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23 octubre 2021 • Rito Romano Tradicional

Marcial Flavius - presbyter

XXII Domingo después de Pentecostés: 24-octubre-2021

Epístola (Flp, 1, 6-11)

Esta es nuestra confianza: que el que ha inaugurado entre vosotros esta buena obra, la llevará adelante hasta el Día de Cristo Jesús. Esto que siento por vosotros está plenamente justificado: os llevo en el corazón, porque tanto en la prisión como en mi defensa y prueba del Evangelio, todos compartís mi gracia. Testigo me es Dios del amor entrañable con que os quiero, en Cristo Jesús. Y esta es mi oración: que vuestro amor siga creciendo más y más en penetración y en sensibilidad para apreciar los valores. Así llegaréis al Día de Cristo limpios e irreprochables, cargados de frutos de justicia, por medio de Cristo Jesús, para gloria y alabanza de Dios.

Evangelio (Mt 22, 15-21)

Entonces se retiraron los fariseos y llegaron a un acuerdo para comprometer a Jesús con una pregunta. Le enviaron algunos discípulos suyos, con unos herodianos, y le dijeron: «Maestro, sabemos que eres sincero y que enseñas el camino de Dios conforme a la verdad, sin que te importe nadie, porque no te fijas en apariencias. Dinos, pues, qué opinas: ¿es lícito pagar impuesto al César o no?». Comprendiendo su mala voluntad, les dijo Jesús: «Hipócritas, ¿por qué me tentáis? Enseñadme la moneda del impuesto». Le presentaron un denario. Él les preguntó: «¿De quién son esta imagen y esta inscripción?». Le respondieron: «Del César». Entonces les replicó: «Pues dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios». Al oírlo se maravillaron y dejándolo se fueron.

Reflexión

I. La materia que propone a nuestra consideración el Evangelio de este Domingo se puede abordar desde diversas perspectivas, y una de ellas es la de la obediencia a las autoridades civiles, y por extensión a toda autoridad en general. El precepto de Jesús es: «dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios» (Mt 22, 21).

El contexto de estas palabras es bien conocido. De los «herodianos» sabemos que muy pronto se habían conjurado con los escribas y fariseos para acabar con Jesús (Mc 3, 6)

«Los herodianos no eran una agrupación organizada, sino los partidarios de reinstaurar la dinastía de los Herodes. Buscaban la restauración de la unidad nacional bajo la dinastía herodiana, y, con ello, la liberación de la dominación extranjera. Eran miras no precisamente religiosas, sino políticas lo que los inducía a ello. Los fariseos buscaban el apoyo de estos, sobre todo en la región del tetrarca Herodes Antipas, acaso porque les facilitase el poder hacerse con él y llevarlo a Jerusalén. Por su parte, los herodianos se prestaban de buena gana a hacer desaparecer aquel Mesías que tan honda conmoción despertaba, y que tantos seguidores iba teniendo, pues temían pudiese impedir su restauración herodiana» (Manuel de TUYA, Biblia comentada, vol. 5, Evangelios, Madrid: BAC, 1964, 283-284).

Era propio de la mentalidad judía ver la implicación religiosa de la política y por eso preguntaron si era «lícito» (es decir, «moral», no simplemente «legal») pagar impuesto al César. Si Jesús decía que no había que pagarlo, se le acusaba como sedicioso contra el poder de Roma. Si decía que había que pagarlo autorizaba a los odiados publicanos, recaudadores de estas contribuciones; iba contra el sentido teocrático y nacional judío al someterse a Roma e iba contra sí mismo, pues el proclamarse Mesías y aprobar la injerencia extranjera en su reino era destruir su misma obra. Que el asunto era espinoso lo prueba el hecho de que en la Pasión sería falsamente acusado ante Pilato en estos términos: «Hemos encontrado que este anda amotinando a nuestra nación, y oponiéndose a que se paguen tributos al César, y diciendo que Él es el Mesías rey» (Lc 23, 2).

«Los cuatro evangelistas recogen que la primera acusación que se hace contra Cristo ante Pilato no es la divinidad, que es por lo que le condena el sanedrín, sino la realeza: el proclamarse Mesías. Confesión que Cristo había hecho en su vida, pues era su misión. Pero deformando, por deformación involuntaria o maldad, el que prohibía pagar tributo al César, cuando era todo lo contrario» (Manuel de TUYA, ob. cit., 918).

Su respuesta, va dirigida en primer lugar a los judíos que rechazaban al emperador: «dad al César lo que es del César…». Jesús les enseña a respetar y obedecer a los constituidos en autoridad. Pero a los romanos que se creían investidos de un poder ilimitado, les manifiesta que dicho poder tiene sus límites y no puede violentar las leyes de la recta conciencia y de la fe impuestas por Dios: «…y a Dios lo que es de Dios». Glosando estas palabras, Vázquez de Mella concluye: «el César también es de Dios y no tiene más atribuciones y derechos que los que por ley divina se le conceden» (Tradición Vasca, Bilbao, 26-marzo-1910).

Después de la Resurrección, cuando el sanedrín les impuso formalmente la prohibición de enseñar en el nombre de Jesús, Pedro y los Apóstoles respondieron: «Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres» (Hch 5, 29). Y ello no es obstáculo para que Pedro y Pablo en sus cartas inculcaran la obediencia a los poderes seculares legítimos, que entonces no eran cristianos; y San Pablo dio la razón: «Que todos se sometan a las autoridades constituidas, pues no hay autoridad que no provenga de Dios y las que hay han sido constituidas por Dios» (Rom 13, 1). El apóstol, lleva hasta Dios el origen de la comunidad política, pues es Él quien ha determinado que existan organismos civiles, compuestos por quienes mandan y por quienes obedecen. Tanto es así, que quien resiste a las autoridades humanas «resiste a la disposición de Dios» (v. 2). San Pablo no considera el caso en que esas autoridades manden cosas injustas; más bien supone que se mantienen dentro de sus límites, aprobando el bien y reprimiendo el mal (v.3-4), y solo en esa hipótesis tiene aplicación su doctrina. Para el caso de injusticia y abuso de poder, se aplica la citada respuesta de san Pedro ante el sanedrín (cfr. Lorenzo TURRADO, Biblia comentada, vol. 6, Hechos de los Apóstoles y Epístolas paulinas, Madrid: BAC, 1965, 352-353).

II. Según Santo Tomás, la obediencia es una virtud moral que hace pronta la voluntad para ejecutar los preceptos del superior (II-II,104, 2 ad 3). Cuando se refiere a los mandatos de un superior cualquiera, pertenece al ámbito de la virtud de la justicia pero cuando estos superiores son Dios, los padres o las autoridades que gobiernan en nombre de la patria, su regulación pertenece a las virtudes de la religión y de la piedad (cfr. Antonio ROYO MARÍN, Teología moral para seglares, vol. 1, Madrid: BAC, 1965, 782-785).

Por parte de lo que se sacrifica ante Dios, la obediencia es la primera y más excelente de todas las virtudes morales, ya que por las demás se sacrifican los bienes exteriores (pobreza) o los corporales (castidad) o ciertos bienes del alma inferiores a la propia voluntad, que es lo que inmola y sacrifica la virtud de la obediencia. Por eso Santo Tomás no vacila en afirmar que el estado religioso, en virtud principalmente del voto de obediencia, es un verdadero holocausto que se ofrece a Dios. Y de Jesús, dice san Pablo que fue «hecho obediente hasta la muerte, | y una muerte de cruz» (Flp 2, 8) y «aun siendo Hijo, aprendió, sufriendo, a obedecer. Y, llevado a la consumación, se convirtió, para todos los que lo obedecen, en autor de salvación eterna» (Hb 5, 8-9).

Ahora bien, como virtud moral que es, en la obediencia cabe pecar por defecto, pero también por exceso, a diferencia de lo que ocurre con las virtudes teologales. No se puede amar demasiado a Dios, no se puede esperar ni creer demasiado…; pero sí se puede caer en el error de obedecer con una desordenada adhesión a la autoridad que lleva a acatar incluso lo indiscreto o ilícito. El padre Castellani advertía en estos términos de una errónea concepción de la obediencia que puede llevar a comportamientos de ese tipo:

«Pero la obediencia no es el Mandato Máximo y Mejor del Cristianismo, sino la Caridad. La obediencia es una virtud moral, pertenece al grupo de la Religión, que es la primera de las virtudes morales: no es una virtud teologal. Digo esto, porque hay una tendencia en nuestros días a falsear la virtud de la obediencia, como si fuera la primera de todas y el resumen de todas. “Usted no tiene más que obedecer y está salvo. La obediencia trae consigo todas las otras virtudes. El que obedece está siempre seguro. “El que a vosotros oye, a Mí me oye”, dijo Cristo. El que obedece no puede equivocarse porque hace la voluntad de Dios. Hay que matar el juicio propio. La obediencia es pura fe y pura caridad. El Papa es Cristo en la tierra”, etcétera. Todo eso es menester entenderlo bien» (Leonardo CASTELLANI, El Evangelio de Jesucristo, Madrid: Ediciones Cristiandad, 2011, 313-314).

¿Cuáles son, por tanto, los límites de la obediencia? Podemos señalar dos siguiendo al autor citado: la caridad y la prudencia.

«No se puede obedecer contra la caridad: en donde se ve pecado, aun el más mínimo, hay que detenerse, porque “el que despreciare uno de los preceptos estos mínimos, mínimo será llamado en el Reino de los Cielos”. Y no se puede obedecer una cosa absurda; porque “si un ciego guía a otro ciego, los dos se van al hoyo” […] El punto exacto es cuando los mandatos de los hombres interfieren con los mandatos divinos, cuando la autoridad humana se desconecta de la autoridad de Dios, de la cual dimana. En ese caso hay que “acatar y no obedecer”, como dice Alfonso el Sabio en Las Partidas: es decir, reconocer la autoridad, hacerle una gran reverencia; pero no hacer lo que está mal mandado; lo cual sería incluso hacerle un menguado favor. Si esto que digo no fuese verdad, no habría habido mártires» (ibíd., 314)

La caridad sí, pero el texto citado de san Mateo (15, 14: «si un ciego guía a otro ciego, los dos caerán en el hoyo») nos recuerda también la necesidad de obrar con prudencia. Hay que tener en cuenta las circunstancias concretas de la Iglesia y de la sociedad en la que nos movemos, sin confundir los tiempos, ni el sentido de la historia… Ser conscientes de la dirección de los acontecimientos, del proceso revolucionario que sufre el mundo y de la crisis de la Iglesia, de quiénes son los que realmente ocupan el poder y ejercen la autoridad y actuar siempre con prudencia sobrenatural que es «la recta razón en el obrar», es decir, en las acciones individuales y concretas que se han de realizar. Incluso las virtudes teologales necesitan el control de la prudencia por razón del sujeto y del modo de su ejercicio, esto es, a su debido tiempo y teniendo en cuenta todas las circunstancias (cfr. Antonio ROYO MARÍN, ob. cit., 420-426).

*

«Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres». La enseñanza de Jesús en este Evangelio nos recuerda que todo en nuestra vida es del Señor, y nada puede quedar al margen de Él, menos aún nuestra vida social. Pidamos a la Virgen María que nos alcance la gracia de vivir siempre y en todo lugar como verdaderos hijos de Dios para llegar un día a la vida eterna haciendo un uso recto de las cosas temporales.