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7 enero 2023 • Rito Romano Tradicional

Marcial Flavius - presbyter

Sagrada Familia, Jesús, María y José: 8-enero-2023

Epístola (Col 3, 12-17)

12Así pues, como elegidos de Dios, santos y amados, revestíos de compasión entrañable, bondad, humildad, mansedumbre, paciencia. 13Sobrellevaos mutuamente y perdonaos cuando alguno tenga quejas contra otro. El Señor os ha perdonado: haced vosotros lo mismo. 14Y por encima de todo esto, el amor, que es el vínculo de la unidad perfecta. 15Que la paz de Cristo reine en vuestro corazón: a ella habéis sido convocados en un solo cuerpo. Sed también agradecidos. 16La Palabra de Cristo habite entre vosotros en toda su riqueza; enseñaos unos a otros con toda sabiduría; exhortaos mutuamente. Cantad a Dios, dando gracias de corazón, con salmos, himnos y cánticos inspirados. 17Y todo lo que de palabra o de obra realicéis, sea todo en nombre de Jesús, dando gracias a Dios Padre por medio de él.

Evangelio (Lc 2, 42-52)

42Cuando cumplió doce años, subieron a la fiesta según la costumbre 43y, cuando terminó, se volvieron; pero el niño Jesús se quedó en Jerusalén, sin que lo supieran sus padres. 44Estos, creyendo que estaba en la caravana, anduvieron el camino de un día y se pusieron a buscarlo entre los parientes y conocidos; 45al no encontrarlo, se volvieron a Jerusalén buscándolo. 46Y sucedió que, a los tres días, lo encontraron en el templo, sentado en medio de los maestros, escuchándolos y haciéndoles preguntas. 47Todos los que le oían quedaban asombrados de su talento y de las respuestas que daba. 48Al verlo, se quedaron atónitos, y le dijo su madre: «Hijo, ¿por qué nos has tratado así? Tu padre y yo te buscábamos angustiados». 49Él les contestó: «¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo debía estar en las cosas de mi Padre?». 50Pero ellos no comprendieron lo que les dijo. 51Él bajó con ellos y fue a Nazaret y estaba sujeto a ellos. Su madre conservaba todo esto en su corazón. 52Y Jesús iba creciendo en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y ante los hombres.

Sagrada Biblia. Versión oficial de la Conferencia Episcopal Española. Editorial BAC

Reflexión

I. Hoy celebramos la fiesta de la Sagrada Familia formada por Jesús, la Virgen María y san José. En la historia de la liturgia se trata de una fiesta moderna: Concedida a ciertas diócesis por el papa León XIII, en 1893, fue extendida a la Iglesia universal por Benedicto XV en 1921, fijándola en el primer domingo después de Epifanía.

Después de haber celebrado los principales misterios del nacimiento y la infancia de Jesús, hoy se nos invita a dirigir nuestra atención a los años en que Jesús compartió, durante la mayor parte de su vida, la condición de la inmensa mayoría de los hombres: una vida cotidiana sin aparente importancia, vida de trabajo manual, vida religiosa sometida a la ley de Dios… que san Lucas resume en una frase: «Y Jesús iba creciendo en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y ante los hombres» (Lc 2, 51).

Esa es la vida que hoy viene presentada como modelo a las familias y a todos los cristianos para que imitando sus virtudes y por la intercesión de la Virgen María y san José, alcancemos la gloria del Cielo. Es decir, se nos proponen las virtudes propias de la vida familiar como camino de santificación.

«Señor nuestro Jesucristo, que sujeto a María y a José, consagraste la vida de familia con inefables virtudes; haz que, con el auxilio de ambos, nos instruyamos con los ejemplos de tu Sagrada Familia, y alcancemos su eterna compañía» (or. colecta).

II. Los evangelistas nos han transmitido muy pocos hechos ocurridos en los treinta años que pasan entre el nacimiento de Jesús y el comienzo de su ministerio público. Apenas unos episodios relevantes como la huida a Egipto o el viaje a Jerusalén a los 12 años que leemos en el Evangelio de hoy (Lc 2, 41-52). «Él bajó con ellos y fue a Nazaret y estaba sujeto a ellos» (v. 51). La obediencia de Jesús a su madre la Virgen María, y a su padre legal san José, es una imagen temporal de su obediencia de Hijo al Padre celestial. Por eso les dirá: «¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo debía estar en las cosas de mi Padre?» (v. 49).

Cristo ha venido al mundo por obediencia, para hacer la voluntad del Padre en favor nuestro y así redimirnos y elevarnos a nosotros a la condición de hijos de Dios. La condición de Hijo de Dios por naturaleza se da únicamente en Jesucristo pero Dios quiso, mediante la gracia, hacernos hijos adoptivos en el Bautismo. Por la gracia santificante, la vida de Dios se da a los hombres. Somos hechos «partícipes de la naturaleza divina» (2 Pdr 1, 4), somos admitidos en la intimidad de la Santísima Trinidad por la vía de la filiación. Nuestro ser y, en consecuencia, nuestro obrar quedan necesariamente marcados por el hecho de nuestra condición de hijos de Dios.

III. Entre las múltiples consecuencias prácticas de la filiación divina de los bautizados podemos referirnos a que es también fundamento de la fraternidad cristiana, que está muy por encima del vínculo general que une a los hombres entre sí.

«Debemos cuidar la exactitud de una expresión que suele repetirse, según la cual para el cristianismo todos los hombres son hermanos, como hijos del mismo Padre. Lo son, ciertamente, como creaturas. Pero hijo de Dios, en el sentido sobrenatural, no es sino el que ha “nacido de nuevo” (Jn. 3, 3), es decir, el que vive su fe y su bautismo, convertido totalmente a Cristo, o sea el que ya no es del mundo (Col 3, 3), el que ha renunciado a sí mismo y es un “hombre nuevo” (Ef. 4, 21-24)»[1].

Los cristianos somos hermanos, porque somos hijos del mismo Padre y estamos unidos por el vínculo sobrenatural de la caridad. Las manifestaciones que esta fraternidad debe tener en la vida diaria son numerosas: respeto mutuo, delicadeza en el trato, espíritu de servicio… En una palabra: portarnos como hijos de Dios con los demás hijos de Dios, poniendo en práctica las exhortaciones de san Pablo en la Epístola de esta Misa (Col 3, 12-17): «Y por encima de todo esto, el amor, que es el vínculo de la unidad perfecta» (v. 14).

El amor es el lazo de unión que vincula y caracteriza a los perfectos: «En verdad que la caridad es el vínculo de la perfección, porque une con Dios estrechamente a aquellos entre quienes reina, y hace que los tales reciban de Dios la vida del alma, vivan con Dios, y que dirijan y ordenen a Él todas sus acciones»[2].

III. Por intercesión de la Virgen María y de san José, pedimos a Dios que guarde a nuestras familias en su gracia y en su paz y que nos enseñe a vivir en la Iglesia con el espíritu de fraternidad y de familia propio de quienes son hijos de Dios y cumplen su voluntad, para que así podamos gozar de su eterna compañía en el Cielo.


[1] Mons. STRAUBINGER, La Santa Biblia, in: Col 3, 9s.

[2] LEÓN XIII, Sapientia Christiana cit. por Mons. STRAUBINGER, ob. cit., in: Col 3, 12ss.