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23 octubre 2022 • Rito Romano Tradicional

Marcial Flavius - presbyter

XX Domingo después de Pentecostés: 23-octubre-2022

Epístola (Ef 5, 15-21)

15Fijaos bien cómo andáis; no seáis insensatos, sino sensatos, 16aprovechando la ocasión, porque vienen días malos. 17Por eso, no estéis aturdidos, daos cuenta de lo que el Señor quiere. 18No os emborrachéis con vino, que lleva al libertinaje, sino dejaos llenar del Espíritu. 19Recitad entre vosotros salmos, himnos y cánticos inspirados; cantad y tocad con toda el alma para el Señor. 20Dad siempre gracias a Dios Padre por todo, en nombre de nuestro Señor Jesucristo. 21Sed sumisos unos a otros en el temor de Cristo.

Evangelio (Jn 4, 46-53)

46Fue Jesús otra vez a Caná de Galilea, donde había convertido el agua en vino. Había un funcionario real que tenía un hijo enfermo en Cafarnaún. 47Oyendo que Jesús había llegado de Judea a Galilea, fue a verlo, y le pedía que bajase a curar a su hijo que estaba muriéndose. 48Jesús le dijo: «Si no veis signos y prodigios, no creéis». 49El funcionario insiste: «Señor, baja antes de que se muera mi niño». 50Jesús le contesta: «Anda, tu hijo vive». El hombre creyó en la palabra de Jesús y se puso en camino. 51Iba ya bajando, cuando sus criados vinieron a su encuentro diciéndole que su hijo vivía. 52Él les preguntó a qué hora había empezado la mejoría. Y le contestaron: «Ayer a la hora séptima lo dejó la fiebre». 53El padre cayó en la cuenta de que esa era la hora en que Jesús le había dicho: «Tu hijo vive». Y creyó él con toda su familia.

La curación del hijo del oficial (James Tissot)

Reflexión

El Evangelio de este Domingo (Jn 4, 46-53) nos presenta a un funcionario real cuyo hijo estaba enfermo. La fama de Jesús era ya extraordinaria; y aquel padre, sabiendo que viene desde Judea a Galilea, corre personalmente a su encuentro estando en Caná, se presenta y le ruega con mucha instancia que baje a Cafarnaúm, porque su hijo estaba en trance de muerte.

I. La fe en los primeros capítulos del Evangelio de san Juan

Con frecuencia en estos primeros capítulos del Evangelio de san Juan aparece la relación entre los milagros de Jesús y la fe: «Este fue el primero de los signos que Jesús realizó en Caná de Galilea; así manifestó su gloria y sus discípulos creyeron en él» (Jn 2, 11);«Mientras estaba en Jerusalén por las fiestas de Pascua, muchos creyeron en su nombre, viendo los signos que hacía» (Jn 2, 23).

La fe de estos judíos, ¿a qué se refiere? ¿A su fe en Cristo Mesías o a su fe en Cristo como Hijo de Dios? Parecería que, al comienzo de su ministerio, no debería interpretarse esto de su filiación divina. Basta ver el progreso de revelación paulatina que Cristo tiene con sus discípulos en los sinópticos, para pensar que aquí deba referirse sólo a su mesianismo. Que se trataba de esa fe, aparece corroborado por el caso del protagonista del Evangelio, un «régulo» funcionario, o empleado civil o militar al servicio del rey Herodes.

La fe de aquel hombre en un principio era muy imperfecta:

  • No fue a buscarlo a distancia, sino que se aprovechó de su proximidad a Cafarnaúm. «El funcionario insiste: “Señor, baja antes de que se muera mi niño”». Creía que Cristo era un gran profeta, pero no sabía el pleno alcance de su poder milagroso; porque no necesitaba «bajar» para curar a su hijo; ni tenía por qué temer a la urgencia de la muerte, ya que podía resucitarle
  • Cristo mismo le reprochó desde el primer momento la imperfección de su fe: «Si no veis signos y prodigios, no creéis».

Esta frase que no se dirige solamente a él por la forma plural en que está expresada. Tiene una perspectiva mucho mayor. Cristo no censura el valor apologético del milagro, que Él utiliza en ocasiones precisamente para probar su misión. Lo que censura Cristo aquí es la avidez de los milagros propia de los galileos y su fe débil y flaca, la cual recusa recibir el Evangelio si no ve de continuo nuevos signos: «Y no hizo allí [Nazaret] muchos milagros, por su falta de fe» (Mt 13, 58).

Pero, aunque Cristo hace esta reflexión de crítica al judaísmo contemporáneo, no se excluye de esta oportunidad el que intente también, como en otra situación análoga, el excitar más aún en él su confianza y su fe: «probarle» (Jn 6, 6). Y así probado, la confianza surgió más vigorosa. A esta buena disposición fue a la que atendió Cristo, para decirle: «Anda, tu hijo vive». Y aquel funcionario creyó en la palabra de Cristo, con lo que el milagro se hizo al punto, al tiempo que se elevaba su fe: creyó en aquella curación a distancia. Y Cristo apareció ante él con dos milagros: el de una curación y el de una revelación al anunciarle la curación.

II. Grados en la fe

En la fe caben varios grados. No en cuanto a su objeto formal o su motivo que es la autoridad de Dios que revela. En cambio, puede ser mayor o menor:

  • En cuanto al conocimiento de las verdades de fe. Un sujeto puede conocer más que otro. Y puede conocer las verdades de modo más o menos explícito y, por consiguiente, caben en cuanto a las cosas que se proponen al hombre para que las crea, diversidad de grados, según la diversidad de participación que se tenga en aquello que es objeto de fe.
  • Por parte del entendimiento, porque se adhiera con mayor certeza y con mayor firmeza a las verdades de fe. Así en los diversos personajes que aparecen en el Evangelio (p.ej.san Pedro) vemos que unas veces proceden con fe firme y otras vacilan.
  • Por parte de la voluntad, ya por la mayor prontitud, ya por el mayor fervor de la devoción, ya por la mayor confianza.

III. Aplicación práctica

  • Hay que evitar que disminuya la certeza y la firmeza del entendimiento. Especialmente aquello que pueda suscitar dudas en la fe (lecturas, conversaciones, interpretaciones equivocadas de sucesos dolorosos, ignorancia de ciertas cuestiones complejas…)
  • Hay que evitar que decaiga la confianza de la voluntad, en particular por el desorden de las pasiones.
  • Consolidar nuestra fe: acomodando nuestros criterios y nuestros actos a nuestra fe: ejercitarse en las buenas obras y en las virtudes; por la escucha y lectura de la Palabra de Dios; procurando aumentar las gracias por los sacramentos de la confesión y la comunión.