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5 febrero 2022 • Rito Romano Tradicional

Marcial Flavius - presbyter

V Domingo después de Epifanía: 6-febrero-2022

Epístola (Col 3, 12-17)

Así pues, como elegidos de Dios, santos y amados, revestíos de compasión entrañable, bondad, humildad, mansedumbre, paciencia. Sobrellevaos mutuamente y perdonaos cuando alguno tenga quejas contra otro. El Señor os ha perdonado: haced vosotros lo mismo. Y por encima de todo esto, el amor, que es el vínculo de la unidad perfecta. Que la paz de Cristo reine en vuestro corazón: a ella habéis sido convocados en un solo cuerpo. Sed también agradecidos. La Palabra de Cristo habite entre vosotros en toda su riqueza; enseñaos unos a otros con toda sabiduría; exhortaos mutuamente. Cantad a Dios, dando gracias de corazón, con salmos, himnos y cánticos inspirados. Y todo lo que de palabra o de obra realicéis, sea todo en nombre de Jesús, dando gracias a Dios Padre por medio de Él.

Evangelio (Mt 13, 24-30)

Les propuso otra parábola: «El reino de los cielos se parece a un hombre que sembró buena semilla en su campo; pero, mientras los hombres dormían, un enemigo fue y sembró cizaña en medio del trigo y se marchó. Cuando empezaba a verdear y se formaba la espiga apareció también la cizaña. Entonces fueron los criados a decirle al amo: “Señor, ¿no sembraste buena semilla en tu campo? ¿De dónde sale la cizaña?”. Él les dijo: “Un enemigo lo ha hecho”. Los criados le preguntan: “¿Quieres que vayamos a arrancarla?”. Pero él les respondió: “No, que al recoger la cizaña podéis arrancar también el trigo. Dejadlos crecer juntos hasta la siega y cuando llegue la siega diré a los segadores: arrancad primero la cizaña y atadla en gavillas para quemarla, y el trigo almacenadlo en mi granero”».

Sagrada Biblia. Versión oficial de la Conferencia Episcopal Española. Editorial BAC

TISSOT: El enemigo siembra cizaña

Reflexión

I. La liturgia reproduce los misterios de la vida de Cristo para que contemplemos las enseñanzas que en cada uno de ellos se nos dan. Y esto por dos motivos: porque toda su vida Jesús se muestra como nuestro modelo (Rm 15, 5; Flp 2, 5) y para que se nos apliquen las gracias propias de cada uno de esos misterios:

«Debemos continuar y completar en nosotros los estados y misterios de la vida de Cristo, y suplicarle con frecuencia que los consume y complete en nosotros y en toda su Iglesia. Porque los misterios de Jesús no han llegado todavía a su total perfección y plenitud. Han llegado ciertamente a su perfección y plenitud en la persona de Jesús, pero no en nosotros, que somos sus miembros, ni en su Iglesia, que es su cuerpo místico. El Hijo de Dios quiere comunicar y extender en cierto modo y continuar sus misterios en nosotros y en toda su Iglesia, ya sea mediante las gracias que ha determinado otorgarnos, ya mediante los efectos que quiere producir en nosotros a través de estos misterios. En este sentido quiere completarlos en nosotros»[1].

En este tiempo litúrgico después de Epifanía se nos presenta lo más característico de los misterios de la vida pública de Cristo: sus milagros (testimonio de su omnipotencia divina y de su misericordia ante las necesidades humanas) y la enseñanza de su doctrina, en particular mediante las parábolas que seguiremos leyendo en los domingos de septuagésima y sexagésima. Así encontramos la siguiente distribución:

  • Quinto domingo después de Epifanía: parábola de la cizaña (Mt 13, 24-30)
  • Sexto domingo después de Epifanía (este año pasa a después de Pentecostés): parábola del grano de mostaza y del fermento (Mt 13, 31-35)
  • Domingo de Septuagésima: parábola de los obreros enviados a la viña (Mt 20, 1-16)
  • Domingo de Sexagésima: Parábola del sembrador (Lc 8, 4-15)

Excepto la del domingo de Septuagésima que se pronunció en un contexto diferente (camino de Jerusalén, en los últimos momentos de la vida pública), las demás pertenecen al grupo de las llamadas «parábolas del reino» que san Mateo sistematiza en el capítulo 13 de su Evangelio en el siguiente orden:

a) Parábola del sembrador (v.1-9); b) razón de las parábolas (v.10-17); c) explicación de la parábola del sembrador (v.18-23); d) parábola de la cizaña (v.24-30); e) parábola del grano de mostaza (v.31-32); f) parábola del fermento (v.33); g) reflexión del evangelista (v.34-36); h) explicación de la parábola de la cizaña (v.36-43); i) parábolas del tesoro y la perla (v.44-46); j) parábola de la red (v.47-51)[2].

Estas parábolas exponen diversos aspectos de la doctrina del reino de los cielos (objeto de la primera enseñanza de Jesús: «Desde entonces comenzó Jesús a predicar diciendo: Convertíos, porque está cerca el reino de los cielos»: Mt 4, 17). Más en concreto, la que leemos este domingo trata de corregir el falso concepto que tenían los judíos sobre el reino mesiánico[3]. Creían ellos que el Mesías vendría a fundar su reino y lo que constituye el acto final de su obra (el juicio) vendría a ser como la inauguración, después de la cual no cabría maldad en Israel[4]. Unos versículos más adelante (36-43), el mismo Jesús hace la explicación de la parábola a sus discípulos dando una interpretación alegórica[5] de la misma y vemos que su objeto primario es enseñar que en el tiempo terrenal de la Iglesia puede haber buenos y malos. De la misma manera que el trigo coexiste con la cizaña hasta la hora de la cosecha en que se haga la selección, habrá coexistencia de buenos y de malos hasta la hora final, cuando se inaugura un segundo tiempo o fase del reino[6].

II. Aunque la Epístola de esta Misa (Col 3, 12-17) no guarda relación directa con el Evangelio, puede verse en la enumeración de las virtudes que hace san Pablo las que se necesitan en la vida cristiana como fruto de la buena semilla de Cristo y de la necesidad de vigilar al enemigo para que no arroje la cizaña en el surco y prevenirse contra los perniciosos efectos de la coexistencia del trigo y la cizaña.

A este respecto es interesante situar este pasaje en un conjunto de recomendaciones que el Apóstol introduce con la siguiente exhortación que tiene una aplicación directa a los tiempos descritos por la parábola de la cizaña: «Por tanto, si habéis resucitado con Cristo, buscad los bienes de allá arriba, donde Cristo está sentado a la derecha de Dios; aspirad a los bienes de arriba, no a los de la tierra. Porque habéis muerto; y vuestra vida está con Cristo escondida en Dios. Cuando aparezca Cristo, vida vuestra, entonces también vosotros apareceréis gloriosos, juntamente con Él.» (Col 3, 1-4). En efecto, el cristiano, muerto y resucitado místicamente con Cristo en el bautismo ha entrado en una vida nueva, la vida de la gracia, vida que posee ya realmente, pero que no se manifestará de modo pleno hasta después de la parusía, cuando todos los miembros del cuerpo de Cristo seamos asociados a su triunfo glorioso. Este nuevo estado pide que nuestros pensamientos no estén puestos en las «bienes de la tierra», sino en «los de arriba», es decir, los sobrenaturales. Para ello se dan una serie de consejos prácticos que se refieren tanto a la huida de vicios (vv.5-11) como a la práctica de virtudes (vv.12-17). Estos últimos son los que recoge la Epístola de este domingo.

San Pablo enumera varias virtudes pero insiste especialmente en el amor, al que llama «vínculo de la unidad perfecta». La expresión puede interpretarse en el sentido de que la caridad une a los fieles estrechamente entre sí[7] pero también en los términos que la teología expresa al decir que la caridad es la forma de todas las virtudes, es decir, la que da la debida perfección a las virtudes y gracias que integran la vida cristiana, que sin ella nada valdrían en orden a la vida eterna (cfr. 1 Cor 13,1-13)[8].

Para alcanzar el fruto de esta enseñanza de Cristo, hagamos nuestra la petición de la oración secreta: que Dios nos perdone, es decir, arranque la cizaña de nuestros pecados y nos guarde con su constante misericordia para que así alcancemos la salvación eterna.

«Te ofrecemos, Señor, hostias de propiciación, para que, apiadado, perdones nuestros pecados y dirijas los corazones vacilantes. Por nuestro Señor Jesucristo…»


[1] SAN JUAN EUDES, Tratado sobre el Reino de Jesús, III, 4.

[2] Manuel de TUYA, Biblia comentada, vol. 5, Evangelios, Madrid: BAC, 1964, 301-302.

[3] Cfr. Verbum vitae. La Palabra de Cristo, vol. 2, Madrid: BAC, 1957, 599-603.

[4] «Se destruirá el mal y se extinguirá todo fraude; florecerá la fe, se vencerá la corrupción y se mostrará la verdad que por tanto tiempo estuvo sin fruto» (4 Esdras 6. 27. 28). El llamado «Apocalipsis de Esdras» o «Libro 4 de Esdras» es un escrito judío de finales del siglo I o de comienzos del siglo II de nuestra era considerado por los católicos como un apócrifo del Antiguo Testamento. La versión Sixto-Clementina de la Vulgata lo incluye en apéndice junto al «Libro 3 de Esdras».

[5] En retórica se define la alegoría como «plasmación en el discurso de un sentido recto y otro figurado, ambos completos, por medio de varias metáforas consecutivas, a fin de dar a entender una cosa expresando otra diferente» (DRAE). Es especialmente recomendable la explanación de la parábola que se hace en: Luis de LA PUENTE, Meditaciones, vol. 1, Barcelona: Testimonio, 1995, 929-938.

[6] En CATIC nº 1164 se llama «tiempo de la Iglesia» al situado entre la Pascua de Cristo y su consumación en el Reino de Dios.

[7] Así, Mons. Straubinger in Col 3, 12ss: «Por eso dice: el vínculo de la perfección (v. 14), es decir, el lazo de unión que vincula y caracteriza a los perfectos (Fil. 3, 3). “En verdad que la caridad es el vínculo de la perfección, porque une con Dios estrechamente a aquellos entre quienes reina, y hace que los tales reciban de Dios la vida del alma, vivan con Dios, y que dirijan y ordenen a Él todas sus acciones” (León XIII, en la Encíclica “Sapientia Christiana)».

[8] Cfr. Lorenzo TURRADO, Biblia comentada, vol. 6, Hechos de los Apóstoles y Epístolas paulinas, Madrid: BAC, 1965, 634-635.