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5 junio 2021 • Rito Romano Tradicional

Marcial Flavius - presbyter

Fiesta del Santísimo Cuerpo de Cristo («Corpus Christi»): 6-junio-2021

Epístola (1Cor 11, 23-29)

Hermanos: yo he recibido una tradición, que procede del Señor y que a mi vez os he transmitido: que el Señor Jesús, en la noche en que iba a ser entregado, tomó pan y, pronunciando la Acción de Gracias, lo partió y dijo: «Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros. Haced esto en memoria mía». Lo mismo hizo con el cáliz, después de cenar, diciendo: «Este cáliz es la nueva alianza en mi sangre; haced esto cada vez que lo bebáis, en memoria mía». Por eso, cada vez que coméis de este pan y bebéis del cáliz, proclamáis la muerte del Señor, hasta que vuelva. De modo que quien coma del pan y beba del cáliz del Señor indignamente, es reo del cuerpo y de la sangre del Señor. Así, pues, que cada cual se examine, y que entonces coma así del pan y beba del cáliz. Porque quien come y bebe sin discernir el cuerpo come y bebe su condenación.

Secuencia

Alaba, alma mía, a tu Salvador; alaba a tu guía y pastor con himnos y cánticos.

Pregona su gloria cuanto puedas, porque Él está sobre toda alabanza, y jamás podrás alabarle lo bastante.

El tema especial de nuestros loores es hoy el pan vivo y que da vida.

El cual se dio en la mesa de la sagrada cena al grupo de los doce apóstoles sin género de duda.

Sea, pues, llena, sea sonora, sea alegre, sea pura la alabanza de nuestra alma.

Pues celebramos el solemne día en que fue instituido este divino banquete.

En esta mesa del nuevo rey, la pascua nueva de la nueva ley pone fin a la pascua antigua.

Lo viejo cede ante lo nuevo, la sombra ante la realidad, y la luz ahuyenta la noche.

Lo que Jesucristo hizo en la cena, mandó que se haga en memoria suya.

Instruidos con sus santos mandatos, consagramos el pan y el vino, en sacrificio de salvación.

Es dogma que se da a los cristianos, que el pan se convierte en carne, y el vino en sangre.

Lo que no comprendes y no ves, una fe viva lo atestigua, fuera de todo el orden de la naturaleza.

Bajo diversas especies, que son accidente y no substancia, están ocultos los dones más preciados.

Su carne es alimento y su sangre bebida; mas Cristo está todo entero bajo cada especie.

Quien lo recibe no lo rompe, no lo quebranta ni lo desmembra; recíbese todo entero.

Recíbelo uno, recíbenlo mil; y aquél le toma tanto como éstos, pues no se consume al ser tomado.

Recíbenlo buenos y malos; mas con suerte desigual de vida o de muerte.

Es muerte para los malos y vida para los buenos; mira cómo un mismo alimento produce efectos tan diversos.

Cuando se divida el Sacramento, no vaciles, sino recuerda que Jesucristo tan entero está en cada parte como antes en el todo.

No se parte la sustancia, se rompe sólo el signo; ni el ser ni el tamaño se reducen de Cristo presente.

He aquí el pan de los ángeles, hecho viático nuestro; verdadero pan de los hijos, no lo echemos a los perros.

Figuras lo representaron: Isaac fue sacrificado; el cordero pascual, inmolado; el maná nutrió a nuestros padres.

Buen pastor, pan verdadero, ¡oh Jesús!, ten piedad. Apaciéntanos y protégenos; haz que veamos los bienes en la tierra de los vivientes.

Tu, que todo lo sabes y puedes, que nos apacientas aquí siendo aún mortales, haznos tus comensales, coherederos y compañeros de los santos ciudadanos. Amén. Aleluya.

Evangelio (Jn 6, 56-59)

En aquel tiempo dijo Jesús a las turbas de los judíos: El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él. Como el Padre que vive me ha enviado, y yo vivo por el Padre, así, del mismo modo, el que me come vivirá por mí. Este es el pan que ha bajado del cielo: no como el de vuestros padres, que lo comieron y murieron; el que come este pan vivirá para siempre». Esto lo dijo Jesús en la sinagoga, cuando enseñaba en Cafarnaún.

Reflexión

La celebración de una fiesta en honor del «Cuerpo de Cristo» tiene su origen remoto en el incremento de la fe en la presencia real de Jesús en la Eucaristía y en el desarrollo de su culto durante la Edad Media, aunque su formalización litúrgica requirió un largo proceso a lo largo de más de un siglo.

Las primeras iniciativas se deben una monja de vida estrictamente claustral, santa Juliana de Mont Cornillon († 1258), de la diócesis de Lieja (Bélgica), quien la promueve a impulsos de una revelación privada. En 1240 el obispo Roberto de Thourotte estableció una celebración en dicha diócesis que algo más tarde quedó fijada el jueves después de la octava de Pentecostés. Tras el milagro eucarístico de Bolsena, en 1264, el papa Urbano IV la extendió a toda la Iglesia aunque no comenzó a aplicarse el decreto papal hasta que Clemente V lo confirmó en el Concilio de Vienne y Juan XXII lo publicó en 1317. El oficio del Santísimo Sacramento tiene por autor a santo Tomás de Aquino que lo compuso por encargo de Urbano IV haciendo combinación de su propio saber teológico, amor y gusto literario con la tradición litúrgica en uso en diversos lugares. A partir del siglo XV la fiesta quedó inseparable unida a la procesión con el Santísimo Sacramento que se llevaba por las calles y los campos usando en un primer lugar los relicarios y dando lugar más tarde a la elaboración de las «custodias».

Ya en la Edad Moderna se extendió la devoción a la Sangre de Cristo, propagada en particular por san Gaspar del Búfalo († 1837), sacerdote italiano fundador de los Misioneros de la Preciosísima Sangre. Por mandato de Benedicto XIV se compusieron la Misa y el Oficio y Pío IX, en cumplimiento de un voto hecho en Gaeta, extendió la fiesta litúrgica a la Iglesia universal (10 de agosto de 1849). Pío XI como recuerdo del XIX Centenario de la Redención (1933), elevó el rango de dicha fiesta que se celebra el 1 de julio.

Ambas solemnidades perduran en la Forma Extraordinaria del Rito Romano mientras que la reforma litúrgica sufrida por el mismo unificó en 1969 el Cuerpo y la Sangre de Cristo en una sola conmemoración que se ha visto sometida a las medidas secularizantes de los últimos años. En España dejó de ser fiesta laboral en 1989 y la Conferencia Episcopal Española (siguiendo el lamentable precedente que se sentó en 1977 con la Ascensión del Señor) solicitó de la Sede Apostólica, única competente en esta materia, el traslado a domingo de la Solemnidad del «Corpus Christi». Accediendo a esa petición, desde 1990 quedó fijada el domingo siguiente al de la Santísima Trinidad, permaneciendo con carácter local en algunos lugares.

II. Hace apenas unos días terminaba el tiempo Pascual. Todos los misterios que a lo largo del año litúrgico hemos celebrado están contenidos en este Sacramento, que es el memorial y como el resumen de la obra de Dios en favor nuestro. La realidad de la presencia de Cristo bajo las especies sacramentales, hace que en ellas reconozcamos en Navidad al Niño que nos nació; en la Pasión, a la víctima que nos redimió; y en Pascua, al vencedor del pecado y de la muerte.

Por eso hoy debe ser un día dedicado a honrar al Sacramento de la Eucaristía con especial solemnidad externa que acompañe al gozo espiritual y al agradecimiento por este don. Bien podemos afirmar: «¡Dios está aquí!». Cristo está en medio de nosotros gracias a este Sacramento en el cual, «por la admirable conversión de toda la sustancia del pan en el Cuerpo de Jesucristo y de toda la sustancia del vino en su preciosa Sangre, se contiene verdadera, real y sustancialmente el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad del mismo Jesucristo Señor nuestro, bajo los accidentes del pan y del vino, para nuestro mantenimiento espiritual» (Catecismo Mayor, nº 598).

Además de recordar la presencia real de Cristo en este sacramento, las lecturas que hoy nos propone la Liturgia nos invitan especialmente a considerar que la Eucaristía es también el sacrificio de la nueva ley dejado por Jesucristo a su Iglesia para ser ofrecido a Dios por medio de los sacerdotes y nos recuerdan la promesa de la Eucaristía y su institución en la Última Cena (Evangelio).

El sacrificio de la Misa es sustancialmente el mismo de la Cruz, en cuanto el mismo Jesucristo que se ofreció en el Calvario es el que se ofrece por manos de los sacerdotes.

Siendo único el Sacrificio de la Cruz, Jesucristo instituyó el santo sacrificio de la Misa porque los merecimientos adquiridos en la cruz (redención objetiva, de «todos los hombres») nos los aplica por los medios instituidos por Él en la Iglesia, entre los cuales está la Eucaristía (redención subjetiva, de «muchos», no de todos, sino de aquellos que aceptan vivir como redimidos). Como se explica con sencillez y profundidad en el Catecismo Mayor, Jesucristo murió por la salvación de todos los hombres y por todos ellos satisfizo. Pero no todos se salvan, porque o no le quieren reconocer o no guardan su ley, o no se valen de los medios de santificación que nos dejó. «Para salvarnos no basta que Jesucristo haya muerto por nosotros, sino que es necesario aplicar a cada uno el fruto y los méritos de su pasión y muerte, lo que se hace principalmente por medio de los sacramentos instituidos a este fin por el mismo Jesucristo, y como muchos no reciben los sacramentos, o no los reciben bien, por esto hacen para sí mismos inútil la muerte de Jesucristo» (Cfr. Catecismo Mayor, nº 113-115).

De ahí la importancia de asistir a la Santa Misa con recogimiento exterior y devoción interior; recibiendo la comunión sacramental con la debida preparación que consiste, sobre todo, en estar en gracia de Dios, es decir, tener la conciencia limpia de todo pecado mortal.

*

Pidamos hoy la gracia de una fe eficaz en el misterio de la Santísima Eucaristía que nos lleve a reconocer a Jesucristo oculto bajo las apariencias de pan y vino; a confesar que en el Santísimo Sacramento del Altar está el mismo Jesucristo, Dios y Hombre verdadero, con su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad. Y que esta fe oriente de tal manera nuestra vida que, al morir, podamos contemplarle eternamente en la Gloria.