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9 octubre 2021 • DOMINGO XXVIII DEL TIEMPO ORDINARIO, CICLO B

Angel David Martín Rubio

“Invoqué y vino a mí el espíritu de sabiduría”

I. La primera lectura de este domingo (Sab 7, 7-11) nos presenta la sabiduría de Dios como un bien del que podemos participar y que hemos de estimar por encima de otros. A ambas cosas se refieren las palabras que hemos escuchado y que, según el autor sagrado, fueron pronunciadas por el rey Salomón que vivió en el s. X a. C. En ellas se expresa una petición («Por eso, supliqué y me fue dada la prudencia, | invoqué y vino a mí el espíritu de sabiduría») y cómo la Sabiduría nos hace entrar en la intimidad de Dios y da sentido a la vida, por eso nada vale más que ella: «La preferí a cetros y tronos | y a su lado en nada tuve la riqueza… Con ella me vinieron todos los bienes juntos».

En este libro del AT, la Sabiduría aparece como algo espiritual y sobrenatural, verdadero secreto revelado amorosamente por Dios. En realidad se trata del Hijo de Dios, el Verbo eterno del Padre, que habría de encarnarse por obra del Espíritu Santo para revelarse a los hombres. La Sabiduría infinita de Dios se hace accesible para nosotros en Jesucristo. Tener a Cristo es poseerlo todo y, verdaderamente, con Él nos llegan todos los bienes. Como dice el autor de la Imitación de Cristo: «La enseñanza de Jesús está por encima de la de cualquier santo y el que penetra en ella con buena voluntad encontrará un alimento escondido […] Es conveniente que procure adecuar toda su vida con Cristo quien quiere experimentar plenamente el sabor de sus palabras» (I, 1)

II. El ejemplo del hombre que nos presenta el Evangelio (Mc 10, 17-30), nos advierte de la importancia de adecuar nuestra vida con Cristo. Por san Mateo sabemos que era joven y san Lucas nos dice que era «uno de los jefes». San Marcos subraya además con viveza peculiar el particular aprecio de Jesús que se aprecia en el amor de su mirada (vv. 20-21) y la tristeza del joven (v. 22), al no responder con generosidad a lo que Dios le pedía: liberarse de lo que le ocupa el corazón para entregarse a bienes mayores: «así tendrás un tesoro en el cielo», le dice. «El pedirle que venda su hacienda y la dé a los pobres no es enunciar una doctrina universal, sino dirigirse a un caso concreto y a una meta libre de perfección» (Manuel de TUYA, Biblia comentada, vol. 5, Evangelios, Madrid: BAC, 1964, 700).

En esa mirada de Jesús reconocemos que hay un amor eterno de elección divina que nos acompaña durante toda la vida. Hemos recibido una llamada particular de Dios y en la respuesta a esa invitación se contiene la paz y la felicidad verdaderas.

III. El sabio, dice San Bernardo, es el que ve las cosas tal como son en sí mismas; es decir, que ve las cosas divinas como divinas, las humanas como humanas, y distingue las eternas de las transitorias. Esta sabiduría o conocimiento sobrenatural tiene en nosotros tres grados o manifestaciones (cfr. Antonio ROYO MARÍN, Jesucristo y la vida cristiana, Madrid: BAC, 1961, 469-486):

  • En primer lugar el conocimiento que proporciona la fe, bien sea la fe simplemente aprehendida que constituye el primer grado del conocimiento sobrenatural, cuyo desenvolvimiento y desarrollo da origen a los grados siguientes, o la fe razonada (conocimiento teológico).
  • En segundo lugar el conocimiento sapiencial sobrenatural que proporcionan los dones del Espíritu Santo. «Al recaer sobre la fe, imprimiéndole su modalidad divina, los dones proporcionan al alma creyente un conocimiento sobrenatural por cierta experiencia y connaturalidad con lo divino—experiencia o conocimiento místico—, con el que la misma fe queda enormemente fortalecida y confirmada» (ibíd., 479).
  • Por último, el conocimiento propio de los bienaventurados en la gloria del Cielo quienes, como dice san Juan, son semejantes a Él, porque lo ven tal cual es (cfr. 1Jn 3, 2).

Para crecer en sabiduría cristiana hay que alejarse progresivamente de los criterios del mundo (punto de partida) y acercarse cada vez más a los criterios o punto de vista de Dios, es decir, tener un espíritu de fe que nos hace ver y juzgar todas las cosas, no como las ve y juzga el mundo, sino como las ve y juzga el mismo Dios.

Por tanto, la verdadera sabiduría será llegar a este conocimiento de Dios en la vida eterna habiendo cumplido su voluntad aquí en la tierra, en primer lugar poniendo en práctica lo que nos indican los Mandamientos y respondiendo positivamente a esas continuas llamadas a una mayor generosidad en nuestra vida cristiana que Dios nos va haciendo cada día.

*

La Virgen María nuestra Madre, a la que invocamos en particular durante este mes de octubre con el rezo del santo Rosario, nos anima con su ejemplo de fidelidad a la voluntad de Dios sobre Ella. Que no se repita en nosotros la historia del joven rico, y que nunca dejemos de seguir a Cristo que nos mira y no deja de llamarnos para continuar en el camino de la santidad siguiendo sus pasos.