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7 diciembre 2017 • Fuente: Dichos, Actos y Hechos

Pío Moa

La lucha por la verdad histórica hoy

La transcendencia histórica de Zapatero es máxima. Lo que ha significado es, ni más ni menos que la inversión completa de la transición.

Recordemos que esta se hizo desde el franquismo, de la ley a la ley, con reconocimiento implícito de la legitimidad franquista  y que la hicieron los franquistas, con un rey designado por Franco:  un hecho realmente insólito en el siglo XX, que una monarquía  derrocada volviera a establecerse. Recordemos que contra esa salida se articularon todas las fuerzas de la oposición en torno a un programa de ruptura, cuya sustancia consistía en declarar ilegítimo el franquismo para enlazar, implícita o explícitamente, con el Frente Popular derrotado en la guerra civil.

Recordemos, cómo la opción rupturista fue completamente rechazada por votación popular en el referéndum de diciembre de 1976, lo que obligó a los rupturistas a calmarse y adaptarse, aguardando tiempos mejores.

Recordemos, en fin,  cómo el mensaje popular fue progresivamente abandonado por las propias fuerzas salidas del franquismo, lo que llevó a cometer graves errores, manifiestos en una Constitución bastante defectuosa.

Observemos con perspectiva histórica lo que suponía la ruptura y por qué no triunfó entonces.

El Frente Popular, en el que pretendía fundar la legitimidad democrática, había sido una alianza de totalitarios marxistas y stalinistas, de separatistas, anarquistas  y  golpistas de izquierda tipo Azaña. Aquella alianza había salido de unas elecciones fraudulentas, y a continuación había destruido la legalidad republicana, ya de por sí bastante caótica. Con lo cual abocó a la guerra civil, porque la ley está precisamente para que los diversos y opuestos intereses presentes en toda sociedad no degeneren en lucha abierta. En su vesania, los componentes del Frente Popular llegaron a matarse abundantemente entre ellos  al mismo tiempo que  combatían y llevaban las de perder contra los nacionales. Bien mirados los hechos, ¿cómo nadie en su sano juicio podía basar una democracia en aquella experiencia? Pues así lo pretendían los rupturistas. Y lo pretendían en gran parte por pura ignorancia de la historia, una ignorancia que se podía convertir fácilmente en tergiversación sistemática debido a que el franquismo nunca elaboró un discurso claro, más allá de algunas ideas correctas pero simples, poco elaboradas y a veces  muy toscas, que han facilitado mil equívocos. De ahí que el rupturismo, fracasado en 1976, se haya impuesto en los medios intelectuales y progresivamente en los políticos y periodísticos.

Ha sido necesaria una trabajosa reelaboración de la historia desde los hermanos Salas Larrazábal y Ricardo de la Cierva, entre otros, centrados en la guerra civil sobre todo; en cuanto al franquismo posterior y su dimensión histórica, los estudios han sido en general muy flojos y en su gran mayoría contrarios; y sin embargo era necesario clarificar el asunto incluso más que la guerra civil. Por mi parte he contribuido con dos libros recientes: Los mitos del franquismo y La guerra civil y los problemas de la democracia. Y de modo más indirecto, con Europa, una introducción a su historia. Y también contribuyo con el programa Una hora con la historia y con breves comentarios en mi blog y en algunos órganos de radio y televisión por desgracia menos escuchados o vistos de lo que deberían.

No hay que decir que esta reelaboración ha chocado con una oposición feroz por parte de numerosos historiadores, periodistas y políticos, que han procurado silenciarlas. El problema es que esos historiadores y demás son los que, por decirlo vulgarmente “cortan el bacalao”, es decir, disponen de una fuerte hegemonía en la universidad, los medios y la política en general. Y se explica porque durante decenios sus versiones no han encontrado apenas oposición, pues quienes realmente trajeron la democracia,  franquistas o ex franquistas, prefirieron olvidar el asunto y dejar vía libre a las versiones rupturistas. Por eso muchos de estos rupturistas llegaron a creerse sus propias versiones, a pesar de que al más elemental análisis crítico las ponía muy en duda. El franquismo quedaba como el gran mal, asimilable incluso al nazismo, y el antifranquismo como el gran bien, asimilable a la democracia. Una distorsión tan grotesca ilustra mucho sobre el clima creado en España en la política y sus grandes peligros.

Pero esas versiones distorsionadas, una vez asentadas, han fundamentado tantas carreras académicas, periodísticas o políticas, han generado tantos intereses prácticos, que reconocer su falsedad habría requerido un grado de honradez casi sobrehumano. Por lo que la reacción más esperable era la que ha sido: aferrarse a ellas con uñas y dientes y tratar de impedir por todos los medios la circulación de versiones contrarias, con insultos, silenciamientos,  acusaciones de fascismo, de neofranquismo y similares, métodos típicamente totalitarios. Otro calificativo, el de “revisionismo”, es particularmente revelador: la revisión es una exigencia absoluta del método científico, y de lo que se trata es de que las distorsiones oficializadas se conviertan en dogmas y nadie ose revisarlas, son pena de exclusión y, en lo posible, muerte civil. Y la aportación de Zapatero ha sido instalar oficialmente, por fin, el rupturismo; y lo ha hecho, como no podía ser menos entre admiradores de los vencidos de la guerra, mediante una ley totalitaria, contraria al estado de derecho, amenazante para la libertad intelectual y exaltadora de los chekistas y terroristas fusilados después de juicio y convertidos por esta gente en víctimas del franquismo o del fascismo,

Muchos dicen que no debemos preocuparnos porque de todas formas la verdad terminará imponiéndose. Esto es un optimismo vacuo y muy poco inteligente, porque las falsedades pueden durar larguísimo tiempo, y hacer entre tanto un daño enorme. Y las falsedades de que hablamos vienen  durando ya varias décadas y no tienen traza de disminuir, y su daño está bien a la vista. ¿Por qué se mantienen a pesar de todo? En medida muy importante por la falta de espíritu y de compromiso por parte de quienes deberían contribuir al esfuerzo contra ellas, que generalmente permanecen como meros espectadores. Esta tendencia tan extendida ya la señalaba el filósofo Julián Marías, muy preocupado por las peligrosas derivas que él percibía con claridad: “la gente se pregunta qué va a pasar, en lugar de qué puede hacer”. Y la  verdad es que todo el mundo puede hacer algo, incluso con poco esfuerzo, como no hace falta insistir en ello. Este programa de “Una hora con la historia” no está concebido como un mero ejercicio de ilustración, sino también y ante todo como un ariete contra la fortaleza de los dogmáticos que odian el revisionismo. Una vez más convocamos a nuestros oyentes para esta tarea común, divulgando el programa y contribuyendo económicamente a él.

En 1997, con gobierno del PP y bastante antes de la infame ley de memoria histórica, escribía Julián Marías el artículo “¿Por qué mienten?”:

En personas y grupos ha adquirido la mentira un carácter que se podría llamar “profesional”. La historia es objeto preferente de esa operación, lo que (…) encierra quizá los peligros más graves que nos amenazan. Todo lo que se haga para establecer –o restablecer—la verdad histórica me parece tan precioso como necesario. Pero, aunque existen, se cuentan con los dedos los que se entregan a fondo a esa urgente tarea”.