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28 agosto 2022 • Domingo XXII del Tiempo Ordinario. Ciclo C

Angel David Martín Rubio

«El que se humilla será ensalzado»

Monogramista de Brunswick: «Parábola del Gran Banquete», hacia 1525, Museo Nacional de Varsovia

I. El Evangelio de este domingo (Lc 14, 1.7-14) nos presenta a Jesús como invitado en la casa de «uno de los principales de los fariseos». Dándose cuenta de que los asistentes elegían los primeros puestos en la mesa y de la mala intención de los que le observaban («le estaban espiando») se sirve de una parábola, ambientada en un banquete de bodas para dar una enseñanza: «El que se ensalza será humillado y el que se humilla será ensalzado» (v. 11).

Con mucha frecuencia, en la Sagrada Escritura se habla de un banquete para representar el reino mesiánico. Nosotros podemos decir que se trata de esa comunión con Dios en la presencia real de Jesucristo y de la Iglesia celeste que se nos describe en la 2ª lectura (Hb 12, 18-19. 22-24), que se da ya en esta vida mediante la gracia y los sacramentos y esperamos que llegue a su plenitud en la gloria del Cielo. Esa salvación eterna de la que se nos hablaba en el Evangelio del pasado domingo (Lc 13, 22-30). La lección que da Jesús es que allí los primeros puestos estarán reservados a los que aquí fueron más humildes.

II. Podemos considerar en relación con estas palabras de Jesús tres cosas: qué es concreto la humildad; qué motivo tenemos para vivir esta virtud y cómo influye en nuestra vida cristiana y en nuestra relación con los demás.

2.a) La humildad es una virtud derivada de la templanza.

La virtud es una cualidad del alma que da inclinación, facilidad y prontitud para conocer y obrar el bien. Las principales virtudes sobrenaturales son siete: tres teologales y cuatro cardinales. Las virtudes teologales se llaman así porque tienen a Dios por objeto inmediato y principal y Él mismo nos las infunde y son: Fe, Esperanza y Caridad. Las virtudes cardinales son: Prudencia, Justicia, Fortaleza y, Templanza.

La humildad se deriva de la templanza porque nos inclina a vencer el deseo de la propia excelencia, dándonos el justo conocimiento de nuestra pequeñez y miseria principalmente con relación a Dios (Cfr. Catecismo Mayor, V, 1).

La humildad se relaciona íntimamente con otras dos virtudes: la verdad y la justicia. La verdad nos da el conocimiento de nosotros mismos, de lo que somos realmente y la justicia nos exige dar a Dios todo el honor y la gloria que exclusivamente le pertenece a Él (1ª lectura: Eclo 3, 17-20. 28-29: «Cuanto más grande seas, más debes humillarte, y así alcanzarás el favor del Señor» v.18).

2.b) Aunque la humildad se opone a nuestra tendencia a la soberbia y al orgullo, el mismo Jesús que nos invita a vivirla nos da el motivo. Si Cristo nos hace esta propuesta es porque Él mismo es nuestro modelo. Él es el que verdaderamente se ha humillado, despojándose totalmente, primero en la Encarnación y después hasta el extremo de la muerte en cruz. Si la humildad es el único camino, Él va por delante de nosotros para mostrarlo.

2.c) Por último las palabras que Jesús dirige a quien le ha invitado (vv. 12-14) muestran que la humildad ha de completarse con la práctica de la caridad. Jesús sugiere al jefe de los fariseos que no invite a su mesa a sus amigos, parientes o vecinos ricos, sino a las personas más pobres y necesitadas, que no tienen modo de devolverle el favor.

Se nos inculca así que lo que hagamos en favor de los demás sea también un don, sea gratuito, no buscando la recompensa inmediata. La auténtica humildad nos lleva a ser agradecidos, reconociendo que todo lo bueno que tenemos es porque Dios nos lo ha dado y a darnos a nosotros mismos a los demás. La verdadera humildad, lejos de cualquier complejo de inferioridad, nos lleva a ser alegres y serviciales con los demás y a buscar crecer cada día más en el amor de Dios.

III. La Virgen María proclama en el Magnificat esta misma enseñanza: se sabe la esclava del Señor y proclama que Dios la ha favorecido escogiéndola como instrumento para manifestar la salvación a su pueblo: «se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador; porque ha mirado la humildad de su esclava» (Lc 1, 47-48). A Ella le pedimos que nos guíe por este camino de la humildad, para así llegar a ser dignos de la recompensa divina.