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«La teología, por lo mismo que es la ciencia de Dios, es el océano que contiene y abarca todas las ciencias, así como Dios es el océano que contiene y abarca todas las cosas»
James Tissot: El regreso del hijo pródigo (1886-1894)
I. El Evangelio de este Domingo (forma breve: Lc 15, 1-10) comienza con una explicación del motivo que llevó a Jesús a dar la enseñanza contenida en el mismo: «Solían acercarse a Jesús todos los publicanos y los pecadores a escucharlo. Y los fariseos y los escribas murmuraban diciendo: “Ese acoge a los pecadores y come con ellos”» (vv 1-2). Los publicanos eran recaudadores de impuestos al servicio del Imperio romano y por ello gozaban de mala reputación. Para el pueblo judío, el publicano era despreciado por su trato habitual con los gentiles y porque los consideraban como traidores y colaboradores de la opresión romana al pueblo de Dios. Los calificados de «pecadores» eran hombres considerados por los rabinos como impuros porque no cumplían las prácticas de la pureza legal farisaica[1]. «Esto lo consentía, porque con este fin había tomado nuestra carne, acogiendo a los pecadores como el médico a los enfermos. Pero los fariseos verdaderamente criminales correspondían a esta bondad con murmuraciones»[2].
Como en otras muchas ocasiones, Cristo recurre a las parábolas para darles una respuesta. En este caso son las tres parábolas llamadas «de la misericordia» que están en el capítulo 15 de san Lucas: (oveja perdida – moneda perdida – hijo pródigo). En ellas «Jesús nos muestra, como una característica del Corazón de su Padre, la predilección con que su amor se inclina hacia los más necesitados, contrastando con la mezquindad humana, que busca siempre a los triunfadores»[3].
Las parábolas de la oveja y la dracma perdidas tienen una estructura semejante: la narración de la parábola continúa con una frase de los protagonistas (vv 6.9), en la que expresan su alegría por haber encontrado lo perdido, y concluye con una frase de Jesús en la que declara que esa misma alegría se da en el cielo cuando se convierte un pecador (vv 7.10). De esa manera el oyente entiende que las acciones del pastor y la mujer representan las acciones de Dios con los hombres[4].
II: Tres enseñanzas podemos sintetizar a la luz de estas parábolas:
«En la categoría de pecadores estamos todos. Frente al orgullo altanero y despreciativo de los fariseos, san Pablo afirma categóricamente: “Jesús vino al mundo a salvar a los pecadores, y yo soy el primero” (2ª lectura). Todos necesitamos ser salvados. Y si no hemos caído más bajo ha sido por pura gracia. Ello no es motivo de orgullo y el desprecio de los demás, sino para la humildad y el agradecimiento»[6].
La Virgen María, Madre de la Misericordia, a quien el próximo 15 de septiembre celebraremos como la Virgen de los Dolores al pie de la cruz, nos obtenga el don de confiar siempre en el perdón de Dios y de ser misericordiosos como Él.
[1] Cfr. Manuel de TUYA, Biblia comentada, vol. 5, Evangelios, Madrid: BAC, 1964, 213-214.
[2] Teofilacto, cit. por Catena Aurea, in: Lc 15, 1-7.
[3] Juan STRAUBINGER, La Santa Biblia, in: Lc 15, 4
[4] Cfr. FACULTAD DE TEOLOGÍA. UNIVERSIDAD DE NAVARRA, Sagrada Biblia. Comentario, Pamplona: EUNSA, 2010, in: 1095.
[5] San Pedro Crisólogo, cit. por. Juan STRAUBINGER, ob. cit., in: 1Tim 1, 15.
[6] Julio ALONSO AMPUERO, Meditaciones Bíblicas sobre el Año Litúrgico, Pamplona: Fundación Gratis Date, 2004, 116.