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3 septiembre 2022 • Rito Romano Tradicional

Marcial Flavius - presbyter

XIII Domingo después de Pentecostés: 4-septiembre-2022

Epístola (Gal 3, 16-22)

16Pues bien, las promesas se le hicieron a Abrahán y a su descendencia (no dice «y a los descendientes», como si fueran muchos, sino y a tu descendencia, que es Cristo). 17Lo que digo es esto: un testamento debidamente otorgado por Dios no pudo invalidarlo la ley, que apareció cuatrocientos treinta años más tarde, de modo que anulara la promesa; 18pues, si la herencia viniera en virtud de la ley, ya no dependería de la promesa; y es un hecho que a Abrahán Dios le otorgó su gracia en virtud de la promesa. 19Entonces, ¿qué decir de la ley? Fue añadida en razón de las transgresiones, hasta que llegara el descendiente a quien se había hecho la promesa, y fue promulgada por ángeles a través de un mediador; 20además, el mediador no lo es de uno solo, mientras que Dios es uno solo. 21Entonces, ¿va la ley contra las promesas de Dios? Ni mucho menos. Pues si se hubiera otorgado una ley capaz de dar vida, la justicia dependería realmente de la ley. 22Pero no, la Escritura lo encerró todo bajo el pecado, para que la promesa se otorgara por la fe en Jesucristo a los que creen.

Evangelio (Lc 17, 11-19)

11Una vez, yendo camino de Jerusalén, pasaba entre Samaría y Galilea. 12Cuando iba a entrar en una ciudad, vinieron a su encuentro diez hombres leprosos, que se pararon a lo lejos 13y a gritos le decían: «Jesús, maestro, ten compasión de nosotros». 14Al verlos, les dijo: «Id a presentaros a los sacerdotes». Y sucedió que, mientras iban de camino, quedaron limpios. 15Uno de ellos, viendo que estaba curado, se volvió alabando a Dios a grandes gritos 16y se postró a los pies de Jesús, rostro en tierra, dándole gracias. Este era un samaritano. 17Jesús, tomó la palabra y dijo: «¿No han quedado limpios los diez?; los otros nueve, ¿dónde están? 18¿No ha habido quien volviera a dar gloria a Dios más que este extranjero?». 19Y le dijo: «Levántate, vete; tu fe te ha salvado».

Sagrada Biblia. Versión oficial de la Conferencia Episcopal Española. Editorial BAC

James TISSOT: La sanación de los diez leprosos

Reflexión

I. Nos relata el Evangelio de este Domingo XIII después de Pentecostés (Lc 17, 11-19), el milagro que Cristo realizó en favor de diez leprosos. Aquellos hombres se encontraron curados mientras se dirigían a presentarse a los sacerdotes -que eran los encargados de certificar oficialmente que estaban sanos- como prescribía la Ley de Moisés y Jesús se lo había mandado.

Sólo uno de ellos, volvió sobre sus pasos con el objeto de agradecerle al Señor su curación. Aquel samaritano mereció la alabanza de Cristo y los demás su reproche: «¿No han quedado limpios los diez?; los otros nueve, ¿dónde están? ¿No ha habido quien volviera a dar gloria a Dios más que este extranjero?» (Lc 17, 17-18). Jesús hace resaltar así que la gloria de Dios consiste en el reconocimiento de sus beneficios, como consta en otros muchos lugares de la Sagrada Escritura: «Dad gracias al Señor porque es bueno: | porque es eterna su misericordia…» (Sal 135, 1ss). En este salmo «el pueblo responde a cada alabanza con el estribillo: Porque su misericordia es para siempre, que es el elogio más repetido en toda la Escritura, por donde vemos que ninguna otra alabanza es más grata a Dios que ésta que se refiere a su corazón de Padre»[1].

En efecto, la acción de gracias consiste en dar alabanza a Dios por los innumerables beneficios que ha hecho y que diariamente hace en favor nuestro y de todos los hombres. Y lo ocurrido con aquellos leprosos nos enseña que siempre que hacemos una petición o recibimos una gracia debemos unirle la acción de gracias.

II. La forma más perfecta de dar gracias a Dios es la santa Misa, a la cual llamamos precisamente Eucaristía, que significa «acción de gracias» en griego porque es uno de los fines por los que se ofrece a Dios este santo sacrificio: para agradecerle sus beneficios.

«Porque cuando sacrificamos esta purísima hostia, cada día rendimos a Dios inmensas gracias por todos los beneficios que se ha dignado hacernos, y sobre todo por el bien tan excelente como es la gracia que nos da en este Sacramento. Y aun este mismo nombre está también conforme con lo que obró Cristo Señor al instituir este misterio. Porque tomando el pan le partió y dio gracias. Asimismo David contemplando la grandeza de este misterio, antes de pronunciar aquel verso: “Hizo memorial de sus maravillas el Señor misericordioso y piadoso; dio manjar a los que le temen”, juzgó que primero debía dar gracias, y así dijo: “Acción de gracias y magnificencia es la obra de Dios”»[2].

Aunque los sacramentos producen su efecto por sí mismos («ex opere operato»), sabemos también que sus frutos son más abundantes cuanto mejores son las disposiciones de los que los reciben, por eso se ha de procurar que preceda a la sagrada comunión una preparación cuidadosa y seguirla de una conveniente acción de gracias, conforme a las fuerzas, condición y deberes de cada uno[3].

La acción de gracias después de la comunión «consiste en recogernos interiormente y honrar al Señor dentro de nosotros mismos, renovando los actos de fe, esperanza, caridad, adoración, agradecimiento, ofrecimiento y petición, sobre todo de aquellas gracias que son más necesarias para nosotros o para las personas de nuestra mayor obligación»[4].

III.- Entre estas acciones de gracias ocupan el primer lugar las alabanzas que dirigimos a Dios por los dones que otorgó a la Virgen María. Por eso la Iglesia se complace en repetir muchas veces la «salutación angélica» («Ave María…») a la que añade algunas otras preces en nuestro favor: «Saludamos a la Santísima Virgen con las palabras del Arcángel para alegrarnos con Ella de los singulares privilegios y dones que Dios le concedió con preferencia a todas las otras criaturas»[5].

Y por eso renovamos hoy nuestra voluntad de hacer siempre nuestra acción de gracias implorando el auxilio de la santísima Virgen. De esa manera, nuestra oración irá unida al agradecimiento que Dios espera de nosotros y seremos favorecidos por la intercesión poderosa de la Virgen María.


[1] Juan STRAUBINGER, La Santa Biblia, in Sal 135, 1; cfr. in Lc 17, 18.

[2] Catecismo Romano II, 4, 3.

[3] Cfr. Sagrada Congregación del Concilio, Junta general del 16-diciembre-1905.

[4] Catecismo Mayor IV, 4, 640.

[5] Catecismo Mayor II, 3, 330.