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7 abril 2023 • Rito Romano Tradicional

Marcial Flavius - presbyter

Viernes Santo: 7-abril-2020

Lección Primera: Os 6, 1-6

1«Vamos, volvamos al Señor. | Porque él ha desgarrado, | y él nos curará; | él nos ha golpeado, | y él nos vendará. 2En dos días nos volverá a la vida | y al tercero nos hará resurgir; | viviremos en su presencia 3y comprenderemos. | Procuremos conocer al Señor. | Su manifestación es segura como la aurora. | Vendrá como la lluvia, | como la lluvia de primavera | que empapa la tierra». 4¿Qué haré de ti, Efraín, | qué haré de ti, Judá? | Vuestro amor es como nube mañanera, | como el rocío que al alba desaparece. 5Sobre una roca tallé mis mandamientos; | los castigué por medio de los profetas | con las palabras de mi boca. | Mi juicio se manifestará como la luz. 6Quiero misericordia y no sacrificio, | conocimiento de Dios, más que holocaustos.

Lección Segunda: Ex 12, 1-11

1Dijo el Señor a Moisés y a Aarón en tierra de Egipto: 2«Este mes será para vosotros el principal de los meses; será para vosotros el primer mes del año. 3Decid a toda la asamblea de los hijos de Israel: “El diez de este mes cada uno procurará un animal para su familia, uno por casa. 4Si la familia es demasiado pequeña para comérselo, que se junte con el vecino más próximo a su casa, hasta completar el número de personas; y cada uno comerá su parte hasta terminarlo. 5Será un animal sin defecto, macho, de un año; lo escogeréis entre los corderos o los cabritos. 6Lo guardaréis hasta el día catorce del mes y toda la asamblea de los hijos de Israel lo matará al atardecer”. 7Tomaréis la sangre y rociaréis las dos jambas y el dintel de la casa donde lo comáis. 8Esa noche comeréis la carne, asada a fuego, y comeréis panes sin fermentar y hierbas amargas. 9No comeréis de ella nada crudo, ni cocido en agua, sino asado a fuego: con cabeza, patas y vísceras. 10No dejaréis restos para la mañana siguiente; y si sobra algo, lo quemaréis. 11Y lo comeréis así: la cintura ceñida, las sandalias en los pies, un bastón en la mano; y os lo comeréis a toda prisa, porque es la Pascua, el Paso del Señor.

Sagrada Biblia. Versión oficial de la Conferencia Episcopal Española. Editorial BAC

Pasión de Nuestro Señor Jesucristo según san Juan (18, 1-40; 19, 1-42)

Reflexión

I. Cristo crucificado es el centro de la celebración litúrgica de la Pasión del Señor que tiene lugar la tarde del Viernes Santo. En ella se proclama la narración de la Pasión según el evangelista san Juan y se adora la Cruz que –al terminar- queda expuesta para la veneración de los fieles hasta la Vigilia Pascual. También se distribuye la Sagrada Comunión con el Santísimo Sacramento que después de la Misa de ayer quedó reservado para la adoración de los fieles.

De manera particular la Iglesia pone por obra hoy lo que decía san Pablo de sí mismo: «nunca entre vosotros me precié de saber cosa alguna, sino a Jesucristo, y este crucificado» (1Cor 2, 2). Y podemos decir con el Apóstol: «nosotros predicamos a Cristo crucificado» (1Cor, 23).

Aunque el suplicio de la cruz era el más cruel y afrentoso de todos los que se usaban en el tiempo de Jesús, por la Pasión de Nuestro Señor se convierte en trono de Gloria.

Desde niños aprendemos a hacer el signo de la Cruz en la frente, en los labios y en el pecho, en señal externa de nuestra profesión de fe. En la Liturgia, se utiliza el signo de la Cruz en los altares, en el culto, en los edificios sagrados… y, adorando la Cruz, la Iglesia conmemora su propio nacimiento y su misión de extender a toda la humanidad los efectos de la Redención.

Veinte siglos después de aquel primer Viernes Santo, la Iglesia sigue anunciando a Cristo crucificado como único camino de salvación cumpliendo así lo que Él mismo había anunciado: «cuando yo sea elevado sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí» (Jn 12, 32).

II. Al mirar a la Cruz reconocemos también el camino que Jesucristo nos ha abierto en ella para alcanzar la santidad, la vida eterna. Como nos recuerda san Pablo en la Carta a los Hebreos (cfr. Heb 4, 14-16; 5, 1-9.) Jesús se convirtió en causa de salvación eterna para todos los que lo obedecen y nos indica el modo de unirnos a Él: «Si alguno quiere venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, tome su cruz cada día y me siga» (Lc 9, 23).

Y este amor a la Cruz produce abundantes frutos en nosotros:

  • Nos mueve al dolor por nuestros pecados que «fueron los que movieron a Cristo Señor a padecer el tormento de la Cruz» (CR I, V, 11).
  • Nos lleva a descubrir que Jesús nos sale al encuentro, toma lo más pesado del sufrimiento y lo carga sobre sus hombros. Nuestro dolor, asociado al suyo es medio de unión con Dios: «Completo en mi carne lo que falta a los padecimientos de Cristo, en favor de su cuerpo que es la Iglesia» (Col 1, 24). «Los sufrimientos de la Iglesia y de cada uno de sus miembros son sufrimientos de Cristo»(Crampon).
  • De la Cruz se saca también deseos de reparar y desagraviar por los pecados que se comenten en el mundo y motivos para demostrar con obras el amor hacia el que tanto sufrió para mostrarnos el que Él nos tiene.

La Cruz de Cristo y nuestra unión con Él es el único camino que nos lleva a la salvación. La Pasión de Cristo no es sólo un recuerdo que la Liturgia de la Iglesia y las manifestaciones externas de piedad se encargan de reavivar en nosotros cada año sino la fuerza que nos hace vivir de modo coherente con nuestra fe y considerarnos verdaderos discípulos del que reconocemos como Maestro hasta el punto de poder decir: «Para mí la vida es Cristo» (Flp 1, 21).

III. Como nos recuerda el evangelista san Juan: «Junto a la Cruz de Jesús estaba su Madre» (19, 25). Para amar la Cruz y recibir cada día sus frutos, invoquemos a Nuestra Señora, al Corazón de Santa María con ánimo y decisión de unirnos a su dolor, para que el misterio de la Cruz que hoy veneramos nos ayude a vivir en la obediencia debida a Dios, cumpliendo sus mandamientos y perseverando en el único camino que conduce a la vida eterna y verdadera.