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1 noviembre 2022 • Rito Romano Tradicional

Marcial Flavius - presbyter

Fiesta de Todos los Santos: 1-noviembre-2022

Ap 7, 2-12

2Vi después a otro ángel que subía del oriente llevando el sello del Dios vivo. Gritó con voz potente a los cuatro ángeles encargados de dañar a la tierra y al mar, 3diciéndoles: «No dañéis a la tierra ni al mar ni a los árboles hasta que sellemos en la frente a los siervos de nuestro Dios». 4Oí también el número de los sellados, ciento cuarenta y cuatro mil, de todas las tribus de Israel. 5De la tribu de Judá, doce mil sellados; de la tribu de Rubén, doce mil; de la tribu de Gad, doce mil; 6de la tribu de Aser, doce mil; de la tribu de Neftalí, doce mil; de la tribu de Manasés, doce mil; 7de la tribu de Simeón, doce mil; de la tribu de Leví, doce mil; de la tribu de Isacar, doce mil; 8de la tribu de Zabulón, doce mil; de la tribu de José, doce mil; de la tribu de Benjamín, doce mil sellados. 9Después de esto vi una muchedumbre inmensa, que nadie podría contar, de todas las naciones, razas, pueblos y lenguas, de pie delante del trono y delante del Cordero, vestidos con vestiduras blancas y con palmas en sus manos. 10Y gritan con voz potente: «¡La victoria es de nuestro Dios, que está sentado en el trono, y del Cordero!». 11Y todos los ángeles que estaban de pie alrededor del trono y de los ancianos y de los cuatro vivientes cayeron rostro a tierra ante el trono, y adoraron a Dios, 12diciendo: «Amén. La alabanza y la gloria y la sabiduría y la acción de gracias y el honor y el poder y la fuerza son de nuestro Dios, por los siglos de los siglos. Amén». 

Evangelio (Mt 5, 1-12)

1Al ver Jesús el gentío, subió al monte, se sentó y se acercaron sus discípulos; 2y, abriendo su boca, les enseñaba diciendo: 3Bienaventurados los pobres en el espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos. 4Bienaventurados los mansos, porque ellos heredarán la tierra. 5Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados. 6Bienaventurados los que tienen hambre y sed de la justicia, porque ellos quedarán saciados. 7Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia. 8Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios. 9Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios. 10Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos. 11Bienaventurados vosotros cuando os insulten y os persigan y os calumnien de cualquier modo por mi causa. 12Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo, que de la misma manera persiguieron a los profetas anteriores a vosotros.

Durero: retablo de Todos los Santos (1511)

Reflexión

En la fiesta de Todos los Santos la Iglesia quiere celebrar en un mismo día a todos aquellos que en sus circunstancias y estados de vida propios, lucharon por conquistar la perfección y gozan actualmente en el Cielo de la visión de Dios por toda la eternidad.

La Liturgia reúne en una misma alabanza no solamente a aquellos que han sido reconocidos oficialmente por la beatificación o la canonización, sino también a los santos que sólo Dios conoce y a los que no se puede celebrar en particular. Y lo hace para dar gloria a Dios en sus santos, exaltar su triunfo y su alegría, al mismo tiempo que para invitarnos a nosotros a seguir en su ejemplo y, con su intercesión, llegar un día a compartir su bienaventuranza.

Dos enseñanzas principales podemos sacar de esta fiesta:

  • Toda la santidad que se encuentra en la Iglesia tiene como raíz y como causa a Cristo Jesús. Es la santidad vista como gracia.
  • Esta santidad exigió la colaboración de los santos que ahora gozan de ella. Por ello hablamos del mérito de la santidad.

I. La santidad es una de las notas de la Iglesia, decimos en el Credo: Creo en la Iglesia que es una, santa católica y apostólica.

La santidad de la Iglesia proviene de la de Cristo: «La Iglesia verdadera es santa porque santa es su cabeza invisible, que es Jesucristo…» (Catecismo Mayor). La Iglesia también es santificadora: «…santos muchos de sus miembros, santas su fe, su ley, sus sacramentos, y fuera de ella no hay ni puede haber verdadera santidad». Y esto, aunque resulte imperfecta mientras peregrina por este mundo porque sus miembros están sometidos a la tentación y al pecado. Pero es santa porque vive de la gracia.

II. Esta santidad exige nuestra colaboración.

Un error sobre la santidad es desvirtuar el verdadero carácter de la gracia hasta llegar a pensar que no requiere de parte nuestra ninguna colaboración. En efecto, no basta que Dios nos asigne una función y un lugar en la Iglesia: hace falta que la criatura conozca cuál es este lugar, y conociéndolo, se disponga a cumplirlo.

Dios le manifiesta este lugar que ha de ocupar por medio de la vocación: vocación primera a la fe, vocación segunda a tal o cual estado de vida, vocación que para algunos es señal de mayor predilección de Dios, cuando es llamada a la vida sacerdotal o religiosa.

Pero este llamamiento se dirige a criaturas libres. Es necesario que el hombre lo escuche y quiera cumplirlo a pesar de las dificultades que supone porque la historia de la Iglesia demuestra que la santidad, aun siguiendo sendas diferentes, pasa siempre por el camino de la cruz que se hará presente de una manera o de otra.

«Ha de alentarnos a imitar a los Santos el considerar que ellos eran tan débiles como nosotros y sujetos a las mismas pasiones; que, fortalecidos con la divina gracia, se hicieron santos por los medios que también nosotros podemos emplear, y que por los méritos de Jesucristo se nos ha prometido la misma gloria que ellos gozan en el cielo» (ibíd.).

*

La fiesta de Todos los Santos es para nosotros una invitación apremiante, a la santidad. También nosotros somos hijos de la Iglesia que ha de manifestarse fecunda en nuestra vida.

Pidamos, pues, a la santísima Virgen, a san José, a todos los santos la gracia de aspirar generosamente a la santidad, sin dejarnos desalentar lo más mínimo por nuestras miserias y por las cruces y adversidades que nos toque sobrellevar; para que un día podamos recibir como ellos la recompensa que Dios reserva a sus fieles servidores.