Widgetized Section

Go to Admin » Appearance » Widgets » and move Gabfire Widget: Social into that MastheadOverlay zone

15 septiembre 2022 • Rito Romano Tradicional

Marcial Flavius - presbyter

Los siete Dolores de la Bienaventurada Virgen María

Epístola (Jud 13, 17-20)

17 […] «Bendito seas, Dios nuestro, que has humillado hoy a los enemigos de nuestro pueblo». 18 […] «Hija, que el Dios altísimo te bendiga entre todas las mujeres de la tierra. Alabado sea el Señor, el Dios que creó el cielo y la tierra y que te ha guiado hasta cortar la cabeza al jefe de nuestros enemigos. 19Tu esperanza permanecerá en el corazón de los hombres que recuerdan el poder de Dios por siempre. 20Que Dios te engrandezca siempre y te dé felicidad, porque has arriesgado tu vida al ver la humillación de nuestro pueblo. Has evitado nuestra ruina y te has portado rectamente ante nuestro Dios».

Secuencia

  1. Estaba la Madre dolorosa junto a la Cruz, lacrimosa, mientras pendía el Hijo.
  2. Cuya ánima gimiente, contristada y doliente atravesó la espada.
  3. ¡Oh cuán triste y afligida estuvo aquella bendita Madre del Unigénito!.
  4. Languidecía y se dolía la piadosa Madre que veía las penas de su excelso Hijo.
  5. ¿Qué hombre no lloraría si a la Madre de Cristo viera en tanto suplicio?
  6. ¿Quién no se entristecería a la Madre contemplando con su doliente Hijo?
  7. Por los pecados de su gente vio a Jesús en los tormentos y doblegado por los azotes.
  8. Vio a su dulce Hijo muriendo desolado al entregar su espíritu.
  9. Ea, Madre, fuente de amor, hazme sentir tu dolor, contigo quiero llorar.
  10. Haz que mi corazón arda en el amor de mi Dios y en cumplir su voluntad.
  11. Santa Madre, yo te ruego que me traspases las llagas del Crucificado en el corazón.
  12. De tu Hijo malherido que por mí tanto sufrió reparte conmigo las penas.
  13. Déjame llorar contigo condolerme por tu Hijo mientras yo esté vivo.
  14. Junto a la Cruz contigo estar y contigo asociarme en el llanto es mi deseo.
  15. Virgen de Vírgenes preclara no te amargues ya conmigo, déjame llorar contigo.
  16. Que llore la muerte de Cristo, hazme socio de su pasión, que me quede con sus llagas.
  17. Que me hieran sus llagas, que con la Cruz y la sangre de tu Hijo me embriague.
  18. Para que no me queme en las llamas, defiéndeme tú, Virgen santa, en el día del juicio.
  19. Cuando, Cristo, haya de irme, concédeme que tu Madre me guíe a la palma de la victoria
  20. Cuando el cuerpo sea muerto, haz que al ánima sea dada del Paraíso la gloria. Amén.

Evangelio (Jn 19, 25-27)

25Junto a la cruz de Jesús estaban su madre, la hermana de su madre, María, la de Cleofás, y María, la Magdalena. 26Jesús, al ver a su madre y junto a ella al discípulo al que amaba, dijo a su madre: «Mujer, ahí tienes a tu hijo». 27Luego, dijo al discípulo: «Ahí tienes a tu madre». Y desde aquella hora, el discípulo la recibió como algo propio.

«Madonna Addolorata delle Sette Spade», Santo Stefano Rotondo, Roma

Reflexión

I. La conmemoración de los siete dolores de la Virgen estuvo vinculada en sus orígenes a la Orden de los Siervos de María (siglo XVI) pero entonces únicamente tenía carácter local y particular. A petición del rey Felipe V, la fiesta —establecida el tercer domingo de septiembre— fue extendida a todos los dominios de España (1735). El 18 de septiembre de 1814, Pío VIII la ampliaba a toda la Iglesia y con la reforma de San Pío X quedó fijada el 15 de septiembre.

La revolución litúrgica posterior al Concilio Vaticano Segundo suprimió la memoria del Viernes de Dolores, dejando únicamente la fiesta del 15 de septiembre. No obstante aquella conmemoración ha sobrevivido gracias a la piedad de fieles y sacerdotes y en la última edición española del Misal Romano reformado se añade una oración colecta optativa para dicha memoria.

II. Para introducirnos mejor en el contenido del misterio que conmemoramos, podemos recordar que en la obra de nuestra salvación hallamos tres intervenciones de María, tres circunstancias en que ella es llamada a unir su acción a la del mismo Dios[1].

  • La primera en la Encarnación del Verbo que se produce después de su consentimiento, al pronunciar su «Hágase en mí según tu palabra», el solemne Fiat que salvó al mundo.
  • La segunda en el Sacrificio de Jesucristo en el Calvario al que ella asiste para participar en la ofrenda expiatoria.
  • La tercera el día de Pentecostés, en que recibe al Espíritu Santo, como le recibieron los Apóstoles, para contribuir así eficazmente al establecimiento de la Iglesia.

«Junto a la cruz de Jesús estaba de pie su madre…» (Jn 19, 25)

La presencia de la Virgen al pie de la cruz de Jesús no representa únicamente el espectáculo de las aflicciones padecidas por una madre en el lugar del suplicio de su hijo. Ella tenía que desempeñar un papel al pie del árbol de la cruz. Del mismo modo que el Padre celestial requirió su consentimiento antes de enviar al Verbo Eterno a esta tierra, fueron requeridas la obediencia y abnegación de María para la inmolación del Redentor. Ahora reitera su Fiat, y consiente en la inmolación de su hijo estableciéndose una unión inefable se establece entre la ofrenda del Verbo encarnado y la de María

De ahí que podemos decir que cooperó con Jesucristo, en calidad de Corredentora, a la salvación del género humano.

«Jesús, viendo a su madre, y, junto a ella, al discípulo que amaba, dijo a su madre: “Mujer, he ahí a tu hijo”. Después dijo al discípulo: “He ahí a tu madre”. Y desde este momento el discípulo la recibió consigo» (Jn 19, 16-27)

La Virgen María es nuestra verdadera Madre en el orden espiritual, porque es la Madre de Jesucristo, y Cristo es la Cabeza de un Cuerpo Místico y todos nosotros somos sus miembros. Y como Ella es Madre de este organismo viviente, como la cabeza no puede ser arrancada y separada de los miembros, desde el momento en que es Madre física según la naturaleza de la Cabeza, tiene que ser también forzosamente Madre espiritual de todos los miembros que están espiritualmente unidos a esa Cabeza.

Al pronunciar estas palabras desde la cruz, Cristo proclamó solemnemente la maternidad espiritual de María, que ya era madre nuestra desde el primer momento en que concibió en sus virginales entrañas al Redentor del mundo[2]. En virtud de este título, María hará extensivo a nosotros el amor que siente a su Hijo. Por habernos rescatado, Él es nuestro Señor; por haber cooperado tan generosamente a nuestro rescate, ella es nuestra Señora.

Jesucristo es nuestro Medianero para con Dios, en cuanto por ser verdadero Dios y verdadero hombre, El solo, en virtud de sus propios merecimientos, nos ha reconciliado con Dios y nos alcanza todas las gracias. La Virgen, empero, y los Santos, en virtud de los merecimientos de Jesucristo y por la caridad que los junta con Dios y con nosotros, nos ayudan con su intercesión a obtener las gracias que pedimos. Y este es uno de los grandes bienes de la comunión de los Santos[3].

La fiesta de hoy nos invita a aceptar los sufrimientos y contrariedades de la vida para purificar nuestro corazón y corredimir con Cristo. Pero nos enseña a hacerlo de la mano de la Virgen, aprendiendo de ella a unir los males que podamos sufrir a la Cruz redentora de su Hijo para convertirlos en un bien para nosotros mismos y para toda la Iglesia. Y recurriendo a Santa María en demanda de auxilio y de consuelo cuando sintamos que la carga se nos hace demasiado pesada.

Oh Dios, en cuya pasión fue traspasada de dolor el alma dulcísima de la gloriosa Virgen y Madre María, según se lo había profetizado ya Simeón; concédenos propicio, que cuantos venerando sus Dolores, hacemos memoria de ellos, consigamos el feliz efecto de tu sagrada pasión. Tú que vives y reina con Dios Padre en la unidad del Espíritu Santo y eres Dios por los siglos de los siglos. Amén[4].


[1] Cfr. Prospero GUERANGUER OSB, El Año Litúrgico, vol. 2, Burgos: Aldecoa, 1954, 483ss.

[2] Cfr. SAN PÍO X, Encíclica Ad diem illum (2-febrero-1904).

[3] Catecismo Mayor de San Pío X, III, 2, 369.

[4] Misal Romano, Conmemoración de los siete dolores de la Santísima Virgen, Oración colecta.