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4 junio 2018 • Los directores españoles no hacen cine histórico, sino ajustes de cuentas y exposición de sus frustraciones • Fuente: Libertad Digital

Pedro Fernández Barbadillo

¿Se comerá Millán Astray a Unamuno?

Milllán Astray fotografiado por Jalón Ángel

Cuando leí que Alejandro Amenábar empezaba a rodar una película sobre la guerra civil, me dije «¡Qué original! ¡Qué tema tan poco tocado por el cine español en los últimos 40 años! Y cuando, al seguir leyendo, descubrí que el personaje central iba a ser Miguel de Unamuno, di por sentado que saldría un Millán Astray a punto de degollar con una bayoneta al pensador vasco, mientras le animaba la esposa del general Franco.

Los directores españoles no hacen cine histórico, sino ajustes de cuentas y exposición de sus frustraciones, que creen que comparte su público. En 1898. Los últimos de Filipinas, Salvador Calvo se inventa a un fraile franciscano que es drogadicto. ¿Inspirado por el sano ambiente del cine español? Y en 22 ángeles Miguel Bardem monta una conspiración entre curas y aristócratas para desbaratar el proyecto de llevar la vacuna de la viruela a América. Ya la alabada autora de Imperiofobia enumeró las aberraciones de la serie de Movistar La peste, que presenta a una Iglesia enemiga de la medicina y una Sevilla, puerto de Indias rebosante de mercancías de todo el mundo, roñosa.

Amenábar ya trató de jugar a Cecil B. DeMille y Carl Sagan con Ágora, cuyos errores aparecen hasta en la Wikipedia y a la que la productora, Telecinco Cinema, trató de salvar, sin conseguirlo, del desastre en taquilla cambiándole el título y el cartel para algunos países hispanoamericanos. En México la titularon La caída del Imperio Romano, usurpando el título de la película dirigida por Anthony Mann en 1963.

Para el guión de su película sobre Unamuno y Millán Astray, Amenábar ha escogido al guionista cubano Alejandro Hernández, el mismo que escribió el guión de Los últimos de Filipinas, por lo que podemos hacernos una idea de cuál será el contenido y su cercanía a la verdad histórica. No me sorprende, por tanto, que una asociación de legionarios veteranos le haya pedido que no caiga en los tópicos de costumbre y se ha ofrecido a documentarle.

Un personaje popular hasta en Estados Unidos

Si para las víctimas de la Logse, Franco es una especie de Sauron, Millán Astray puede alcanzar la identidad de un Balrog, tanto más amenazador con su cuerpo mutilado. Este general, que dejó trozos de su cuerpo en el servicio a España a las órdenes de la Monarquía de Alfonso XIII, representa para los creyentes de la memoria histórica la figura, mitad siniestra, mitad patética, del militar africanista, que después de matar moros se pone a matar españoles.

En realidad, José Millán Astray (1879-1954) fue uno de los militares más cultos y viajados de su época. En la España en la que él nació, la tasa de analfabetismo rondaba el 45% en 1900 y sólo había un instituto de enseñanza media en cada capital de provincia. En la República, muchos políticos, como los futuros ministros Francisco Largo Caballero y Marcelino Domínguez, eran perfectos ignorantes, como queda claro en las memorias de Niceto Alcalá Zamora, Miguel Maura y Manuel Azaña. Por ejemplo, Domínguez, ministro de Agricultura encargado de aplicar la reforma agraria, ignoraba la definición de bienes comunales.

Fue oficial de Estado Mayor, la aristocracia del Ejército, y renunció a ser profesor para marchar a África. A Millán Astray miles de madres españolas le deben la vida de sus hijos, pues propuso la formación del Tercio de Extranjeros como unidad de choque constituida exclusivamente por voluntarios (el primer contingente era de catalanes) en la guerra de Marruecos. De este modo, se sustituyó a muchos reclutas con soldados profesionales.

Como su segundo en el Tercio escogió al comandante Franco. Y para elaborar el espíritu de cuerpo imprescindible en una nueva unidad militar redactó el Credo Legionario, inspirado en el Bushido del samurái japonés, que conoció durante su estancia en Asia.

En 1924 perdió el brazo izquierdo de un balazo; en 1926, otra bala le destrozó el ojo derecho y parte de la boca. A causa de ella, se le dio de baja del servicio activo. En los años siguientes realizó numerosos viajes al extranjero y en todos ellos le recibieron multitudes. En Roma, visitó al papa Pío XI y al duce Mussolini. Luego fue invitado por las colonias españolas de Argentina y Chile. Más tarde, recorrió como invitado oficial México, Cuba y EEUU, cuya academia militar de West Point consideró la mejor del mundo.

En Argentina el 18 de Julio

Durante la República no participó en conspiraciones y trató de conseguir un mando. Defendió a sus legionarios de las difamaciones lanzadas por la izquierda de que habían cometido crímenes en los combates contra los mineros en octubre de 1934.

En marzo de 1936, el Gobierno del Frente Popular le concedió licencia para realizar junto con su esposa otro viaje a América. La sublevación de su amigo Franco le sorprendió en Buenos Aires. El 20 de julio, cuando estaba claro que el golpe había fracasado, zarpó para Lisboa, adonde arribó a principios de agosto. Marchó a Sevilla, donde participó, junto con Franco y Queipo de Llano, en el acto de restauración de la bandera rojigualda, el 15 de agosto.

Cuando se unieron las dos zonas rebeldes y situaron Salamanca como su capital, Franco le nombró jefe del Departamento de Prensa y Propaganda, que desempeñó durante unos pocos meses. Su estilo, adecuado para enfervorizar a las masas y los soldados, no era el más adecuado para tratar con periodistas, sobre todo extranjeros.

Como una de las personalidades más llamativas del bando nacional, Millán Astray participó en el acto que se celebró en el Paraninfo de la Universidad de Salamanca, en el que también participó Unamuno.

Después de escuchar unos discursos exaltados, en los que saltaron insultos a vascos y catalanes, el escritor bilbaíno pidió un turno de palabra. De su intervención, que se reconstruyó por los recuerdos de los escasos asistentes, se destacan las siguientes frases:

Vencer no es convencer y hay que convencer, sobre todo, y no puede convencer el odio que no deja lugar para la compasión, el odio a la inteligencia que es crítica y diferenciadora, inquisitiva, más no de inquisición.

El general Millán Astray replicó con dureza, jaleado por la mayoría de los asistentes, muchos de los cuales habían sido republicanos hasta hacía unas semanas. Este mismo militar y la esposa del general Franco, Carmen Polo, escoltaron a Unamuno fuera de la Universidad para evitar cualquier agresión. La versión más completa del incidente, al que no se le dio ninguna importancia hasta finales de los años 60, se encuentra en la biografía de Millán Astray del historiador Luis Togores.

José María Pemán, uno de los asistentes, escribió en ABC (26-11-1964) que el relato que empezaba a difundirse sobre el agrio enfrentamiento entre el militar y el catedrático «no contiene casi una línea que se ajuste a la verdad histórica».

Una foto y una monografía

Pero se convirtió en canónico, como el bombardeo de Guernica… hasta ahora. Severiano Delgado Cruz, bibliotecario de la Universidad de Salamanca, ha publicado una monografía que lo refuta completamente.

Unos meses antes, los historiadores Ángel David Martín Rubio y Moisés Domínguez recuperaron en su blog una fotografía de la salida del acto del 12 de octubre en que aparecen Unamuno y Millán Astray, despidiéndose de manera formal, junto al cardenal Pla y Deniel (al que la ‘memoria histórica’ ha quitado la calle en Salamanca). La normalidad que transmite la foto sería bastante improbable de haber amenazado de muerte Millán Astray a Unamuno.

Es cierto que después del cruce de palabras Unamuno sufrió represalias en la Universidad, el Ateneo y el Ayuntamiento por parte de civiles que sin duda querían obtener un salvaconducto de buen patriota; pero no por los militares.

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