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4 marzo 2023 • Rito Romano Tradicional

Marcial Flavius - presbyter

II Domingo de Cuaresma: 5-marzo-2023

Epístola (1 Tes 4, 1-7)

1Por lo demás, hermanos, os rogamos y exhortamos en el Señor Jesús: ya habéis aprendido de nosotros cómo comportarse para agradar a Dios; pues comportaos así y seguid adelante. 2Pues ya conocéis las instrucciones que os dimos, en nombre del Señor Jesús. 3Esta es la voluntad de Dios: vuestra santificación, que os apartéis de la impureza, 4que cada uno de vosotros trate su cuerpo con santidad y respeto, 5no dominado por la pasión, como hacen los gentiles que no conocen a Dios. 6Y que en este asunto nadie pase por encima de su hermano ni se aproveche con engaño, porque el Señor venga todo esto, como ya os dijimos y os aseguramos: 7Dios no nos ha llamado a una vida impura, sino santa.

Evangelio (Mt 17, 1-9)

1Seis días más tarde, Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan, y subió con ellos aparte a un monte alto. 2Se transfiguró delante de ellos, y su rostro resplandecía como el sol, y sus vestidos se volvieron blancos como la luz. 3De repente se les aparecieron Moisés y Elías conversando con él. 4Pedro, entonces, tomó la palabra y dijo a Jesús: «Señor, ¡qué bueno es que estemos aquí! Si quieres, haré tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías». 5Todavía estaba hablando cuando una nube luminosa los cubrió con su sombra y una voz desde la nube decía: «Este es mi Hijo, el amado, en quien me complazco. Escuchadlo». 6Al oírlo, los discípulos cayeron de bruces, llenos de espanto. 7Jesús se acercó y, tocándolos, les dijo: «Levantaos, no temáis». 8Al alzar los ojos, no vieron a nadie más que a Jesús, solo. 9Cuando bajaban del monte, Jesús les mandó: «No contéis a nadie la visión hasta que el Hijo del hombre resucite de entre los muertos». 

Reflexión

I. La Transfiguración de Jesús

El Evangelio del pasado Domingo nos presentaba a Jesús como el Hijo de Dios encarnado, que comparte con nosotros incluso la tentación; hoy lo contemplamos también como Hijo de Dios que invita a nuestra humanidad a participar de su vida divina mediante la gracia. Para ello, se nos narra (Mt 17, 1-9) un misterio de la vida de Cristo que san Mateo describe en estos términos: «Se transfiguró delante de ellos, y su rostro resplandecía como el sol, y sus vestidos se volvieron blancos como la luz» (v. 2).

«Transfigurarse» significa cambiar una figura por otra figura y en el caso de Jesús es una revelación de su Persona, de su realidad profunda. En un «monte alto», Jesús manifiesta por un instante su Gloria de Hijo de Dios ante tres testigos elegidos por Él: los apóstoles Pedro, Santiago y Juan. A ellos, «una nube luminosa los cubrió con su sombra…». En numerosos lugares del Antiguo Testamento la montaña es lugar del encuentro con Dios y la nube es símbolo de su presencia. Ahora, en esta montaña, los discípulos vieron, por un breve tiempo, un esplendor aún más intenso que la luz del sol: el de la gloria divina de Jesús, que ilumina toda la historia de la salvación representada en la presencia de Moisés y Elías. Ellos ratifican que Áquel era el Mesías anunciado y que su muerte y resurrección serán el cumplimento de la Ley y los Profetas. Como el mismo Jesús había dicho: «No creáis que he venido a abolir la Ley y los Profetas: no he venido a abolir, sino a dar plenitud» (Mt 5, 17). Y los tres discípulos elegidos como testigos también escuchan la proclamación de la divinidad de Jesús, de su condición de Hijo de Dios, por la voz del Padre: «Este es mi Hijo, el amado, en quien me complazco. Escuchadlo».

La Transfiguración de Cristo tiene por finalidad fortalecer la fe de los Apóstoles ante la proximidad de la Pasión[1]. Todo esto ocurre para que los apóstoles lo recuerden cuando vean a Jesús crucificado y muerto, por eso «cuando bajaban del monte, Jesús les mandó: No contéis a nadie la visión hasta que el Hijo del hombre resucite de entre los muertos». Después de su Resurrección sería el momento de anunciar a Jesús como «Señor y Mesías» (cfr. Hch 2, 36).

II. La Transfiguración y nuestro itinerario cuaresmal

La enseñanza de este misterio de la Transfiguración de Jesús es que la gloria de Cristo pasa por los padecimientos y la muerte. Y eso que se refiere en primer lugar a Él, tiene aplicación a nosotros: «Yo os conduciré a la santidad y a la gloria que ostento en mi Transfiguración. Tal es el significado del Evangelio»[2]. Por eso, la Transfiguración del Señor «es una imagen de la resurrección; y es una imagen de la santidad»[3].

En el contexto litúrgico del tiempo de Cuaresma, este Evangelio nos recuerda que la gloria resplandeciente del cuerpo de Jesús es la misma que Él quiere compartir con todos los bautizados en su muerte y resurrección[4]. Y algo similar nos recuerda la Epístola (1Tes 4, 1-7) al señalar que tenemos que transformarnos de acuerdo con Jesucristo, identificarnos con Él, hacer nuestra su figura. «Esta es la voluntad de Dios: vuestra santificación» (v. 3). He aquí el fin de la redención y la misión de la Iglesia. Todos los sacramentos y los medios de salvación tienden a este fin: a nuestra santificación. Y ser santo «significa poseer la adopción divina, participar de la vida divina de Cristo, pasar de la gracia a la transfiguración»[5].

Lo propio del cristiano es, por tanto, abrazarse temporalmente con la Cruz y vivir con la esperanza cierta de la felicidad eterna. Como les ocurrió a los apóstoles, con la Transfiguración quiere el Señor confortarnos con la esperanza del Cielo, de modo especial en los momentos más duros o cuando la flaqueza de nuestra condición se hace más patente. El pensamiento de la gloria que nos aguarda debe alentarnos en nuestra lucha diaria y en esa esa esperanza nos sostiene el trato diario con Jesucristo. A Él podemos buscarle y encontrarle en la oración, cuando nos perdona en el sacramento de la Penitencia, y, sobre todo, en la Sagrada Eucaristía, donde se encuentra verdadera, real y sustancialmente presente.

*

A la Virgen María encomendamos nuestro camino cuaresmal, así como el de toda la Iglesia. Ella que siguió a su Hijo Jesús hasta la Cruz, nos ayude a ser discípulos fieles de Cristo, para poder participar en la alegría de la Pascua. Renovemos con frecuencia durante esta Cuaresma el propósito de acoger la presencia divina en nuestra vida para, de esa manera, alcanzar un día la gloria que esperamos en el Cielo y que la gracia de Dios nos anticipa mientras vivimos en este mundo.

Oh Dios, que nos ves privados de toda virtud, guárdanos interior y exteriormente, para que seamos fortalecidos contra toda adversidad en el cuerpo, y limpios de malos pensamientos en el alma. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que contigo vive y reina en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. Amén (Misal Romano, or. colecta del II Domingo de Cuaresma).


[1] Cfr. CATIC nº 568; cfr. 554-556.

[2] Pius PARSCH, El Año Litúrgico, Barcelona: Herder, 1964, 175.

[3] «La Transfiguración del Señor es una imagen de la resurrección; y es una imagen de la santidad. Cuando Cristo recibió ese testimonio solemne de su Padre, cuando vio a su lado rindiéndole pleitesía al representante de la Ley y al representante de los Profetas, cuando su Divinidad embistió a su cuerpo y lo traspasó por un momento de claridad, blancura y hermosura, Cristo se puso a hablar “del Exceso que había de tener lugar en Jerusalén”, del Exceso de Amor y de Dolor. Eso es la santidad»: Leonardo CASTELLANI, El Evangelio de Jesucristo, Madrid: Ediciones Cristiandad, 2011, 151.

[4] Cfr. CONGREGACIÓN PARA EL CULTO DIVINO, Directorio homilético (2014), nº 65-68

[5] Pius PARSCH, ob. cit., 175.