Widgetized Section

Go to Admin » Appearance » Widgets » and move Gabfire Widget: Social into that MastheadOverlay zone

30 octubre 2022 • Rito Romano Tradicional

Marcial Flavius - presbyter

Nuestro Señor Jesucristo Rey: 30-octubre-2022

Epístola (Col 1, 12-20)

12Dando gracias a Dios Padre, que os ha hecho capaces de compartir la herencia del pueblo santo en la luz. 13Él nos ha sacado del dominio de las tinieblas, | y nos ha trasladado | al reino del Hijo de su amor, 14por cuya sangre hemos recibido la redención, | el perdón de los pecados. 15Él es imagen del Dios invisible, | primogénito de toda criatura; 16porque en él fueron creadas todas las cosas: | celestes y terrestres, | visibles e invisibles. | Tronos y Dominaciones, | Principados y Potestades; | todo fue creado por él y para él. 17Él es anterior a todo, | y todo se mantiene en él. 18Él es también la cabeza del cuerpo: de la Iglesia. | Él es el principio, el primogénito de entre los muertos, | y así es el primero en todo. 19Porque en él quiso Dios que residiera toda la plenitud. 20Y por él y para él | quiso reconciliar todas las cosas, | las del cielo y las de la tierra, | haciendo la paz por la sangre de su cruz.

Evangelio (Jn 18, 33-37)

33Entró otra vez Pilato en el pretorio, llamó a Jesús y le dijo: «¿Eres tú el rey de los judíos?». 34Jesús le contestó: «¿Dices eso por tu cuenta o te lo han dicho otros de mí?». 35Pilato replicó: «¿Acaso soy yo judío? Tu gente y los sumos sacerdotes te han entregado a mí; ¿qué has hecho?». 36Jesús le contestó: «Mi reino no es de este mundo. Si mi reino fuera de este mundo, mi guardia habría luchado para que no cayera en manos de los judíos. Pero mi reino no es de aquí». 37Pilato le dijo: «Entonces, ¿tú eres rey?». Jesús le contestó: «Tú lo dices: soy rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad. Todo el que es de la verdad escucha mi voz».

Reflexión

I. En uno de sus libros[1], el filósofo alemán Dietrich von Hildebrand nos recuerda que la finalidad de la Liturgia es la gloria y alabanza de Dios y, derivadamente, implorarle gracias. Pero a su vez, la Liturgia tiene un efecto pedagógico sobre los cristianos: transforma nuestro interior y nos abre a las realidades que se nos presentan para que las hagamos nuestros: la glorificación del Padre, la revelación de Cristo, la acción del Espíritu que nos hace partícipes de la «naturaleza divina» (2Pe 1, 4). Dicho de otra manera, por ser el ejercicio externo y oficialmente organizado de la virtud de la religión, la Liturgia «tiene por fin primario la gloria de Dios, principio y fin de nuestra vida y fuente de todo bien, y por fin secundario la santificación del hombre en orden a su último fin»[2].

Así se explica que las fiestas que celebramos durante el Año Litúrgico se fueran fijando a lo largo de los siglos para responder a la necesidad o la utilidad del pueblo cristiano. Y así en los tiempos de las persecuciones romanas se introdujo el culto a los mártires; cuando había disminuido la reverencia hacia el Santísimo Sacramento se estableció la solemne celebración del Corpus Christi o «la festividad del Sacratísimo Corazón de Jesús fue instituida cuando las almas, debilitadas y abatidas por la triste y helada severidad de los jansenistas, habíanse enfriado y alejado del amor de Dios y de la confianza de su eterna salvación»[3].

Dos son los frutos principales que cada fiesta produce en los fieles:

  • De orden doctrinal: con ocasión del misterio que la fiesta conmemora, la liturgia presenta la teología de este (de acuerdo con el principio «lex orandi, lex credendi»[4]).
  • De orden espiritual: mediante lo sensible, el hombre llega más fácilmente a lo cognoscible y asimila mejor la doctrina.

«Las fiestas, además, dan oportunidad de pedir a Dios los efectos principales de cada una de ellas. A esto se ordenan las oraciones litúrgicas. Cada fiesta tiene su enseñanza peculiar, y las oraciones que en dichas fiestas se elevan a Dios son eficaces “ex opere operantis Ecclesiae” para obtener gracias con las que poner en práctica tal enseñanza. Será la humildad, pobreza y amor en Navidad; el espíritu de penitencia, abnegación y mortificación en la Cuaresma; la renovación interior de la gracia y virtudes durante la Pascua; la esperanza en la Ascensión, etc.»[5].

Todo lo que hemos expuesto nos sirve para entender mejor lo ocurrido con la fiesta de Nuestro Señor Jesucristo Rey. La expresión de la realeza de Cristo en la Liturgia es tan antigua como la Liturgia misma y en cada parte del año tiene manifestaciones características. La Iglesia presenta al Señor en la humildad de Belén o en el despojo de la Cruz, pero siempre lo hace como Rey. Sin embargo hay que esperar a 1925 para que un Papa, en este caso Pío XI, introdujera con su encíclica Quas primas una celebración específicamente dedicada a Cristo Rey. Con ello pretendía que la idea del reinado de Cristo se inculcara en el pueblo cristiano buscando sobre todo su significado histórico y social frente al llamado «laicismo» que el Pontífice juzgaba «peste de nuestros tiempos»[6] y consideraba responsable de la pública apostasía que tanto daño había causado a la sociedad[7].

La celebración se estableció el último domingo de octubre, es decir el domingo anterior al día de Todos los Santos:

«porque en él casi finaliza el año litúrgico; pues así sucederá que los misterios de la vida de Cristo, conmemorados en el transcurso del año, terminen y reciban coronamiento en esta solemnidad de Cristo Rey, y antes de celebrar la gloria de Todos los Santos, se celebrará y se exaltará la gloria de aquel que triunfa en todos los santos y elegidos»[8].

II. El pasaje evangélico de hoy (Jn 18, 33-37) contiene una afirmación clara y rotunda de la realeza de Cristo tomada de sus propios labios pero pronunciada ante Pilato en el contexto de humillación y de dolor de la Pasión: «Tú lo dices: soy rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad. Todo el que es de la verdad escucha mi voz» (v. 37). Otros textos de la Misa y del Oficio, en cambio, nos presentan la apoteosis de Cristo Rey, como ocurre en el introito («Digno es el Cordero degollado de recibir el poder, la riqueza, la sabiduría, la fuerza, el honor, la gloria y la alabanza»: Ap 5, 12) o en el aleluya («Su poder es un poder eterno, no cesará. | Su reino no acabará»: Dan 7, 14). La razón es que, para hacer una presentación completa de este misterio, la Liturgia ha de recoger las diversas etapas del reino de Cristo: en la tierra y en el Cielo, y la vinculación que existe entre ellas para que así el cristiano pueda distinguir los tres aspectos del Reino y obrar en consecuencia.

  • En el tiempo de la vida terrena de Jesús, el reino de Dios estaba en medio de Israel (Lc 17, 20-21). Pero este reino fue rechazado por los judíos que llegaron a someterse a la soberanía temporal del emperador de Roma a quien despreciaban para romper cualquier vínculo con este Rey: «No tenemos más rey que al César» (Jn 19, 15).
  • En el tiempo de la Iglesia, se desarrolla el reino de la gracia, reino misterioso y espiritual. El poder de Cristo se extiende a todas las cosas pero no se manifestará plenamente hasta el fin de los tiempos («Se me ha dado todo poder en el cielo y en la tierra…»: Mt 28, 18-20). En el Cielo, su reino es de gloria y majestad pero en la tierra es interior, humilde y escondido.

Durante esta etapa Cristo ha de reinar en los corazones de los hombres y ha de reinar socialmente sobre pueblos y naciones. Ese reinado en los individuos es condición para que cada uno de ellos participe un día de aquel reinado en el Cielo[9] pero el reinado social no se identifica con la plenitud del reino de Cristo. Es más, la teología de la historia nos demuestra que en el desarrollo histórico del cristianismo no asistimos a la realización de un triunfo histórico de la Iglesia en forma de un proceso creciente, sino a una progresiva irradiación del mal[10]. Con agudeza se ha calificado a esta situación de «apostasía inmanente»: «apostasía», porque con el corazón muchos ya se han separado de la Iglesia; «inmanente», porque aparentemente siguen permaneciendo en ella. Y este pecado de apostasía atenta directamente contra la realeza de Cristo porque propugna la laicización de la sociedad (negándole su fundamento religioso) y al derivar la ley de la sola convención humana corta los lazos de la convivencia humana respecto de Dios[11].

El enfriamiento de la caridad y la creciente apostasía son las señales que nos avisan de que tenemos que levantar la cabeza y avivar nuestra esperanza en la pronta intervención de Cristo (Lc 21, 28) mientras que los falsos mesianismos -progresistas o conservadores- no son sino una sucesiva reedición del mesianismo temporal o secularizado , de origen judaico, tantas veces reaparecido a lo largo de la historia bajo diversas formas. Por tanto, también los cristianos del siglo XXI tenemos que reconocer los signos de los tiempos (Mt 16, 3), sin esperar, al modo de Lammenais, una Iglesia reconciliada con los principios de la libertad moderna ni imaginar una democracia con valores. Pero sin esterilizar tampoco la propia acción religiosa y social al ver frustrada una restauración que nunca acaba de llegar.

  • En el tiempo de la vuelta de Cristo, tendrá lugar el establecimiento del reino de la Gloria, reino visible y universalmente reconocido. Será el momento del cumplimiento de las profecías que hemos citado del libro de Daniel y del Apocalipsis y de tantos otros lugares del Antiguo y del Nuevo Testamento. Es lo que pedimos en el Padrenuestro: «Venga a nosotros tu reino». «En la oración del Señor, se trata principalmente de la venida final del Reino de Dios por medio del retorno de Cristo (cf Tt 2, 13)»[12].

«Pedimos, finalmente, que sólo Dios viva y reine en nosotros, para que en adelante no tenga lugar la muerte, sino que quede sumergida en la victoria1600 de Cristo Señor nuestro, y que Su Majestad deshaga y destruya todo el principado, poder, y fuerzas de los enemigos y sujete a su imperio todas las cosas»[13].

Movidos por esta petición hagamos nuestro en esta fiesta el deseo y el firme propósito de hacer cuanto esté en nuestras manos para que Jesús sea reconocido como Rey por los individuos, por las familias y por la sociedad, para que se cumpla lo que le pedimos en la oración después de la comunión, que después de haber militado bajo sus banderas en la tierra, podamos formar parte de su Reino eterno en la gloria del Cielo.


[1] Liturgia y personalidad”, Madrid: Fax, 1963. Cfr. Isidro GOMÁ, El valor educativo de la Liturgia católica, Barcelona: Casulleras, 1945.

[2] Cfr. Andrés AZCÁRATE, La flor de la Liturgia, San Sebastián: Pax, 1933.

[3] PÍO XI, encíclica Quas primas, 11-diciembre-1925, nº 22

[4] Para entender la relación entre la oración y la fe cfr. PÍO XII, encíclica Mediator Dei, 20-noviembre-1947, nn. 62-64.

[5] «Verbum vitae». La Palabra de Cristo, vol. 8, Madrid: BAC, 1953, 1097.

[6] PÍO XI, ob. cit., nº 23.

[7] Ibíd, nº 25.

[8] Ibíd, nº 31.

[9] «Pero es indispensable poner primero el reino de la gracia, porque es imposible que reine en el de la gloria de Dios, quien no hubiese reinado en el de su gracia»: Catecismo Romano, IV, XI, 11.

[10] Cfr. CATIC, 675-677.

[11] Cfr. Rafael GAMBRA, la democracia como religión. La frontera del mal, in: Verbo, 229-230 (1984) 1213-1220.

[12] CATIC, 2818.

[13] Catecismo Romano, IV, XI, 14.