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22 enero 2022 • III Domingo del Tiempo Ordinario. Ciclo C

Angel David Martín Rubio

«Escuchemos el evangelio como al Señor presente»

James Tissot (1894): Jesús en la sinagoga de Nazaret

I. La Primera lectura de la Misa (Neh 8, 2-6;8-10) está tomada de un libro del AT que relata la historia del pueblo de Israel desde el retorno del destierro de Babilonia a lo largo de buena parte de los siglos VI y V a. C. El rey de Persia, Ciro, había autorizado a los exiliados regresar a Palestina y la reconstrucción del Templo de Jerusalén y van volviendo en diversos grupos y reorganizando su vida religiosa, restableciendo la Ley y restaurando la comunidad religiosa del pueblo de Dios.

«El sacerdote Esdras trajo el libro de la ley ante la comunidad […] Leyó el libro». Esdras era uno de aquellos doctores cuya misión consistía en interpretar auténticamente la Ley y asegurar su fiel transmisión a la posteridad. «Todo el pueblo escuchaba con atención la lectura de la ley»: la reacción de los oyentes que seguían atentamente la enseñanza muestra la alegría por reconocer de nuevo la Ley de Dios y el arrepentimiento por los males que les había acarreado su anterior olvido.

El Evangelio (Lc 1, 1-4; 4, 14-21) nos presenta una escena de la vida de Jesús en la que el Señor también lee la Sagrada Escritura, en este caso en la sinagoga de Nazaret: «Le entregaron el rollo del profeta Isaías». A sus paisanos, Jesús les explica que aquel anuncio se estaba cumpliendo en medio de ellos, es decir que Jesús mismo es «el hoy» de la salvación en la historia, porque lleva a cumplimiento la plenitud de la redención anunciada por los profetas. De ahí la necesidad que tenemos de conocer a Cristo para unirnos más íntimamente a Él.

II. Precisamente el texto que hemos leído se inicia con los primeros versículos del Evangelio de san Lucas (1, 1-4), quien nos dice que ha decido poner por escrito la vida de Cristo para que conozcamos la solidez de las enseñanzas que hemos recibido. Conocer con profundidad a Jesús y sus enseñanzas es algo que debe movernos a todos los cristianos según las diversas circunstancias de nuestra vida porque el crecimiento de la fe y de la vida de la gracia necesita un trabajo positivo por nuestra parte.

De ahí nace el interés por conocer y practicar todo aquello que Dios nos ha revelado para poder seguir a Cristo en el contexto complejo y variante de la vida real de cada día. Nunca hemos de considerarnos con la suficiente formación ni conformarnos con el conocimiento de Jesucristo y de sus enseñanzas que hayamos adquirido hasta ahora. Porque cada día podemos amar más y ser mejores y eso requiere el alimento de la sana doctrina.

Hemos visto en la primera lectura cómo aquellos israelitas escuchaban la lectura de la Ley en pie, como signo de veneración a la Palabra de Dios. También nosotros, cuando nos congregamos para participar en la santa Misa escuchamos de pie el santo Evangelio en esa misma actitud del que recibe algo sagrado:

«Escuchemos el evangelio como al Señor presente, y no digamos: «¡Oh, dichosos aquellos que pudieron verlo!», porque muchos de esos que lo vieron, también lo mataron; en cambio, muchos de entre nosotros, que no lo vieron, también han creído. Por cierto, lo precioso que sonaba desde la boca del Señor está escrito por nosotros, se nos ha conservado, se recita por nosotros y se recitará también por nuestros descendientes y hasta que el mundo se acabe. Arriba está el Señor, pero también aquí está el Señor Verdad, pues el cuerpo del Señor, en el cual resucitó, puede estar en un único lugar; su verdad está difundida por doquier. Escuchemos, pues, al Señor y digamos también nosotros lo que de sus palabras nos diere él mismo» (San Agustín, Tratado sobre el Evangelio de san Juan, XXX).

Por eso es muy recomendable dedicar un tiempo, preferiblemente cada día, a leer y meditar en especial los evangelios, que nos llevan al conocimiento y a la contemplación de Jesucristo. Y también es importante cuidar aquellos medios a través de los cuales nos llega la buena doctrina de la Iglesia: lecturas, retiros, predicación, dirección espiritual… Pensemos si procuramos tener estos medios de formación, si somos constantes y fieles a ellos, si ponemos en práctica los buenos propósitos que el Señor nos inspira por medio de ellos y si procuramos acercar a los demás mediante nuestro apostolado con familiares y amigos.

III. Fomentemos el deseo de escuchar al Señor que «nos habla» de formas diversas. Hagamos el propósito de escuchar su mensaje, y guardar su palabra como lo hizo la Virgen Santísima, conservando estas cosas en su corazón. Pidámosle a Ella que nos ayude a poner en práctica lo que escuchamos, para que esa semilla de la Palabra de Dios se deposite en nuestra alma y dé mucho fruto en la cosecha para la vida eterna.