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19 marzo 2022 • Rito Romano Tradicional

Marcial Flavius - presbyter

III Domingo de Cuaresma: 20-marzo-2022

Epístola (Ef 5, 1-9)

Sed imitadores de Dios, como hijos queridos, y vivid en el amor como Cristo os amó y se entregó por nosotros a Dios como oblación y víctima de suave olor. De la fornicación, la impureza, indecencia o afán de dinero, ni hablar; es impropio de los santos. Tampoco vulgaridades, estupideces o frases de doble sentido; todo eso está fuera de lugar. Lo vuestro es alabar a Dios. Tened entendido que nadie que se da a la fornicación, a la impureza, o al afán de dinero, que es una idolatría, tendrá herencia en el reino de Cristo y de Dios. Que nadie os engañe con argumentos falaces; estas cosas son las que atraen el castigo de Dios sobre los rebeldes. No tengáis parte con ellos. Antes sí erais tinieblas, pero ahora, sois luz por el Señor. Vivid como hijos de la luz, pues toda bondad, justicia y verdad son fruto de la luz.

Evangelio (Lc 11, 14-28)

Estaba Jesús echando un demonio que era mudo. Sucedió que, apenas salió el demonio, empezó a hablar el mudo. La multitud se quedó admirada, pero algunos de ellos dijeron: «Por arte de Belzebú, el príncipe de los demonios, echa los demonios». Otros, para ponerlo a prueba, le pedían un signo del cielo. Él, conociendo sus pensamientos, les dijo: «Todo reino dividido contra sí mismo va a la ruina y cae casa sobre casa. Si, pues, también Satanás se ha dividido contra sí mismo, ¿cómo se mantendrá su reino? Pues vosotros decís que yo echo los demonios con el poder de Belzebú. Pero, si yo echo los demonios con el poder de Belzebú, vuestros hijos, ¿por arte de quién los echan? Por eso, ellos mismos serán vuestros jueces. Pero, si yo echo los demonios con el dedo de Dios, entonces es que el reino de Dios ha llegado a vosotros. Cuando un hombre fuerte y bien armado guarda su palacio, sus bienes están seguros, pero, cuando otro más fuerte lo asalta y lo vence, le quita las armas de que se fiaba y reparte su botín. El que no está conmigo está contra mí; el que no recoge conmigo desparrama. Cuando el espíritu inmundo sale de un hombre, da vueltas por lugares áridos, buscando un sitio para descansar, y, al no encontrarlo, dice: “Volveré a mi casa de donde salí”. Al volver se la encuentra barrida y arreglada. Entonces va y toma otros siete espíritus peores que él, y se mete a vivir allí. Y el final de aquel hombre resulta peor que el principio». Mientras él hablaba estas cosas, aconteció que una mujer de entre el gentío, levantando la voz, le dijo: «Bienaventurado el vientre que te llevó y los pechos que te criaron». Pero él dijo: «Mejor, bienaventurados los que escuchan la palabra de Dios y la cumplen»

Sagrada Biblia. Versión oficial de la Conferencia Episcopal Española. Editorial BAC

Exorcizando al hombre ciego y mudo por James Tissot, finales del siglo XIX

Reflexión

I. Los textos litúrgicos del tiempo de Cuaresma en el rito romano están vinculados a un doble origen: la liturgia estacional (de la que hablamos el domingo de Sexagésima y que señala cada día una Basílica en la que tenía lugar la celebración eucarística) y los ritos de preparación para la administración del sacramento del bautismo en la Pascua.

Los autores encuentran huellas de ambas cosas en la misa de este tercer domingo de Cuaresma[1]. Para Dom Guéranguer y Pius Parsch los textos fueron elegidos conforme al especial carácter del itinerario prebautismal. En concreto, el miércoles de esta semana tenían lugar los primeros “escrutinios” o exámenes que se hacían a todos los catecúmenos. En la misa de hoy se leían los nombres de los que se iban a bautizar y sus padrinos. La “estación” es la Basílica de san Lorenzo extramuros, uno de los mártires más insignes de Roma cuyo ejemplo se propone a los que iban a ser bautizados que debían estar dispuestos a los más grandes esfuerzos para conservar y defender la fe que recibirían por el bautismo. Para Schuster, la basílica estacional y el recuerdo del mártir san Lorenzo subyace en todos los textos de la misa.

A la luz de este contexto histórico, podemos entender mejor los dos temas que predominan en dichos textos: el de la esclavitud del pecado y el de la luz. Ambos se referían primitivamente a los catecúmenos pero no han perdido actualidad para nosotros que llevamos durante toda la vida las cadenas de la esclavitud del pecado. Es cierto que ya hemos sido liberados de su dominio por la luz de la gracia y la victoria de Cristo pero mientras dure nuestra vida estaremos en lucha y para ello debemos recurrir a los sacramentos, en particular en el caso de los ya bautizados, la penitencia y la eucaristía[2].

II. La Epístola (Ef 5, 1-9) comienza con la recomendación de que los cristianos deben esforzarse por imitar al Padre y su vida debe estar totalmente informada por la caridad, a ejemplo de Cristo que para demostrarnos su amor se ofreció en sacrificio a Dios por nosotros en la Cruz. Para ello, san Pablo se sirve del contraste entre las obras de las tinieblas y el pecado y las obras que son propias de quienes ya son hijos de la luz.

Esa transformación es a la que Jesús llama desde los comienzos de su predicación cuando invita a la “conversión”: «Después de que Juan fue entregado, Jesús se marchó a Galilea a proclamar el Evangelio de Dios; decía: Se ha cumplido el tiempo y está cerca el reino de Dios. Convertíos y creed en el Evangelio» (Mc 1, 14-15). “Conversión” significa pensar de otro modo, ver las cosas al modo de Dios, y vivir en coherencia con lo que se piensa. Escuchar una llamada a la conversión en este tiempo de Cuaresma supone que Dios nos invita a un cambio de rumbo en nuestra existencia, pensando y viviendo según el Evangelio, mejorando algunas cosas en nuestro modo de actuar y de relacionarnos, en primer lugar, con Dios y también con los demás.

El milagro de la curación que leemos en el Evangelio («Estaba Jesús echando un demonio que era mudo»: Lc 11, 14-28[3]) no solamente era el prodigio de una curación instantánea sino que demostraba el poder de Jesús sobre los espíritus demoníacos. Era un poder sobre el reino infernal[4]. Por eso podemos ver en él representado al pecador que se halla mudo y al que Dios limpia de las culpas[5] porque ese esfuerzo de conversión del que estamos hablando no es sólo una obra humana: «Es el movimiento del «corazón contrito» (Sal 51,19), atraído y movido por la gracia (cf Jn 6,44; 12,32) a responder al amor misericordioso de Dios que nos ha amado primero (cf 1 Jn 4,10)» (CATIC 1428). La gracia llega a las almas especialmente a través de los sacramentos. Por ello siempre, pero de manera particular en este tiempo de Cuaresma, debemos acudir al Sacramento de la penitencia, llamado así porque «consagra un proceso personal y eclesial de conversión, de arrepentimiento y de reparación por parte del cristiano pecador» (ibíd. 1423). De alguna manera, en nuestra personal conversión, podemos imitar las disposiciones de aquel hombre curado:

  • Ver: cuando en un examen sincero de conciencia, a la luz de Dios, contemplamos nuestras acciones y la intención no siempre recta que nos mueve en cada una de ellas, nos movemos a rectificar a hacer propósitos firmes y aprovechar el tiempo que aún nos concede Dios para servirle.
  • Hablar: es condición indispensable: manifestar los pecados al confesor sinceramente. «Se le denomina sacramento de la confesión porque la declaración o manifestación, la confesión de los pecados ante el sacerdote, es un elemento esencial de este sacramento» (ibíd. 1424).

III. Al final del Evangelio aparece una referencia a la madre de Jesús, la Virgen María: «Mejor, bienaventurados los que escuchan la palabra de Dios y la cumplen» (v. 28). Ella es el modelo del alma en gracia que oye la palabra de Dios y la pone en práctica. Ella nos acompaña y nos sostiene en el itinerario cuaresmal. Y le pedimos que nos ayude en el camino de nuestra conversión para perseverar en un comportamiento propio de hijos de la luz, como hemos escuchado en la exhortación de san Pablo: «Vivid como hijos de la luz, pues toda bondad, justicia y verdad son fruto de la luz» (Ef 5, 9).

«Te rogamos, Dios omnipotente, que mires los deseos de los humildes, y extiendas para defendernos la diestra de tu majestad. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que contigo vive y reina en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. Amén» (Misal Romano, or. colecta).


[1] Cfr. Verbum vitae. La Palabra de Cristo, vol. 3, Madrid: BAC, 1957, 386-388.

[2] Cfr. Pius PARSCH, El Año Litúrgico, Barcelona: Herder, 1964, 191-192.

[3] Cfr. Mt 12, 22: «Entonces le fue presentado un endemoniado ciego y mudo, y lo curó, de suerte que el mudo hablaba y veía».

[4] Manuel de TUYA, Biblia comentada, vol. 5, Evangelios, Madrid: BAC, 1964, 286.

[5] «En un solo hombre hizo el Señor tres prodigios: darle la vista, darle la palabra, y librarlo del demonio. Y lo que hizo entonces exteriormente, lo hace todos los días en la conversión de los pecadores, que después de verse libres del demonio, reciben la luz de la fe y consagran su lengua, incapaz antes de hablar, a las alabanzas divinas» (San Jerónimo, cit. en Catena Aurea)