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9 junio 2016 • "Pero ya que tú lo dices, echaremos las redes"

Marcial Flavius - presbyter

4º Domingo después de Pentecostés: 10-junio-2016

Rito Romano Tradicional

Evangelio

Lc 5, 1-11: En aquel tiempo, mientras la gente se agolpaba en torno a él para oír la palabra de Dios, él estaba junto al lago de Genesaret y vio dos barcas situadas al borde del lago. Los pescadores habían bajado a tierra y estaban lavando las redes. Subió a una de las barcas, que era de Simón, y le pidió que la separase un poco de la tierra. Se sentó en ella, y enseñaba a la gente desde la barca.

Cuando terminó de hablar, dijo a Simón: «Rema mar adentro y echad vuestras redes para la pesca». Simón le respondió: «Maestro, hemos estado trabajando toda la noche y no hemos pescado nada, pero ya que tú lo dices, echaremos las redes».

Así lo hicieron, y pescaron tan gran cantidad de peces que casi se rompían las redes. Hicieron señas a sus compañeros de la otra barca para que fueran a ayudarlos. Ellos acudieron, y llenaron tanto las dos barcas que casi se hundían.

Al ver esto Simón Pedro, cayó a los pies de Jesús, diciendo: «Señor, apártate de mí, que soy un hombre pecador». Y es que tanto él como sus compañeros habían quedado pasmados ante la pesca realizada; y lo mismo Santiago y Juan, hijos de Zebedeo, que eran compañeros de Simón. Jesús dijo a Simón: «No tengas miedo; desde ahora serás pescador de hombres».

Ellos llevaron las barcas a tierra, lo dejaron todo y lo siguieron.

Bassano: "La pesca milagrosa"

Bassano: «La pesca milagrosa»

Reflexión

1.1.    Aparece claramente en el Evangelio la obediencia de Pedro.

a)      Éste piensa que es inútil echar las redes.

b)      Somete, no obstante, su juicio al de Cristo y pronuncia las palabras de obediencia: «Porque Tú lo dices echaré las redes».

1.2.    En Pedro se cumple la sentencia de la Escritura:«Vir obediens loquetur victoriam» (Prov 21,28). Por la obediencia al triunfo. Pedro ascendió de humilde pescador a primer pontífice por la fidelidad y obediencia al divino Maestro.

1.3.    Sin detenernos en el estudio atento y especifico de la virtud de la obediencia, queremos hacer ver la relación estrechísima de la obediencia con la piedad.

2.       La piedad y la voluntad de Dios.

2.1.    No es raro observar una confusión lamentable.

a)      Se confunde fácilmente la piedad con el conjunto de actos más o menos religiosos; o se la hace consistir en un extraño e interno fervor o en un indefinido sentimentalismo.

b)      De modo que las almas creen con frecuencia que, cuando van mucho a la iglesia y se emocionan o derraman lágrimas, están en posesión de la auténtica piedad.

2.2.    Pero no es así. Esto es una desviación de la piedad.

a)      Ésta consiste en el homenaje que el hombre tributa a Dios como a su Creador, Señor y Padre.

b)      Este homenaje consiste, ante todo, en la voluntad pronta y decidida de hacer lo que Dios quiere.

c)      Por eso la devoción es el acto primero y principal de la piedad. De aquí que nadie puede ser piadoso si no conforma su voluntad con la divina.

2.3.    Por tanto, la verdadera piedad comprende:

a)      Conocimiento de la voluntad de Dios, manifestada en los mandamientos, consejos y deberes particulares del propio estado.

b)      Amor.

– La obligación concreta que impone la voluntad de Dios es con frecuencia dura, difícil. Amar la voluntad divina es convertir lo difícil en fácil y lo duro y áspero en agradable.

– No debe mirarse el precepto o deber ni el superior que lo manda, sino que, por encima de ellos, el corazón puro ha de unirse con Dios, amando su santa voluntad.

c)      Ejecución.

– A ella se encaminan los anteriores actos.

– La ejecución exige generosidad para identificarse con la voluntad de Dios aun en los detalles más insignificantes.

d)      Es, pues, piadoso, el que conoce, ama y ejecuta la voluntad de Dios.

3.       Sin obediencia no puede haber piedad.

3.1.    La virtud que nos une con Dios y nos lleva a ejecutar generosamente cuanto Él quiere de nosotros es la obediencia.

a)      De aquí que no se puede concebir la verdadera piedad si no va acompañada de la obediencia.

b)      Cristo, que nace según el Apóstol, enseñándonos «a vivir piadosamente» (Tit 2,12) se hace «obediente hasta la muerte» (Fil 2,8).

c)      Los espíritus rebeldes no pueden, mientras permanezcan en su rebeldía, ser piadosos.

3.2.    Se puede buscar a Dios por elevaciones subjetivas de fe, esperanza y caridad. Pero no hay duda de que éstas muestran todo su valor cuando llevan a la voluntad a rendirse ante Dios.

4.       El bien de la obediencia.

4.1.    S.Benito en su Regla monástica llama a la obediencia “un bien”.

4.2.    Lo es en verdad porque enseña el camino trazado por Dios, que nos conduce a la felicidad. Lo es por las ventajas que en sí misma encierra:

a)      Es el camino más seguro para la santidad.

– Más exactamente es el único camino, porque a la santidad no se llega si no es obedeciendo.

– Por eso, para Sta.Teresa, es «el camino que más presto lleva a la suma perfección», «hace más presto o es el mayor medio que haya para llegar a ese dichoso estado» (cfr.Las Fundaciones c.5,3-4).

b)      Encierra todas las otras virtudes.

c)      La obediencia es un homenaje de perfecta sumisión de todo nuestro ser a Dios.

– Dios es el dueño absoluto de nuestra vida y dispone de todo lo nuestro, bienes interiores y exteriores, salud, existencia, etc. Hay algo que respeta: nuestra libertad. Desea darse a nosotros, pero la acción de su gracia se subordina a nuestro consentimiento.

– Ahora bien, por la obediencia rendimos nuestra libertad a su voluntad.

– En esto radica el homenaje de nuestro ser, de lo más valioso que en él existe.

5.       Vivid en la obediencia.

5.1.    La obediencia es virtud difícil, porque exige renunciar a la propia voluntad.

a)      «Dejar el mundo, renunciar a los bienes exteriores es cosa fácil; pero renunciarse a sí mismo, inmolar lo que se tiene en más estima, la libertad, es un sacrificio mucho más arduo».

b)      «Abandonar lo que uno tiene es poco; pero dejar lo que uno es, constituye la donación suprema» (S.Gregorio, Hom.32).

5.2.    Por eso debemos pedirla constantemente a Dios.

a)      Conviene, además, ejercitarse en rendir el propio juicio, voluntad y corazón a los representantes de Dios. Incluso en obedecer a los semejantes sin esperar las órdenes del superior.

b)      Así nos desprenderemos más de nosotros mismos y viviremos en más estrecha unión con Jesucristo, “nuestro camino”.

Tomado de: Verbum Vitae, BAC, Tomo V, p.1038

Sobre la obediencia puede leerse con provecho un escrito del padre Castellani en este enlace