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«La teología, por lo mismo que es la ciencia de Dios, es el océano que contiene y abarca todas las ciencias, así como Dios es el océano que contiene y abarca todas las cosas»
Las lecturas del Evangelio de la Misa recogen en varios domingos sucesivos las palabras pronunciadas por Jesús que nos ha transmitido el evangelista san Juan [Domingos XVIII-XXI del Tiempo Ordinario: ciclo B] y que se pronunciaron después de la multiplicación de los panes y los peces [Domingo XVII del Tiempo Ordinario: Ciclo B]. Es lo que llamamos el «discurso del pan de vida», en realidad un diálogo en el que Jesús propone su enseñanza a partir de un intercambio de preguntas y respuestas con quienes habían sido testigos del milagro y habían ido en su busca.
Una de esas preguntas que le hacen a Jesús es: «¿Qué tenemos que hacer para realizar las obras de Dios?» (Jn 6, 28). Y podemos escuchar una doble respuesta en la Liturgia de este Domingo (XVIII del Tiempo Ordinario, ciclo B):
I. Creer en Jesús
Cuando aquellos hombres preguntan qué «obras» han de practicar para «hacer las obras de Dios», estaban pensando en que poniendo en práctica determinadas acciones de naturaleza religiosa propias de los judíos (sacrificios, oraciones, limosnas…) Dios les iba a retribuir con ese alimento prodigioso que habían recibido en la multiplicación de los panes y los peces [1].
Pero la respuesta de Cristo es de otro tipo. Y en sus palabras no sólo se exigía reconocerle por enviado de Dios, sino una plena entrega. Por eso piden como garantía un nuevo milagro. La 1ª Lectura [Ex 16,2-4.12-15] nos ha habla del «maná» (el alimento que diariamente recogían los hebreos en su caminar por el desierto), por eso ahora piden a Jesús que realice un portento semejante.
Pero no podían ni siquiera sospechar que el maná sólo era figura del gran don mesiánico que Dios iba a comunicar a los hombres: su propio Hijo presente en el misterio de la Sagrada Eucaristía. En el diálogo, Jesús intenta conducirles a un acto de fe en Él, para después revelarles abiertamente el misterio de su presencia en la Eucaristía.
II. La vida nueva en Cristo
La fe en Cristo es inseparable de las obras. El cristiano ya no es «hombre viejo», que vive en la oscuridad del mal, sino «hombre nuevo», que ha de reflejar a Dios en su comportamiento. La vida nueva en Cristo, tal y como nos la presenta san Pablo en la Epístola se resumen en este consejo: «renovaos en la mente y en el espíritu y revestíos de la nueva condición humana creada a imagen de Dios: justicia y santidad verdadera» (vv. 23-24).
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El Señor espera nuestra conversión sincera y nuestra correspondencia cada vez más generosa. Ponemos por intercesora a la Santísima Virgen y nos acogemos a las gracias que nos llegan por su mediación para permanecer fieles a esta nueva vida en Cristo que se alimenta de manera particular en el Sacramento de la Eucaristía, como tendremos ocasión de considerar en los próximos domingos.
[1] «La multiplicación de los panes no se hizo en forma de creación, sino por adición de una materia extraña convertida en pan. Por esto dice Agustín «In loann.»: «Como multiplica las mieses a base de pocos granos, así multiplicó en sus manos los cinco panes». Porque es evidente que los granos se multiplican en las mieses por conversión»: STh III, 44, 4, ad.4. El texto de san Agustín, citado en la Catena Aurea: «Como multiplica las plantas por medio de unas pocas semillas, también multiplicó los cinco panes en las manos de los que los distribuían. El poder estaba en las manos de Jesucristo. Multiplicó aquellos cinco panes que eran como las semillas no arrojadas a la tierra, sino multiplicadas por Aquél que hizo la misma tierra» (In Ioannem tract., 24.).