codiciadísima dentro de la bibliografía divisionaria. Cuando me enteré de su existencia hacia ya años que junto con Rafal Ibáñez había escrito y publicado el volumen “Escritores en las trincheras” (apareció en 1989) y la verdad es que sentí algo de vergüenza, ya que no citamos este texto en ese libro.
El bueno de Demetrio me disculpó en cuanto le comuniqué mis pesares, ya que me dijo que solo se habían editado 150 ejemplares, que se distribuyeron entre sus amigos. Con todo, quiero subrayar ahora y aquí la importancia de esta obra. En el momento más oscuro de la historia de la División Azul, cuando nadie osaba hablar de ella, Demetrio le dedicaba una de sus mejores composiciones poéticas (para mi gusto, la mejor…)

Fueron bastantes los que empezaron a distanciarse tanto del falangismo como –en el caso de veteranos de la División- de la experiencia en la campaña contra el comunismo en Rusia. Demetrio no hizo jamás ni una cosa ni otra, ni abdicar de sus falangismo, ni renegar de su categoría de divisionario

“Es posible que el paso del tiempo haya extremado mis por entonces nada existentes suspicacias, pero desde mi regreso comencé a ahondar en el conocimiento de hechos y de personas que hicieron de mi un falangista más acendrado en mis ideas, y por ello no siempre grato para quienes yo entendía como poco fieles a los para mi esenciales pensamientos joseantonianos. Ciertamente, no coincidíamos en la trayectoria y proyección del “Movimiento Nacional” en el que me integré –y no me arrepiento- llegando a ser “jerarquía” de segundo o tercer grado. Fui secretario General de Prensa y Radio del Movimiento y antes Secretario Nacional de Provincias. Pero creo que siempre fui poco de fiar y ello determinó –ya en época de Solís- el paso de mis quehaceres a los propios de un Delegado Provincial de Información y Turismo. Había ingresado en este Ministerio por oposición y allí acabé mis quehaceres profesionales, por jubilación anticipada, que se nos impuso, como fórmula de depuración, por parte de los socialistas cuando llegaron al poder por vez primera tras la Transición, a todos los de edad que habíamos sido “producto” de oposiciones o designación “franquista”. Pero creo que en realidad lo de no tratar bien a los divisionarios venía de lejos. Una de las personas a quienes visité cuando regresé de Rusia fue a Guitarte, el antiguo Jefe Nacional del SEU, que había servido en Rusia como simple soldado. A su regreso, en vez de un cargo de importancia política, le “aparcaron” en un cargo puramente honorifico en las Cortes. Murió no mucho después, en noviembre de 1943, cuando la División aun seguía en tierras de Rusia”

De esa permanente fidelidad a su pasado divisionario hay muchas pruebas. Una es del año 1950. En el Hogar del Camarada de Santander, y para la Guardia de Franco se dictó un ciclo de conferencias. Demetrio fue su impulsor ya que entonces estaba en la Jefatura de Seminarios Políticos de la Delegación de Provincias de la Secretaria General del Movimiento. Lo llamativo del ciclo fue la gran presencia de veteranos de la División azul, ya que además del mismo Demetrio, que dictó la Conferencia “Hablemos de anticomunismo”, intervinieron también José Díaz de Villegas (con la conferencia “Lo que vi en Rusia”), José Luis Gómez Tello (que disertó sobre “Asia contra Europa”), y su viejo camarada y amigo y también divisionario Gaspar Gómez de la Serna (con el tema “Literatura y política: del romanticismo al comunismo”). Este interesante ciclo de conferencias, cosa muy rara, se publicó con el título “Preludio a la Formación Política” (fue editado por NOS en 1950).

Pero el silencio sobre la División Azul, seguía siendo muy espeso. En este contexto, sorprendió que la prestigiosa revista cultural MUNDO HISPÁNICO, en su nº 46 (de 1952) (dedicado casi al completo a la I Bienal Hispanoamericana de Arte) dedicara una amplia cobertura a la División Azul. Sorprendió porque, la verdad es que hasta la muerte de Stalin –en 1953- y el regreso de los prisioneros españoles en la URSS a bordo del “Semiramis” –ya en 1954- como acabo de decir la División Azul era un tema casi “clandestino”. En ese número de la revista, aparecieron los artículos: “La División Azul”, por Ramón Serrano Súñer; “Poesía en armas” (poesías de la campaña, de Dionisio Ridruejo, que ya habían aparecido en un volumen con su obra poética) y “Diez años antes”, de Demetrio Castro Villacañas. He aquí fragmentos de este artículo:

“Iban quedando atrás, paso tras paso, aldeas, campos, ciudades. Bosques umbríos de altos abetos; llanos extensos, con los brillos serpenteantes de los ríos y la gran mancha plateada de los lagos. Por la noche, la luna, cambiante, miraba alzarse las tiendas de lona; cobijaba a los soldados abrigados en la muelle tibieza de los pajares; los contemplaba en torno a las hogueras, agrupados en el “vivac” impaciente y brevísimo, o dibujaba su silueta sobre el fondo negro de la inmensa noche, durante las largas horas de guardia en el campamento. Una última canción se quedaba siempre vibrando en el aire, ya frío, antes de que el silencio cayera pesadamente sobre todo. El descanso era breve. Aun de noche, el cornetín rompía el sueño. Entre dos luces, la columna, ruidosa, lenta, abigarrada de carros, armas pesadas y ligeras, coches, bicicletas y soldados que caminaban a pie, se ponía en movimiento. Y atrás, paso tras paso, iban quedando aldeas, campos, ciudades. Las ruedas de los coches y de los carros, los cascos de los caballos –aquellos caballos que iban muriendo poco a poco, reventados de fatiga- y las botas de los soldados, marcaban sobre el polvo de las carreteras, sobre el asfalto de las autopistas, sobre los agudos cantos de las calles, una sola voluntad y un solo deseo: llegar, llegar, llegar…

“Se llegó, en efecto. Se llegó un 12 de octubre, cuando la nieve primera, tierna y tímida, comenzaba a festonear de blanco árboles y casas; y sobre el suelo ponía un ligerísimo velo, como hecho de encajes (…)

“Atrás quedaban los miserables pueblecillos rusos (…) Atrás quedaban los míseros pueblos polacos (…) Atrás quedaban también, mucho más atrás, las aldeas y ciudades alemanas, los feraces campos franceses; las entrañables, añoradas, inolvidables tierras de España, con la presencia de la madre, de los hermanos, del padre, de la novia. Allí que4daba también la vida normal; los libros abandonados sobre la mesa; el título universitario aún sin marco, ante el vacío que había de ocupar en la pared del despacho; la tienda, con sus escaparates abiertos a la vida renacida tras la Victoria; las yuntas mansas y quietas de la labor cotidiana… Todo, la vida del estudiante, del licenciado, del artesano, del industrial, del labrado, todo, quedaba allí, en España, porque un viento de heroísmo brotó un día de todos los rincones de la Patria y se fueron a Rusia los mejores hijos. Y de la gran ciudad que los rojos martirizaron, con sus calles aún voceando el rigor de la lucha, y sus edificios hundidos, y sus paseos sin árboles; y de los humildes pueblecillos, con la iglesia quemada y las más venerables imágenes mutiladas, y las familias de luto poniendo lápidas y cruces por las cunetas donde las Brigadas Internacionales habían asesinado a sus deudos; y de los sencillos caseríos, donde las paredes desoladas añoraban los horcones del trabajo, los bieldos y las cuerdas de colgar los frutos; y de las tierras del Norte, con sus brumas; y de las del Sur, con su sol; y de las del Este, con su mar dulce y azul; y de las del Oeste, cuajadas de olivos y abiertas al paso de los ríos; de toda España, de toda, se fueron a Rusia voluntarios los mejores, porque había sido levantada la bandera para luchar contra el comunismo.

“Fueron muchos los que no comprendieron. Fueron muchos los que quisieron y aun lograron tergiversar las razones. No faltó quien nos llamara aventureros; ni quienes nos supusieran instrumentos de aviesas intenciones políticas; ni quien calumniara la sangre y el recuerdo de los muertos. Pero nosotros –si se me permite decir mi orgullo- velábamos cada amanecida, desde la trinchera helada, o bajo el sol de los cortos y ardientes estíos, entre nubes de mosquitos o entre celliscas de nieve, la seguridad por desgracia no conseguida de una necesaria Europa y de una amenazada civilización occidental (…)

“Dolía ya entonces -y habría de doler más después- que todos esos trabajos, que el heroísmo de un puñado de hombres rechazando constantemente ataques de fuerzas muy superiores, fuesen mal interpretados (…) Y se moría, sin embargo, con el corazón embargado de un extraño gozo. Las cruces de manera se multiplicaban (…) Y nada era capaz de amenguar el heroísmo. El heroísmo de aquel Enrique Sotomayor, gloria y esperanza de España, que murió al rescatar el cadáver de un camarada (…) El heroísmo de todos y cada uno de quienes sufrieron hambre, miseria y frío rezando a Dios, pensando en su Patria, y repartiendo cristianamente, con los vejados rusos, con los miserables rusos de la población civil, su pan y su lumbre, sus canciones y sus esperanzas. ¡A estos hombres de la sonrisa, de la mano generosa y la absoluta negación del odio, alguna nación europea llamó reiteradamente forajidos!”.

Visto lo visto, a nadie le sorprenderá que Demetrio Castro fuera activísimo en el movimiento para crear las Hermandades de la División Azul y más concretamente la de Madrid. A primeros de marzo de 1953 se creó la Junta Provisional de la Hermandad de Madrid. Fue designado Presidente el mítico Páter Indalecio Hernández y Demetrio era uno de los vocales. Ese año, en la celebración por parte de la naciente Hermandad –el primer domingo de mayo- del Día de la Madre, el orador que intervino fue Demetrio. Este homenaje a las madres se convirtió en pieza clave de la “liturgia” divisionaria y era un justísimo reconocimiento a que habían sido las madres de los combatientes las que –cuando el poder político le daba la espalda a la División Azul- habían mantenido siempre vivo el recuerdo de sus hijos caídos. Al año siguiente -1954- en ese mismo acto volverá a intervenir Demetrio, pero para presentar al orador invitado, Dionisio Ridruejo. Ya en 1955 la Hermandad madrileña convocó actos de conmemoración de la salida de España (era el XIV Aniversario). Fueron varios actos, del 13 al 17 de julio. Hubo. El 14 hubo una charla de Demetrio, y se presentó en ella el famoso cuadro de que el pintor murciano José Mª Falgas había pintado sobre la División Azul, que aun se puede admirar en la sede de la Fundación División Azul. El 17, se puso fin a la “provisionalidad” y se celebró la primera Asamblea Provincial de la Hermandad de la División Azul. Fue elegido como Presidente Carlos Pinilla, con Demetrio como uno de los Vicepresidentes.

Demetrio no solo se mantuvo siempre en contacto con las Hermandades divisionarias, sino que también fue de los falangistas divisionarios que no dudaron en mantenerse en la actividad política, dentro de la disciplina de lo que ya se llamaba Movimiento Nacional. Otros optaron por alejarse de toda actividad política. Su amigo Gaspar Gómez de la Serna, que tanto había influido en sus primeros pasos, y que también fue a Rusia, se desencantó totalmente con el Régimen por lo que el percibía como tergiversación de su doctrina y se consagró a la escritura, teniendo una dilatada vida literaria, con obras tan notables como “España en sus Episodios Nacionales” (1954), “Enterramones y otros ensayos” (1969), “Ensayos sobre literatura social” (1971) y “Los Viajeros de la Ilustración” (1974).
Demetrio fue sucesivamente Consejero Nacional del SEU y del Frente de Juventudes, Secretario Nacional político de la Delegación de Provincias, y –finalmente- Secretario General de Prensa, Propaganda y Radio del Movimiento, hasta junio de 1965. Su vinculación con el Movimiento tuvo en gran medida una dimensión periodística: fundó y dirigió las revistas “Aldea” y “Unión”, fue Secretario General de “Escorial” –la revista de la intelectualidad falangista- y Director Adjunto de “Solidaridad Nacional” (el diario del Movimiento en Barcelona), colaborando en otros muchos medios, como la revista “La Hora”, “Garcilaso”, “Clavileño”

Su pasión por el periodismo le llevó a la docencia en la Escuela Oficial de Periodismo (a principios de los años 1950) Demetrio fue profesor de varias materias: “Historia de los Movimientos Sociales”, “Doctrina Política y Social Española”, y también de la más técnica de “Información y Confección de Publicaciones”. También fue Jefe de Programas Culturales de Radio Nacional de España

Desde 1957 era también funcionario por oposición del Ministerio de Información y Turismo. Así que cuando el Movimiento Nacional llevó demasiado lejos su política de “desfalangistización” de su ideología, abandonó sus puestos en él y paso al Ministerio de Información, como Delegado Provincial en varios destinos.

Mucho del trabajo cultural y político de Demetrio en todos los años de la postguerra se puede ir documentando con hemerotecas. Pero me temo que hay un episodio que no se puede documentar de esa manera. Me refiero al proyecto de una película que iba a titularse “Cautiverio” y que tenía como tema la dolorosa experiencia de los prisioneros españoles de la División Azul en el Gulag stalinista. Sobre este poco conocido capítulo de la historia de la División Azul, o mejor dicho, de los divisionarios azules, me contaba Demetrio:

“´Éramos bastantes los que pensábamos que los prisioneros repatriados no habían sido tratados todo lo bien que debieran. Así que entre varios, proyectamos hacer una película, con cuyos beneficios se podría ayudarles. Como autores del argumento y de los diálogos del guión figuramos –lo puedes ver en la documentación que te adjunto- Antonio González Sáez –un gran falangista divisionario, a la sazón Secretario de la Hermandad, Juan González García, hermano de un repatriado y yo mismo. Sin falsa modestia puedo decir que de hecho el guión era mío, cosa que no te sorprenderá porque los otros dos no se dedicaban a esto de escribir. El guión fue aprobado por el Ejército y por la Secretaria General del Movimiento. Se encontró director, un catalán, Ramón J. Salvia, que comenzó a realizar el guión técnico y a nutrir el reparto. Pero no era fácil encontrar productor, dado el coste. Al final se encontró uno. Pero se había hablado ya del proyecto en círculos cinematográficos. Y entonces aparecieron unas notas o gacetillas en ABC señalando que uno de los grandes productores norteamericanos de Hollywood estaba interesado en el mismo tema y se insistió en la grandiosidad de esa superproducción, que iba a basarse en la obra de Torcuato Luca de Tena escrita con el testimonio del capitán Palacios. Nuestro productor se asustó y se retiró del proyecto. Y se hizo la película “Embajadores…” que acaso ya estuviera en marcha como proyecto cuando nosotros forjamos el nuestro. El caso es que así acabó la historia de ‘Cautivos”. Hoy ya solo queda como recuerdo el guión archivado en la Biblioteca Nacional…”

No he visto jamás ese guión, pero Demetrio tuvo la amabilidad de mandarme parte de los documentos relativos a “Cautivos”, fechados en marzo de 1955. Los extracto brevemente:

Productora: Industrias Cinematográficas Altamira SL
Autores del argumento y diálogos del Guión: Demetrio Castro Villacañas, Antonio González Sáez y Juan González García. Guión técnico: Rafael J. Salvia. Composición y dirección musical: Ruiz de Luna
Cuadro de actores principales previstos: Rubén Rojo, Juan José Menéndez, Jesús Tordesillas, José Guardiola, Julio Peña, Jorge Vico, José María Rodero…
Director: Rafael J. Salvia, Jefe de Producción: José María Ramos; Operador Jefe, Manuel Berenguer; (…) Ayudante de Dirección, José Luis Gamboa (…) Estudios de Rodaje: C.E.A.-S.A., Laboratorios: Madrid Film S.A. (…)

Como soy muy poco aficionado al cine no sé si estos nombres son relevantes en la historia de nuestro cine, y la verdad es que solo me suena el nombre de Rodero. En cualquier caso, el proyecto no cuajó.

La huella de Demetrio también quedó en la prensa específicamente divisionaria. Lo que en aquella época equivale a decir en la revista barcelonesa HERMANDAD, impulsada por el gran falangista, divisionario y escritor que fue Tomás Salvador. Encontramos su firma en el Nº 4 (febrero-marzo 1956), con el artículo “El miedo y la esperanza” y en el Nº 8 (Octubre-Noviembre 1956) en el titulado “De la crítica y la lisonja”. Pero al final el que más me llamó la atención fue su “Carta abierta a Tomás Salvador” (aparecida en el Nº 6, de julio de 1956). En ella se abordaba el tema de la organización de los divisionarios a nivel nacional. La Hermandad de Madrid (en la que Demetrio era Vicepresidente 2º) quería organizar una Hermandad Nacional. La Hermandad de Barcelona quería funcionar autónomamente. La de Valencia, por su parte, organizó motu proprio un Congreso Nacional… Al final, y por desgracia, el movimiento asociativo de los veteranos de la División Azul, aunque logró establecer Hermandades en buena parte de España, quedó muy lejos de lo que podría haber alcanzado.

Inasequible al desaliento, desde el puesto que ocupaba en la Prensa del Movimiento, Demetrio logró que se le diera la máxima cobertura a la que sin duda ha sido la mayor concentración de veteranos de la División Azul que se haya organizado nunca: la celebrada en Zaragoza con motivo de la ofrenda de un manto a la Virgen del Pilar. El manto había sido sufragado por suscripciones voluntarias entre los veteranos y para su entrega confluyeron en la capital aragonesa varios miles de ellos, encabezados por quien fuera su segundo comandante, el general Esteban-Infantes y quien presidía su Hermandad Nacional, Carlos Pinilla.

Como cualquier aficionado a la historia de la División Azul sabe, la unidad entró en línea de fuego precisamente el 12 de Octubre de 1941 y esa fecha es en la que se conmemora a la Virgen del Pilar, a la que se rinde culto en toda España. Durante su presencia en Rusia, fueron muchos los divisionarios que se prometieron a sí mismos peregrinar hasta la Basílica del Pilar si lograban regresar vivos a España. Muchísimos fueron los que cumplieron esa promesa. De ahí que no hubiera mejor sitio ni ocasión para congregar a los veteranos.

El día 8 de Octubre de 1961 toda la primera plana AMANECER.DIARIO ARAGONES DEL MOVIMIENTO aparecía cubierta de artículos de divisionarios, que evocaban de diversas maneras la epopeya rusa. Era la manera en que la Prensa del Movimiento contribuía a la gran concentración de divisionarios en Zaragoza. No faltaba el artículo de Demetrio Castro: “Un entusiasmo ideológico”. Este es parte de su contenido:

“No se combatía allí para defender ni para conquistar ningún territorio; se combatía para defender unas ideas y para derrotar otras ideas. Luego los comunistas dirían a nuestros soldados prisioneros que las ideas no se combaten con las armas. Pero los prisioneros pudieron replicar que con las armas quisieron los comunistas imponer antes las ideas que la División azul trataba de derrotar en Rusia.

«Por este entusiasmo ideológico, tan claro en los universitarios que de manera tan abundante formaron en la División, por este entusiasmo trascendido a los hombres menos preparados, y latente, apenas sin ellos saberlo, en los que desde las montañas de Orense o las playas de Almería , se sumaron a la epopeya, se pudo asombrar al mundo. Fue este entusiasmo ideológico, esta suprema razón de las ideas políticas, lo que dio fuerzas para resistir en Possad, o para avanzar como en el Lago Ilmen: fue esta cargazón ideológica la que hizo soportar entre bromas temperaturas inferiores a los 42 grados bajo cero; fue ella la que hizo superar aquellos primeros meses en los que los mejores camaradas caían de una manera entre desesperada y ardorosa, buscando en el fuego no se sabe bien qué razones paradigmáticas que se quería volcar sobre la Patria recientemente resurgida. El sacrificio de los García Noblejas, de Enrique Sotomayor, de los Vernacci, de Gaceo, de tantos otros fue como un reforzamiento del caudal espiritual que bañaba y sostenía a todos y cada uno de los miembros de la División Azul. Su impronta quedó a través de los tiempos, configurando el comportamiento de los voluntarios que llegaron después, y aquel espíritu de sacrificio, de entrega, de ejemplaridad, de pensar que se estaba cimentando un entendimiento de servicio en el que hubieran de configurarse comportamientos posteriores, y hasta rectificase conductas que se empezaban a ver equivocadas, fue sin duda lo más valioso de una epopeya tan rica y abundante en valores y heroísmo.

«Bajo el signo y el amparo de una fecha como la del 12 de octubre, ecuménica y religiosa, entró en fuego la División Azul. Si aquella fecha, en su doble vertiente hispánica y mariana, tiene algún significado capaz de llenar todos los entendimientos, es sin duda también su ámbito y extensión espiritual. Fue como una señal, como un carisma que confirmó todo un proceder. Dios quiera que aquel espíritu que nos acompañó durante los días de lucha, permanezca siempre entre nosotros, a través de los años y de los tiempos, sin que lo ahuyenten el interés, la comodidad, la claudicación o la cobardía que el vivir cotidiano va alzando al paso de la existencia de los hombres”.

Hemos hablado ya bastante del Demetrio Castro falangista, del Demetrio Castro divisionario. Pero me da mucho apuro hablar de él como poeta, y eso por la sencilla razón de que no me creo nada competente para hablar de este tema. La poesía mee parece un don tan extraordinario que hasta me abruma hablar de él. Soy consciente de que en modo alguno sabré expresar lo que Demetrio supuso para la poesía española.

Demetrio me remitió un estudio sobre su obra poética que había hecho una de sus sobrinas. Naturalmente, no voy a plagiarla. Además del análisis de la obra poética, ese trabajo contenía numerosos recortes de prensa que evidenciaban el eco que tuvo su obra. Me llamó especialmente la atención el juicio que sobre sus escritos poéticos hizo otro poeta conquense, Eduardo Alcalá, que de él dijo que “Es un lírico profundo, un lírico personal, un lírico germinante, todo lo contrario de un poeta sencillamente retórico”. Su obra poética publicada se compuso de los siguientes títulos:

1946 – “Elegía de los muertos lejanos”, que apareció primero en “Haz” y después como edición autónoma, de muy reducida tirada
1946 – “Epístola y tres poemas más”, en Ediciones Garcilaso.
1949 – “Donde la sed comienza”, publicado en Madrid por Gráficas Argos.
1958 –“Conciencia de hombre” (Fue Premio Ciudad de Barcelona, en 1957). Publicado por Ed. Rumbos, en Barcelona.
1959 – “Hombres del Mar”. Ed. Margen. 1968 – “Olvido que bebemos. (Sonetos de Amor, 1943-1963)”. Colección Poesía de la Editora Nacional. 1971 – “Subida a la Giralda”. Ed. Católica española. Sevilla.

El antes citado Enrique Alcalá, escribiendo a principios de la década de 1980, que Demetrio tenía otros cuatro libros inéditos: “El destierro”, “España por mi herida”, “Esto que pasa” y “Cuaderno del Sur”. He de reconocer que lo que a mí me interesaba especialmente eran sus poesías de temática divisionaria. Cuando le pregunté por ellas me escribió bastante ilusionado con la idea de publicar toda su poesía de temática divisionaria en un único volumen:

“Tengo ya recopilados todos los poemas escritos durante mi época de permanencia en la División y referidos a la campaña, unos publicados en la “Hoja”, y otros totalmente inéditos, que van desde mi llegada al frente el 12 de octubre de 1941, hasta mi regreso y vuelta a pisar tierra española, ya en junio de 1943. Me gustaría añadir los escritos ya en España referidos, más o menos directamente, a las motivaciones que me inclinaron a una manera de pensar y proceder de las que nunca he renegado. Con todos esos poemas podría darse contenido a un libro para el que acaso no fuera mal título el de “España por mi herida”. Ese era el título que tenía en mente para un libro que quedó inédito en su mayor parte, aunque algo de su contenido apareció en publicaciones juveniles o falangistas de la época y que podría llevar como subtítulo el de “Poemas de un excombatiente de la División Azul, 1941-1960” Contendría, desde luego, la “Elegía a los muertos lejanos” y también mis poemas escritos al despedirme de Rusia, de su paisaje, de su gente, de los caídos que allí dejamos. Así como también lo que escribí a raíz de la llegada del “Semiramis”.

Más adelante me detalló con más precisión el contenido que hubiera deseado para ese libro:

1º) Los poemas de Rusia que están publicados en la Hoja de Campaña.
2º) Poemas del regreso. Los escribí a mi regreso, durante mi despedida de la División, y como expresión de mis sentimientos al reencontrarme con España
3º) La “Elegía a los muertos lejanos”, que hoy es inencontrable
4º) “España por mi herida”. El titulo se debe a que en uno de sus sonetos, el primer verso dice “Herido estoy de España, de su historia”, y termina con la frase, “Porque respiro España por mi herida”. Fueron escritos al ver como derivaba la orientación política que nos había motivado a ir a luchar a Rusia.
5º) “Balada y confusión de los hombres del Semiramis”, que escribí cuando regresaron nuestros prisioneros.
Me comprometí a ayudarle en la medida de mis posibilidades. Le dije que por tener yo acceso al facsímil de “Hoja de Campaña” tenía ya la primera parte, y para entonces él ya me había hecho llegar una fotocopia de la “Elegía”, esto es el apartado tercero de lo que él se proponía. Me dijo que me mandaría el resto de textos, por aquello de que fuera buscando un editor. Sin embargo, nunca recibí esas partes. Y es que en nuestro correo, hubo largos espacios en blanco, por sus problemas de visión, heredados de lo que padeció en Rusia, que le obligaban a un descanso absoluto de la vista, con lo que no podía escribirme sus largas cartas.

Ahora me arrepiento: ¿no debería haberle presionado más para que me mandase ese material? No para tenerlo yo, claro está, sino para buscarle un editor. Pero la verdad es que se me hacía cuesta arriba “presionarlo”. Siempre me atendió con el máximo cariño e interés. Y no solo me atendió siempre magníficamente a mí, también lo hizo con personas con las que le puse en contacto como Elena Palao y Manuel Liñán. Por eso siempre tuve la confianza puesta en que si definitivamente en algún momento se encontraba debidamente bien y en forma, me enviaría esos textos…

Vuelvo ahora al Dionisio Castro apologista de la epopeya divisionaria. Y quiero que nos situemos a principios de los años 70. No, no eran buenos tiempos para reivindicar la División Azul. A nivel internacional, la izquierda parecía estar imponiéndose en el mundo. El largo conflicto de Vietnam iba a saldarse con la victoria de los norvietnamitas, y eso se veía venir. Parecía que el comunismo, antes o después iba a adueñarse de una nación tras otra. En España el régimen franquista se mantenía vivo, pero solo gracias al carisma que tenía aun Franco, y ya se veía que en la calle se estaba imponiendo la izquierda. Todo el mundo temía una gigantesca “vuelta a la tortilla” tras la muerte del Caudillo, y muchos obraban en consecuencia: haciendo como que renegaban de su pasado, ocultándolo, deformándolo… Ver la historia de la División Azul como un empeño vano, inútil, era muy habitual en aquellas fechas, eso cuando no se la condenaba abierta y completamente. En este difícil contexto, Demetrio Castro dio a la imprenta un largo artículo, “Treinta años después”, aparecido en “Solidaridad Nacional”, el diario del Movimiento en Barcelona, el 9 de noviembre de 1971.

“Por estos días, unos miles de españoles, algunos ya en el borde de la ancianidad, y todos desde luego encanecidas las cabezas, han conmemorado el XXX Aniversario de su incorporación al frente en tierras de la URSS en lucha contra el comunismo. Treinta años son tiempo suficiente para que los orgullos primeros, las nostalgias posteriores y hasta las amarguras que pudieran haber causado la incomprensión y el menosprecio de algún tiempo pasado se serenen en una perspectiva que permita examinar aquel gesto de entonces, con ecuánime objetividad; es tiempo desde luego bien sobrado para que se hayan entibiado entusiasmos que solo fuegos internos e indeclinables fidelidades han podido mantener encendidos, al margen de un desabrido entendimiento y una descuidada valoración que el paso de los años ha hecho más clara, pero no más dolorosa, que la de aquellos otros tiempos en los que, al aire de una victoria en la que no nos iban tantas cosas, y de una derrota en la que no teníamos porque vernos implicados, casi se llegó a considerar un error individual y colectivo el haber participado en aquella guerra.

«Tuvo que verse la realidad de las guerrillas griegas frente al comunismo, bajo el amparo de la política norteamericana, para que muchos miopes comprendieran que la División Azul no había sido una inversión disparatada; y que el papel antisoviético podía aún tener cotización en esos extraños mercados internacionales de alianzas y de enfrentamientos, donde las coaliciones circunstanciales duran menos que las profundas razones de enfrentamientos, ideológicas o interesadas. Fue entonces cuando con evidente apresuramiento y eficaz táctica –debe confesarse- algunos sectores españoles destacados por su silencio o su alejamiento de lo que la División azul había significado, comenzaron a fabricar sus propios héroes y a destacar gestas y gestos dentro del conjunto heroico que aquella presencia nuestra en los campos de combate de la II Guerra Mundial había significado.

«Ni siquiera este avance espectacular y brillantemente apoyado para reclutar ejemplares conductas que incorporar a determinadas ideologías consiguió perturbar la serena trayectoria de unos excombatientes que, año tras año, en el deber de honrar a sus muertos, y en la alegría de conmemorar su decisión, han venido reuniéndose, asistidos de más o menos publicidad, según soplaran los vientos. Y ahora, una vez más, ya con esta madurez conseguida que supone que en muchos casos la incorporación de los hijos a la celebración de la efemérides, ahí están, entonando viejas canciones, acaso silenciosos en el recuerdo, lamentando más las ausencias inevitables que la muerte impone, que no las deserciones que el olvido, la comodidad y también el oportunismo puedan ir forzando.

«Sería ya hora, sin embargo, de que a la distancia de esos treinta años, se intentara un estudio objetivo y suficiente de las razones, de los hechos, y de las consecuencias de esta presencia de soldados españoles fuera de nuestras fronteras, sin otros precedentes inmediatos de aquella expedición –bien distinta en motivaciones y resultados- de las tropas del marqués de La Romana. Cierto que los soldados de la División Azul combatieron encuadrados en la Wehrmacht y no constituían por tanto una unidad del Ejército español; pero cierto también que su encuadramiento se efectuó respetando cuadros de mando profesionales del Ejército español; y ese carácter de voluntariado incorporándose a unidades tácticas de otro país –aún cuando alguien equivocada y peligrosamente no supiera comprenderlo en determinadas ocasiones- arrebata a la consideración del caso el carácter de intervención directa de tropas españolas en el pasado conflicto universal; pero cierto es también que las características de encuadramiento, donde los mandos de sargento para arriba hasta el general de la División estuvieron confiados a militares profesionales, supone una razón para que se entienda como algo más que una leva de voluntarios o una presencia de mercenarios –por muy idealizada y bien seleccionada que fuera- la presencia de la División 250 en el dispositivo bélico del Ejército alemán.

«Sobre la División Azul se ha escrito mucho; especialmente, novelas y relatos literarios han dado la medida humana de aquellos jóvenes, en su mayoría ardidos de ilusión, que bordaron sobre los largos caminos de Europa y sobre las heladas o ardorosas la endeble huella de su heroísmo y de su generosidad. Algunos otros relatos han parcializado, especialmente en el espectacular episodio de los prisioneros, tan nutrido de enseñanzas, una visión que sería oportuno recoger con mayor amplitud; y no han faltado libros de profesionales que, como Esparza, Esteban-Infantes o Díaz de Villegas, entre otros, hayan analizado aspectos estrictamente militares de la contienda. Pero se echa en falta, ya a estas alturas, un estudio sereno y responsable de lo que fue y de lo que supuso políticamente la División Azul, no solo en los momentos enfervorizados de 1941, cuando se constituye, sino después, a lo largo de la guerra, en las relaciones hispano-germanas y también hispano-aliadas, independientemente de su propia proyección, acaso no muy profunda ni demasiado prolongada, sobre la política interior de España, cuando hombres de prestigio que por la Gran Unidad pasaron, se fueron incorporando, algunos con nuevas perspectivas abiertas ante su mirada, a los puestos de influencia de la sociedad.

Es posible que aquella irónica y humorística aseveración “Rusia es culpable, ¡pero no tanto!”, que los voluntarios españoles inventaron para aliviar, burlándose de ellos, sus propios sufrimientos, y con la que recordaban la frase que aglutinó tantos heroísmos y penalidades, a estas alturas parezca ya evidente incluso a quien la acuñó o a quienes la inspiraron. Y si es verdad que muchas culpabilidades, que en un principio parecieron monolíticamente identificables, el tiempo las ha ido matizando e individualizando, también es cierto que las reacciones frente a la universal acusación tuvieron distinto origen y la acumulación de todas ellas en esa indudable baza que hubo que jugar en la política internacional, consecuencias diversas.

Por lo pronto, parece que no habría inconveniente en desmitificar ciertos aspectos de la propia existencia de la División Azul, y hacer ver, en factores positivos y negativos –que estos no deben temerse- lo que en aquella encrucijada de tensiones e intereses supuso la presencia de los voluntarios españoles en los campos de batalla; porque es muy posible que el orgullo de los que en la División Azul formamos tenga motivos para sustentarse no solo en el comportamiento y heroísmo de nuestros camaradas; no sólo en el ejemplo de valor, de idealidad, y de desprendimiento que se dio al mundo y a muchos de nuestros compatriotas, sino también en el alto servicio que dentro del juego de la política internacional se prestó a España. Acaso también en esta ocasión, “nunca tan pocos hicieron tanto”, pues no resulta descabellado suponer que el que algunos españoles estuvieran en la guerra pudo hábilmente aprovecharse en determinados momentos para evitar en no estuviera en la guerra toda España”.

Cuando recopilaba los materiales para dar forma a este homenaje a Demetrio me sorprendió la actualidad de este artículo, escrito cuando la División Azul conmemoraba su 30º Aniversario. Podría haber sido escrito hace poco, y eso que nuestra División ya ha cumplido los 70 años… Si, la División Azul sigue esperando lo que Demetrio pedía: que se escriba toda su historia. A él no le gustaron algunas de las últimas que tuvo ocasión de leer. Por ejemplo, sobre la obra de Xavier Moreno, “La División Azul. Sangre española en Rusia”, aparecida en el 2004, me escribió:

“Para él, la División fue una sangría de soldados españoles sacrificados al interés político de camarillas. Por el contrario, yo en todos mis textos me he esforzado en resaltar el contenido ideológico de la División y de los divisionarios. La realización de un entusiasmo ideológico que nos hizo soportar sacrificios y también desilusiones”.

Ciertamente, creo honestamente que con el creciente número de autores que nos aproximamos a la División Azul con pasión por la documentación histórica, pero también con afinidad de valores, estaría más satisfecho. En cualquier caso, él intentó hasta casi el último de sus días trasmitir esas vivencias, esa mística, que empapó la gesta española en Rusia.

No mucho antes de su muerte, en uno de esos momentos que recuperaba fuerzas, dio una charla en un local de un grupo de esto que llamamos “Fuerzas Nacionales” (no citaré el nombre del grupo en cuestión, para que no parezca que hacemos propaganda de unos y no de otros). Cuando vi las fotos en Internet, me conmoví: si, así era Demetrio, el mismo joven que blandía una bandera en la cabecera de la manifestación que recorrió el centro de Madrid para pedir el envío de voluntarios contra el comunismo, está allí, sentado ante un auditorio reducido pero atento, explicando lo que fue aquella gran gesta.

Por eso de los azares del destino, mientras preparaba estas líneas llegó a mi conocimiento la existencia de un número de la revista “Diana”, editada por la II Región Militar (cuya Capitanía General estaba en Sevilla), en enero de 1970 (era el número 25 de esta publicación, dirigida a entretener y formar a los soldados). Estaba dedicada a la División Azul, tema que ya aparecía en la portada. Contenía una semblanza del capitán Palacios, y una serie de entrevistas a veteranos de la División que vivían en la zona de la II Región: el general Pedro Merry Gordon (a la sazón mandaba una Brigada en esa Región Militar), el coronel capellán Victorino García Sabater (entonces Vicario Castrense en la II Región), el teniente coronel médico Carlos Barrio Cuadrillero (destinado en la Jefatura de Sanidad de la Región), al excepcional escritor sevillano José María de Mena, que como Demetrio sirvió parte de la campaña destinado en la “Hoja de Campaña” y a los antiguos soldados Manuel Santos Infantes, Salvador Miro Viguera y Antonio Fernández Ortega (mutilado), todos ellos residentes en Sevilla. He dejado para el final el reseñar que la primera de las entrevistas que se recogían era… la que se le hizo a Demetrio Castro, que a la sazón estaba destinado en Sevilla como Delegado de Información y Turismo. Ya no hay manera de preguntárselo, pero cuando vi esa revista lo primero que me vino a la mente es que fue precisamente él, como delegado de información y por tanto responsable de la prensa en esa provincia, quien inspiró este número de “Diana”.

Con ejemplos como el que Demetrio nos dio a la largo de tantísimos años, comprenderéis que seamos muchos los que consideramos que dar a conocer la historia de la División Azul es un deber insoslayable. Porque es el episodio más glorioso, más épico, más revolucionario y más patriótico de la historia de la España contemporánea. Gracias, Demetrio, siempre te tendremos entre nosotros.

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[*] El listado de textos que se pueden identificar como suyos puede verse en el artículo original
El presente texto se publicó en el Boletín Blau División de la Hermandad de la División Azul de Alicante (Números de Septiembre 2014 a Marzo 2015).