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3 julio 2022 • Domingo XIV del Tiempo Ordinario: ciclo C

Angel David Martín Rubio

«Como ovejas en medio de lobos»

«Los envió de dos en dos»: acuarela de James Tissot (1886-1894). Museo de Brroklyn Nueva York

I. El evangelio del Domingo XIV del Tiempo Ordinario (Ciclo C: Lc 10, 1-12. 17-20) presenta a Jesús que envía a setenta y dos discípulos a los lugares a los que luego iría Él con el objeto de preparar una buena acogida al Evangelio. La referencia a Sodoma del versículo 12 y las que aparecen en el fragmento suprimido (vv. 13-16) dan a este anuncio un tono conminatorio que se subraya con la evocación del resultado de la misión de Jesús en Corozaín, Betsaida y Cafarnaúm. A pesar de su evangelización y de sus milagros, estas ciudades no respondieron como debían y a la gravedad de su culpa responderá su remuneración en el juicio (final)[1].

¡Ay de ti, Corozaín; ay de ti, Betsaida! Pues si en Tiro y en Sidón se hubieran hecho los milagros que en vosotras, hace tiempo que se habrían convertido, vestidos de sayal y sentados en la ceniza. Por eso el juicio les será más llevadero a Tiro y a Sidón que a vosotras. Y tú, Cafarnaún, ¿piensas escalar el cielo? Bajarás al abismo. Quien a vosotros escucha, a mí me escucha; quien a vosotros rechaza, a mí me rechaza; y quien me rechaza a mí, rechaza al que me ha enviado (Lc 10, 13-16).

II. Jesús da a aquellos enviados unas reglas de comportamiento claras y precisas. Podemos destacar dos de ellas:

  • «La mies es abundante y los obreros pocos; rogad, pues, al dueño de la mies que envíe obreros a su mies» (v. 2).

La mies son los destinatarios de la predicación, del anuncio del Reino de Dios y de la llamada a la conversión, a acoger ese reino. «La mies es abundante», se trata de una muchedumbre cuyo número contrasta con el de los enviados. Esta desproporción demuestra que el anuncio del Evangelio no depende de las fuerzas humanas pero Cristo quiere colaboradores que lleven la doctrina del reino a toda la mies del Padre. Por eso a Él hay que pedir que aumente el número y la fidelidad de los enviados.

Estas palabras de Jesús adquieren un carácter más urgente y actual cuando el cristianismo se desvanece o se apaga como referencia para los hombres de nuestro tiempo. Todos los cristianos estamos involucrados en el anuncio del Evangelio que pasa por una coherente profesión de la propia identidad, dando «razón de nuestra fe y nuestra esperanza» ante los demás (cfr. 1Pe 3, 15).

  • «Mirad que os envío como corderos en medio de lobos»

Esos «lobos» eran aquellos escribas y fariseos que ya habían entablado su lucha contra Cristo. En sentido más amplio puede aludir a todos aquellos que se oponen a la predicación del Evangelio. Jesús les anuncia el medio difícil al que los envía para sacar la consecuencia: no es ello otra cosa que correr la misma suerte de Cristo.

A esta identificación aludesan Pablo en la 2ª lectura (Gal 6, 14-18), cuando pone en la Cruz de Cristo toda su confianza. El misterio de la Cruz era la esencia de la predicación apostólica, ya que en él está toda posibilidad de vida y salvación eterna. «Yo llevo en mi cuerpo las marcas de Jesús»: el Apóstol recuerda las señales que dejaron en su cuerpo las heridas y golpes recibidos en las persecuciones que sufrió por anunciar a Cristo. Por lo cual la autenticidad de su misión resultaba confirmada por esos signos exteriores[2].

También para nosotros los cristianos el camino para seguir y anunciar a Cristo pasa por la cruz. La expresión «nueva criatura» (v. 15) de la que habla san Pablo señala la transcendencia de la gracia divina sobre toda acción humana: el hombre vive en el orden sobrenatural porque ha sido «creado de nuevo». Y esa vida está llamada a un crecimiento continuo que tiende a la unión cada vez más íntima con Cristo. Ese camino de la perfección pasa por la cruz porque no hay santidad sin renuncia y sin combate espiritual: «El progreso espiritual implica la ascesis y la mortificación que conducen gradualmente a vivir en la paz y el gozo de las bienaventuranzas»[3].

No todos estamos llamados a sufrir el martirio, pero sí estamos todos llamados a la consecución de la virtud cristiana. Pero esta virtud requiere una fortaleza que, aunque no llegue a igualar el grado cumbre de esta angelical doncella, exige, no obstante, un largo, diligentísimo e ininterrumpido esfuerzo, que no terminará sino con nuestra vida. Por esto, semejante esfuerzo puede equipararse a un lento y continuado martirio, al que nos amonestan aquellas palabras de Jesucristo: “El reino de los cielos se abre paso a viva fuerza, y los que pugnan por entrar lo arrebatan”[4].

III. Aprovechemos este día para preguntarnos, en el silencio de nuestra meditación ante Dios, si nos sentimos también enviados, en medio de nuestro mundo y de nuestros quehaceres de cada día para vivir unidos a Cristo y, de esta manera, participar de la misión de la Iglesia que anuncia el Evangelio.


[1] Cfr. Manuel de TUYA, Biblia comentada, vol. 5, Evangelios, Madrid: BAC, 1964, 835.

[2] Cfr. Juan STRAUBINGER, La Santa Biblia, in: Gal 6, 17.

[3] CATIC 2015.

[4] PÍO XII, Homilía en la canonización de santa María Goretti, Liturgia de las horas, 6-julio.