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«La teología, por lo mismo que es la ciencia de Dios, es el océano que contiene y abarca todas las ciencias, así como Dios es el océano que contiene y abarca todas las cosas»
Epístola (Ef 6, 10-17)
10Por lo demás, buscad vuestra fuerza en el Señor y en su invencible poder. 11Poneos las armas de Dios, para poder afrontar las asechanzas del diablo, 12porque nuestra lucha no es contra hombres de carne y hueso sino contra los principados, contra las potestades, contra los dominadores de este mundo de tinieblas, contra los espíritus malignos del aire. 13Por eso, tomad las armas de Dios para poder resistir en el día malo y manteneros firmes después de haber superado todas las pruebas. 14Estad firmes; ceñid la cintura con la verdad, y revestid la coraza de la justicia; 15calzad los pies con la prontitud para el evangelio de la paz. 16Embrazad el escudo de la fe, donde se apagarán las flechas incendiarias del maligno. 17Poneos el casco de la salvación y empuñad la espada del Espíritu que es la palabra de Dios.
Evangelio (Mt 18, 23-35)
23Por esto, se parece el reino de los cielos a un rey que quiso ajustar las cuentas con sus criados. 24Al empezar a ajustarlas, le presentaron uno que debía diez mil talentos. 25Como no tenía con qué pagar, el señor mandó que lo vendieran a él con su mujer y sus hijos y todas sus posesiones, y que pagara así. 26El criado, arrojándose a sus pies, le suplicaba diciendo: “Ten paciencia conmigo y te lo pagaré todo”. 27Se compadeció el señor de aquel criado y lo dejó marchar, perdonándole la deuda. 28Pero al salir, el criado aquel encontró a uno de sus compañeros que le debía cien denarios y, agarrándolo, lo estrangulaba diciendo: “Págame lo que me debes”. 29El compañero, arrojándose a sus pies, le rogaba diciendo: “Ten paciencia conmigo y te lo pagaré”. 30Pero él se negó y fue y lo metió en la cárcel hasta que pagara lo que debía. 31Sus compañeros, al ver lo ocurrido, quedaron consternados y fueron a contarle a su señor todo lo sucedido. 32Entonces el señor lo llamó y le dijo: “¡Siervo malvado! Toda aquella deuda te la perdoné porque me lo rogaste. 33¿No debías tú también tener compasión de tu compañero, como yo tuve compasión de ti?”. 34Y el señor, indignado, lo entregó a los verdugos hasta que pagara toda la deuda. 35Lo mismo hará con vosotros mi Padre celestial, si cada cual no perdona de corazón a su hermano»
Reflexión
I. El evangelio de este domingo (Mt 18, 21-35) nos presenta una parábola en la que dos personajes tienen algo en común: ambos deben una cantidad de dinero. El comportamiento de ambos es muy diferente pero el contraste es aún más acusado si comparamos las dos cantidades: uno debía diez mil talentos… otro debía cien denarios.
El talento indicaba un peso determinado de dinero y el denario era el importe del jornal diario de un trabajador (Mt 20, 8). 10.000 talentos eran el equivalente a 60 millones de denarios, lo que orienta la diferencia con los 100 denarios que luego aparecen en la segunda escena (Manuel de TUYA, Biblia comentada. Evangelios, Madrid: BAC, 1964). Esta distancia tan enorme entre el importe de las dos deudas hay que aplicarla también al perdón del que nos habla la parábola. Es una exhortación a perdonar siempre a quienes nos ofendan ya que, por grande que sea el perjuicio o la ofensa que nos hagan, más nos ha perdonado Dios.
Y esto no solamente es una cuestión de “cantidad” sino que cuando Dios nos perdona de los pecados se sitúa en un orden completamente distinto al perdón de las ofensas mutuas que debemos hacernos entre los hombres. La razón es la diferencia que existe entre el orden natural y el sobrenatural, entre la naturaleza y la gracia. Esta distancia es lo que lleva a santo Tomás de Aquino a afirmar que «el bien de la gracia de un solo individuo es superior al bien natural de todo el universo» (I-II, q. 113, a. 9 ad 2).
II. Esta enseñanza nos lleva a hacer una consideración sobre esa vida sobrenatural que es la misma vida divina en nosotros. Los cristianos, desde el momento en que se nos infunde la gracia santificante en el Bautismo, tenemos una nueva vida sobrenatural, distinta de la existencia común de los hombres; es una vida particular y exclusiva de quienes creen en Cristo, que el evangelista san Juan define como «nacer de Dios» (Jn 1, 13).
En el Bautismo, la gracia santificante hace al cristiano hijo de Dios y comienza a vivir la misma vida de Cristo. Esa unión es tan profunda que transforma radicalmente la existencia del cristiano y hace posible que la vida de Dios se desarrolle como algo propio en el interior del alma. Para hacernos alguna idea de esa unión y de esa vida, nuestro Señor habla de la vid y los sarmientos (Jn 15, 1-6) y san Pablo utiliza una alegoría según la cual los cristianos formamos un Cuerpo místico cuya Cabeza o centro vital es el mismo Jesús (1 Cor 12, 12-27).
Esta unión que es verdadera semejanza en el ser debe reflejarse necesariamente en nuestro obrar: en pensamientos, acciones y deseos, de modo que haya una configuración creciente con Él que es obra del Espíritu Santo, y que tiene como término la plena semejanza y unión, que se consumará en la vida eterna del Cielo.
III. Pero, consideremos que para llegar a esa identificación con Cristo se precisa una orientación muy clara de toda nuestra vida: colaborar con el Señor en la tarea de la propia santificación, quitando obstáculos a la acción del Espíritu Santo y procurando hacer en todo lo que más agrada a Dios.
Esta correspondencia a la gracia se podría concretar en dos propósitos: mantener en toda circunstancia la vida de oración y cultivar un constante espíritu de penitencia.
Examinemos hoy cómo es nuestra correspondencia a la gracia en estos y otros puntos y confiemos en la protección de la Virgen María para llegar a la meta que da sentido a nuestra vida y que es la plena identificación con Jesucristo