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24 abril 2021 • El conocimiento de Cristo que se inicia ahora está llamado a llegar a su plenitud en la vida eterna

Angel David Martín Rubio

El Buen Pastor conoce a sus ovejas

Las lecturas del Evangelio durante el Tiempo de Pascua nos presentan, hasta el domingo tercero, el relato de las apariciones de Cristo resucitado. A partir del domingo quinto, se leen pasajes escogidos del discurso y de la oración del Señor después de la Última Cena como preparación para la celebración de la Venida del Espíritu Santo en Pentecostés. La razón es que se trata de los dos motivos centrales de la Pascua: Cristo ha resucitado y nosotros estamos llamados a participar en su vida divina mediante la acción del Espíritu Santo. Hoy, a manera de enlace entre esos dos motivos se nos presenta a Jesús como el «Buen Pastor» que nos hace llegar la vida de la gracia, la vida sobrenatural a través de la Iglesia.

I. El Evangelio (Jn 10, 11-18) está tomado de un discurso en el que se muestra cómo los cristianos podemos llegar a la salvación por la fe en Jesucristo y por medio de su gracia. Cristo es la puerta por la que se entra en la vida eterna, el Buen Pastor que nos conduce y ha dado su vida por nosotros. Entre los aspectos de su obra que Jesús señala se encuentra el «conocimiento» que Él tiene de sus ovejas, lo mismo que el que ellas tienen de Él: «Yo soy el Buen Pastor, que conozco a las mías, y las mías me conocen, igual que el Padre me conoce, y yo conozco al Padre; yo doy mi vida por las ovejas» (v. 14-15).

Consideremos primeramente cómo Jesús nos conoce y luego como nosotros debemos conocerle.

  • Jesús nos conoce desde toda la eternidad, fijando el momento de nuestra concepción y creación de nuestra alma, las diversas circunstancias y medios en que se desarrollaría nuestra existencia, los auxilios que Él quería darnos para que correspondiéramos a nuestra vocación, cumpliéramos nuestros deberes y consiguiéramos el cielo. Y a lo largo de toda nuestra vida vela asiduamente con su Providencia sobre nosotros.
  • Nos conoce con su presencia en todos los lugares porque no solo ve nuestros actos exteriores sino el fondo de nuestro corazón; nuestras intenciones, sentimientos… Nada podemos ocultarle: «Señor, tú me sondeas y me conoces. Me conoces cuando me siento o me levanto, | de lejos penetras mis pensamientos; distingues mi camino y mi descanso, | todas mis sendas te son familiares» (Sal 138, 1-3).

II. «Las mías me conocen». En sus palabras, Jesús nos hace entender cuál es el trato que deben tener las ovejas respecto de su Pastor, o en otras palabras, cuáles son las condiciones requeridas para pertenecer a su rebaño: oír su enseñanza y ponerla en práctica. Conocer a Cristo con nuestra inteligencia y así poder amarlo, tendiendo a Él con todo el impulso de nuestra voluntad.

  • Este conocimiento es absolutamente necesario para la salvación: «Esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, único Dios verdadero, y a tu enviado, Jesucristo» (Jn 17, 3). Por eso escribía san Pablo: «nunca entre vosotros me precié de saber cosa alguna, sino a Jesucristo, y este crucificado» (1Cor 2, 2). Todos los demás conocimientos, sin este, no nos servirían de nada: «¿Pues de qué le servirá a un hombre ganar el mundo entero, si pierde su alma? ¿O qué podrá dar para recobrarla?» (Mt 16, 26)
  • Es necesario conocer de Jesucristo lo que nos enseña la Revelación: su naturaleza humana y divina en una sola Persona que es la divina del Verbo encarnado; los misterios de su vida; su doctrina… imitar sus virtudes. No basta, por tanto un conocimiento teórico, especulativo que sea estéril. Es preciso que sea fructuoso y activo, que nos lleve a conformar nuestra vida con la suya y a comunicar este amor a los demás. «Tened entre vosotros los sentimientos propios de Cristo Jesús» (Flp 2, 5).
  • Este conocimiento tiene una de sus fuentes en la meditación habitual de su vida y misterios. De ahí la recomendación de conocer la vida de Jesús tal como nos la presentan los santos Evangelios o los buenos autores de espiritualidad. Recomendamos en particular obras como las de Giuseppe Ricciotti, Remigio Vilariño, José Julio Martínez, José Luis Martín Descalzo, Francisco Fernández Carvajal y tantas otras.

III. Por último, no olvidemos que el conocimiento de Cristo que se inicia ahora está llamado a llegar a su plenitud en la vida eterna en la que esperamos ver a Dios «tal cual es» (2ª lect. 1 Jn 3, 1-2). Hijos de Dios ya lo somos desde ahora, porque la vida eterna ya mora en nosotros. Pero la filiación divina tendrá su plena expansión solamente en el cielo, cuando los fieles vean a Dios tal cual es. Entonces gozaremos de la visión de Dios y nos haremos semejantes a Él, porque la filiación divina nos descubrirá su inmensa profundidad al conocer mejor nuestra semejanza con Dios (cfr. José SALGUERO, Biblia comentada, vol. 8, Epístolas católicas. Apocalipsis, Madrid: BAC, 1965, 218). Llegar a ver a Dios es la esperanza que sostiene al cristiano en el camino hacia la santidad y le anima en la lucha contra el pecado.

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Pidamos que siempre escuchemos la voz del Buen Pastor. Que la Virgen Santísima, la Madre del Buen Pastor, nos obtenga esta gracia y Ella siga siendo columna sobre la que se sostiene la solidez de nuestra fe y de las enseñanzas que hemos recibido. De este modo mereceremos ser recibidos en la gloria del Cielo donde gozaremos de la compañía del Buen Pastor por toda la eternidad.