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14 abril 2023 • Ni sentido nacional ambicioso y patriótico, ni trasmutación económica

Angel David Martín Rubio

14 de abril: Dos perspectivas sobre la Segunda República

Ilustración de Sáenz de Tejada

Decir que la Segunda República fue un fracaso es casi una tautología pero es necesario recordar que dicho fracaso no se debió a ninguna negra conspiración de presuntas fuerzas reaccionarias opuestas al progreso o al reformismo que el nuevo régimen habría propiciado sino a la trayectoria que éste siguió desde sus orígenes.

En efecto, la República de 1931 no se concibió simplemente como una forma de gobierno en la que el Presidente era designado por sufragio universal porque quienes la implantaron la dotaron de un contenido político que nació lastrado por la hipoteca que suponía el pacto previo con el Partido Socialista y los separatistas sellado en San Sebastián en 1930 y que condujo al golpe de Jaca.

Como eran conocedores del verdadero estado de la opinión pública, sorprendida por el éxito de los golpistas que actuaron audazmente entre el 12 y el 14 de abril, ninguno de los que trajeron la República estaba dispuesto a admitir el resultado de unas elecciones democráticas.

Desde luego, no se puede dar la consideración de democrático al plebiscito que sirvió para formar las Cortes Constituyentes en junio de 1931 pues el proceso estuvo controlado en todos sus pasos por el autoproclamado «Gobierno Provisional». No existía oposición porque la coalición republicano-socialista era la única de las fuerzas en presencia que tenía una organización interna ya previamente establecida mientras que las derechas venían siendo aterrorizadas con episodios como los incendios y saqueos de conventos, iglesias, bibliotecas… llevados a cabo en numerosos lugares de España poco antes de las elecciones y carecieron de tiempo y de unas circunstancias que permitieran articular los nuevos partidos. Además, las izquierdas —según el más viejo estilo caciquil— utilizaron todo el aparato del Ministerio de la Gobernación.

Años más tarde el propio el propio Alcalá Zamora reconocerá que aquellas Cortes «adolecían de un grave defecto, el mayor sin duda para una Asamblea representativa: que no lo eran, como cabal ni aproximada coincidencia de la estable, verdadera y permanente opinión española». En consecuencia: «La Constitución se dictó, efectivamente, o se planeó, sin mirar a esa realidad nacional […] Se procuró legislar obedeciendo a teorías, sentimientos e intereses de partido, sin pensar en esa realidad de convivencia patria, sin cuidarse apenas de que se legislaba para España». Y con toda la trascendencia que da a sus palabras su condición de Presidente del Gobierno Provisional formula esta acusación sobre el nuevo estatuto jurídico: «se hizo una Constitución que invitaba a la guerra civil»[1]. Se podrá objetar la incoherencia del político cordobés pero nadie podrá negar la clarividencia de sus reflexiones, eso sí, a posteriori y una vez marginado por el propio régimen que él mismo había contribuido a consolidar.

Pero fue el Partido Socialista quien finalmente destruyó aquella República de la que, además, iba a gestionar su agonía sometido a los dictados de Moscú ya en los días del presidente Negrín, a partir de 1937. El predominio del Partido fundado por Pablo Iglesias fue posible por la necesidad de un base social para sustentar el régimen naciente. A la vista del resultado electoral, Azaña descartó a los republicanos radicales de Lerroux y dio entrada en su Gobierno al Partido Socialista, en realidad un partido marxista cada vez mas escorado hacia la ruptura revolucionaria con las instituciones democráticas.

Stalin en la Puerta de Alcalá madrileña: significativa expresión de la hegemonía comunista en la retaguardia y en el frente rojo durante la Guerra Civil

El socialista Largo Caballero, Ministro de Trabajo, advirtió con toda claridad de la estrategia socialista al amenazar con la guerra civil si las Cortes constituyentes eran disueltas para dar paso a Cortes legislativas ordinarias como hubiera sido necesario en lógica democrática: «ese intento sólo sería la señal para que el Partido Socialista y la Unión General de Trabajadores lo considerase como una nueva provocación y se lanzasen incluso a un nuevo movimiento revolucionario. No puedo aceptar tal posibilidad que sería un reto al partido y nos obligaría a ir a una guerra civil»[2]. Y en 1933 decía:

«Vamos legalmente hacia la evolución de la sociedad. Pero si no queréis, haremos la revolución violentamente. Esto, dirán los enemigos, es excitar a la guerra civil. Pongámonos en la realidad. Hay una guerra civil. ¿Qué es si no la lucha que se desarrolla todos los días entre patronos y obreros? Estamos en plena guerra civil. No nos ceguemos, camaradas. Lo que pasa es que esta guerra no ha tomado aún los caracteres cruentos que, por fortuna o desgracia, tendrá inexorablemente que tomar»[3].

Las amenazas se convirtieron en realidad en Octubre de 1934 y a partir de la ocupación del poder por el Frente Popular en febrero de 1936.

A la vista de lo dicho resulta difícil entender —de «prejuicio noble y generoso»[4] lo define Muñoz Alonso— cómo pudo José Antonio Primo de Rivera alimentar ilusiones por las posibilidades políticas de Azaña pero lo cierto es que, con él, coincidieron muchos españoles y que, si el fundador de la Falange hizo pública su ruptura con la situación inaugurada el 14 de abril fue porque hombres como el jacobino Azaña:

«No se acordaron de la entrañable aspiración popular, no tuvieron en cuenta que España necesitaba una fe y una enérgica tarea de nacionalización de todos los valores. Jugaron con los valores más caros al alma popular y menospreciaron las ansias espirituales del pueblo, persistiendo en el error, en la infecundidad y en el maridaje»[5].

José Antonio recordará en varios de sus discursos y escritos, que muchos creyeron ver en la fecha inaugural de la República una ocasión jubilosa para la devolución de un espíritu nacional colectivo y para la implantación de una base material humana de convivencia entre los españoles[6].

Hay que reconocer que, con toda certeza, estuvo más avisado Ramiro Ledesma Ramos en juicios como éste:

«¿Encerraba, en cambio, el 14 de abril perspectivas fecundas de convivencia social entre los españoles?. O lo que es lo mismo, cercenada toda salida nacional, toda tendencia de la revolución a hacer de España ante todo una nación fuerte y vigorosa, ¿se logró, por lo menos, una ordenación social más grata para todos los españoles y una aceptación entusiasta por parte de los trabajadores, de los obreros, a la misma?. La contestación no admite dudas: en absoluto»[7].

José Antonio y Ramiro Ledesma

En efecto, el fundador de las JONS detectó con toda claridad la falta de fundamento del entusiasmo republicano al comprobar que toda la propaganda del movimiento antimonárquico se hizo sobre la oferta de un régimen burgués-parlamentario, sin apelación ninguna a un sentido nacional ambicioso y patriótico, y sin perspectiva alguna tampoco de trasmutación económica, de modificaciones esenciales que respondieran al deseo de una economía española más eficaz y más justa. De ahí la continua tensión revolucionaria a que el régimen republicano estuvo sometido desde sus orígenes por parte de las fuerzas izquierdistas que habían contribuido a imponerlo.


[1] Niceto ALCALÁ ZAMORA, Los defectos de la Constitución de 1931, Madrid: Imprenta de R.Espinosa, 1936, 85.

[2] Informaciones, Madrid, 23-noviembre-1931.

[3] El Socialista, Madrid, 9-noviembre-1933.

[4] Adolfo MUÑOZ ALONSO, Un pensador para un pueblo, Madrid: Ediciones Almena, 1974, 76.

[5] Ibid., 79-80.

[6] José Antonio PRIMO DE RIVERA. Discurso pronunciado en el Cine Madrid, Madrid, 19-mayo-1935, in Rafael IBÁÑEZ HERNÁNDEZ (edición textual, introducción y notas), Obras Completas (Edición del Centenario), Madrid: Plataforma 2003, 2007, 993-1005.

[7] Cfr. Ramiro LEDESMA RAMOS, Discuso a las juventudes de España, in: Obras Completas, vol.4, Madrid-Barcelona: Fundación Ramiro Ledesma Ramos, 2004, 33.