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4 abril 2021 • "En tu resurrección, Señor, se alegren los cielos y la tierra"

Angel David Martín Rubio

«In resurrectione tua, Christe, coeli et terra laetentur»

In resurrectione tua, Christe, coeli et terra laetentur
En tu resurrección, Señor, se alegren los cielos y la tierra
(Liturgia de las Horas)

La Liturgia de la Iglesia nos invita a llenarnos de santa alegría por el misterio de la Resurrección de nuestro Señor Jesucristo.

Con la palabra Resurrección significamos que Cristo triunfó de la muerte al reunirse su alma santísima con el cuerpo, del cual se había separado al morir en la Cruz. Comienza así una vida gloriosa e inmortal en la que el Hijo de Dios conserva sus llagas que nos recuerdan permanentemente que el motivo de la Encarnación fue nuestra redención: «por nosotros los hombres y por nuestra salvación bajó del cielo, y por obra del Espíritu Santo se encarnó de María la Virgen, y se hizo hombre».

Desde entonces, Cristo está presente, sin límites de espacio ni de tiempo. Es nuestra luz, es nuestra esperanza. De ahí la excelencia de este misterio que es  fundamento de nuestra religión y complemento de nuestra redención.

Fundamento de nuestra religión porque el mismo Jesucristo nos la dio por principal argumento de su divinidad y de la verdad de nuestra fe.

Después de resucitar, Jesús glorioso fue visto por los discípulos, que pudieron cerciorarse de que era Él mismo: pudieron hablar con Él, le vieron comer, comprobaron las huellas de los clavos y de la lanza…

Con estas apariciones quedaron plenamente convencidos de la verdad de que Cristo estaba vivo y pudieron lanzarse en medio del mundo, pregonando la resurrección de Jesús de la cual eran ellos testigos. A partir de los Apóstoles, se constituye la cadena de la tradición y la Iglesia proclama el misterio de la resurrección a las generaciones sucesivas, apoyada en el mismo testimonio, por lo que recibe el nombre de apostólica, como fundada en la autoridad de los apóstoles.

Complemento de nuestra redención porque Jesucristo, con su muerte, nos libró del pecado y nos reconcilió con Dios, y por su Resurrección nos abrió la entrada a la vida eterna.

Por eso, la Iglesia, a través de los tiempos, da testimonio de una Resurrección inseparable del misterio de la Cruz. Esto significa para nosotros que el vencedor de la muerte está con nosotros, que su victoria es prenda y signo de la nuestra y que, sin embargo, estamos todavía caminando en medio de sombras. Llamados a participar hasta lo más profundo de nuestro ser en todo el acontecimiento de la muerte y resurrección de Cristo. «Y si hemos muerto con Cristo, creemos que viviremos también con Él» (Epístola Vigilia: Rom 6, 8).

Hemos sido regenerados en Cristo por la fe y el Bautismo; injertados en Cristo, vivimos en Él y Él en nosotros. Esto se traduce en la práctica en que hemos de compartir los sufrimientos de Cristo, como preludio a la configuración plena con Él mediante la resurrección, a la que miramos con esperanza.

En síntesis, podemos decir que debemos confesar la fe con nuestros labios y dar testimonio de ella con nuestra vida, haciendo así presente la verdad de la cruz y de la resurrección en nuestra historia. «Porque, si profesas con tus labios que Jesús es Señor, y crees con tu corazón que Dios lo resucitó de entre los muertos, serás salvo» (Rom 10, 9).

*

«Oh, Dios, que en este día, vencida la muerte, nos has abierto las puertas de la eternidad por medio de tu Unigénito, concede, a quienes celebramos la solemnidad de la resurrección del Señor, que, renovados por tu Espíritu, resucitemos a la luz de la vida» (colecta Domingo Pascua).

Así lo pedimos por intercesión de la Virgen Santísima, a quien la Iglesia felicita por la Resurrección de su Hijo («Reina del Cielo, alégrate…») y le pide: «Muéstranos a Jesús, fruto bendito de tu vientre».