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11 diciembre 2022 • Rito Romano Tradicional

Marcial Flavius - presbyter

III Domingo de Adviento: 11-diciembre-2022

Epístola (Flp 4, 4-7)

4Alegraos siempre en el Señor; os lo repito, alegraos. 5Que vuestra mesura la conozca todo el mundo. El Señor está cerca. 6Nada os preocupe; sino que, en toda ocasión, en la oración y en la súplica, con acción de gracias, vuestras peticiones sean presentadas a Dios. 7Y la paz de Dios, que supera todo juicio, custodiará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús.

Evangelio (Jn 1, 19-28)

19Y este es el testimonio de Juan, cuando los judíos enviaron desde Jerusalén sacerdotes y levitas a que le preguntaran: «¿Tú quién eres?». 20Él confesó y no negó; confesó: «Yo no soy el Mesías». 21Le preguntaron: «¿Entonces, qué? ¿Eres tú Elías?». Él dijo: «No lo soy». «¿Eres tú el Profeta?». Respondió: «No». 22Y le dijeron: «¿Quién eres, para que podamos dar una respuesta a los que nos han enviado? ¿Qué dices de ti mismo?». 23Él contestó: «Yo soy la voz que grita en el desierto: “Allanad el camino del Señor”, como dijo el profeta Isaías». 24Entre los enviados había fariseos 25y le preguntaron: «Entonces, ¿por qué bautizas si tú no eres el Mesías, ni Elías, ni el Profeta?». 26Juan les respondió: «Yo bautizo con agua; en medio de vosotros hay uno que no conocéis, 27el que viene detrás de mí, y al que no soy digno de desatar la correa de la sandalia». 28Esto pasaba en Betania, en la otra orilla del Jordán, donde Juan estaba bautizando.

Sagrada Biblia. Versión oficial de la Conferencia Episcopal Española. Editorial BAC

Reflexión

I. La Epístola de la Misa de este Domingo (Flp 4, 4-7) contiene una exhortación del apóstol san Pablo a la alegría que hoy es la nota dominante en la liturgia: «Alegraos siempre en el Señor; os lo repito, alegraos». Este texto se repite en el Introito y en la Epístola. Y el motivo de esa alegría es el cumplimiento de las promesas mesiánicas o, como dice san Pablo, que «el Señor está cerca». El Apóstol está hablando de la segunda venida gloriosa de Cristo y la Iglesia acoge esta invitación cuando también nos preparamos para celebrar el Nacimiento del Señor. Es el mismo espíritu que llevará a la Iglesia a invitarnos en una de las Epístola del día de Navidad a aguardar «la dichosa esperanza y la aparición de la gloria del gran Dios y Salvador nuestro Jesucristo» (Tit 2, 13).

«El hombre perdió la alegría al salir del Paraíso terrenal. La vida familiar y social, que tendría que haber sido su gozo aquí en la tierra mientras esperaba la beatitud celestial, se le transformó en motivo de penas y tristezas: […] (Gen 3, 16-19). Los que perdieron la noticia del drama inicial de la humanidad se preguntaron por la felicidad, y los más lúcidos de ellos, Platón y Aristóteles, fueron muy pesimistas en cuanto a la posibilidad de ordenar la vida entre los hombres como para que pudiera alcanzarse. Muypocos recordaron la promesa del Redentor -por dos veces uno solo: Noé y Abraham-, y aunque Dios se hizo un pueblo de ellos, el Pueblo de la Promesa, muchas veces tuvo que reanimarle la esperanza, tantas fueron las tristezas en que vivió. De hecho, cuando vino finalmente el Salvador, el fariseísmo había sumido al pueblo judío en una profunda desesperación [1].

Que la alegría de la que se nos está hablando es inseparable de una vida de unión con Cristo, lo subraya el Apóstol con la expresión «Alegraos… en el Señor». Y esto no significa negar los sufrimientos y dificultades sino que la alegría y la paz son el fruto de la de la oración y del dominio sobre la inquietud que provocan. Recordando y agradeciendo los beneficios recibidos por medio de Cristo y la gloria que nos espera si le somos fieles, es posible en cualquier circunstancia esa alegría que es verdadero gozo espiritual.

II. En el Evangelio (Jn 1, 19-28) se nos muestra nuevamente la figura de san Juan Bautista. Durante el Adviento, la Liturgia de la Iglesia nos lo propone con frecuencia a nuestra meditación su figura porque su misión fue ir delante del Señor para preparar sus caminos. En medio de esa expectativa mesiánica creada en torno a san Juan Bautista, ocurre la embajada que nos relata el Evangelio de este Domingo (Jn 1, 19-28): «los judíos enviaron desde Jerusalén sacerdotes y levitas a que le preguntaran: «¿Tú quién eres?». Muchos identificaban a Juan con el Mesías o Cristo; por eso el fiel Precursor se anticipa a desvirtuar tal creencia. Observa san Juan Crisóstomo que la pregunta era capciosa y tenía por objeto inducir a Juan a declararse el Mesías, pues ya se proponían cerrarle el paso a Jesús [2]. La respuesta de Juan es presentarse como el que anuncia a Cristo: «Yo soy la voz que grita en el desierto: “Allanad el camino del Señor”, como dijo el profeta Isaías».

Juan es un profeta como los anteriores del Antiguo Testamento, pero su vaticinio no es remoto como el de aquéllos, sino inmediato: «En medio de vosotros hay uno que no conocéis». Volvemos a encontrarnos aquí con el fundamento de la alegría cristiana: Jesucristo no sólo nos conduce a Dios, sino que es Dios con nosotros. Y la respuesta del cristiano es preparar el camino al Señor, como nos indica san Juan Bautista.

Para conocer y reconocer a Jesús es necesario fomentar en nuestro corazón una fe viva y una profunda humildad. Y para ello:

  • Aceptar con gran sencillez y sumisión respetuosa las enseñanzas de la Iglesia.
  • Leer con respeto y amor, y meditar constantemente en las palabras de la Sagrada Escritura, que nos hacen conocer, amar e imitar a Jesucristo.
  • Ir a menudo a visitar y adorar a Jesús sacramentado.

Tenemos todavía unos días para preparar la venida en gracia del Niño Jesús en Navidad… Y no olvidemos debemos irnos disponiendo para recibir a Jesucristo cuando venga en gloria y majestad. Hagamos nuestro el ejemplo de la Virgen María, causa de nuestra alegría, que pronunció su fiat a la Encarnación, esperó en oración y en silencio al Redentor y preparó con cuidado su nacimiento en Belén.


[1] Álvaro CALDERÓN, Prometeo la religión del hombre. Ensayo de una hermenéutica del Concilio Vaticano II, Navalcarnero (Madrid): Fundación San Pío X, 2011, 76.

[2] Cfr. Juan STRAUBINGER, La Santa Biblia, in Jn 1, 20.