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3 septiembre 2022 • DOMINGO XXII DEL TIEMPO ORDINARIO. CICLO C

Angel David Martín Rubio

El centro de toda vida cristiana

Julius Schnorr von Carolsfeld: «Quo Vadis Domine?» (1843)

I. De nuevo el Evangelio de este Domingo (Lc 14, 25-33) se sitúa en el camino de Jesús a Jerusalén y comienza con la siguiente nota en la que se nos describe el ambiente que le rodeaba: «mucha gente acompañaba a Jesús; Él se volvió y les dijo…» (v. 25).

Era fácil dejarse arrastrar por el entusiasmo que provocaban sus palabras y milagros y Jesús les quiere dejar muy claras las condiciones para ser discípulo suyo. Pero su llamada, naturalmente, alcanza más allá del momento histórico en que se pronunciaron estas frases. El núcleo de lo que dice vale para todos nosotros y lo podemos resumir así: «Cristo es el centro de toda vida cristiana. El vínculo con Él ocupa el primer lugar entre todos los demás vínculos, familiares o sociales»[1].

Jesús se sirve de diversas expresiones para afirmar esta primacía: posponer a la propia familia y a uno mismo (v. 26); renunciar a los bienes materiales (v. 33); si esas palabras son duras, aún más lo son las que afirman: «quien no carga con su cruz y viene en pos de mí, no puede ser discípulo mío» (v. 27).

Los que escuchaban a Jesús eran testigos con frecuencia de las ejecuciones en la cruz que practicaban los romanos. Y por eso entendían perfectamente que el que coge el madero y lo pone sobre sus hombros, sabe que su vida terminará en esa cruz.

Nosotros los cristianos, sabemos que el primero en tomar con decisión el madero de la cruz y llevarlo hasta el Calvario fue el propio Jesús; allí ofrecería al Padre un sacrificio de valor y amor infinitos. Al invitarnos a seguirle tomando la cruz, Cristo nos está pidiendo una decisión resuelta, que estemos dispuestos a seguirle sin poner límite alguno. «Sólo el que es capaz de tomar la decisión radical y dolorosa de posponer todos los valores humanos y preferir a Jesús, sacrificando hasta la propia vida por el martirio, se puede gloriar de ser discípulo suyo»[2].

II. Como en tantas otras ocasiones, Jesús se sirve de parábolas para hacernos llegar su enseñanza. En este caso se trata de uno que quiere edificar una torre, una fortaleza, y que ha de calcular bien todo para llegar al final. Lo mismo el rey que hace la guerra: ha de hacer todo lo necesario, antes de ir a una derrota segura. Estos dos ejemplos tienen por fin poner de manifiesto la seriedad de la fe y del hacerse cristiano.

Ser discípulo de Cristo, procurar seguirle fielmente, es una empresa que es preciso afrontar con grandes fuerzas y conocer bien los medios que poseemos y saber utilizarlos. Recordemos en particular tres de estos medios:

  • La oración. En ella conocemos y por tanto amamos más a ese Jesús a quien queremos seguir y con quien nos queremos identificar hasta las últimas consecuencias. Es también donde recibimos luces para pedir confiadamente al Señor aquello que nos falta para alcanzar la santidad que Él espera de nosotros.
  • Los sacramentos. En particular el de la Penitencia y la Eucaristía dignamente recibida: en gracia de Dios y con devoción interior y exterior.
  • Procurar unirnos con Cristo llevando la cruz. Es decir, no solamente aceptar aquellos sufrimientos que tantas veces se hacen presente en nuestra vida o en la de los que queremos y que escapan a nuestro control, sino practicando la mortificación voluntaria que es «dejar por amor de Dios algo que gusta y aceptar algo que desagrada a los sentidos o al amor propio»[3]. Una de las mejores manifestaciones de este espíritu de penitencia es cumplir con alegría y diligencia los deberes diarios que nos imponen las circunstancias en que nos encontramos.

III. Como venimos diciendo, lo que pide Cristo es duro y exigente. Por eso es necesario que Dios nos dé sabiduría enviándonos su Espíritu Santo, como se decía en la 1ª lectura (Sab 9, 13-18): «¿quién conocerá tus designios, si tú no le das sabiduría y le envías tu santo espíritu desde lo alto?» (v. 17). Por intercesión de la Virgen María pedimos alcanzar ese don del Espíritu Santo: esta Sabiduría que nos hace entender el sentido de las palabras de Cristo y suscita en nosotros el deseo de ponerlas en práctica en su integridad y con perfección.


[1] CATIC, 1618.

[2] Juan LEAL; Severiano del PÁRAMO; José ALONSO,  La Sagrada Escritura. Nuevo Testamento, vol. 1, Evangelios, Madrid: BAC, 1964, 689.

[3] Catecismo Mayor V, 8, 991.