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25 junio 2016 • "Tengo compasión de esta gente, porque tres días ha que están conmigo, y no tienen que comer"

Marcial Flavius - presbyter

6º Domingo después de Pentecostés: 26-junio-2016

Rito Romano Tradicional

Evangelio

Mc 8, 1-9. En aquel tiempo: Habiéndose reunido otra vez una gran muchedumbre en torno de Jesús, y no teniendo que comer, llamando a sus discípulos, les dijo: Tengo compasión de esta gente, porque tres días ha que están conmigo, y no tienen que comer: y si los envío en ayunas a sus casas, desfallecerán en el camino, pues algunos de ellos han venido de lejos. Y sus discípulos le replicaron: Quien será capaz, y cómo, de procurarles pan abundante, en esta soledad? Y les preguntó: Cuántos panes tenéis? Respondieron: Siete. Mandó entonces a la gente que se sentara en el suelo. Y tomando los siete panes, dando gracias, los partió, y dio a sus discípulos para que los distribuyesen, y los distribuyeron entre la gente. Y tenían también algunos pececillos; bendíjolos también, y mandó distribuírselos. Comieron hasta saciarse, y de las sobras recogieron siete cestos. Y eran los que habían comido, como cuatro mil: y los despidió.

Reflexión

Daniel Halle: multiplicacion de los panes y los peces

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«Tengo compasión de esta gente, porque tres días ha que están conmigo, y no tienen que comer». Aquel pueblo que había seguido a Jesús en el desierto tenía hambre y, por causa de su fatiga iba a caer en el desfallecimiento y en el abatimiento. Por eso el Salvador, siempre bondadoso y compasivo, hace un milagro para alimentarlo y fortalecerlo. También en el desierto de esta vida nuestra alma está expuesta al hambre, a la debilidad y a la tristeza. Y Jesucristo ha instituido la Eucaristía para ser el alimento, la fuerza y el consuelo de nuestras almas.

La Eucaristía, alimento de nuestras almas

He aquí el pan de los ángeles, hecho alimento de los que peregrinan por esta vida. En la naturaleza, todos los seres vivos tienen necesidad de un alimento para conservar su vida; cuidamos de alimentar nuestro cuerpo. Pero no solo de pan vive el hombre; también nuestra alma de bautizados tiene su propia vida sobrenatural y divina.

Esa vida se sostiene con la oración, con la palabra de Dios, con los sacramentos y, sobre todo, con la Eucaristía en la que el mismo Jesucristo nos comunica su vida divina. Por eso dirá: «Quien come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna: y Yo le resucitaré en el último día».

La Eucaristía, fuerza de nuestra alma

Oh Salvadora Ofrenda, que del Cielo abres la puerta, enemigos hostiles nos asedian, danos fuerza, préstanos auxilio. Tenemos que sostener un combate incesante contra los enemigos de nuestra alma ¿De dónde sacaban tanta fuerza los Apóstoles, los Mártires, los santos? De la Eucaristía. Sin la Eucaristía desaparece el celo apostólico, la caridad, el espíritu de sacrificio.

La Eucaristía, consuelo de nuestra alma

Jesús quiso permanecer con nosotros hasta la consumación de los siglos y para este fin instituyó la Eucaristía. Todo cristiano que se alimenta con este manjar divino puede decir con el Apóstol: «Reboso de gozo en todas mis tribulaciones» (2Cor 7,4). Cristo es nuestro consuelo durante nuestra peregrinación por la tierra y lo será también a la hora de nuestra muerte, cuando viene a visitar a sus amigos fieles o sinceramente arrepentidos, para calmar sus temores, para ser su viático en el gran viaje de la eternidad y abrirles las puertas del cielo.

Meditemos estos pensamientos, pidamos perdón por nuestra tibieza y frialdad con Jesús Sacramentado y pongamos todo nuestro esfuerzo en recibirle con más frecuencia, dignamente preparados acercándonos con frecuencia al Sacramento de la Confesión y procurando alcanzar más devoción y fruto, de manera que la Eucaristía sea para nosotros un Cielo anticipado en la espera de gozar de Él eternamente.